SUJETO POLÍTICO, ¿UNA UTOPÍA? Por Ernestina Gamas*
| 26 junio, 2017En teoría, la democracia es el régimen que posibilita al individuo transformase en sujeto político. Este sujeto es el que se interesa en trascender del ámbito individual al ámbito colectivo, en pasar del ámbito privado al público y se interesa también por participar en forma responsable en la construcción y transformación de su propia realidad y la de su entorno. El sujeto político autónomo, solidario y responsable se construye a partir de un recorrido entre ambos espacios y luego convive en una simultaneidad entre las dos esferas sin confundirlas y manteniéndose en esa tensión sin abandonar las reglas.
El Estado como forma de organización política está dotado de poder soberano e independiente, que integra a la población de un territorio. El Estado Democrático garantiza el respeto a las libertades civiles y está administrado en sus distintos organismos, por sujetos políticos. Es impersonal ya que el estatus de ciudadano con sus gobernantes no depende de vínculos personales de parentesco o de amistad. Es de suponer que los que se encargan de la administración del Estado llegan por méritos, formación o conocimientos técnicos.
Hasta acá la teoría, lo deseable.
Vale aquí introducir una observación del incisivo Jorge Luis Borges reflejada en una frase:
“El estado es impersonal: el argentino sólo concibe una relación personal. Por eso, para él, robar dineros públicos no es un crimen. Compruebo un hecho, no lo justifico o excuso”
Esta mirada hace que nos preguntemos si podemos albergar la esperanza de alcanzar alguna vez niveles de transformación de cultura ciudadana para acercarnos a estas pautas y para poder conseguir verdaderos sujetos políticos que puedan convivir en un estado de derecho respetando las leyes. Hasta ahora los habitantes del país se han mostrado indolentes ante lo público e indiferentes ante la corrupción cuando no, partícipes.
Esa confusión que hace que los dineros públicos se deslicen hacia patrimonios privados por el sólo hecho de administrarlos, produce un permanente estado de malversación, tanto de plata como de valores. Administrar da poder y ni bien se le toma el gusto produce adicción y hay que retenerlo mediante sistema de alianzas o complicidades que se alimentan del reparto del botín a espaldas de la ley. Resulta una costumbre dispendiosa que además y a cualquier precio necesita satisfacer el deseo de todos los estamentos de la sociedad para así posponer el juicio y alimentar la indiferencia de los que cada tanto los convalidan con su voto.
Una relación complementaria de amos y de esclavos. Es en épocas de bonanza, real o ficticiamente sostenida, cuando probablemente cada uno pretenda perseverar en su rol. Durante las épocas de abundancia, cuando el ciudadano de nuestro país tiene excedentes que le permiten consumir más de lo necesario, en esa relación personal con su deseo no hay escollo que se le interponga. Con las defensas altas, no queda espacio para reflexionar si su conducta significa un salto al vacío para los tiempos que siguen y mucho menos para protegerse de ese virus llamado corrupción.
En épocas de bonanza no se invierte pensando en el largo plazo, no se educa en una cultura de la austeridad para que los frutos de ese bienestar se sostengan en el tiempo. No se educa en ningún sentido y los grupos postergados están desvinculados de la idea de formar un ciudadano que pueda participar en las decisiones que lo llevarían junto con su entorno a situarse en una corriente social ascendente. Lejos de eso, se lo incita al consumo de lo inmediato, al placer de lo fácil.
Esas clases más sumergidas, acostumbradas a la dádiva y vivir en la indolencia no están adiestradas para pensar en la posibilidad de convertirse en sujetos políticos ya que esa figura no existe en su universo conceptual. Ese sujeto con estados de precarización intermitentes ni siquiera es consciente de que en relación a sus ingresos es un gran contribuyente ya que sin capacidad ni cultura del ahorro todos sus oscilantes beneficios van directamente a consumo con un gravamen demasiado alto en términos relativos. Si lo advirtieran tal vez reclamarían por el uso que se le da a lo que ellos aportan.
Pero las épocas de escasez llegan directamente proporcionales a la ficción con que ha sido sostenida la bonanza. Y es el desconsolado bolsillo de cada uno el que limita el deseo. Ante la potencia limitada aparece el miedo y la percepción de la precariedad de nuestros anticuerpos éticos. Alguien con sus tropelías fue el culpable de nuestro estado, jamás nuestro descuido y ceguera. Y es en este punto en que la observación de Borges alimenta el escepticismo de todos aquellos que nunca abandonan la mirada crítica y que vaticinan el desastre.
El 20 de junio, día del festejo de nuestra insignia patria, unos cuantos ciudadanos nos juntamos frente a los Tribunales reclamando decencia, en todas sus acepciones. Casi no asistieron jóvenes menores de 45 años. Lamentable la proyección de esta demanda corporizada en gente que en su mayoría había cruzado la mitad de la vida, hizo de este reclamo un vacilante deseo para legar a futuras generaciones en ese momento ausentes.
Qué puede esperarse de esta falta de participación de los más jóvenes en temas que nos atañen a todos. Es trillado decir que la corrupción es una mancha que se extiende contaminando hasta los intersticios menos visibles. La corrupción es extorsiva porque aún sin quererlo, si no se tienen convicciones y conocimiento suficiente hace caer en su redes hasta a los mejor intencionados.
Es fundamentalmente la ignorancia, la falta de cultura cívica, el descuido de las reglas, hasta de las más elementales, las que deshilachan la convivencia y el tejido social. Las que dificultan reconocer al otro que integra junto a cada uno de nosotros una trama que forma la comunidad republicana y democrática.
*escritora y Directora de este Blog
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