PAPÚA OCCIDENTAL: VIOLAR A LAS MUJERES PARA VIOLAR LA TIERRA por Julie Wark* y Daniel Raventós*
Con-Texto | 11 abril, 2021
Papúa Occidental es descrita a menudo como “remota”, una palabra multiusos que transmite dos significados: un lugar prístino para vacaciones exóticas y un lugar demasiado lejano como para que a la mayoría de la gente le importe. The Jakarta Post da como primera razón para visitar este lugar maravilloso “Bucear con amigables tiburones ballena”. El número 8 de la lista es contemplar a los simpáticos nativos, incluyendo para los aspirantes a grandes exploradores, obviamente, “algunos que nunca han sido contactados”. Es exótico pero seguro, o eso sugiere el punto número 9, según el cual se puede nadar entre “miles de medusas sin aguijón”. Por desgracia, los militares indonesios no son tan inocuos como las criaturas acuáticas. Para confirmarlo, basta con leer el informe de la Yale Law School titulado “Violación Indonesia a los Derechos Humanos en Papúa Occidental: Aplicación de la Ley de Genocidio a la Historia del Control Indonesio”. Este genocidio continúa hoy en día, en gran medida porque la “comunidad internacional” y sus medios de comunicación, como las medusas, no tienen aguijón. The Guardian, por ejemplo, culpa a hurtadillas a los papúes occidentales de su sufrimiento: una “campaña secesionista ha tenido lugar durante décadas”.
El hecho de que los lugares remotos dicten sus propias leyes, o al menos los hombres musculosos que los dirigen, tiene un gran atractivo para gente como Elon Musk, a quien le gusta hacer lo suyo sin mucho escrutinio. Y para regímenes como el de Indonesia, es útil tener una celebridad multimillonaria con un proyecto extraño para dar un poco de brillo de celebrity a su barbarie militarizada, o para distraer de ella. El pasado mes de diciembre, el presidente indonesio Joko Widodo ofreció a Musk parte de la isla de Biak (con una población de al menos 140.000 habitantes) para que jugara con su proyecto SpaceX (estropeando así los cotos de caza tradicionales que serán devastados por el proceso de despegue de 12.000 satélites, si es que realmente consigue que los lanzamientos funcionen).
Pero, ¿cómo consiguió Indonesia la tierra de Papúa Occidental para cederla tan insensiblemente? En pocas palabras, la fraudulenta "Ley de Libre Elección" de 1969, supervisada por la ONU, dio a Indonesia (o a sus militares, para ser precisos) acceso incontrolado a los vastos recursos naturales de Papúa Occidental. Y como una parte importante del presupuesto militar proviene del control de las industrias extractivas, estos hombres se dedican a profanar y asolar la tierra y, por supuesto, a su gente. Se calcula que al menos medio millón de papúes occidentales han sido asesinados, pero no se trata tanto de “secesionismo” (léase derecho a la autodeterminación) como de tomar y acaparar tierras, manteniendo así el poder y la riqueza de los militares. Víctimas de tales acciones, los habitants de Papúa Occidental dependen de sus cada vez más escasas tierras para su supervivencia económica, social y cultural.
Un aspecto poco conocido del genocidio en Papúa Occidental es que la violencia sexualizada juega un rol importante en la violencia general que está expulsando a la gente de su tierra. Y esto encaja en un patrón global (por lo tanto, no un patrón remoto) de violaciones en tiempos de guerra. Un pene es un arma de guerra biológica fácilmente transportable, por lo que en las últimas décadas se han registrado violaciones de guerra sistemáticas en los Balcanes, Bangladesh, Ruanda, Uganda, Myanmar, Timor Oriental, Congo, Sierra Leona, Liberia, Kosovo, Darfur, Papúa Occidental y otros lugares. Se trata de una estrategia que socava la dignidad y la moral de la población víctima destruyendo, a largo plazo, el tejido básico de la sociedad. También es un instrumento sádico de tortura cuando se obliga a los hombres a ver cómo violan a sus propias esposas e hijas, una forma de burlarse de la masculinidad de los hombres que no pueden proteger a sus esposas.
