REFLEXIONES SOBRE LA REPÚBLICA Y EL PORVENIR por Guillermo Lascano Quintana*
Con-Texto | 16 agosto, 2022“Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determina su época” Stefan Zweig “El mundo de ayer. Memorias de un europeo”
Esta cita persigue recordar la fragilidad de nuestro conocimiento sobre lo que sucederá y la magnitud de los cambios que se avecinan o pronostican.
Acometeré los párrafos siguientes, a la antigua, sin ayuda de imágenes, por dos razones: una porque prefiero el discurso hablado, con la ayuda de la lectura y la otra porque temo confundir a la audiencia con la superposición de imágenes y palabras.
Abordaré, en esta ocasión, algunos de los temas que ya analicé en un libro que escribí y se publicó en 2005. (“La Argentina ¿Ilusión perdida o nuevo desafío?”, Editorial Lumiere). Todo ello desde la perspectiva del tiempo trascurrido y los cambios sucedidos, aquí y en el mundo.
Sobre el interrogante del título: hasta ahora parecemos una ilusión perdida y el nuevo desafío sigue en ciernes.
Y por eso la cita del ilustre novelista tomada del epígrafe inicial de la novela “Los últimos días en Berlín” de Paloma Sánchez-Guernica.
Parece, pero solo parece, que estamos transitando los inicios de una nueva época en nuestro país y tal vez en buena parte del globo terráqueo. Todo lo que se puede hacer son conjeturas y suposiciones.
El deterioro de la gestión gubernamental, en nuestro país, con sus pésimos resultados y las perspectivas probables, anuncian un cambio, pero el camino hasta él es arduo y el futuro complicado, no sólo por factores internos; también por el panorama internacional.
En lo interno por la fragilidad del gobierno que no se sabe con certeza quién lo ejerce y el desconcierto de la oposición, que en lugar de aclarar oscurece, con mensajes contradictorios entre fuerzas afines.
La guerra entre Rusia y Ucrania suma a su brutalidad, efectos desestabilizadores de orden económico, estratégico y político.
Como dije en la introducción a aquel trabajo “Dentro de la clave política se pone énfasis… en el régimen jurídico formalmente vigente, cuya norma, fundamental es la Constitución Nacional. Pero, además, porque las leyes en sentido amplio, esto es todas las normas jurídicas, son mandatos obligatorios, es decir órdenes que deben cumplirse y por ello, en ese sentido, se considera al derecho – disciplina que analiza las leyes- un técnica de gobierno. En nuestro régimen constitucional, el gobierno emplea las leyes para regular, modelar y sancionar las conductas de los gobernados. Con una nota diferencial, trascendente, respecto de otros regímenes, tanto pasados como presentes: los gobernantes también están sometidos a las obligaciones que imponen las normas jurídicas.”
En consecuencia el respeto, sin concesiones, a las leyes, es el fundamento del régimen político, social y económico de cualquier país. Lo que, lamentablemente no sucede en el nuestro.
Ha pasado mucho tiempo desde que escribí aquello, las circunstancias han cambiado –dramáticamente- , el futuro se presenta incierto y nuestro país ha continuado con la deriva impuesta, a mi juicio, por el gobierno instalado en 2003.
Veamos entonces cuanto de república tiene nuestra práctica política y si la vida cotidiana presenta las características que prevé la organización constitucional.
Lo primero que luce evidente es que la república democrática está gravemente cuestionada, a pesar de la invocación en contrario que hacen muchas entidades y algunos dirigentes. Y está cuestionada o ignorada no solo por los ciudadanos; también por corporaciones tales como sindicatos, organizaciones de empresarios y conglomerados sociales, que además, pretenden torcer por métodos ilegítimos, la vigencia del orden legal. Y también por los mismos gobernantes, lo que es mucho más grave e insólito
Estos conglomerados han proliferado y se comportan de un modo violatorio del artículo 22 de la Constitución que establece que el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes, es decir por las autoridades elegidas.
