LA PARTICULAR INSERCION AGENTINA EN EL NARCOTRAFICO INTERNACIONAL por Jorge Ossona*
Con-Texto | 21 junio, 2022La Argentina ingresó en los grandes circuitos internacionales del narcotráfico hacia los 90 a raíz de la crisis de los grandes cárteles surgidos durante las dos décadas anteriores en México y Colombia. Esta cortocircuitó las vías hacia Europa desde el Caribe. La estrategia de los remanentes colombianos de Medellín, Cali y el Valle del Norte operó en dos pasos: primero, muchos se trasladaron a Perú que hasta su expansión había sido, junto con Bolivia, el principal productor de cocaína. Luego, ingresaron en la Argentina de manera de triangular desde aquí sus exportaciones hacia Europa.
Hasta entonces, la Argentina había sido lugar marginal en ese mercado por el hecho de carecer de condiciones ni climáticas y ni edafológicas para la producción de coca, de opio y cannabis. El consumo de estupefacientes en la Argentina fue el de un país standard desde sus orígenes a fines del siglo XIX. Si bien es cierto que creció desde los 60, lo hizo al ritmo de la masificación internacional. Su grado diferencial de integración social y baja densidad demográfica contribuyeron a esa impermeabilidad. Pero las cosas empezaron a cambiar desde fines de los 70 generando progresivamente condiciones novedosas que los carteles latinoamericanos habrían de explotar en su provecho.
La inexistencia de competidores de fuste les allano el camino. Luego, la Argentina contaba, pese a su distancia geográfica respecto de los grandes centros mundiales de otra ventaja adicional: no debían pagar los onerosos peajes exigidos por los tres grandes carteles que controlaban los puertos brasileños; particularmente los de Santos, Sao Paulo y Rio de Janeiro. La democratización comenzada en los 80 exhibió las insuficiencias de las cualidades integradoras del Estado para re formalizar a los millones de trabajadores procedentes de la reestructuración industrial y social en curso. La inflación y la deuda agravaron el cuadro económico inhibitorio de inversiones que sentaran las bases de un nuevo patrón de acumulación.
Es torno de esta última cuestión que la Argentina ofreció otra ventaja: un nutrido staff de profesionales expertos en técnicas de evasión fiscal; requerimiento crucial para la realización de sus portentosas ganancias. La globalización y la apertura económica de los 90 sentaron las bases de la modernización infraestructural de los puertos de Santa Fe y Buenos Aires; menos los grandes como el de Rosario y de la Capital Federal que los más de veinte pequeños en manos privadas. También, la actualización de rutas como la 8, 9 o 34 que comunica toda la región del Noroeste con el Litoral. Durante la segunda mitad de la década, se radico en el país Amado Carrillo Fuetes, “El Señor de los Cielos” del cartel mexicano de Juárez quien merced a brókeres financieros e inmobiliarios pudo blanquear sus activos diseñando un conglomerado que atravesaba Chile con nuestro país y el Uruguay.
Mientras tanto, los colombianos fueron organizando la salida de cocaína procedente de Bolivia y Perú. Las puertas de entrada fueron las ciudades salteñas de Aguas Blancas y Salvador Mazza. Su experticia los condujo a crear un primer centro de acopio en la ciudad de Orán luego de un dificultoso trayecto flanqueado por las fuerzas de la Gendarmería. Los convoyes de “cargachos” procedentes del Perú profundo eran sucedidos por “bagayeros” bolivianos que cruzaban la fronteras con cargas de hasta 80 kg en los que la “pasta base” se ocultaba con textiles, indumentaria y productos plásticos. Sorteado el paso Aguaray y mediante un nuevo contingente de “muleros” toda esa sustancia, no del todo procesada, por fin se concentraba en Orán. Progresivamente, los traficantes fueron trasladando allí segmentos de sus clientelas.
Terminaba así primer circuito. En el segundo, otros transportistas conducían a la “pasta base” hacia el siguiente núcleo de acopio: Santiago del Estero. Confluía allí con cocaína refinada de calidad premium elaborada en los grandes laboratorios de Santa Cruz de la Sierra arrojadas por pilotos bolivianos en pistas clandestinas extendidas en todas las provincias del Noroeste. Establecieron desde allí un tercer tramo logístico dividido en dos circuitos: uno interno que se dirigía hacia los grandes conurbanos de Córdoba, Mendoza y Buenos Aires y otro uno internacional hasta los puertos santafesinos y bonaerenses. No les costó demasiado cooptar la aquiescencia de efectivos de las policías provinciales y extenderla a la justicia y la política locales.
