LA ECONOMIA MACRISTA: HERENCIA, MALA SUERTE E IMPROVISACION por Jorge Ossona*
Con-Texto | 8 diciembre, 2019Como un destino atávico, el macrismo termina sus días en el gobierno espejándose económicamente en su contrincante kirchnerista. Luego de las PASO, pocos hubieran aventurado un final tan digno y distendido solo comparable al de Menem en 1999. No lo es sólo como consecuencia de las rectificaciones de emergencia implementadas desde agosto impuestas menos por la convicción que por la necesidad sino por el temor que produce en el estratégico sector agropecuario la posibilidad cierta de que el gobierno de Fernández incremente la presión fiscal sobre sus exportaciones.
El gobierno del Presidente Macri devuelve al socio de su predecesora un legado con claroscuros: una superficie recesiva e inflacionaria; aunque también correcciones de fondo. Le caben en ello tantas responsabilidades a los unos como a los otros; o en todo caso las suyas son el producto menos de un continuum entre este último año que del desbarranco comenzado en abril de 2018. En la primera mitad del mandato, sin dejar de estar exento de ingenuidades y errores de diagnóstico, disto de este final infeliz. Incluso llego a la elección legislativa de 2017 ostentando casi un año y medio de crecimiento discreto pero sostenido. Toda una proeza con solo pensar en el lastre de un déficit fiscal próximo al 8 % del PBI, el atraso cambiario de un dólar blue que doblaba al oficial, una inflación con estancamiento próxima al 30 % anual y el default residual con los hold outs.
Una herencia lo suficientemente frondosa como para tornar verosímil la promesa naif de un rápido aniquilamiento de la inflación. Hemos ahí la primera crisis de expectativas suscitada por el gobierno de Cambiemos. El sinceramiento cambiario y los ajustes tarifarios, fiscal, monetario y cambiario conspiraban en contra del big push prometido aunque compensados por una capacidad de volver sobre sus errores bien contrastante respecto de la soberbia anterior de redoblar la apuesta. E incluso ostentar ese lento despertar acompañando de una no menos módica reducción de la pobreza.
Tampoco “llovieron las inversiones” –que de haber llegado se hubieran topado con el brutal retroceso en materia energética y de infraestructura- pero se suavizó el ajuste financiándolo con deuda pública al compás de la progresiva reducción gradual del déficit para acotar su inevitable sufrimiento social. La gran herejía reprochada por los liberistas de paladar negro de no haber practicado un shock inicial; como si el balance de fuerzas del partido del ballotage lo hubiera hecho factible. Un reproche cuya radicalidad los hizo confluir con la deslegitimación de origen de quienes se suponen los depositarios naturales de la representación del pueblo que no dejaron de desplegar su implacable gimnasia destituyente por las más diversas vías.
Luego de la victoria electoral de medio término que tiño de amarillo al mapa político argentino sobrevino la previsible tragedia de la soberbia y el voluntarismo plasmado en la intervención fáctica del BCRA modificando administrativamente las metas de inflación según un cálculo econométrico como pócima segura para garantizar una holgada victoria en la primera vuelta de 2019 previa succión de recursos del régimen provisional para transferirlos al postergado GBA. De la conciencia de caminar en la cornisa se transitó a un síndrome parecido al del alfonsinismo tras los primeros éxitos del Austral en 1986, al del menemismo superados los rigores del Tequila en 1997 y al del kirchnerismo una vez faenado electoralmente en 2005 su patrocinante duhaldista.
Y como un sino maldito, el impensado triunfo de Donald Trump, la guerra comercial larvada entre EE.UU y China, el alza de la tasa de interés por la FED y el vértigo de la devaluación turca conjugados con una de las peores cosechas de las últimas décadas y un BCRA que subestimó la tempestad sin reaccionar a tiempo. Luego, el costoso salvataje del FMI, el efecto domino clásico que forzó a los ajustes pendientes de la peor manera siguiendo la secuencia conocida desde mediados del siglo pasado: aceleración de la inflación, retracción salarial, recesión y aumento de la pobreza. Hacia el fin de una volatilidad cambiaria de seis meses parecía que lo peor había pasado; y que el 2019 amanecería con un discreto rebote. Pero la ansiedad de erradicar las bases de la inflación mediante un ajuste tarifario final aborto el pronóstico.
Herencia envenenada, mala praxis y mala suerte; aunque con un saldo más decoroso que el recibido y algunos resultados de calidad que el dramatismo del naufragio impide percibir. Por citar solo algunos, la recuperación parcial pero ostensible de la catástrofe energética e infraestructural de los 2000, la recuperación de agencias estatales nobles como el INDEC, un volumen de reservas más decentes que las dejadas por el kirchnerismo y un déficit primario próximo a cero junto con un balance comercial positivo, la recuperación de varios mercados y la posibilidad de un acuerdo de integración entre el Mercosur y la UE que en dos décadas podrían dejar atrás nuestra decadencia secular.
Como contrapartida, una abultada deuda, una inflación indomable y una recesión pertinaz que explican más el éxito de la coalición opositora que sus propios méritos. Así lo evoca el recorte de la distancia de quince puntos de la PASO a menos de ocho en el que un cambio cultural todavía difuso hizo su silencioso trabajo de zapa anunciando futuros escenarios tan sorprendentes como novedosos.
*Historiados miembro del Club Politico Argentino