Las manifestaciones públicas en lugares comunes para todos los ciudadanos son una mala costumbre, que paraliza la actividad cotidiana y genera zozobra y descontrol. Están penalizadas, pero las autoridades, que les temen, no las impiden y tampoco se animan a disolverlas, porque, en algunos casos, cuentan con apoyo y conformidad de sectores poderosos.
Han aparecido, además algunas ideas sobre democracia directa que hay que considerar con cuidado porque encierran graves riesgos de desmadres y anarquía.
Esta cuestión se está debatiendo en tiempos recientes por la difusión prácticamente universal de Internet. Pero el tema tiene que ser analizado con cuidado, sin apresuramientos y teniendo en cuenta que la historia prueba que la práctica de la democracia directa es de difícil e inconveniente ejercicio en lo cotidiano de la labor legislativa, que exige mucho más que la ciega adhesión a una tarea de por si compleja. El referendum solo se justifica para temas puntuales donde la respuesta es el sí o el no.
En nuestra región, en América, además, se está presentando una realidad de pronóstico incierto: el acceso a los gobiernos de algunas naciones, de líderes que no provienen de sectores partidarios de las democracias republicanas y que amenazan trastocar la libertad como nervio motor del crecimiento, la paz y la prosperidad. Chile y en Colombia son ejemplos claros, pero hay algunos otros países con atisbos semejantes.
A ello se suman los casos de Cuba, Nicaragua y Venezuela en donde el sufragio se asemeja más que a una elección razonada y libre, a una imposición digitada. Ello sin considerar la violación sistemática y constante de las libertades.
Esta brevísima referencia al primero de los temas en tratamiento, la república, me da pie para ligarla con el rol de los partidos políticos que parecen haberse extinguido a la antigua usanza.
Algunos aún recordamos, seguramente, el papel de los partidos políticos tradicionales: radicales, conservadores, socialistas, comunistas y otros, como los justicialistas y los laboristas. Recordamos, también, su presencia y actuación en locales diseminados por todos los barrios de las capitales de la nación y las provincias y en muchos pueblos del interior, en los que se reunían los afiliados y simpatizantes de todas las edades, conversaban, se dictaban cursos y conferencias y había bibliotecas. Muchos de ellos tenían sedes importantes – algunas subsisten-, editaban periódicos y lo más trascendente, a mi juicio, era que generaban ideales, compromisos y propósitos entre los que militaban y también entre aquellos que solo simpatizaban. Y además formulaban planes de gobierno.
Hoy con, algunas excepciones, esas organizaciones, con tales cometidos y costumbres, han desaparecido y con ello la ligazón barrial o ciudadana que generaban y los compromisos de amistad, respeto y confianza que unían a simpatizantes y dirigentes.
Se prefieren las reuniones a puertas cerradas y una tendencia a la exhibición pública, por televisión y otros medios digitales, de individuos que pretenden ser candidatos, en general, sin aportar ideas y limitarse a criticar y exponer sobre abstracciones, con el único propósito de aprontarse para las elecciones, sin importar el tiempo que falte para su realización.
Hay, para ser justos, algunas excepciones, que no nombro para evitar omisiones involuntarias. Pero si señalo que se han constituido algunas organizaciones que estudian las cuestiones más trascendentes que asuelan a la nación y proponen cursos de acción para su gobernabilidad. Tienen inteligencia, experiencia y talento. Solo falta que difundan sus ideas y propuestas. Ello generará, descuento, la discusión pública de las propuestas que enriquecerán el pobre discurso político que ha caracterizado los últimos tiempos.
Tal vez la ausencia de partidos políticos se deba al acceso que tiene la ciudadanía a los medios audiovisuales, como la televisión y las redes sociales, que comunican de manera permanente y simultánea los acontecimientos que antes llegaban con retraso o exigían la presencia de quienes estuviesen interesados.
Sin embargo, tengo la sensación, de que no es lo mismo. La opinión pública, aún la interesada y parte de los espacios a los que me referí, se ve sometida a comentarios, opiniones, discusiones, que no dejan margen para la asimilación y reflexión y ello, además por la vía de aquellos medios, impide o dificulta el análisis con contrapartes.
