DAVID: ¿MATÓ REALMENTE A GOLIAT? Cacho Lotersztain*
Con-Texto | 14 octubre, 2024
Se trata de uno de los episodios más conocidos y frecuentemente citados del relato bíblico. La imagen del joven David, un pastor casi adolescente armado tan solo con su cayado y su honda, derrotando al inmenso y formidablemente armado guerrero filisteo, es sumamente conocida e innumerablemente utilizada desde hace dos milenios para ilustrar todo tipo de enfrentamientos en los que el más débil emerge victorioso. Quizá tan solo por ello vale la pregunta: ¿la Biblia describe un suceso real? Y el interrogante, aún para agnósticos, surge especialmente dados los minuciosos detalles, algunos muy precisos, con que el texto de la misma ilustra el singular combate, detalles que lo vuelven un relato especialmente convincente.
Comencemos señalando, respecto a la veracidad histórica de los relatos bíblicos en términos generales, que puede afirmarse que los historiadores sostienen básicamente tres posiciones. La primera es a la que adhieren los creyentes, los judíos tanto como los cristianos. Ellos consideran que la Biblia ha sido escrita por personas bajo inspiración divina y en consecuencia los sucesos que en la misma se relatan o describen, quizá con algún grado variable de simbolismo, fueron necesariamente reales y de alguna forma ocurrieron. Nos permitimos agregar nuestra opinión de que lamentablemente la política también suele estar involucrada en este tipo de creencias.
Un grupo opuesto a los anteriores son los llamados minimalistas, entre los que tampoco falta motivación política. En su posición extrema sostienen que la Biblia es un libro puramente teológico, casi íntegramente una versión inventada de un pasado, y cuyo único objeto es justificar la ideología de sus autores. En consecuencia sostienen que para estudiar la historia de la época y la región se debe ignorarla por completo ya que el relato bíblico solo serviría para confundir.
Un tercer grupo (al que el autor de estas líneas adhiere) opina que, al margen de lo que se piense sobre la estricta (o no tanto) veracidad histórica del relato bíblico en general, sería un grave error dejarlo completamente de lado, ya que puede siempre brindar información relevante al menos sobre la ideología y aspiraciones de sus autores, especialmente si se logra identificar la época en que los distintos textos fueron escritos, o modificados. Y como herramienta para dilucidar tal ideología, ideales, ambiciones y visión del mundo sugieren emplear con el texto bíblico los métodos con los que los hoy historiadores de la antigüedad analizan los documentos que de los llegan a disponer. Respecto de tales documentos, al analizarlos, como método formulan respecto a los mismos un conjunto de preguntas, que son las que detallaremos a continuación, y que serán las herramientas con que estudiaremos la veracidad de ocurrencia del legendario combate.
Interrogando documentos.
La primera pregunta que el historiador se formula al estudiar un documento del pasado es: ¿se trata este de un documento imparcial? O formulado de otra manera: ¿el documento pretende reflejar un hecho real o su objetivo es diferente? Objetivo diferente que puede ser teológico, educativo, propagandístico, etc. Para dar un ejemplo se encuentra en el pedestal de la estatua de Sin-Rashid, que reinó entre 1865 y 1833 AC en Uruk, (un mediano estado acadio en el norte del actual Irak), esta inscripción: “Durante mi reinado con un siclo de plata se compran tres gur de cebada, o diez minas de lana, o doce minas de cobre, o (un décimo) de aceite de sésamo. Grande fue mi castigo a quienes pretendían mayor pago. Mis años fueron años de abundancia”.
Es sumamente claro el objetivo propagandístico de este documento, y los casi cuatro mil años transcurridos desde entonces le han hecho acumular a los historiadores evidencias de que proclamas de este tipo raramente se ajustaban a la realidad. Y la segunda de la serie de preguntas a formularse nos ayuda a dilucidar si precisamente este es el caso: ¿existe algún otro elemento (otro documento, o evidencia arqueológica, o de cualquier tipo) que nos ayude a confirmar o no la veracidad del documento bajo estudio? Y en esta ocasión se han encontrado en la zona las típicas tabletas de cerámica grabadas en escritura cuneiforme con varios contratos entre particulares, comprador y vendedor, de alguno de los productos cuyos bajos precios orgullosamente proclamaba Sin Rashid. Y los mismos, obviamente en este caso precios reales, son en tales contratos más del doble, o generalmente más del triple, de los que proclamaba en su estatua el rey. Lo suyo, como se sospechaba, era pura propaganda.
