CONVERTIBILIDAD/DOLARIZACIÓN OTRA VEZ: PRIMERO LA AVIVADA; DESPUÉS LOS GUANTES (OTRA VEZ) por Andrés Ferrari Haines*
| 19 septiembre, 2018El gobierno lo desmintió, pero habría que ser muy ingenuo para no pensar que existen interesados detrás de los rumores que andan circulando en favor que la Argentina vuelva a aplicar un régimen de convertibilidad con el dólar, o que simplemente se dolarice. Se le puede creer al gobierno, si se quiere, que no está pensando o debatiendo esta posibilidad. Aún así, difícil no pensar que para sectores, tanto del país como externos, la propuesta, evidentemente, les resulta atractiva…
No obstante, convertibilidad/dolarización como propuesta sólo surge porque las disputas internas en Argentina no conducen a ningún punto de encuentro o marco en común. Bajo ese contexto social belicoso es muy factible que se termine adoptando la convertibilidad/dolarización –- por decisión o, simplemente, decantación.
Esto se debe a que una de las consecuencias de las disputas internas es la ruptura del orden monetario – y una sociedad de mercado capitalista no puede existir sin orden monetario. Sin unidad monetaria que sea la referencia para determinar los precios de las mercancías no puede haber actividad económica, lo que lleva al colapso a esa sociedad porque los individuos sólo pueden acceder a los bienes que necesitan para vivir por medio del mercado intermediado por la moneda. Keynes le atribuía a Lenin la estrategia más inteligente para lograr el colapso del capitalismo: corromper la moneda.
Convertibilidad/dolarización: ¿viveza criolla?
Aquí no se trata, evidentemente, de una crisis monetaria del sistema capitalista, sino sólo de la Argentina. Pero el razonamiento es el mismo para un país: es inevitable que la continua deformación del orden monetario derive, finalmente, en el uso de uno alternativo. La adopción del orden monetario de otro país acaba siendo el recurso habitual. Y, por diversas causas, el dólar aparece como opción “natural”. En primera instancia, en esto consiste la idea de convertibilidad/dolarización.
Muchos creen que este cambio significa “problema resuelto”. Significa ese problema resuelto, no todos los problemas que motivaron los conflictos que hicieron inevitable llegar a la convertibilidad/dolarización. El hecho que, sin orden monetario no es posible que haya actividad económica, no significa que un nuevo orden monetario no tenga impacto sobre la actividad económica.
Es decir, la adopción de un orden monetario afecta cómo será la actividad económica. Y, como se verá, con convertibilidad/dolarización, lejos se estará de atenuar las causas que derivan en los actuales embates sociales; más bien, lo contrario: el marco será más grave, y los instrumentos para resolverlo, menos y de capacidad más limitada.
Por esta razón es que los países se resisten a adoptar un sistema tipo convertibilidad/dolarización. Así, si llegara la Argentina a implementarlo, la primera conclusión que debe quedar clara es que se trata del fracaso social en encontrar una salida que le sea más conveniente a la mayoría.
Esto porque lo segundo que debe concluirse es que implica fuertes consecuencias económicas – y por lo tanto, sociales. Nada de esto debería sorprender: si convertibilidad/dolarización fuera una opción inteligente de sociedades sólidas, ¿porque los demás países no la implementan? ¿Será por locos o estúpidos?
Convertibilidad/dolarización: ¿laurel que supimos conseguir?
Dado que la convertibilidad/dolarización pasa a ser el nuevo orden monetario, esto determina, a su vez, la política monetaria. Es decir, cuánto dinero estará disponible para la actividad económica.
Este es el primer costo de la propuesta, aunque sus adeptos la presentan como su principal virtud: la política monetaria deja de ser una decisión del gobierno propio y pasa a ser determinada por la cantidad de la moneda del otro país que la actividad económica interna consigue obtener.
Esto significa una sociedad que por decisión propia renuncia a una prorrogativa. Por eso se considera convertibilidad/dolarización una renuncia de soberanía nacional—y por eso debe incluirse en la lista de formas de perder soberanía en cualquier otro aspecto que se pueda considerar. Cantar el himno con amor y pasión en un partido mundialista no produce soberanía de forma que compense esta pérdida de soberanía.