Han proliferado, reemplazando a los partidos, en algunos casos, completamente, los “espacios”, que a veces asumen las formas de partidos y otras veces son simples agrupaciones sin estructuras, con liderazgos espontáneos y simpatizantes circunstanciales.
Estos espacios asumen formas y comportamientos diferentes y albergan, en algunos casos, partidos políticos a la vieja usanza y personalidades individuales que utilizan los medios audiovisuales señalados, de un modo abrumador.
A lo que se agrega que por la necesidad de prevalecer ante el público, muchos comentaristas confunden en vez de aclarar, dicen tonterías y obviedades, que, en general, son inconsistentes o innecesarias. Todos los involucrados, gobernantes, políticos, intelectuales, analistas, filósofos y simples comentaristas, tienen a su disposición y utilizan con entusiasmo, los medios audiovisuales, que en vez de aclarar, en muchas ocasiones, oscurecen.
Giovanni Sartori, hace ya varios años, alertó sobre ese fenómeno en palabras que no incluían algunas innovaciones más recientes, como el teléfono celular, señalando “que el video está transformando al hommo sapiens, producto de la cultura escrita, en un hommo videns, para lo cual la palabra está destronada, por la imagen”. (Hommo videns. “La sociedad teledirigida”. Editorial Taurus). La imagen es estática, dificulta o impide la reflexión y soslaya el análisis racional.
En palabras del ilustre profesor italiano la sociedad de estos tiempos está teledirigida. Esto quiere decir que el gran público, solo se entera de los acontecimientos, ideas y propuestas políticas, por vía de la televisión o el whatsapp, en un cúmulo de información que influye en su pensamiento casi sin elaboración.
Esto no es necesariamente disolvente del régimen republicano, pero el descrédito por el que atraviesa la república y la actividad política es no solo local, sino que se ha extendido sobre buena parte de las naciones del mundo
Pero además la violación de las leyes en que incurren muchos de los principales actores de la política, la actividad económica y la sindical y hasta jueces, funcionarios de jerarquía y fuerzas de seguridad, conforman una situación muy grave.
Pero volvamos a los partidos políticos.
Nuestro sistema electoral requiere, en teoría, la existencia de partidos políticos que elaboren propuestas capaces de aglutinar voluntades que superen lo puramente individual. Para ello, aún con la aparición y consolidación de los espacios y aglomeraciones, siguen siendo, a mi juicio, mecanismos útiles para recoger iniciativas o reclamos ciudadanos. Pero es menester que el régimen electoral funcione correctamente, para lo cual tiene que haber partidos políticos con planes y propuestas y leyes electorales que respondan a su cometido principal, que es difundir sus ideas y candidatos, que deberán surgir de métodos consentidos, de modo de representar, auténticamente, la voluntad de la ciudadanía, con las limitaciones que cualquier el sistema implica.
Por ello es tan trascendente que los partidos políticos recobren el papel que desempeñaron, para asegurar una democracia plena y moderna que contrarreste o mitigue la catarata de charlatanería que proviene del rol de la televisión y los medios audiovisuales. Debe señalarse que la falta de partidos políticos y su reemplazo por otras agrupaciones sin las características de aquellos, no es un fenómeno local. Se repite en varias otras naciones, lo que implica una extrema volatilidad en sus cometidos.
Hay, además, una cuestión singular por lo insólita: los diputados y senadores son personas casi desconocidas salvo un grupo relativamente pequeño que se destaca, principalmente, por su aparición en la radio, la televisión y los medios. (“hommo videns”) Muy pocos de ellos tienen reconocimientos distintos de su posicionamiento en la Cámaras, lo que es auspicioso, pero insuficiente para afirmar que representan a quienes los votaron o tienen la capacidad necesaria para ello. La interacción de los candidatos, en los partidos y con la gente, si bien es más dificultosa que la ofrecida por los medios señalados, es mucho más efectiva si lo que se busca es el compromiso ciudadano con los partidos políticos.