La tercera pregunta es para nosotros la más importante, diríamos que fundamental, para el estudio del relato bíblico con este método. Y es ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde los sucesos descriptos en el documento y la elaboración de la versión escrita del mismo que tenemos hoy en nuestras manos? Obviamente si el autor del documento ha sido contemporáneo de los sucesos que describe, o si estos habrían ocurrido cincuenta o hasta cien años antes, eso le confiere una confiabilidad mucho mayor que si se refiriera a sucesos ocurridos muy en el pasado, en ocasiones varios siglos atrás, como veremos ocurre tan frecuentemente en la Biblia. Se podría argumentar que la historia oral puede en ocasiones complementar y ser bastante confiable, pero en una época como la bíblica con una esperanza de vida del orden de los cuarenta años, una historia que se transmitiera oralmente por ejemplo por 300 años daría lugar para mucho escepticismo en cuanto a su confiabilidad. Y si bien tampoco es de descartar que los actuales relatos bíblicos tal como nos llegaron a nosotros tengan a su vez total o parcialmente por lo menos una base documental en otros más antiguos (que ahora se hayan perdido), ocurre que no tenemos esos hipotéticos documentos perdidos, ni tampoco sabemos cuando estos fueron elaborados, ni menos aún cuan fiel ha sido la transcripción de la historia que efectúa la Biblia a partir de los mismos.
La cuarta pregunta se basa en el cúmulo de nueva información que se va acumulando año tras año merced al trabajo no solo de los historiadores sino de ciencias paralelas como la arqueología, antropología, economía de las sociedades primitivas, la exégesis bíblica, estudios de ADN, etc. Para el caso específico de la Biblia la arqueología, no solo de la zona sino también de países vecinos, suele brindar cada año información nueva y relevante, sobre todo desde que las técnicas de datación y otros avances tecnológicos han permitido avances substanciales en el conocimiento objetivo del pasado. La pregunta entonces es: ¿la información que brinda el documento es compatible con lo que se conoce actualmente sobre el pasado histórico en cuyo marco los sucesos que describe el texto bíblico se desarrollaron?
Desde luego hay otras preguntas además de estas cuatro que los historiadores suelen utilizar cuando analizan un documento. Pero para nuestro caso, la descripción bíblica del combate entre David y Goliat, consideramos que las enumeradas son las fundamentales.
¿Cuándo se supone que se enfrentaron David y Goliat? El relato bíblico.
Como vimos previamente la distancia temporal entre el hipotético combate y el momento histórico en que la Biblia lo plasmó luego por escrito tal como lo leemos hoy en el libro de Samuel 1 es una pregunta fundamental que, como historiadores, debemos formularnos. Y para ello debemos en primer lugar conjeturar sobre la época en que tuvo lugar ese supuesto enfrentamiento, y dado que este solo se registra en la Biblia es necesario apelar a la misma como fuente básica para intentar comenzar a dilucidar la incógnita. Pero lamentablemente la Biblia no brinda fechas ni cronologías que podamos usar o interpretar hoy, por lo que deberemos utilizar como veremos algunas aproximaciones indirectas.
Para explicarlas se hace indispensable efectuar así sea un muy somero resumen de la llamada “historia bíblica”. Recordemos en primer lugar como la Biblia va narrando la evolución de los “Benei Israel”, las doce tribus descendientes de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob (cuyo nombre se trocó a Israel). Producida la conquista (luego del Éxodo de Egipto) de lo que hoy llamaríamos Israel/Palestina y además parte de Jordania las tribus, relata la Biblia, vivieron posteriormente políticamente separadas, por lo que debieron enfrentar generalmente cada una por su cuenta los ataques de los diferentes enemigos que las acechaban, y muchas veces con suerte adversa. El problema se volvió especialmente agudo cuando en el suroeste apareció un nuevo y formidable peligro: los filisteos. Estos últimos, según ahora la arqueología, provenían de algún lugar del Asia Menor o islas de la cercana Europa, y llegaron en no grandes números a la zona costera del sur donde se asentaron y mezclaron con la población cananea nativa y erigieron cinco importantes ciudades que dominaban la llanura costera desde Gaza hasta lo que es hoy el sur de Tel Aviv. Si bien se trataba de ciudades independientes se unían para la guerra, para la cual aparentemente estaban muy bien dotadas.