Soberanía para una sociedad significa tener autonomía para poder adoptar las decisiones que considera que le son más convenientes. Renunciar a la soberanía de la política monetaria, así, sólo puede ser visto como un fracaso de esa sociedad—y sabiendo que implica un costo.
Aún quienes argumentan que “otra no queda”, por el comportamiento de tal grupo político o sector social, deben entender que una cosa no quita la otra. Los costos vienen igual. Y, optar por aceptar la convertibilidad y no la dolarización para seguir amando ‘la celeste y blanca’ sin culpas, tampoco modifica el hecho de que entre ambas hay muchísimas menos diferencias económicas, que psicológicas.
Convertibilidad/dolarización: el problema que habremos sabido conseguir.
Así, mediante la convertibilidad/dolarización, si se quiere, se cambia un problema por otro. Que la oferta monetaria dependa de la disponibilidad interna de la moneda externa significa que de su cantidad resultará el nivel de actividad interna—este nivel puede ser tanto excesivo o insuficiente, como adecuado.
Pero, entre las monedas del mundo, se quiere optar por el dólar; la más importante del mundo. Por lo que inevitablemente su cantidad será baja. Es decir, al implementar una convertibilidad/dolarización la Argentina se estará obligando a vivir bajo una política monetaria fuertemente restrictiva. Ese será el nuevo problema.
Una política monetaria restrictiva no es un mero detalle. Como explica John K. Galbraith, existe el… “curioso mito que la política monetaria es socialmente neutral, una proposición curiosamente en conflicto con la tendencia de la gente que presta dinero de tener más que aquellos que toman prestado dinero. Una activa política monetaria restrictiva es afirmativamente dañina para la eficiencia económica, la productividad y el crecimiento”.
Aún así, la Argentina podría, de todas formas, optar por la misma política monetaria fuertemente restrictiva sin caer en una convertibilidad/dolarización como decisión propia autónoma soberana. Por lo que hacerla vía convertibilidad/dolarización, sólo puede entenderse como un costo que la sociedad asume de su incapacidad de solucionar sus problemas.
Lo mismo sucede con todas las supuestas ventajas de la convertibilidad /dolarización: podrían obtenerse con diálogo social. Ellas son formas más costosas de obtener lo que la sociedad argentina es incapaz de lograr por si misma.
Convertibilidad/dolarización es una cosa; tener dólares, otra.
La Argentina no emite dólares, EEUU no es un destino importante de sus exportaciones y, como el saldo comercial con ese país suele ser negativo, la tendencia es que de esta relación bilateral se genere regularmente una salida más que un ingreso de dólares. Esto es: una continua restricción adicional sobre la política monetaria restrictiva.
Así, Argentina tendría que obtener los dólares teniendo saldo comercial positivo con otros países para evitar convivir con una fuerte restricción monetaria. Pero la estimada “estabilidad cambiaria” con convertibilidad/dolarización— si tiene sentido la expresión dado que se renunció a la moneda propia— no significa que se la haya logrado con los demás países.
Como éstos mantienen su soberanía monetaria, pueden seguir alterando sus políticas de acuerdo a cómo crean que les es más conveniente. A diferencia de Argentina que se empecina en perseguir “dólares baratos”, la mayoría prefiere lo opuesto. Así, hacen su producción interna más accesible a los consumidores extranjeros, incrementan sus exportaciones y desarrollan sus estructuras económicas.
Por lo tanto, es lógico esperar que los demás países, cuando enfrenten situaciones de desequilibrio externo, diferentemente de la Argentina que pretende referenciarse en dólares, hagan lo opuesto: devalúen sus monedas para lograr mayor competitividad externas de su producción nacional, reducción de sus importaciones y de sus gastos superfluos en el exterior.