La ausencia de estructuras jurídicas en aquellos espacios, conspira contra la imprescindible unidad de criterios públicos y la necesidad de tener una voz que aglutine el mensaje del conglomerado que, muchas veces aparece “representado” por voces discordantes.
No es que sean negativas las voces discordantes en un partido político, pero hay momentos cruciales en los que el mensaje tiene que ser unívoco.
Todos ustedes recordarán que la última vez que fue elegida Angela Merkel, su partido, el Demócrata Cristiano, hizo un pacto escrito con otros partidos (Partido Verde y Socialista), con sus propuestas y distribuyeron los cargos ministeriales. Algo similar sucedió recientemente con la renovación sucedida en Alemania en la última elección de jefe de gobierno. Esto importa la certeza de que las propuestas electorales serán cumplidas.
En nuestra realidad desde hace ya muchos años, causando o acompañando la fragilidad de nuestro sistema político, los partidos, sus líderes y sus equipos, no han sabido o no han podido encauzar las sabias previsiones de la Constitución de 1853 y tampoco las resultantes de la reforma de 1994.
Pero regresemos al comienzo y hablemos de nuestra república, que todos sabemos que en latín es la cosa pública (res publica).
Todos los integrantes de este Instituto y de la Academia del que forma parte, conocen el sentido y la historia de la evolución de lo que hoy es la Nación Argentina, de modo que no abundaré en citas bibliográficas, pero señalaré lo que, a mi juicio, es significativo para nosotros, sus habitantes, en la actual dramática coyuntura de nuestra historia.
Herederos de un Imperio en donde no se ponía el sol, la parte de América que ocupamos nosotros, entre varias naciones hermanas, demoró varias décadas, desde su independencia, para dictarse una constitución y algunas más para consolidar la organización nacional.
Aún hoy se generan discusiones sobre el sistema federal que se instituyó en nuestro país y se proponen métodos para mejorarlo y aún modificarlo.
Hay, por supuesto, situaciones que merecen alguna reflexión y hasta eventuales modificaciones, como son la extensión de la provincia de Buenos Aires y el régimen de coparticipación de impuestos. Dos temas álgidos, que generan distorsiones y enfrentamientos. Pero dejaremos eso para quienes se han dedicado a analizar la cuestión y han hecho algunas propuestas (Esteban Bullrich, Enrique Morad, y Jorge Colina ”Una Buenos Aires para renovar el pacto de unión nacional”)
En el extenso período que va desde 1853 hasta hoy, han sido más y más intensos los tiempos en que la república funcionó renga o no funcionó en absoluto. Sobre todo en el estricto y pleno respeto de las formas y el fondo de la arquitectura y el contenido de los preceptos de la Constitución. Pero no me referiré a ello pues desde 1983, con las dificultades que hemos tenido en tan prologando período y con algunas situaciones rayanas en la ilegalidad, hemos logrado un respeto formal de sus preceptos.
Mención especial merece el funcionamiento del Poder Judicial, tanto federal, como provincial o local.
Son muchas las causas del descrédito de uno de los pilares, tal vez el más importante, de la república: el poder judicial. Tanto más grave y significativa por la pérdida de respeto hacia quienes tienen la noble y capital función de hacer cumplir el propósito esencial de la leyes, como se decía en la antigua Roma, siguiendo a Ulpiano, que es “honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere” lo que significa: vivir honestamente, no dañar a otro y dar a cada uno lo que le corresponde.
No abordaré este tópico, tan importante y trascendente, por dos motivos: el primero pues la sociedad toda parece haber advertido que sin jueces honestos y competentes no hay destino civilizado y porque es muy reciente la reforma del Consejo de la Magistratura, cuya existencia fuera avasallada por una ley inicua, finalmente declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia.
No es mi propósito, ni el sentido de esta reflexión, que hago ante ustedes, extenderme sobre la historia de nuestra nación. El presente y nuestro porvenir son suficientemente preocupantes para abordarlos sin dilación.