Siguiendo nuevamente con el relato bíblico luego de varias derrotas frente a diferentes enemigos incluyendo a los filisteos finalmente las tribus hebreas llegaron a la conclusión que la falta de unidad constituía su mayor debilidad, y se dirigieron al unánimemente respetado profeta Samuel y le solicitaron que eligiera un monarca para que los gobernara y comandara en la guerra. Sin ningún entusiasmo y muy a regañadientes este accedió al pedido y eligió como Rey a Saúl, de la pequeña tribu de Benjamín, cuyos territorios se localizaban al norte de Jerusalén. La Biblia hace a continuación una larga descripción, a través de varios capítulos, de los avatares del reino de Saúl, que habría comenzado con mucho éxito pero en algún momento perdió el favor divino al desobedecer el monarca una orden de Samuel. La trágica sucesión de los acontecimientos posteriores llevó a Saúl, más o menos a los veinte años de su reinado, a perder la vida en batalla contra los filisteos. El episodio del combate de David y Goliat se produjo según la Biblia en algún momento durante este reinado. (Reinado del que, señalemos de paso, no existe el menor rastro arqueológico medianamente fehaciente de que siquiera haya existido).
La Biblia sigue relatando que Saúl fue sucedido en el trono del conjunto de las doce tribus por David, de la tribu de Judá, quién reinó por cuarenta gloriosos años, hizo de Jerusalén su capital y según la Biblia al igual que su hijo y sucesor Salomón (que también reinó durante cuarenta años) llevó al pueblo hebreo al máximo de su grandeza. La descripción bíblica en Samuel II y Reyes I de la gloria alcanzada por ambos es extensa y pormenorizada y más adelante volveremos a este aspecto del relato ya que es fundamental para la formación del mito de un pasado maravilloso y de la necesidad de exaltación de la figura de David. Pero para nuestro actual propósito digamos que al morir Salomón (luego de pecar contra Yahavé inducido en su vejez por sus numerosas esposas extranjeras) y sucederlo su hijo Rejavam, se produjo una gran rebelión y como consecuencia de la misma, luego de un siglo dejó de existir un reino unificado. Las diez tribus del Norte se separaron y los hebreos quedaron divididos en dos reinos: el del Norte llamado Israel bajo un rey llamado Jeroboam y el del Sur (bajo el citado Rejavam) llamado Judá, que solo comprendía a esta tribu y a la pequeña de Benjamín. En los libros de Reyes I y II se van luego historiando hábilmente entrelazados la historia de los dos reinados, la sucesión de sus reyes y cuantos años gobernó cada uno, hasta las respectivas destrucciones de ambos, Israel por los asirios en 720 AC y unos 130 años más tarde Judá por los babilonios, quienes conquistaron Jerusalén, destruyeron el templo edificado por Salomón, y condujeron a la elite sacerdotal e intelectual del reino al exilio.
Volviendo a nuestro tema, el combate entre David y Goliat, como ya hemos mencionado se habría producido durante el reinado de Saúl. Recordemos según la Biblia lo ocurrido en la ocasión: judíos y filisteos se enfrentaron en el valle de Elah, al oeste de Jerusalén, donde ambos bandos desplegaron sus tropas para la batalla. Y fue en ese momento que de las filas filisteas surgió un paladín, un gigantesco guerrero poderosamente armado de la ciudad de Gat llamado Goliat, quien desafió a dirimir el conflicto a través de un combate individual: que alguien de los hebreos se atreviera a combatir con él y el resultado de tal combate definiría al bando vencedor. Pero el pánico que inspiraba su gigantesca figura y armamento, relata la Biblia, provocó que nadie del bando hebreo se atreviera a enfrentarlo, hasta que apareció el muy joven David, un pastor de la tribu de Judá que estaba allí casualmente, tan solo porque su padre Jesé lo había librado del cuidado de sus rebaños para enviarlo con provisiones para sus tres hermanos mayores que formaban parte del ejército convocado por Saúl. Tal como es tan conocido David escuchó lo que ocurría, con gran audacia y ante el asombro de todos pese a no ser un guerrero aceptó el desafío, y comenzado este con un acertado tiro de su honda impactó con una piedra en la frente de Goliat, lo desmayó, y utilizando la propia espada del filisteo le cortó la cabeza, obteniendo una gran y mítica victoria.
El método que utilizaremos para ubicar cronológicamente el reino de Saúl durante el cual, como vimos, este presunto combate tuvo lugar, será el de emplear las cronologías egipcias y asirias que se consideran las más confiables para la época. Y vemos que un faraón, Sheshong (Sisac para la Biblia) detalla en un templo egipcio haber realizado una excursión punitiva a los reinos hebreos en una fecha que se estima entre el 900 y 920 AC, siendo que la Biblia nombra expresamente tal expedición y relata que la misma se efectuó en época de Rejavam, hijo de Salomón. Adicionando a la época de Rejavam los cuarenta años de Salomón y los cuarenta de David llegaríamos en torno al año 1000 AC para el hipotético reino de Saúl. Por su parte del rey Asirio Salmanasar III conmemora la batalla de Karkar en el año 853 AC (debemos considerar la fecha como aproximada) en la que participó entre otros enemigos “Ajab el israelita” comandando nada menos que dos mil carros de guerra. Repitiendo el método de ir desde esa fecha retrospectivamente utilizando la duración de los reinados dada por la Biblia desde el rey Ajab del reino del Norte hasta llegar a Saúl en el reino unificado nuevamente arribamos a las cercanías del año 1000 AC para este monarca. Y también con otros datos indirectos que aquí no detallaremos se llega al mismo entorno cronológico. Por lo que podemos afirmar que en torno del año 1000 AC habría tenido lugar el hipotético combate.