Evidentemente, las personas de esos países se privarán de irse de compras a Miami, recorrer exóticos destinos turísticos, hacerle el aguante a la selección personalmente en los mundiales y de otros consumos indispensables. En contrapartida, habrán optado por preservar tanto capacidad productiva interna como puestos de trabajo: cosa de locos…
Convertibilidad/dolarización: Valorizando los costos.
Bajo convertibilidad/dolarización la Argentina sólo podría experimentar los efectos que otros países consiguen devaluando si EEUU decide devaluar el dólar. Caso contrario, ante la devaluación de algún país, Argentina, de manos atadas por la convertibilidad/dolarización, nada podrá hacer salvo soportar consecuencias—que Estados Unidos no le gusta soportar, por lo que viene desde hace años, como ahora Trump, presionando a China para que valorice su moneda.
Para que quede claro: las dos principales economías del mundo se preocupan en que su moneda esté demasiado valorizada; Argentina, no.
Por otro lado, siendo el principal país del mundo persiguiendo objetivos geopolíticos, en ocasiones Estados Unidos ha valorizado su moneda. Si llegara a decidir esto nuevamente, la economía argentina iría como vagón de tren enfrentándose al comercio mundial con precios elevados internacionalmente.
Adicionalmente, este marco será agravado ante una convertibilidad/dolarización por la evolución de las diferencias de productividad y competitividad entre la economía argentina y la EEUU. Innecesario es abundar en detalles dado que es obvio que la diferencia es abismal. No sólo eso, casi ningún país suele sobrepasar a EEUU en los rankings mundiales que se difunden al respecto. Esto le permite a Estados Unidos que sus productos, a lo largo del tiempo, puedan ser vendidos a menor precio—sin alteración cambiaria.
Por la convertibilidad/dolarización, Argentina vendería su producción a la misma cotización internacional del dólar pero sin los efectos de esa productividad-competitividad que la economía estadounidense tiene, pero la argentina, evidentemente, no. Es decir, las exportaciones argentinas les saldría muy caras a la mayor parte del mundo.
Convertibilidad/dolarización: fe en productividad
Año a año esta situación empeorará por sus efectos acumulados. Para compensar esta diferencia los precios de los productos argentinos deberán bajar al valor correspondiente como si tuvieran incorporada esa productividad que no tienen. Es decir, vía deflación; es decir, recesión. En otras palabras, la Argentina se sumerge en el estado de recesión permanente.
Claro, se puede tener fe en los delirios de un megalómano como Domingo Cavallo que sobre este asunto exhortó a los argentinos a que se tengan fe en poder lograr una economía con productividad superior a la de EEUU—superior, porque no sólo debe alcanzar ese nivel, sino compensar los efectos de la inferioridad anterior acumulada. Si de fe se tratara, indudablemente, su razonamiento es impecable.
Ahora, si con fe solamente no se resuelve el inmenso diferencial de productividad, lo que sucederá es que las importaciones resultarán muy baratas en el mercado interno. Esto resulta agradable y conveniente inicialmente, pero luego sin capacidad de competir cierran las empresas sus actividades y, luego, los comercios también porque pierden sus clientes. La actividad interna encuentra dificultades porque opera en contextos en que sus costos—medidos en dólares—son muy altos y se enfrentarán con importaciones que fueron producidas bajo costos—medidos de en dólares— muy inferiores.
Por eso, prácticamente cualquier pavada tendrá sentido económico importarla, porque compensará inclusive los gastos comerciales adicionales de venderla en el mercado argentino. Así, desplazarán la producción interna.
Por otra parte, la menor actividad interna reducirá la recaudación tributaria y el gobierno se verá obligado a reducir sus gastos—realimentando el proceso recesivo.
Convertibilidad/dolarización, menos señoreaje
Los que festejan la reducción del gasto fiscal se olvidan de que a su vez se está reduciendo la demanda interna que deriva del gasto público. Así, la actividad privada que le vende al Estado o al empleado público también se ve afectada. Y la menor actividad deriva en una menor recaudación tributaria, por lo que surge – de parte de los que tienen esa visión económica—la demanda por más recortes, que reducirá más la demanda interna, la recaudación tributaria… y así continuará la espiral recesiva.