Con los años, los barras bravas de Newll’s y Rosario Central aportaron “soldaditos” y “vigías” que cobran respectivamente 53 y 36 dólares. Pero los oficiales venales de la policía santafesina les impusieron otra condición: el pago de sus servicios “en especie” que luego se revendía a distintos mayoristas confluyentes en Rosario. Para tener una idea del valor que la logística le otorga a la sustancia, un kilo de cocaína cuesta a la entrada del país mil doscientos dólares; a la salida, cinco mil. Ya en Europa, hasta veinticinco mil. Ya en los 2000, las operaciones de blanqueo cobraron forma y volumen. No por nada se radicaron aquí la esposa e hijos de Pablo Escobar, un hijo de Miguel Rodríguez Orejuela y jefes secundarios entre quienes se destacó Henry López Londoño, “Mi Sangre”.
Los mexicanos no le fueron a la saga: ni bien las autoridades de su país prohibieron la importación de efedrina, precursor químico indispensable para el procesamiento del opio en metanfetamina, no tuvieron demasiadas dificultades en hacerlo desde aquí. Incluso radicaron plantas para la producción de la “pastilla rosada” para su comercialización aquí o su contrabando a su país, Estados Unidos o Europa. El asesinato de tres empresarios locales vinculadas a la industria farmacológica en Gral. Rodríguez en 2008 revelo un conflicto entre mafias argentinas por la provisión de efedrina a los mexicanos. Poco después, fue detenido en una quinta de Ingeniero Maschwitz uno de los lugartenientes de Joaquín “El Chapo” Guzmán del Cartel de Sinaloa en donde había radicado una planta productora de metanfetaminas: Mario Segovia, apodado “El Rey” de la efedrina.
Hasta aquí el lugar del país en los circuitos internacionales. Pero como ocurre siempre que el narco se radica extiende requiere de una plataforma local. Desde mediados de los 2000 hasta la actualidad esta se extendió de una manera vertiginosa. El consumo interno experimento tres grandes momentos: entre mediados de la década hasta principios de la siguiente, y desde entonces hasta la pandemia de Covid 19. Según la Oficina de Naciones Unidas contra el Delito y la Droga (UNODOCT) ya hacia 2015, la Argentina era junto con España líder mundial del consumo de cocaína elaborada de la pasta base en “cocinas”; aunque en el orden local predomine el consumo de la marihuana. Tras la restricción, el episodio de Puerta 8 en febrero de este año revela otro fenómeno ya en marcha desde hace años: el estiramiento de esa sustancia con opioides más baratos de efectos análogos.
Llegados a este punto cabe preguntarse sobre la anatomía y la fisiología interna del narcotráfico y la evaluación de su influencia tanto en la economía como en la política y la sociedad. La UNODOCT formula a tales efectos un modelo analítico referencial de su recorrido: una etapa “predatoria” seguida de otra “parasitaria” que culmina con una “simbiótica”. Durante la primera, coopta figuras institucionales intermedias como policías, jueces distritales y referentes barriales; pero carece de arraigo cultural suscitando rechazo social y la percepción de los adictos como enfermos. Ya en la segunda, se consolida territorialmente configurando bandas mayoristas y minoristas llenando los vacíos dejados por un Estado ausente o venal. La cooptación ya alcanza a altos jefes policiales y de seguridad, jueces federales, intendentes, gobernadores y legisladores provinciales y nacionales. Al compás de esta etapa, se afianza una “cultura de la marginalidad” con sus símbolos estéticos y hasta religiosos. Por último, en la fase simbiótica el negocio se consolida como una pieza crucial del desarrollo económico de país, la política depende de sus prebendas, se afianzan las estructuras de lavado y el Estado deviene en “fallido”.
A primera vista, la Argentina parece ubicarse en alguna zona intermedia de cada una de estas etapas. Asimismo, también es posible concluir sobre sus caracteres internos: a diferencia de los internacionales no reviste un sesgo piramidal sino otro horizontal, descentralizado y fragmentado en las citadas etapas logísticas desde el Noroeste a las que se les deben sumar la ruta del Nordeste procedente de Paraguay y Brasil. El narco local sería lo más parecido a una cadena con de eslabones locales. Una cierta cartelización podría registrarse en el comercio mayorista en torno de los grandes conurbanos como lo prueban dentro de las nutridas colectividades peruanas, bolivianas y paraguayas bandas como las de las villas del sur de la CABA y algunos puntos del GBA como La Matanza, Lomas de Zamora, Florencio Varela.
¿Sera posible torcer esta tendencia y evitar que devenga en designio? Sin dudas que sí; aunque en tanto nuestra política democrática se coloque a la altura de las circunstancias mediante la firme decisión de afianzar el sistema republicano de gobierno, un capitalismo moderno y competitivo a escala global; y la restitución de un tejido social que a lo largo del último medio siglo no ha hecho más que disgregarse como lo verifican los niveles de pobreza social y de informalidad económica que abarcan casi a la mitad de nuestra población.
* Club Político Argentino/ PR