¿Y cuando se escribió el relato del combate? Primeras reflexiones.
Ya vimos cuando presuntamente el hipotético combate tuvo lugar. Pero ¿cuándo se lo describió tal como lo encontramos en la Biblia? Comencemos señalando previamente como elemento de juicio que es sumamente probable que no exista lugar alguno en el planeta, en el que desde hace ya bastante más de un siglo se hayan efectuado tal cantidad de exploraciones y estudios arqueológicos, y con tal densidad, como las que fueron (y siguen siendo) realizadas en el territorio en el que según la Biblia ocuparon los reinos de Israel en el norte y Judá en el sur. Y de esas sin duda miles de excavaciones y estudios puede afirmarse con bastante certeza que no existe indicio alguno en ellos que evidencie capacidad de escritura, así sea elemental, antes del año 800 AC. Y esa escritura elemental además aparece solo en el reino del Norte, lo cual era previsible dado que era mucho más extenso, rico, poblado y conectado con pueblos vecinos que el pequeño y relativamente aislado reino de Judá. Cuando hablamos de escritura elemental nos referimos a sellos, monedas, improntas en cerámicas, “ostrakas” (trozos de cerámica con inscripciones en tinta sobre ellos). En cuanto a la capacidad de composición de textos complejos (como sin duda lo son los textos bíblicos) hay que esperar allí hasta el año 750 AC. para encontrarlos. Pero eso ocurre en el reino del Norte, del que David era casi un enemigo. Es prácticamente imposible ni tiene sentido que algo tan laudatorio sobre él (como es su victoria sobre el inmenso Goliat) se hubiera escrito allí.
El reino del Norte fue destruido por Asiria en el 720 AC, y puede conjeturarse que para ponerse a salvo de un forzado exilio en provincias lejanas (como era la costumbre en ese imperio conquistador) muchos de las elites y los intelectuales del norte huyeron al sur, donde existía un reino con el que compartían idioma, probablemente leyes y costumbres y sobre todo un Dios: Yahavé (probablemente en ese momento solo el principal de un panteón de dioses). Prueba de esa emigración la constituye el vertiginoso crecimiento demográfico del reino de Judá que registra la arqueología. Jerusalén más que quintuplicó su población en diez años, y lo mismo ocurrió con la profusión de nuevas aldeas o crecimiento de las antiguas. Y la nueva población que arribaba sin duda trajo sus propias tradiciones, algunas que se incorporaron al texto bíblico, y en lo económico nuevos saberes muy importantes, como la producción masiva de vino y aceite de oliva. Y seguramente también la escritura, que comienza a aparecer en el Sur alrededor del 700 AC y la capacidad de elaboración de textos complejos ya está asegurada en torno al año 650 AC. Y es en Judá que básicamente se comienza a escribir la Biblia, y es la ideología de Judá (desde ya con muchísimos aportes de otras diversas fuentes al relato) la que define su línea fundamental.
Y los siguientes 50 o 60 años son precisamente fundamentales para nuestro estudio desde varios puntos de vista que pasaremos a enumerar. En primer lugar tomemos en cuenta que la arqueología nos informa que hasta el día de hoy no existe el menor indicio de existencia, en alguna oportunidad, de un gran reino unificado como la Biblia pretende. Siempre Israel y Judá fueron entidades diferentes. Y en todo caso el reino del Norte, Israel, fue el que sin unificarse sometió continuamente a un vasallaje a Judá, como por otra parte lo insinúan numerosos pasajes de la propia Biblia. En segundo lugar a partir de 645 AC se produjo una situación política absolutamente novedosa: el imperio asirio estalló en guerras civiles, colapsó frente a enemigos del este, y se retiró súbitamente del Oeste del Jordán. El pequeño reino de Judá, acostumbrado a convivir y someterse por siglos a algún opresor desde el norte, fuera este Israel primero y el imperio asirio después, de pronto y por vez primera en su existencia vio el camino hacia ese norte despejado y listo para su expansión hacia allí.