Lo que me intriga y sorprende a mí, a muchos extranjeros y a algunos conciudadanos, es que con los desaguisados que cometen los gobernantes, acompañados por muchas personas y entidades representativas de sectores o intereses, no estemos peor de lo que estamos.
Con un casi 40 % de pobres, y casi 10 % de indigentes (ello según los últimos informes difundidos) inseguridad creciente, educación declinante, inflación galopante, fronteras débiles, por citar solo algunos de los males que padecemos, deberíamos estar cercanos a una catástrofe. Pero no lo estamos o al menos no lo parece.
A ello se agrega un desmadre gubernamental y operativo en decisiones trascendentales sobre cuestiones políticas, económicas y estratégicas, pocas veces sufrido en nuestra historia reciente; pero como acabo de señalar el caos generalizado que se asoma no parece concretarse.
Para encontrar una razón de por qué no hemos estallado, permítanme una reflexión.
¿Qué subsiste de antiguas grandezas argentinas?
Tierra de promisión, que entre 1890 y 1920 acogió cerca de 6.000.000 millones de migrantes de casi todo el planeta, de los cuales se quedaron, para siempre, más de la mitad (Mauricio Rojas. “Argentina. Breve historia de un largo fracaso”). Aún después de ese aluvión y como consecuencia de guerras y hambrunas, en el mundo, siguieron viniendo muchos más. Hoy mismo viven, estudian y trabajan, en nuestro país, miles de venezolanos, colombianos, paraguayos, chilenos y peruanos, entre otras nacionalidades. Y los gobiernos se ocuparon y se ocupan de educarlos, primero en las escuelas y luego en las universidades y de brindarles hospitales gratuitos.
Sigue habiendo un clase media, disminuida pero no rendida, que ejerce el comercio, estudia en escuelas y universidades, trabaja en diversas profesiones, es industrial, chacarera o estanciera, propietaria de transportes de personas y animales, que produce alimentos, trabaja en o es dueña de pequeños comercios, se incorpora a las fuerzas policiales y militares, ejerce la medicina, la enfermería, la enseñanza y muchos de ellos las artes. Y esto se advierte en toda la geografía del país.
Existen instituciones religiosas que además de profesar sus creencias y cumplir con sus ritos, ayudan a los necesitados de alimento, ropa y alojamiento. Ello, además de otras entidades privadas que brindan similares ayudas. Los hospitales son públicos y gratuitos. Funcionan regular pero funcionan, como se vio durante la pandemia, sobre todo por el esfuerzo de médicos y enfermeros.
Tal vez omita algunos meritos, pero los señalados son suficientes para saber que no todo está perdido y que no nos dirigimos a la extinción como nación.
Deberíamos imitar a quienes idearon, promovieron y lucharon por esa Argentina que fue ejemplar en la educación de su pueblo, que impuso la democracia plena, tuvo una política exterior sensata y coherente, defendió su territorio con el servicio militar y estuvo en paz con sus vecinos.
La mediocridad que parece haberse adueñado de parte de la ciudadanía y que es ensalzada por algunos ignorantes e incompetentes, se contrapone con la calidad, internacionalmente reconocida, de algunas de nuestras universidades y centros de salud e investigación científica. Lo mismo pasa con los adelantos e innovaciones en maquinarias y otros rubros destinados a la producción agrícola y ganadera y a la cibernética. Algunos “unicornios” nacieron en nuestro país y se destacan en el mundo.
Es cierto que la educación, sobre todo la pública, ha disminuido en su calidad y que la formación de los docentes no tiene los parámetros de antaño, con el agravante de las dificultades que impuso, la pandemia. Pero sigue habiendo bolsones de estudio, investigación, difusión e intercambio con centros internacionales que compensan la declinación. Y la escuela sigue siendo el primer eslabón de la cadena de mejoramiento ciudadano.
Sin embargo la conversación cotidiana, las notas de los periódicos, muchas conferencias y cursos que se dictan diariamente e incontables ensayos, insisten en la declinación como destino ineluctable de lo que una vez fue grande y ejemplar.
