EL ABRAZO por Boaventura de Sousa Santos*
Con-Texto | 2 octubre, 2021Lo que sentí no tiene descripción posible. Fue un acto incondicional, una presencia demasiado intensa para ser objeto de planificación o representación. Sentir mis manos deslizarse y apretar otro cuerpo contra el mío resultaba tan familiar como extraño. El placer de otro cuerpo contra el mío era más que erótico. Era la verdad carnal de la existencia, una prueba de ser. Luego vino el miedo, pero ¿era miedo o castigo por el placer? ¿Fue un acto irreflexivo e innecesariamente arriesgado? ¿Era necesario volver a entrenar los sentidos y reaprender a lidiar con las emociones del contacto físico y la comodidad desafiante que deriva de ellas? ¿Acaso había estado sujeto a una privación prolongada del tacto y del tacto de otros seres vivos distintos de los estrictamente familiares, entre humanos, gatos y perros? ¿Por qué no se me ocurrió durante la larga privación pandémica abrazar árboles, como hacen muchos ecologistas para sentir la energía de estos maravillosos seres vivos que conectan tan naturalmente las profundidades de la tierra y la altura del cielo, algo tan difícil para los humanos educados en la cultura occidental? ¿Por qué abrazar los árboles (y hay muchos en mi pueblo), que podía abrazar sin miedo de que me transmitieran el coronavirus, no me proporcionaría la misma emoción indescriptible que me invadió al abrazar y sentir el cálido cuerpo de un ser humano amigo? ¿Por qué esta verdad carnal de la vibración incontenible de un abrazo escapa a la reflexión y solo invade la conciencia como una sorpresa en forma de una avalancha suelta e «irracional», de modo menos predecible que un tsunami o un terremoto? Teniendo en cuenta que en determinadas culturas hay quienes no pueden ser tocados, ya sea porque son demasiado superiores o demasiado inferiores, ¿cómo funcionará la vibración de los cuerpos sin tacto?
Esta verdad carnal de los cuerpos y las relaciones humanas es el día a día de todos los seres humanos que no hacen del cuerpo (propio o ajeno) y de las relaciones humanas un instrumento de diagnóstico científico, un objeto de lucro o un motivo de especulación filosófica, pero rara vez ocurre o se impone a intelectuales y filósofos. Cuando esto ocurre, lo que es muy raro, los convierte en seres muy especiales. Recuerdo a Michel de Montaigne quien, en sus Ensayos, fechados en torno a 1570, escribe sobre lo que verdaderamente conoce, su cuerpo y las sorpresas y contradicciones de las relaciones humanas. Por ello dedica un ensayo al arte de la conversación y la confrontación oral en el que habla del placer de comer ostras, a pesar de sufrir los cólicos que pueden provocar.
Aunque el caso más notable es el de Albert Camus y su incesante lucha contra las ideas abstractas, a las que contrapone la verdad carnal de la muerte y el sufrimiento concretos. En una sesión en la Universidad de Estocolmo, con motivo de la entrega del Premio Nobel de Literatura de 1957, cuando un activista islámico le preguntó agresivamente por la independencia de Argelia y la cuestión de la violencia, Camus respondió: “Siempre he condenado el terrorismo. Debo condenar también un terrorismo que opera de forma ciega en las calles de Argel, y que cualquier día puede golpear a mi madre o a mi familia. Creo en la justicia, pero defenderé a mi madre antes que a la justicia”. Su madre valía más para él que cualquier idea abstracta.