En tercer lugar en 640 AC ascendió al trono de Judá un rey que debió ser sumamente especial: Josías, del que la Biblia se atreve a afirmar (2 Reyes, 23; 25) nada menos que: “Ni antes ni después hubo otro rey como él, que se convirtiera al Señor con todo su corazón, con toda su alma y todas sus fuerzas, conforme con todo a la Ley de Moisés.” Este incomparable entusiasmo de la Biblia con un rey probablemente esté motivado en la centralización del culto con exclusividad en Jerusalén ordenada enérgicamente por Josías, la implementación de una tendencia henoteísta de “Yahavé solo” (implicaba que los hebreos debían reconocer como un Dios y adorar tan solo a Yahavé) y la aceptación por el monarca de leyes que luego irían plasmándose en la Torá (en el Pentateuco), especialmente en el quinto libro: el Deuteronomio.
En cuarto lugar y lo tenemos que tener muy especialmente presente los reyes de Judá y especialmente Josías derivaban su legitimidad por su descendencia del legendario David. Y en este caso de Josías esto era fundamental para el proyecto político que encaró el monarca: la expansión hacia el Norte para unificar todo el territorio de los dos reinos bajo su mandato. Y es allí cuando se efectúa una típica invención de un mítico pasado para justificar los planes para el futuro. El gran reino unificado, el mini imperio de David, tan central del actual relato bíblico, muy probablemente es “inventado” en ese particular momento. Es claramente un plan para el futuro, pero presentado como la recuperación de un pasado perdido.
Josías empero no tuvo éxito en sus planes: es que el poderoso Egipto también se propuso llenar el vacío de poder dejado por los asirios, y en 603 AC, al tratar de enfrentar en batalla al faraón Necó en la marcha de este hacia el norte, en un lacónico mansaje (2 Reyes 23; 29) la Biblia nos informa que el monarca tan virtuoso encontró la muerte en la ciudad de Megidó, y con ella la de tantos sueños de grandeza. Pero durante los casi 35 años de su gobierno, es cuando se acuerda entre los especialistas que una importante cantidad de material de lo que más adelante se consolidaría formando la Biblia fue sin duda elaborado y escrito. En ese caso ¿no pudo estar incluido en el mismo el combate entre David y Goliat? Claro que si así fuera habrían transcurrido como vimos casi 400 años entre los hipotéticos hechos y su descripción por escrito…Pero el problema es más complejo aún, como veremos a continuación.
Más problemas con la fecha de escritura.
Paradójicamente es el propio texto bíblico el que introduce dudas que alejan aún más la fecha de escritura de la del hipotético combate. Es en el libro 1 Samuel 17; 4 a 7 que la Biblia brinda una muy precisa descripción de Goliat: “Salió entonces del campamento de los filisteos un paladín que se llamaba Goliat y era de la ciudad de Gat, y tenía una altura de seis codos y un palmo. Y traía un casco de bronce en su cabeza, y llevaba una cota de malla, y era el peso de la cota cinco mil siclos de bronce. Sobre sus piernas traía grebas de bronce, y jabalina de bronce entre sus hombros. El asta de su lanza era gruesa como el rodillo de un telar, y tenía el hierro de su lanza seiscientos siclos de hierro, e iba su escudero delante de él”
Fascinante y muy precisa descripción de un terrorífico gigante de casi dos metros de altura, que la Biblia afirma que es un filisteo. Pero nada de ese tipo de armaduras y protecciones o armas corresponde según los arqueólogos a un filisteo: en realidad, afirman casi unánimemente, se está describiendo a un hoplita, un soldado griego como los que acompañaron a Alejandro en sus conquistas. Ese claramente es el modelo que el autor bíblico tiene ante sus ojos cuando realiza tan minuciosa descripción. Pero las conquistas en Asia de Alejandro se produjeron a partir del año 330 AC, con lo que ahora ya nos alejamos casi 700 años del relato bíblico del enfrentamiento…
Puede con todo afirmarse que quizá no es necesario remontarse a Alejandro para encontrar un modelo adecuado al relato. Soldados griegos sirviendo en carácter de mercenarios en el Oriente existían desde siglos antes. Se apunta al año 500 AC (o incluso antes) para la presencia de tales mercenarios, especialmente sirviendo al imperio persa, que derrotara a los babilonios y ocupara todo el Cercano Oriente. Pero es muy improbable que tales mercenarios, soldados de fortuna, tuvieran tan espectacular armamento y protección como el que describe con tanto detalle la Biblia. El modelo que le sirve al autor bíblico cuando describe a Goliat es a todas luces el de un guerrero de un Estado con muchos recursos económicos y dispuesto a invertirlos en sus tropas, situación que se dio precisamente luego de las conquistas de Alejandro cuando el imperio se dividió entre sus generales, los así llamados “diádocos”. Con todo no podemos descartar la posibilidad de que fuera en Persia en torno a los años 400 a 450, precisamente donde muchos investigadores sostienen que se fue consolidando buena parte de la Biblia, que el autor del relato del mítico combate haya encontrado un modelo adecuado para su descripción de Goliat.
