ORIENTE SUPO MUCHO ANTES QUE CCIDENTE QUE LA CONCIENCIA DE UNIDAD NO TIENE FRONTERAS (primera parte) por Albino Gómez *
Con-Texto | 16 agosto, 2020La inevitabilidad de los “opuestos”
Siguiendo desde hace unos cuantos años, el pensamiento de Ken Wilber, una de las mayores autoridades mundiales en el estudio de la conciencia y sus derivaciones, nos preguntamos por qué la vida se presentaba como una serie de opuestos. Y todo lo que valorábamos eran elementos de un par de opuestos, y en ello se basaban todos los deseos.
En tal sentido, creí necesario transcribir casi literalmente sus reflexiones para no desvirtuarlo, porque para él, todas las dimensiones espaciales y direccionales eran, y siguen siendo opuestas, por ejemplo: arriba y abajo se oponen; como dentro y fuera; alto y bajo; corto y largo; norte y sur; grande y pequeño; aquí y allá; cima y fondo; derecha e izquierda. Y también todas las cosas que consideramos serias e importantes constituyen pares de opuestos: bien y mal; vida y muerte; placer y dolor; Dios y Satán; libertad y servidumbre. Pero también nuestros valores sociales y estéticos son siempre algo que se da en función de opuestos, como el éxito y fracaso; bello y feo; riqueza y pobreza; guerra y paz; fuerte y débil; inteligente y estúpido. Incluso, nuestras abstracciones supremas se fundan en oposiciones. Así las cosas, la lógica se ocupa de lo verdadero y lo falso; la epistemología, de la apariencia y de la realidad ; la ontología, del ser y el no ser. Lo que le hacía parecer al pensador que seguimos, que nuestro mundo es una impresionante colección de opuestos. Antes de continuar, me sirvió de entrada porqué yo no podía entender como un gobierno realmente democrático, era incapaz de aceptar de buen grado la existencia de una oposición que considerara muchas de sus justas disidencias republicanas, defendiendo el orden constitucional y la división de los poderes del Estado, como una suerte de subversión antipatriótica, cuando cualquier poder que no sea oportunamente contrapesado sufriría una disolución interna mucho más dramática que la exposición a la negatividad externa. Sin advertir que el error de todo poder y de toda parte de un sistema, fuese concebirse solo a sí mismo como necesario. Porque en todo sistema metafísico, vital o político, los contrarios configuran en forma secreta una unidad y comparten un rol,que es la preservacion y fortificación del sistema mismo .Por eso todas las dictaduras terminan por caer.
Volviendo a Wilber, consideraba que la peculiaridad inevitable de los opuestos, tan válidos para el hombre, no existían en la naturaleza. En ella no había ranas verdaderas y ranas falsas, árboles morales e inmorales, océanos justos e injustos, Ni montañas políticas o apolíticas, tampoco las pandemias, aunque el hombre a través de un gobierno pudiese utilizarlas políticamente. Porque la naturaleza jamás se disculpaba por ignorar la oposición entre el error y el acierto. Lo cual no nos impedía reconocer que hubiese ranas grandes y pequeñas, árboles bajos y altos, fruta verde y madura. También es posible que hubiese osos listos y osos tontos, pero no parecía que ello les preocupase mucho, aunque entre ellos pudiesen sacarse provecho de tal circunstancia. Y aunque es verdad que en el mundo de la naturaleza se da la vida como la muerte o la extinción por cualquier razón, ello no parece tener las dimensiones aterradoras que se le asigna en el mundo de los humanos, Y aunque se de en el mundo animal el placer y el dolor, no le angustia el dolor futuro, ni se queja del dolor pasado. Todo es muy simple y natural. Pero esto hace a la naturaleza más despierta de lo que creemos. Porque el mundo de los opuestos es un mundo de conflictos. Cuanto más voy buscando el bien, tanto más me obsesiona el mal. Cuanto más éxitos busco, mayor será mi temor al fracaso. Cuanto más sea el afán con que me aferre a la vida, más aterradora me parecerá la muerte- Cuanto mayor sea el valor que le asigne a una cosa, más me obsesionará su pérdida. En otras palabras, la mayoría de nuestros problemas se dan por la demarcación de límites o fronteras y de los opuestos que estos crean. Hasta las guerras en lugar de su opuesto, la paz.
Entonces suponemos con Wilber que la vida sería perfectamente placentera con solo si pudiéramos anular los polos negativos e indeseables de todos los pares de opuestos. Si pudiéramos conquistar el dolor, el mal, la muerte, el sufrimiento, la enfermedad, la pobreza, para que solo hubiera bondad, vida, alegría, salud, y riqueza: eso sería realmente vivir bien. Y, en efecto, tal es precisamente la idea que de la felicidad tienen muchas sociedades. Idea que ha llegado a significar en vez de la trascendencia de todos los opuestos, el lugar donde se acumulan todas las mitades positivas de las parejas de opuestos, una suerte de cielo, en tanto que el infierno sería el lugar donde amontonamos todas las mitades negativas: el dolor, el sufrimiento, el tormento, la angustia, la pobreza, la enfermedad.
