ELLA CAMINA SOLA** de Delfina Tiscornia por Alina Diaconu**
Ernestina Gamas | 3 junio, 2012
Del otro lado del muro.
La biografía de Delfina Tiscornia es inseperable de su poesía, ya que en 1996, a la edad de treinta años , la autora se da muerte.
“Poeta del abismo”, como la define Abel Posse, Delfina traza en este libro póstumo (antología de prácticamente toda su obra literaria) un itinerario desgarrado y desolador.
Dicho itinerario comienza con su primer libro publicado, “Equivocación del paisaje”, sigue con algunos escritos en prosa, avanza en su oscuro camino con el tomo “Mientras la noche avanza” y culmina con sus poemas inéditos.
“Porque somos nada más que la corteza y la hoja./La gran muerte que cada uno lleva en sí/es el fruto en cuyo rededor todo se mueve “– nos decía Rilke.
De esta manera rilkeana, e influidos por el trágico final de la poeta que, obviamente, condiciona nuestra lectura, descubrimos un constante tuteo con la idea de la muerte. Esta obsesión es numerosas veces explícita. Es así cómo en uno de sus poemas, escrito el mismo año de su suicidio y titulado “Quiero arrancar la muerte de mi vida”, manifiesta:
Quiero ofrecer
al mundo las cenizas.
(…)
Voy
a nacer
de una hoja desnuda.
Voy
a volar
en un tiempo extraño
al que nadie conoce y sin embargo
todos beberán cierta vez
esta copa desconocida.
No hay dudas de que la muerte es la semilla de la poética de Delfina Tiscornia, su eje estructurante y medular. Ella se abre y crece y florece en su alucinada atracción por el vacío. Su juventud es rebelde, osada, y parece desinhibida.
A la luz de la triste realidad de su “caída” última, nos atrapa la paradoja que encierran estos versos del poema “Rompe las cadenas”:
El mundo comienza
donde todos callan,
no vas a caerte
si crees en tus alas.
Evidentemente, el sentido de sus palabras es metafísico. Metafísica es su búsqueda, una búsqueda siempre insatisfecha. Nos recuerda el sufrimiento místico de San Juan de la Cruz cuando el gran poeta exclama:
“Sácame de aquesta muerte, mi Dios y dame la vida;/
(…) mira que peno por verte,/ y mi mal es tan entero /
que muero porque no muero.”
Hija de Lucía Gálvez, bisnieta de Manuel Gálvez y de Delfina Bunge, Delfina Tiscornia lleva en la sangre el llamado de las letras, del arte, de la estética. La muerte es, por eso, para ella como escritora, una verdad y una metáfora. Un nexo con lo más elevado, es decir, con la eternidad. Escribe en 1993:
Quiero morir de fuego y sangre en el centro de los
asteroides.
En sus “Escritos en prosa” de 1988, reconoce: Siempre tuve terror al momento de rendir cuentas, terror de que me pidan la “renuncia”, – parábola de los talentos- tan temida de chica.
En “Tengo los ojos llenos de música” (1994) confiesa:
No se me pierde la muerte
y sin embargo
amanecí desnuda
en este suelo blanco.
“No hay poesía objetiva del dolor” reconoce en “Fragmentos”, reconociendo así su catarsis y sus experiencias auto-referenciales. Ella es, sobre todo, testigo de sí misma. Su iconoclasia, su mordacidad, golpean en afirmaciones como ésta: “El día más feliz tiene mosquitos”. Esta frase tiene la contundencia de un aforismo y evidencia su decepción ante la trivialidad del mundo, de sus “imperfecciones”, de su sentido prosaico.
Sólo se desilusiona el que ha albergado muchas ilusiones. La poesía de Delfina Tiscornia es una poesía de la decepción, de los ideales derrumbados, de los goces marchitos, embarrados y, también, en ciertas oportunidades, de las visiones alucinadas, convocadas por la droga.
Pasaste al otro lado (le dice a Carolina en Carolina II)
y yo estoy en el borde, pisando la línea.
Con una bella y límpida vibración formal, los poemas de Delfina Tiscornia reunidos en este libro, “Ella camina sola”, nos llenan de una tristeza agobiante, de esa tristeza agobiante que seguramente colmó su existencia y la hizo dar ese “salto al vacío” que sería un salto mortal.
El libro está ilustrado con trabajos de la propia poeta y esas láminas que dan inicio a cada una de las siete partes en que está dividida la antología, parecen las cartas de un Tarot propio, creado con una maraña vegetal y cósmica, de brillantes colores, y signos y símbolos. Su metafísica es coincidente con la urdimbre de sus sueños de libertad, con sus confusiones y sus ideales más elevados – Dios-, con sus impulsos y su desbordante vitalidad. Son tapices de su destino que reflejan una inocultable desmesura.