Pero la hipótesis que apunta a la época de los diádocos (posterior al 300 AC) tiene otro asidero importante. Un combate entre paladines que reemplazase al enfrentamiento de los ejércitos no tiene otro precedente, no solo en la Biblia, sino en toda la historia del Cercano Oriente. Y de hecho es lícito afirmar, como lo hace más de un historiador, que es evidente que se está utilizando como precedente narrativo el tan conocido poema de Homero “La Ilíada”, con sus duelos entre Aquiles, Héctor, Patroclo, Paris. Por lo que apuntan a que probablemente la descripción del enfrentamiento entre David y Goliat haya sido elaborado en realidad en una época donde abundaban los hoplitas como modelo para el guerrero filisteo y además la Ilíada fuera sumamente conocida y apreciada por la sociedad culta. Esa época existió, y es llamada la del “helenismo”, un sincretismo entre la cultura griega y las culturas orientales, en este caso la judía. Esto nos llevaría muy probablemente a la época de los tolerantes Ptolomeos que gobernaron en Egipto y también sobre el antiguo reino de Judea, entre el año 300 y 200 AC aproximadamente. Época en la que sería muy probable que los redactores finales de la Biblia, para glorificar a David, lo transformaran parcialmente en un héroe homérico. Como se ve, nos alejamos cada vez más del año 1000 AC y con ello de la probable veracidad del combate mitológico.
Y para colmo es la propia Biblia la que introduce las mayores confusiones y contradicciones que por sí solas ponen totalmente en duda esa veracidad. En 2 Samuel 21:18 escribe (contradiciendo todo lo que afirmó páginas antes): “Otra vez hubo guerra en Gob contra los filisteos en la cual Eljanan, hijo de Jaari, mató a Goliat el de Gat, el asta de cuya lanza era como el rodillo de un telar”. Eljanan era uno de los capitanes que sirvieron a David, y aquí aparece siendo él (y no David) quien venció a Goliat, quien como se ve es identificado claramente por la ciudad de origen y su lanza. Y para completar la total confusión bíblica en 1 Crónicas 20; 5 se escribe que ese Eljanan (quizá otro, no está para nada claro) mató a Lahmi “hermano de Goliat el de Gat, el asta de cuya lanza era como el rodillo de un telar”.
La glorificación de David
A esta altura de nuestro análisis creemos que ya es posible afirmar que el combate entre David y Goliat se trata, muy probablemente, en un suceso puramente imaginario elaborado en una época muy posterior a la existencia del mítico rey y básicamente destinado a glorificarlo. Necesidad de glorificación que para nada resulta extraña, incluso fuera del judaísmo. El cristianismo comienza su documento fundamental, los evangelios (Evangelio según San Mateo), reseñando cuidadosamente la genealogía de José de Nazareth, esposo de María, hasta “David, el hijo de Jesé”. Los reyes medioevales europeos, por ejemplo, ponían mucho cuidado en que su coronación siguiera claramente el modelo bíblico de la unción de David. El presunto sepulcro del monarca en una cueva de Jerusalén se constituye, hasta el día de hoy, lugar de peregrinación continua para las religiones monoteístas. Todo esto nos lleva, para la comprensión integral de nuestro estudio, a intentar especular sobre las razones por las que la Biblia y las sucesivas generaciones, hasta la actualidad, han sentido la necesidad de tal glorificación.
Comencemos, por lo interesante que resulta, comparando el relato bíblico con los datos arqueológicos. Señalemos en primer lugar que, a diferencia de lo que vimos ocurre con Saúl, desde 1993, se tiene una prueba fehaciente de que David realmente existió y que fue un rey relativamente importante. Es que en una excavación en un sitio arqueológico en el extremo noreste de Israel, en Tel Dan, se encontró un fragmento de basalto (reusado posteriormente como parte de una construcción) en la que en arameo está descripta la victoria de un rey de un muy probable mini imperio en las actuales Siria y Líbano y que dice lo siguiente: “Maté a Jojram hijo de Ajab rey de Israel y maté a Ocozias rey de la casa de David.” Esa batalla terminada en derrota de ambos reyes aparece también en el relato bíblico y el término “de la casa” significa en el Cercano Oriente “de la dinastía”. Con esto podemos asegurar que David no solo existió y reinó sino que creó una dinastía que unos 130 años después de su muerte seguía subsistiendo, lo que no era poco decir en el lugar y época.
