UNA ÚLTIMA Y SORPRENDENTE ETAPA DE LA ACTUAL TRANSICIÓN por Jorge Ossona*
Con-Texto | 31 octubre, 2019Cambios profundos e imperceptibles se están incubando en toda América Latina. Más allá de las explicaciones ideológicas superficiales, de las miradas idealizadoras, decadentistas y conspirativas, y de los diagnósticos geniales “con el diario del lunes” sus causas son aun incógnitas y requerirán de análisis rigurosos. Aun así, y en el plano de lo obvio es evidente que las clases dirigentes están siendo desbordadas por estos movimientos telúricos. Las encuestas en torno de las PASO lo prueban: no fue impericia ni mala fe sino desactualización frente a la pavorosa velocidad de la revolución tecnológica y de sus efectos culturales.
Con estos elementos de juicio nos animamos a formular algunas hipótesis sobre el resultado de las elecciones. Fueron tales los sentimientos de desconcierto y decepción motivados por la larga crisis cambiaria de 2018 y sus secuelas deletéreas que se fue acumulando una bronca palpable menos en las redes sociales que en el transito callejero cotidiano. La masa de descontento se concentró en el socialmente heteróclito mundo que en 2015 encarno el “partido del ballotage”. La crisis económica llego hasta neutralizar hallazgos históricos que debieron haber motivado una conmoción como la “causa de los cuadernos”.
La candidatura de Alberto Fernández digitada por la ex presidente Kirchner activó luego, la memoria social de modo selectivo en coincidencia con el paso del candidato por los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner hasta el agonal conflicto con el campo de 2008. Se recordó con un dejo de nostalgia la sorprendente prosperidad postdefault de la supersoja, la reconstrucción de la autoridad presidencial diezmada por la crisis de 2001 y hasta una mística explicativa de aquella desgracia en la que ganó la delantera una mixtura de progresismo setentista con nacionalismo revisionista.
Se trató, como entonces, de un consenso frio; salvo en las enardecidas militancias que emergieron recién cuando el ciclo ingresó en su ocaso a partir de 2009. Que, por lo demás, se fue deteriorando durante el segundo gobierno de Cristina Fernández como lo constataron los cacerolazos de 2012 y 2013, la descomposición de su frente interno capitalizada por el triunfante Sergio Massa en las legislativas de este último año, e incluso los saqueos de fin de año durante aquellos años luego prevenidos merced a una masa de recursos superlativa. Mauricio Macri triunfo en 2015 escrutando fragmentos de todos estos sectores decepcionados que revalidaron su fidelidad transitoria en las elecciones de 2017.
El descontento de 2018 hasta la PASO fue equivalente al de la caótica segunda gestión de Cristina Kirchner. La indignación por la impericia y cierta soberbia congénita de nuestra clase política se expresó resonante en su abrumador resultado. El gobierno quedo perplejo y desorientado. Sin embargo, no fueron sus cálculos especulativos sino la espontanea movilización de su tercio duro motorizada desde las redes sociales por operadores jóvenes lo que le devolvió la perdida moral. Desde los balcones de la casa Rosada Macri probablemente haya intuido que una corriente de fondo se mantenía intacta. Y que el 32 % obtenido distaba de ser una masa marginal en medio del agravamiento de la recesión inflacionaria.
El resto lo hizo un kirchnerismo embriagado por la victoria que desde entonces no dejo de reeditar sus extravíos. Primero, fue la carta de Fernández al FMI, luego la toma de shoppings por organizaciones sociales, el anuncio de una reforma agraria y de una reforma constitucional bajo la forma de un tan misterioso como preocupante “nuevo contrato social” y la amenaza de una CONADEP en contra del periodismo profesional, etc. La corporación judicial fue dejando en libertad a varios detenidos con prisiones preventivas desde 2016 al tiempo que la Corte Suprema se alineo con el peronismo en ascenso. A ello se sumó la Iglesia Católica conducida desde Roma por un veterano “guardián de hierro” y su sequito de obispos, dirigentes judiciales, políticos, sindicales y sociales operando en favor de la alianza kirchnerista. Un fenómeno que, como lo recordara el historiador Loris Zanatta, no tenía precedentes desde 1946.
La memoria selectiva del tercio independiente entonces volvió a virar imperceptiblemente esta vez recordando los extravíos desde el conflicto con el campo de 2008 salvo el paréntesis de 2010-2011 rápidamente disipado ni bien Cristina Fernández comenzó su segundo mandato. Todo ese movimiento subterráneo si no “dio vuelta” la PASO ni alcanzo para llegar a un ballotage, lo hizo ascender más de ocho puntos frente a un kirchnerismo que en la PASO alcanzo su techo. Supero asi los pronósticos más optimistas y refutó encuestas que esta vez invirtieron sus guarismos dando ganador a Todos por no menos de veinte puntos.
Los hombres hacen la historia pero no saben cuál, sostenía irónicamente Karl Marx. Tampoco un sereno presidente Macri que dirigió al país un discurso de estadista y que se aviene a asumir el futuro papel de jefe de una posición vigorosa y preventiva de la eterna tentación hegemónica peronista. Tal vez esté protagonizando la lenta maceración de la primera fuerza política de signo democrático y republicano concebida por este siglo que históricamente está dando sus primeros pasos. Desde su emergencia Pro fue identificada con un partido de “los que mandan”, “los ricos”, “el poder” y el “círculo rojo”. Es el relato en el que se parapeta no precisamente el macrismo sino el partido del orden y de las corporaciones que encarna la coalición triunfante.
*Historiador, miembro del Club Político Argentino