Es difícil obtener información sobre lo que ocurre en Papúa Occidental, ya que el acceso está prohibido a periodistas e investigadores independientes. Si entran en el país, los funcionarios vigilan todos sus movimientos, y la gente teme por su vida si habla con los extranjeros. Sin embargo, los esfuerzos realizados han permitido reconstruir un esbozo de la situación que, en 1999, llevó al Relator Especial de la ONU sobre la Violencia contra las Mujeres a concluir que las fuerzas de seguridad indonesias utilizaban la violación “como instrumento de tortura e intimidación”. Más recientemente, al menos un estudio ha documentado un “sadismo sexual cruelmente creativo (perpetrado contra los genitales de hombres y mujeres, y a veces con asistentes obligadas a mirar)”. ¿Qué es el sadismo sexual “creativo”? Por poner un ejemplo, un informante “fue testigo de cómo se cortaban los penes a varios hombres de su pueblo. Otro informante vio cómo le cortaban la vagina a una mujer y hacían que su marido se la comiera”. Este terror aparentemente aleatorio se convierte en un terror total porque cualquier mujer puede ser víctima, por lo que los indígenas huyen de su tierra. Entonces los militares la reclaman, provocando en el proceso una catástrofe social y medioambiental.
Pero el terror no es, en realidad, aleatorio. Es deliberado. La relación entre las industrias extractivas y la violencia sexual queda patente en los informes sobre la violación sistemática de mujeres en los alrededores de Grasberg, donde se encuentra la mayor mina de oro y la segunda mayor mina de cobre del mundo (mina de la tristemente célebre Freeport-McMoRan) la cual, desde hace treinta años, vierte en el sistema fluvial del Ajkwa millones de toneladas de residuos metales pesados generados en la mina, y también destruye los bosques de tierras bajas y manglares antes de enturbiar el mar de Arafura. El ejército y las fuerzas policiales recurren a la violación para torturar a las mujeres cuando las interrogan sobre el paradero de sus maridos, sospechosos de ser miembros o partidarios del Movimiento Papúa Libre (OPM). Un testigo describe el horror que perdura en la memoria de la gente, aterrorizando a poblaciones enteras durante generaciones.
“Una niña de 12 años de Amungme fue víctima de continuos actos de violencia sexual. (…) [Una] patrulla llegó a la casa de esta niña, donde vivía con su hermano mayor y sus padres. Cuando los soldados vieron a la víctima, la invitaron a ir a su puesto. Como ella se negó, uno de ellos… la violó delante de sus padres. Los soldados se turnaron para violar a la víctima. Como resultado de las violaciones, quedó embarazada y dio a luz a un niño. Después de un cambio de tropas en la aldea, esta chica volvió a ser objeto de violación, y esto continuó durante cinco cambios de tropas. Al final, esta víctima tuvo cinco hijos”
Si el pene se usa como arma en Papúa Occidental, también lo hacen los cuerpos de las mujeres. Según Survival International, las tasas de infección por VIH en la “remota” Papúa Occidental son quince veces más altas que la media nacional, y aún más altas en los alrededores de la mina de Grasberg. “Algunos papúes creen que los militares llevan deliberadamente prostitutas infectadas con el virus a las zonas tribales. Se sabe que los soldados ofrecen alcohol y trabajadoras sexuales a los líderes tribales para acceder a sus tierras y a sus recursos”.
En general, el régimen indonesio consigue encubrir sus atrocidades, pero el modus operandi de esta violencia sexual sistemática en Papúa Occidental puede deducirse de otros casos. En Bosnia y Herzegovina, las violaciones de guerra a las mujeres musulmanas y croatas eran una política oficial. Eran violaciones bajo control. “También lo es la violación hasta la muerte, la violación como masacre, la violación para matar y hacer que las víctimas deseen estar muertas. Es la violación como instrumento de exilio forzoso, la violación para que dejes tu casa y no quieras volver nunca. También es violación para ser visto y oído por otros: la violación como espectáculo. Es la violación de la xenofobia liberada por la misoginia y desatada por el mando oficial”. También son violaciones con un plan de futuro: fecundar a niñas y mujeres musulmanas y croatas, supuestamente para construir el Estado serbio con bebés (hijos) “serbios” que se “infiltrarían” en el grupo de la madre. Los niños también se convirtieron pues en vícimas cuando eran rechazadas o estigmatizadas por los grupos sociales de su madre. En este crimen de procreación injusta y arbitraria, se utiliza a los niños para envenenar a las comunidades, recordándoles a todos sus horribles orígenes.