Pero esta meta de separar los opuestos y después aferrarse a las mitades positivas o correr en pos de ellas, parece ser una característica distintiva de la civilización occidental progresista; de su religión como de su ciencia y tecnología, de su medicina o su industria. De modo tal que el progreso, en última instancia, es simplemente avanzar hacia lo positivo y alejarse de lo negativo. Y sin embargo, pese a las obvias ventajas globalizadas de la medicina, la ciencia, la tecnología, la industria y la agricultura, no hay ni la más leve prueba de que, después de siglos de acentuar lo positivo y tratar de eliminar lo negativo, la humanidad sea más feliz o esté más contenta o más en paz consigo misma. De hecho, las prueba de que se dispone hacen pensara precisamente lo contrario: que vivimos en la era globalizada de la angustia, de la incertidumbre, de una frustración y una alienación que alcanzan proporciones de epidemia o pandemia, de aburrimiento en medio de la riqueza. Del hambre, de las migraciones desesperadas y de desorientación la mayoría de la población mundial.
Entonces pareciera ser como si el progreso y la infelicidad bien pudieran ser el anverso y el reverso de una misma e inestimable moneda. Dado que la misma urgencia por progresar implica un descontento con el estado actual de las cosas, de modo que cuanto más intenta uno progresar, tanto más agudizado el descontento se siente.Al perseguir ciegamente el progreso, nuestra civilización ha institucionalizado la frustración. Porque es nuestro intento de acentuar lo positivo y eliminar lo negativo, hemos olvidado por completo que lo positivo solo se define en función de lo negativo. Aunque es posible que los opuestos sean tan diferentes como el día y la noche, pero lo esencial es que sin la noche, ni siquiera seríamos capaces de reconocer algo que pudiéramos llamar día. Porque destruir lo negativo es, al mismo tiempo, destruir toda posibilidad de disfrutar de lo positivo.Así, cuanto mayor es nuestro éxito en esta aventura del progreso, tanto más fracasamos en realidad y, por consiguiente, más se agudiza nuestra sensación de frustración total.
La raíz de toda la dificultad se encuentra en nuestra tendencia a considerar los opuestos como irreconciliables. Como totalmente separados y divorciados el uno del otro. Incluso las oposiciones más simples, como puede serlo la de comprar y vender, son consideradas como dos acontecimientos diferentes y separados. Cuando podríamos llamarlos complementarios e inseparables.Dos aspectos de un mismo hecho.
Se puede decir que de alguna manera , todos los opuestos comparten una identidad implícita, y recíprocamente dependientes porque ninguno de ellos podría existir sin el otro.Así las cosas es obvio que no hay dentro sin fuera, arriba sin abajo,, ganancia sin pérdida, placer sin dolor ni vida sin muerte. Digamos nuevamente que resultan aspectos complementarios de una y la misma realidad.
A todas estas razones atribuye Wilber el que Alfred North Whitehead, uno de los filósofos más influyentes del siglo XX, haya elaborado su filosofía del “organismo” y de la “existencia vibratoria”, en virtud de la cual podemos pensar que todos los “elementos fundamentales son, en esencia, “vibratorios”. Es decir que todas las cosas y sucesos que habitualmente consideramos irreconciliables, como la causa y el efecto, el pasado y el futuro, el sujeto y el objeto, en realidad son exactamente como la cresta de la ola y su rompiente, vale decir, de una única vibración. Porque una ola, aunque sea un hecho único, sólo se expresa mediante los opuestos: el punto alto y el punto bajo. Y por esa misma razón, la realidad no se encuentra únicamente en la cresta sin rompiente. Sino en la unidad de ambas modalidades. Como aspectos inseparables de una única actividad subyacente. Así, tal como lo expresa Whitehead, cada elemento del universo es “un vaivén vibratorio de una energía o actividad subyacente”.