Las cuentas públicas, en verdad, presionarán más la actividad interna porque todo su financiamiento será con impuestos—o endeudamiento que después presiona la recaudación tributaria—porque se habrá renunciado, bajo convertibilidad/dolarización, al señoreaje. El señoreaje es la forma más barata de pagar el gasto público. Consiste en el valor total que un estado puede emitir de su moneda—descontando los ínfimos sus costos de hacerlo — para gastar.
Si la sociedad aumenta precios y salarios continuamente—generando inflación—evidentemente el valor total real de su impresión de moneda es inferior que su valor nominal. Igualmente es el caso cuando las personas, al tener su moneda la cambia, continuamente, por la moneda emitida por otro Estado, lo que ocurre cuando se compran dólares con pesos. En ese caso, el beneficio de financiarse vía señoreaje pasa a ser de ese otro Estado –aquí, Estados Unidos.
Así, el financiamiento por señoreaje que el Estado argentino pierde deberá hacerlo vía tributación. O reducir más sus gastos. En ambos casos la demanda interna global disminuirá en un contexto ya recesivo, importaciones baratas, exportaciones caras, y créditos caros. Los vaivenes económicos serán cambios, mayores o menores, positivos o negativos, de ese marco recesivo que será la marca distintiva de la economía argentina.
Convertibilidad/dolarización: la panacea de vivir ajustaditos.
Considerando que hubo convertibilidad/dolarización entre 1991-2001, es llamativo que, ante lo que sucedió, pueda volver a ser mencionado. Algunos de sus fans argumentan que en aquella ocasión “funcionó al principio”, pero después—con ese delicioso lenguaje preciso que caracteriza a los economistas liberales—“se hicieron las cosas mal”…
En fin, en los 90 la convertibilidad/dolarización fue siempre lo que es. Inicialmente, al sustituir la moneda nacional por el dólar (la externa), los argentinos – mágicamente—aumentan su capacidad de compra a nivel mundial, lo que permite una fiesta de importaciones y turismo externo. Esa fiesta dura mientras dura la capacidad de conseguir dólares.
En los 90, la fuente principal fueron las privatizaciones—porque las empresas públicas fueron adquiridas por extranjeros. Esto se reforzó porque la restricción monetaria derivó en altísimas tasas de interés en dólares que atrajo capital financiero especulativo de corto plazo de afuera.
Cuando ambas causas se agotaron, en 1995, la convertibilidad/dolarización mostró lo que es sin esa fuente de ingreso externo de dólares: una política monetaria fuertemente restrictiva. Es decir, no hubo momentos en que “funcionó” y momentos “que se hicieron las cosas mal”. Siempre hubo convertibilidad/dolarización, y punto.
Esto significa que el ingreso de dólares, porque es la nueva moneda, alivia la política monetaria restrictiva—pero mantiene el alto poder de compra internacional de los ingresos de los argentinos.
Paradójicamente, para eso no hace falta en convertibilidad/dolarización. Basta mantener un tipo de cambio muy apreciado y endeudarse externamente, como mostraron otras fiestas como la Plata Dulce o como fue entre 2010-17. O que pasó, como en 2004-09, que alguien, como hizo China, demande mucho y a alto valor un producto de la capacidad productiva existente a precios internos dolarizados.
Así, con convertibilidad/dolarización Argentina pone todas sus fichas a la Pampa Húmeda y, quizás alguna otra forma de recibir algún commodity bendito —única posibilidad ser competitivos con los niveles de precios dolarizados que surgirán.
Para evitar clasificar a todos de locos y masoquistas, nobleza obliga reconocer que para algunos, como sucede con cualquier política económica, les resultará más que benéfico. Para el resto, no tan afortunados, como también sucede con cualquier política económica, les quedará cruzar los dedos para que ningún evento climático afecte esa producción bendita, esperar que se definan precios y demandas de nuestras exportaciones para saber, parafraseando a Aldo Ferrer, cuánto será lo nuestro con lo que se tendrá que vivir…y por cuya distribución empezar a pelearse.
*Profesor UFRGS (Brasil)
@Argentreotros