Una violación de esta envergadura socava toda la ética del grupo. Las víctimas, maltratadas por su identidad, sienten repulsión por ello y no quieren vivir con el estigma. En el contexto colonial, la violación se convierte en genocidio cuando se ataca a una mujer nativa por serlo. En su estudio sobre la violencia sexual, Andrea Smith escribe que “todas las supervivientes nativas a las que he asesorado me dijeron en algún momento: 'Ojalá dejara de ser india'”. De forma más generalizada, la violación se utilizó para inculcar un sistema patriarcal en las culturas indias. “Para colonizar a un pueblo cuya sociedad no era jerárquica, los colonizadores deben primero naturalizar la jerarquía mediante la institución del patriarcado. La violencia de género patriarcal es el proceso por el que los colonizadores inscriben la jerarquía y la dominación en los cuerpos de los colonizados”. Los hombres atacan al “sexo débil” y, en cierta medida, saben que deben destruir el poder de las mujeres en la comunidad. Escribiendo sobre Darfur, Sarah Clark Miller observa: “La abominable eficacia de la violación genocida corrompe el papel de las mujeres como cuidadoras en las relaciones personales, como transmisoras de prácticas culturales y sustentadoras de significados, utilizando estos roles típicamente de apoyo contra la propia comunidad”.
Recogiendo los retazos de información disponible, se ve que estos son los tipos de efectos que la violación sistemática está teniendo en Papúa Occidental. Una encuesta reveló que cuatro de cada diez mujeres habían sido víctimas de la violencia estatal indonesia. Y, dado que ningún tipo de violencia existe por sí solo, no es casualidad que la violencia por violación se produzca en regiones con industrias extractivas “estratégicas” como la minería, como la plantación de palma aceitera, de madera de aloe y el sector de la pesca. La violencia sexual y la violencia contra la Tierra están íntimamente relacionadas.
En el campeonato del Antropoceno, Indonesia ha conseguido, por medios brutales, dos primeras posiciones: Indonesia es la mayor mina de oro del mundo y el mayor productor de aceite de palma. Otra probable primera posición sería para “por los medios más brutales”. Sin dejarse intimidar por las advertencias sobre la crisis climática, Indonesia sigue adelante con sus megaproyectos, incluido el de construir una autopista trans-Papua de 2700 millas, un sistema de carreteras que atravesará regiones densamente boscosas y montañosas, incluido el Parque Nacional de Lorenz, Patrimonio de la Humanidad, en busca de un mejor acceso a recursos minerales, combustibles fósiles, madera y tierras para implementar vastas plantaciones de aceite de palma. Esto supone, por supuesto, pérdida de biodiversidad, así como pérdida y fragmentación de los bosques y aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Una hectárea de bosque tropical de turba puede producir 6.000 toneladas métricas de dióxido de carbono cuando se convierte en una plantación. Los incendios en bosques tropicales de turba en Indonesia causan la mayor parte de la bruma irrespirable que ha asfixiado a gran parte del sudeste asiático en los últimos años, hasta el punto de que se estima que estos incendios causaron hasta 100.000 muertes prematuras solo en 2015.
Las mujeres son violadas en Papúa Occidental para que los militares puedan mantenerse en el poder violando la tierra, violentándola y asolando todo el planeta. Hace mucho tiempo, el antropólogo Franz Boas (cuyo doctorado en la Universidad de Kiel fue anulado por los nazis y cuyos libros fueron quemados) insistió en que, en la indiscutible unidad de la humanidad, no hay una jerarquía de “razas” (noción que aborrecía), lenguas y culturas, sino sólo una multitud de pueblos; que ninguna cultura tiene una pretensión natural de superioridad. La palabra “remoto” encubre mucho contenido y crea un “nosotros” superior y un “ellos” explotable. Mientras tanto, Occidente, en su superioridad, parlotea sobre los derechos humanos universales mientras ignora alegremente la extinción de formas de vida mucho más compatibles con la convivencia en este planeta. El Banco Mundial califica las grandes infraestructuras de “instrumento importante” para el progreso. En Papúa Occidental, el instrumento importante de la violación ha llegado a representar el tipo de progreso más perverso. Y a casi nadie (excepto a los violadores) le importa un carajo.
11/04/2021
*Daniel Raventós es editor de Sin Permiso. Su último libro es "Renta Básica: ¿Por qué y para qué?” (Ed. Catarata, 2021)
**Julie Wark es autora del “Manifiesto de derechos humanos” (Barataria, 2011) y miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso. En enero de 2018 se publicó su último libro, “Against Charity” (Counterpunch, 2018), en colaboración con Daniel Raventós, recientemente editado en castellano (Icaria) y catalán (Arcadia).