No se crea que me conformo con la mediocridad y declinación que acabo de describir. Todo lo contrario.
Entonces, apelando a la infatigable voluntad de nuestros ciudadanos y al coraje de los fundadores y forjadores de la nación, debemos recobrar los atributos de entonces: convicciones políticas y sociales, compromiso y decisión de luchar hasta el último aliento para ofrecer esta tierra de promisión a todos los hombres del mundo.
Y para cumplir con ese cometido se hace imprescindible decir verdades que se han ocultado y proceder a desarmar el discurso basado en que la república democrática está en vías de extinción.
Abogo porque renazcan los espíritus que hicieron grande a nuestra patria. Me limito a señalar que la destrucción de su entramado humano, el combate a la excelencia y al esfuerzo, pueden cesar en cuanto recuperemos los valores de nuestra sociedad y desechemos, para siempre la dádiva, las consignas estériles, el reparto sin merito de responsabilidades gubernamentales y de favores, a los que nos han acostumbrado muchos políticos, gremialistas, empresarios y sus filibusteros.
Así como en los 90 se anunció el fin de la historia mundial que habíamos conocido, de enfrentamientos y hostilidades políticas y militares, hoy se anuncian convulsiones sociales, cambios de conductas y un futuro incierto. Especialmente se pone énfasis en la casi extinción de las clases medias, la explosión de las clases pobres, la concentración de la riqueza en pocas manos, una globalización centrada en las comunicaciones inmediatas.
Esta mirada merece algunas reflexiones finales en concordancia con lo hasta aquí expuesto.
Si analizamos la historia de las naciones, no hay período que no haya sido consecuencia de crisis, enfrentamientos raciales, religiosos, apetencias territoriales por razones económicas, militares y hasta por necesidades de subsistencia de los invasores. La paz perpetua no existe.
El mundo occidental, cuya historia conocemos desde hace varias centurias, que nació con las derrota de los invasores orientales, se consolidó con enormes pérdidas de vidas humanas y desde entonces generó increíbles adelantos pero también regresiones en términos de convivencia. Nada nuevo bajo el sol.
Los estudiosos de la historia y las ciencias sociales, que ahora pronostican lo que sucederá, lo hacen sobre conjeturas, muchas de ellas basadas en estadísticas, análisis económicos, comportamientos presentes o del pasado reciente, con opiniones respecto del comportamiento humano, lo que es imprevisible como lo prueba la experiencia.
La globalización, los descubrimientos científicos, los adelantos en materia espacial y cibernética suceden mientras una gran cantidad de seres humanos sufren guerras, aunque mucho menos que las ocurridas en toda la historia de la humanidad. Y desde la revolución industrial el hambre en el mundo decreció de manera sorprendente. Es cierto que hay nuevas formas de pobreza, pero también nuevos métodos de distribución de la riqueza, el trabajo, la medicina, los estudios y las comunicaciones.
No es razonable ni previsible que la República Argentina, que fue grande y ejemplar, esté destinada al fracaso y la desaparición. Hemos superado situaciones mucho más graves y dolorosas que las que estamos atravesando.
Y finalmente el futuro depende de nosotros. Porque en frase atribuida a Edmund Burke “lo único que es necesario para qué el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada”. Y los buenos, que somos más que los malos, estamos tomado conciencia de nuestras responsabilidades y actuando en consecuencia.
Hace pocos días, en ocasión de una conferencia que pronunció, el distinguido intelectual Oscar Muiño, mediante la virtualidad que brindó el Club del Progreso, a una pregunta sobre qué hacer para enfrentar el complicado presente político argentino, contestó que habría que repetir lo que hizo el Club cuando se fundó, esto es un acuerdo entre Mitre, Rosas y Urquiza, que significó el comienzo de una etapa que, con dificultades y enfrentamientos, inició un orden y crecimiento sin precedentes.
*El autor es abogado y miembro del Instituto de Filosofía Política e Historia de los Partidos Políticos de la Academia de Ciencias Morales y Políticas.