PALABRAS DEL EMB. ALBINO GÓMEZ AL PRESENTAR EN EL CARI EL 8 DE JUNIO DE 2017, SU LIBRO “ARTURO FRONDIZI, EL ÚLTIMO ESTADISTA”
| 10 julio, 2017No se puede negar el derecho a bregar por el desarrollismo a muchos dirigentes de extracción liberal o neoliberal, por el hecho de no haberlo hecho en el lapso que se extendió entre los años 1958 y 1962, que fue el del gobierno de Arturo Frondizi, hasta su derrocamiento el 29 de marzo de ese último año. Porque en la mayoría de los casos, no tenían siquiera la edad suficiente como para apoyar dicho único plan de desarrollo económico, social y político, que se llevó a cabo durante ese período presidencial, con la indispensable colaboración teórica y práctica de su principal asesor, Rogelio Frigerio, con su equipo de trabajo, bautizado políticamente como la Usina, porque era una permanente fábrica de ideas y estrategias políticas que alimentaban al gobierno del doctor Frondizi. Porque esa falta de vivencias de una situación política por razones etarias, puede ser suplida como cualquier otra circunstancia histórica, nacional o internacional, por una profunda investigación intelectual, mediante la lectura de ensayos, testimonios, o la prensa de la época, que alimente debidamente ese nuevo interés político personal. Pero ello requiere entonces un largo e importante trabajo, sin el cual no se sabe bien de qué se está hablando.
En este caso concreto, para saber que fue el desarrollismo en la experiencia Argentina frustrada por un golpe de Estado a cargo de las Fuerzas Armadas, hay que comenzar por sincerarse y decir que el derrocamiento del presidente Frondizi, fue recibido por la mayoría de la sociedad argentina con una enorme indiferencia, que vivió además como normales todas las interferencias por parte de las FFAA que trababan el desenvolvimiento de su acción gubernamental, con decenas de planteos amenazantes de eventuales golpes de Estado que finalmente terminaron por concretarse el 29 de marzo de 1962. Vale decir que la sociedad argentina no percibió mayoritariamente que el país estaba perdiendo una única oportunidad de pasar del subdesarrollo al desarrollo, en un mundo en plena transición, presidido en los Estados Unidos por un joven presidente progresista como John F. Kennedy, una Iglesia Católica que entraba en una importante etapa de renovación actualizante a cargo de un Papa como Juan XXIII, y una Unión Soviética, presidida por Nikita Kruschev, que denunciaba por primera vez en al XX Congreso del Partido Comunista los crímenes de Stalin. Más aún, debemos también reconocer que el derrocamiento del presidente Frondizi, implicó gran alborozo en los integrantes del Partido de la Unión Cívica Radical del Pueblo, del Partido Socialista, del Partido Comunista, del Partido Demócrata y sus diversas variantes en el Interior del País, más por supuesto el mayoritario integrante de las FFAA, parte de sindicalismo e incluso por importantes sectores de la propia Iglesia Católica, que llegaban a considerar hasta un peligro el comercio con la Unión Soviética o los países del Este, como oportunidades de infiltración comunista.
No faltó incluso un grupo de sacerdotes jesuitas, en el cual obviamente no podía figurar Jorge Bergoglio dada su juventud, que consideraban el desarrollismo como una etapa previa el comunismo, y citaban el caso del Norte de Italia, donde gracias a la fuerte industrialización también se daba el crecimiento de los sindicatos y del Partido Comunista, cosa que no ocurría en el Sur pobre de Italia. Reflexión que absurdamente parecía convalidar el mantenimiento del atraso y de la pobreza como un modo de combatir al comunismo: ¿interesante teoría, no? Tal ridículo extremo fue contrastado hasta por una opinión generalmente muy crítica al gobierno de Frondizi desde las páginas políticas de diario La Nación, a cargo entonces del joven Mariano Grondona, quien afirmaba que el desarrollo si bien tenía una fuerte dimensión material, tenía también una dimensión espiritual, y citaba los esfuerzos industrialistas de Juan Bautista Alberdi, que nada tenían que ver con el marxismo.
Mientras tanto, quienes teníamos la oportunidad de integrar ese gobierno desde las estructuras oficiales o desde la Usina, a veces casi como clandestinos, por el seguimiento que sufríamos de los Servicios de Inteligencia de la SIDE, del Ejército, de la Marina o de la Aeronáutica, mediante escuchas telefónicas o violación de correspondencia, que nos obligaba, siendo obviamente oficialistas, a actuar casi como conspiradores, utilizando todo tipo de claves para comunicarnos y poder trabajar para el propio gobierno, dentro o fuera de la Usina. Y para que no haya dudas cito nombres precisos como los de Arnaldo Musich, Oscar Camilión, Juan Ovidio Zavala, Cecilio Morales, Carlos Alberto Florit, Horacio Rodriguez Larreta (padre del actual jefe de gobierno de nuestra ciudad), Marcos Merchensky, Isidro Odena, Ramón Prieto, Juan CarlosTaboada, Dardo Cúneo, quien suscribe estas líneas, y muchos más, que estábamos sometidos a este tipo de seguimientos y vejaciones. Pero el caso fue que toda esa tremenda incomprensión a fines de la década del cincuenta y comienzo de los años sesenta, frustraron al país dar el salto cualitativo del subdesarrollo al desarrollo, grave error que todavía no pudo ser reparado, sumiéndonos en una situación política-social y económica tal, que resulta de difícil explicación y comprensión para el resto del mundo. Claro está que quienes colaborábamos día a día con el presidente Frondizi en Olivos, en la Casa Rosada, en los ministerios o en las oficinas de la Usina, habíamos sido lectores de los libros de Rogelio Frigerio, de las diversas ediciones de su propia revista “Qué Pasó en siete días”, y teníamos como únicos apoyos mediáticos las páginas y los editoriales del diario Clarin, porque su director Roberto Noble, era totalmente desarrollista y siguió siéndolo aún después del derrocamiento del presidente Frondizi. Y también contábamos con el total apoyo del Diario Democracia. El resto de la prensa, en contra.