El abrazo y la cultura
La verdad carnal del abrazo después de tanto desuso y la emoción con la que me estremeció me hizo reflexionar sobre el abrazo. Desde siempre, los poetas han contemplado las ambigüedades del abrazo. Florbela Espanca canta, en uno de sus sonetos, al “lánguido y dulce” abrazo de “Doña Muerte”. Pablo Neruda le dedica un poema de amor: “En tu abrazo yo abrazo lo que existe, / la arena, el tiempo, el árbol de la lluvia, / y todo vive para que yo viva: / sin ir tan lejos puedo verlo todo: / veo en tu vida todo lo viviente”. António Ramos Rosa se niega a posponerlo, y al amor: “No puedo aplazar este abrazo / que es un arma de dos filos / amor y odio”. Ana Luísa Amaral canta a la nostalgia rupestre del “abrazo fresco y doloroso”. Shakespeare ya había demostrado que un derrotado Enrique VI no tenía más remedio que «abrazar la amarga desgracia». Por su parte, el gran poeta, matemático, astrónomo y filósofo persa del siglo XI, Omar Khayyam, se atrevió a preguntarse por el maternal y último abrazo que todo apacigua. Muchos siglos después, el gran poeta turco, Nâzim Hakmet, cantaría al deseo de su pueblo –“honesto, trabajador, valiente, medio saciado, medio hambriento, medio esclavo…”– de abrazar todo lo que era “moderno, bello y bueno”.
Entretanto, descubrí que psicólogos, etólogos, antropólogos y estudiosos de la cultura han dedicado largas páginas al estudio de un fenómeno tan simple, tan común entre los humanos como entre los animales, pero con tantas variaciones y significados tan diferentes. El término proviene del latín, bracchia collo circumdare, poner los brazos alrededor del cuello de alguien. Es un acto que transmite afabilidad, simpatía, ausencia de hostilidad, un gesto que entre humanos puede darse tanto al inicio de un encuentro como en la despedida. Los animales también se abrazan, pero, a diferencia de los humanos, se abrazan de frente y por la espalda y, al menos los animales domésticos, no parecen abrazarse nunca en el momento de despedirse.
La fenomenología del abrazo es muy compleja y ha sido objeto de estudio exhaustivo: los movimientos de aproximación, las expresiones corporales, la fijación de la mirada, la duración, la mayor o menor presión de los cuerpos apretados en el abrazo, el contacto o no de zonas tabú en el encuentro de cuerpos de diferente sexo, el tacto en la cabeza o la cara, el alcance del deslizamiento de las manos sobre la espalda o los hombros de la persona abrazada sin incomodarla. El contacto corporal es fundamental para los recién nacidos y el abrazo de la madre se identifica rápidamente con sentimientos de alegría, comodidad y confianza, que luego se reproducen cuando abrazan muñecas o juguetes. Por otro lado, existe una rama del conocimiento, la proxémica, dedicada a estudiar la distancia relativa que personas de diferentes culturas o con diferentes características psicológicas consideran necesario mantener entre sí y otra persona, en una interacción normal, sin sentirse incómodas. Por ejemplo, las personas extrovertidas requieren menos distancia que las introvertidas o con trastornos psicológicos. La distancia entre los cuerpos en el abrazo se considera la zona íntima, entre 0 y 15 cm. Hoy en día, se considera que esta distancia está relacionada con la genética, el medio ambiente, las prácticas culturales, los roles sociales, la infancia, la religión. En el mundo occidental (especialmente anglosajón), los hombres tienden a preferir el apretón de manos al abrazo, mientras que las mujeres prefieren el abrazo entre ellas. Todo esto me parece fascinante, aunque no me diga nada sobre lo que sentí cuando abracé al visitante bienvenido y a quien extrañé tanto. Tampoco me explica por qué, en ese preciso momento, un simple apretón de manos (sobre todo si va seguido de desinfección), lejos de ser un acto afectivo, significaría distancia, malestar e incluso hostilidad. La ciencia del abrazo no enseña a abrazar, ni es ese su propósito. Pero no deja de ser interesante conocer los diferentes significados culturales que puede tener un acto tan común. Después de todo, el abrazo solo dejó de ser ordinario cuando la pandemia lo volvió problemático, y fue entonces cuando, ante su pérdida, comenzamos a apreciarlo verdaderamente.