¿Y qué nos cuenta la Biblia de ese reino de David? Realmente portentos asombrosos. En primer lugar que se trató de un imperio, ya que su dominio se extendía “desde el Eufrates hasta el rio en Egipto”, o sea que abarcaba parte del actual Irak, toda Siria, Líbano, partes de Turquía, Jordania, Israel/ Palestina, partes del Sinaí…Con ello tan solo él y probablemente su hijo Salomón fueron los únicos con los que se concretó exactamente la promesa que Yahavé formulara a Abraham (Génesis 15; 18). Más asombrosa es la presunta población de ese reino. Según la Biblia. David ordenó a sus generales que censaran a sus posibles guerreros “Y fueron los de Israel ochocientos mil hombres fuertes que sacaban espada y Judá quinientos mil hombres” (2 Samuel 24; 9). Si consideramos a los ancianos, niños, mujeres, los no capaces de sacar espada, etc. puede estimarse a partir de esos números una población total entre diez y quince millones de habitantes, quizá mayor a la actual…Su hijo Salomón consolidó su riqueza con construcciones fascinantes especialmente en la capital Jerusalén, donde diversos palacios debían albergar a su formidable harén de setecientas esposas y trescientas concubinas… Pero es que su riqueza era incalculable ya que “En Jerusalén la plata era más común que las piedras”, cuenta la Biblia en Reyes 1.
La realidad que nos revela la arqueología es tan dramáticamente diferente de lo anterior que hasta llega a asombrar. Desde luego no hay prueba alguna que algo parecido a ese mítico imperio davídico haya existido, y por ello no llama la atención que ninguno de sus vecinos siquiera mencione su existencia en documento alguno. Y si bien estamos en una época de vacío de poder generado entre las anteriores “grandes potencias” de la zona por la llegada en torno a 1170 AC de los llamados “pueblos del mar” que aniquilaron a los hititas, al Mittani y tuvieron a raya a Egipto, es virtualmente imposible que 80 años de un reino como el de David y Salomón de la envergadura descripta en la Biblia ni siquiera fuera mencionado por algún vecino letrado. Por otra parte a más de un historiador le llama mucho la atención las fronteras de ese imperio “desde el Eufrates al rio en Egipto”, que coinciden, señalan, casi exactamente con la satrapía persa “transeufratina”. O sea la satrapía del imperio persa de la cual el antiguo reino de Judá, además reducido en dimensiones, era hacia 500 a 330 AC, una muy minúscula parte. Es como si se quisiera dar, en ese momento de muy probable fuerte depresión nacional por la derrota y el exilio, un mensaje que: “alguna vez toda esta satrapía fue nuestro territorio”, en la época de gloria del rey David.
En lo que hace a la población los fabulosos millones que como vimos imagina la Biblia en 2 Samuel los arqueólogos (en nuestra opinión los realmente confiables y no politizados) informan que en la época de David y Salomón puede estimarse en el territorio de Israel y Judá una población total, a lo sumo, de unas 120.000 personas, la gran mayoría ubicados en lo que se estima se consolidaría a poco tiempo como el reino del Norte, Israel. Esa población coincide además con lo que calculan los economistas de sociedades primitivas al estimar la cantidad de alimentos que se podía producir en la época con la tecnología disponible entonces. Por último señalemos que Jerusalén, la presunta y magnífica capital del gran imperio, según los arqueólogos informan se trataba por entonces de una minúscula aldea de unas cinco hectáreas a lo sumo, poblada quizá por un par de miles de habitantes.
Pero el David real, el que se deriva de las evidencias arqueológicas, el probable rey de un minúsculo grupo de, como máximo, quince mil aldeanos, no fue el que quedó en la memoria del pueblo hebreo. Por el contrario fue el otro, el bíblico, el glorioso creado como vimos muy probablemente en época del rey Josías para justificar su pretendida marcha hacia el norte, ese otro fue el que sobrevivió. Y el que luego, ante la catástrofe de la derrota, los largos exilios en Persia y Egipto, fue creciendo y agrandándose en la memoria colectiva como un pasado feliz que con ayuda de Yahavé sin duda podría repetirse. Pero quizá fuera muy difícil que tan solo por lo anterior la memoria de David hubiera sobrevivido con tal intensidad si no se hubiera ligado además a una ideología absolutamente fundamental, diríamos que decisiva, en el judaísmo (y cristianismo) posterior. Nos referimos a la carismática y atrapante ideología mesiánica.