Y luego afirma Wilber que en ninguna parte se ve esta unidad interior de los opuestos con mayor claridad que en la teoría guestáltica de la percepción. Ya que según ella, jamás aprehendemos ningún objeto, acontecimiento o figura, a no ser en relación con un fondo que le sirve de contraste. Por ejemplo, algo que llamamos “claro” es, en realidad, una figura clara que se destaca contra un fondo oscuro. Cuando en una noche oscura levanto mi vista y percibo el brillo de una estrella, lo que en realidad estoy viendo -lo que registran mis ojos- no es la estrella por separado, sino la totalidad del campo visual, la estructura “la estrella brillante y su fondo de oscuridad”. Por más drástico que sea el contraste entre el brillo de la estrella y su fondo de oscuridad, lo importante es que sin cada uno de ellos jamás se podría percibir el otro. “Luz” y “oscuridad” son pues, dos aspectos correlativos de una única estructura sensorial. De la misma manera, no puedo percibir el movimiento a no ser en relación con el reposo, ni el esfuerzo sin descanso, la complejidad sin la simplicidad o la atracción sin el rechazo-
Igualmente, jamás se da una sensación de placer que no esté en relación con el dolor. Sería posible, por cierto, que en este momento estuviera sintiéndome comodísimo y muy complacido, pero jamás sería capaz de darme cuenta de ello, si no fuera por la existencia de un fondo de incomodidad y dolor. Por eso siempre parece como si el placer y el dolor se alternen, porque únicamente en su alternancia y contrastes recíprocos se puede reconocer la existencia de cada uno.Así, por más que me complazca el uno y que abomine del otro, el intento de aislarlos es fútil. Como diría Whithead, el placer y el dolor no son más que la cresta y la rompiente, inseparables, de una ola percibida, e intentar acentuar lo positivo –la cresta- y eliminar lo negativo –la rompiente- es un intento de eliminar en su totalidad la propia ola percibida.
Quizá ahora podamos empezar a entender por qué la vida, cuando se la considera como un mundo de opuestos separados, es hasta tal punto frustrante, y por qué el progreso ha llegado en la actualidad, a no ser un verdadero crecimiento, e incluso hasta lo contrario. Ya que al separar los opuestos para aferrarnos a aquellos que consideramos positivos, tal como el placer sin dolor, la vida sin la muerte, el bien sin el mal, en realidad nos empeñamos en atrapar fantasmas sin existencia alguna. Lo mismo daría que quisiéramos concretar un mundo de crestas sin rompientes, de compradores sin vendedores, de izquierdas sin derechas, de dentros sin fueras. Por eso señaló Wittgenstein que cuando nuestros objetivos son ilusorios, nuestros problemas no son difíciles, sino absurdos.
Que todos opuestos -por ejemplo, masa y energía, sujeto y objeto, vida y muerte- sean cada uno el otro en una medida tal que son perfectamente inseparables, es cosa que a la mayoría de nosotros sigue pareciéndonos difícil de creer.Pero esto se debe únicamente a que aceptamos como real la demarcación entre los opuestos. Pero debe recordarse que son las marcaciones como tales las que crean la existencia aparente de los opuestos separados. En una palabra, decir que “la realidad fundamental es una unidad de opuestos”, es tanto como decir que en la realidad fundamental no hay fronteras, en ninguna parte. Porque el hecho es que las fronteras nos tienen tan fascinados, hasta el punto que hemos olvidado por completo la verdadera naturaleza de las demarcaciones. Porque éstas, del tipo que sean, no se encuentran nunca en el mundo real, sino tan solo en la imaginación de los cartógrafos. Por cierto, hay muchas clases de líneas en el mundo natural, como la línea de la costa, situada entre los continentes y los océanos que las rodean. De hecho, en la naturaleza hay toda clase de líneas y superficies: los contornos de las hojas y la piel de los organismos, horizontes, líneas de árboles y de lagos, superficie de luz y de sombra, últimas que delimitan los objetos y el medio en que están. Sí resulta obvio que todas esas superficies y líneas están efectivamente ahí, son líneas que –como la línea de la costa entre la tierra y el agua.- no representan como generalmente se supone, una mera separación entre tierra y agua, como tan a menudo ha señalado Alan Watts, las llamadas “líneas divisorias” también representan, precisamente, los lugares en que la tierra y el agua se tocan.Es decir, son líneas que unen y aproximan tanto como dividen y distinguen. Dicho de otra manera ¡esas líneas no son fronteras! Porque hay una gran diferencia entre una línea y una frontera.
Lo importante es, pues, que las líneas unen los opuestos en la misma medida en que los distinguen, y tal es por cierto, la esencia y la función de todas las líneas y superficies reales en la naturaleza. Delimitan explícitamente los opuestos, al mismo tiempo que implícitamente los unifican. Dibujemos por ejemplo, la línea que representa una figura cóncava, de la siguiente manera:
Cóncava ) convexa
Se observa de inmediato, que con la misma línea henos creado también una figura convexa. A eso se refirió el sabio taoísta Lao Tsé al decir que todos los opuestos se originan simultánea y recíprocamente. Como lo cóncavo y lo convexo en este ejemplo , llegan juntos a la existencia.
Además, no podemos decir que la línea separa lo cóncavo de lo convexo, porque no hay más que una línea, compartida entre ambos. Lejos de separar lo cóncavo y lo convexo, la línea hace la existencia del uno sin el otro, absolutamente imposible. Debido a esa única línea, de cualquier manera que dibujemos algo cóncavo, hemos dibujado también algo convexo, porque la línea exterior de lo cóncavo es la línea interior de lo convexo.Así, jamás se encontrará algo cóncavo sin algo convexo, porque –como todos los opuesto- ambos están predestinados a estar siempre en íntimo y recíproco contacto
*Diplomático, escritor y periodista