Mientras tanto, Rogelio Frigerio, intuía apasionadamente que no existía un horizonte más allá del presente inmediato, con la convicción dramática de quien sabía que no se repetiría otro instante para dar ese salto cualitativo que podía depositar a la Argentina en ese lugar largamente merecido. Y así, desgranaba sus sentencias en su obra Las condiciones de la victoria, como quien se sentía un pionero, que abría caminos de una política nueva –el desarrollismo- y que al mismo tiempo debía teorizar sobre la propia praxis. Porque sabia como compañero de proyecto y asesor personal del presidente Arturo Frondizi, que el recurso escaso era, precisamente el tiempo. Y si ese despegue, que llevaría al país a un lugar de privilegio, no se daba en el corto plazo, las endebles condiciones de la victoria se desmoronarían y la nación quedaría subsumida en el lamentable estatuto del subdesarrollo.
Así las cosas, los términos de la disyuntiva eran evidentes en la perspectiva frondizista-frigerista, y los dos dirigentes estaban convencidos de que nunca como hasta 1958, se habían dado las condiciones necesarias para realizar simultáneamente la expansión y la independencia económica (el llamado take.off, o sea el salto hacia el desarrollo, y al mismo tiempo, asegurar los vínculos de unidad nacional y popular mediante la integración, evitando con el mismo impulso transformador el atraso económico y el caos político. Parafraseando otros discursos y otras banderas –a las que hacían suyas, resignificándolas- el binomio gobernante enarbolada sus propias categorías: grandeza o miseria; patria o colonia; integración o disgregación, democracia auténtica o dictadura implacable.
En ese tiempo, las preguntas se hundían en la opinión pública como una daga filosa: ¿somos un país rico o pobre? ¿petrolero o con petróleo no explotado? ¿una nación minera o simplemente con minerales ¿con una estructura industrial o agroimportadora?. Porque de qué servía ser potencialmente desarrollado si se seguían reproduciendo las conductas de sumisión y de dependencia. ¿Para qué seguir defendiendo un discurso idealista nacioalizante si los recursos básicos que llevaba a la verdadera liberación estaban enterrados en el subsuelo sin poder ser extraídos? ¿Para qué nacionalizar burocráticamente las decisiones mientras se debían importar esos mismos recursos que alentaban y permitían la verdadera emancipación? En otras palabras, dentro del desafío frondizista-frigerista, la cuestión se debatía en esta pregunta esencial; ¿qué nos hace más nación?.
De modo tal, que el “desarrollismo” surgió como un proyecto de política económica dentro de un sector de intelectuales y políticos que alcanzó amplia difusión, especialmente en los países llamados “periféricos” durante las décadas de 1950 y 1960. Porque el notable auge económico de posguerra y la división bipolar del mundo de la Guerra Fría, introdujo la posibilidad de la transformación de las estructuras económicas de los países que el eufemismo sesentista utilizaba para clasificar a algunas naciones del Tercer Mundo, mediante el crecimiento económico sostenido medido en términos del PBI, a partir de la industrialización de las hasta entonces economías primarias-exportadoras.
Pero aquí comienzan las diferencias conceptuales porque crecimiento y desarrollo no tenían el mismo significado para todos los que lo empleaban. Los “desarrollistas”, Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio en nuestro país y Juscelino Kubitschek y Helio Jaguaribe en Brasil, afirmaban que el desarrollo implicaba que la industria pesada les aseguraría a sus naciones un lugar entre los países poderosos del planeta. Kubitschek sostenía en 1956 que su objetivo era la expansión, el fomento y la instalación de las industrias que el Brasil necesitaba para su total y verdadera liberación económica.
Claro está, que el carácter multiforme del concepto de desarrollo generó diversas aproximaciones conceptuales. En un primer abordaje se lo concibió como un corpus epistemológico entre los economistas y científicos sociales, quienes se basaban en las tesis de la transferencia del conocimiento cuantitativamente acumulativo, desde los laboratorios y centros de investigaciones ubicados en los países desarrollados hacia sus colegas del mundo subdesarrollado. Y su andamiaje ideológico, que presuponía cumplir con los parámetros e índices ideales que debían alcanzar los países para penetrar en una suerte de círculo virtuoso, incluía la firma convicción de que dicho desarrollo sería progresivo, contínuo y objetivo, es decir sin la interferencia dañina de las ideologías políticas que perturbaran esa marcha sostenida hacia el progreso.
Para terminar estas reflexiones, considero necesario para quienes hablan hoy de reivindicar al presidente Arturo Frondizi, leer por lo menos sus cuatro tomos conteniendo todos sus discursos, leer los libros de Rogelio Frigerio, las centenares páginas y decenas de editoriales del diario Clarín, y tomar en cuenta todos los logros que en menos de cuatro años de gobierno, a pesar de todo lo que se hizo en su contra para evitarlos.
Pero debo también aclarar que habiendo transcurrido más de 50 años, con todos los adelantos científicos y tecnológicos, más el fuerte fenómeno de la globalización, no me cabe duda de que de vivir hoy tanto Arturo Frondizi como Rogelio Frigerio, por sus inteligencias políticas e intelectuales, pondrían en juego prioridades distintas a las de los años sesenta.
Muchas gracias