El significado del abrazo está inscrito en muchas culturas. En la Biblia, es mediante el abrazo que Esaú y Jacob se reconcilian: “Entonces Esaú corrió a su encuentro, lo abrazó, se lanzó sobre su cuello y lo besó; y lloraron”. Se sabe que los pueblos latinos y africanos tienen una mayor necesidad o disponibilidad para abrazarse y de hacerlo de manera más efusiva, aunque en los países africanos de cultura islámica los abrazos solo se dan entre humanos del mismo sexo. La duración del abrazo siempre está vinculada con la intensidad de la emoción, que puede estar relacionada con felicitaciones o condolencias. Mientras que en Rusia, Francia y ciertas regiones de Europa del Este es común el abrazo entre hombres seguido de beso en la mejilla, esto no sucede en otros países. Y en tanto que en el sur de Europa el abrazo es un saludo común, en el norte de Europa el saludo común es un apretón de manos. En las diferentes culturas islámicas, el contacto corporal entre hombres y mujeres en el espacio público es más raro, la distancia en la interacción tiende a ser mayor e incluso los abrazos pueden estar prohibidos.
La población blanca de Estados Unidos es tan poco propensa a abrazarse, al menos en público, que Kevin Zaborney propuso en 1989 que el 21 de enero se hiciera el Día Nacional del Abrazo para desarrollar sentimientos de confianza y seguridad entre familiares y amigos. No es de sorprender que los sesenta millones de latinos que viven en Estados Unidos, que tan felizmente muestran su diferencia con la población blanca abrazándose profusamente entre sí, hayan sufrido tanta privación psicológica durante la pandemia. Según algunos informes, la propagación de la infección entre los latinos estuvo relacionada, entre muchos otros factores, con los abrazos y la proximidad corporal, tan arraigados en la cultura que no se podía prescindir de ellos, a pesar de los riesgos.
El abrazo y salud
Ahora se conocen los beneficios del abrazo para la salud. Mencioné anteriormente que Kevin Zaborney propuso el Día Nacional del Abrazo para mejorar la comunicación humana y reducir los niveles de estrés y hostilidad. Curiosamente, Brasil también celebra el Día Anual del Abrazo, pero el 22 de mayo, y no es porque falten abrazos en las relaciones entre los brasileños y las brasileñas. Es solo para celebrar la magia del contacto corporal de la amistad y del afecto y del apoyo mutuo, tan necesarios en la actualidad. Los efectos físicos más conocidos del abrazo son la producción de oxitocina, considerada la hormona del amor por su papel en la disminución de la ansiedad, la mejora del estado de ánimo y el aumento de la afectividad. También disminuye la agresión humana masculina, haciéndola más amable, generosa y social. El abrazo reduce la presión arterial y, según algunos expertos, aumenta la inmunidad del cuerpo, lo que no deja de ser irónico e incluso cruel en tiempos de pandemia: cuanto más necesitamos abrazarnos, más peligroso se vuelve por la posibilidad de contagio. El ser humano en pleno laberinto de su potencia y limitación. La inconformidad prometeica con tal contradicción llevó a la ingeniería del abrazo a nosotros mismos como si fuéramos otra persona. Me refiero al invento de Sense-Roid, el maniquí cubierto de sensores táctiles, un traje táctil con motores de vibración y músculos artificiales que recrean la sensación de un abrazo. Sense-Roid fue creado por la Universidad de Electrocomunicaciones de Japón y se puede comprar en Amazon. A primera vista, parece que estamos al borde de la distopía poshumana. Pero, al fin y al cabo, ¿la extrañeza que nos provoca será diferente a la que provocaron al inicio de su comercialización los vibradores sexuales, considerados hoy en día un accesorio común? Frente a este arreglo tecnológico, que convierte al solitario en un espejo perverso de lo solidario, el hábito de abrazarse para sentirse más apoyado, más íntimo y más cariñoso parece crecer entre los jóvenes. En tiempos de pandemia, tal vez corran riesgos, pero ¿el mayor riesgo no será vivir como se muere? Solo.
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.