El Mesías: un rey de la estirpe de David
Desde luego no es este el lugar ni menos el objeto de este estudio el análisis de un tema tan complejo y extendido temporalmente por milenios como lo constituye el mesianismo hebreo primero y judeo cristiano posterior. Pero dado que el mismo es fundamental para completar nuestro análisis sobre las razones por las que se glorificó de tal forma la figura de David mencionaremos muy sintéticamente algunos puntos salientes del mismo, aún a riesgo de sobre simplificar en demasía un fenómeno tan singular. Y en primer lugar debemos referirnos a unos personajes cuya prédica constituye una parte fundamental de la Biblia: los profetas. Esta denominación suele ser muy imprecisa: si bien efectivamente solían pronosticar sobre eventos futuros esa prédica solía tratar sobre muchos otros aspectos. Estos podían ser por ejemplo recomendaciones de política interior o exterior, profundas críticas sociales y sobre todo religiosas, exigiendo la exclusividad del culto a Yahavé y la fe en este para asegurar un futuro venturoso, y muchos otros temas similares. No siempre sus prédicas fueron bien recibidas, y en más de una oportunidad hasta sus vidas corrieron peligro. Pero en muchos casos su influencia sobre las elites y el pueblo en general fue sumamente importante y movilizadora.
Y todo indica que en el seno de estos profetas fue desarrollándose desde tiempos muy antiguos una idea muy singular: la certeza de la llegada, en algún momento del futuro, de un mundo feliz y perfecto, desde ya infinitamente superior al mundo en el que ellos vivían por entonces. Pero a esa idea la acompañaba una segunda convicción: ese mundo no sería alcanzado tan solo por el accionar de los seres humanos. Sería necesaria la intervención de un mediador al que Dios dotaría de poderes muy especiales. El Mesías es precisamente ese mediador para lograr la salvación de este mundo. Y los primeros profetas cuyas prédicas la Biblia registra al respecto, plantearon que ese Mesías sería un Rey de la estirpe de David. Y con ello la figura de David pasó a tener un nuevo significado, uno como vemos sumamente trascendente.
El más importante de los profetas es sin dudas el denominado primer Isaías. Ya en el segundo capítulo de su prédica (Isaías 2; 4) imagina un mundo en paz en el que los pueblos “volverán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces. No alzara su espada nación contra nación, ni se adiestrarán mas para hacer la guerra”. Pero lo decisivo para el futuro y la imagen de David fue el capítulo 11 de su profecía: “Saldrá una vara del tronco de Jesé (el padre de David) y un vástago retoñará de sus raíces.” Será un rey sumamente especial ya que “juzgará con justicia a los pobres y tratará con bondad a los mansos de la tierra”. Tal será el poder de ese vástago de David que hasta se producirán cambios totales en la propia naturaleza: “Morará el lobo con el cordero y el joven león con el cabrito reposará. El becerro y el león retozarán juntos, y un niño pequeño será su pastor” (Isaías 11; 6 a 9).
Unas décadas más tarde, alrededor del 590 AC, Jeremías, el segundo de los tres llamados profetas mayores, también afirma (Jer. 23; 5): He aquí que vendrán días en los que haré surgir de David un germen justo. Gobernará como un rey, será sabio y practicará la justicia y el derecho sobre la tierra”. El tercero de los grandes profetas, Ezequiel, ya desde el exilio babilónico alrededor del 500 AC proclama en 37, 24 que Yahavé afirma: “Mi siervo David será rey sobre ellos y será para todo el orbe un solo pastor… David, mi siervo, será un príncipe para siempre. Haré con todos ellos una alianza de paz que será un pacto eterno…”
Podemos seguir dando ejemplos de otras profecías mesiánicas que ratifican el rol de David, pero señalemos que esta ideología tuvo una profunda modificación en el siglo II AC. Es que entonces tomó contacto con otras ideas que el judaísmo iba desarrollando por la relación con otros pueblos. Así el mesianismo fue influido por las ideas apocalípticas, del Juicio Final, la resurrección, las ideas referentes a la pureza y la salvación y comenzaron a definirse con mayor claridad, dentro de un gran debate, las características de la inminente llegada del Reino de los Cielos. Pero siempre la convicción de que el Mesías sería un retoño de la estirpe de David continuó como un elemento fundamental. Y con ello la necesidad de glorificación del mismo no solo siguió presente sino que siguió acrecentándose. Y resumiendo para contestar la pregunta del título de este trabajo: seguramente David nunca mató a Goliat, pero evidentemente eso no tuvo ninguna importancia ni menoscaba la manera en que finalmente quedó en la historia.
*Cacho Lotersztain.
Ingeniero UBA, físico Univ Birmingham, Master en Historia Di Tella y dr en Ciencias Sociales IDES UNGD
Bibliografía
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