UNA CANASTA DE CANGREJOS por Teresa Harguindey*
| 10 marzo, 2017Hacia fines del siglo XX, un país de Asia sacudido por los imperialismos, sus guerras, y por la corrupción acudía a la metáfora de una cesta de crustáceos hacinados para ilustrar su estancamiento económico y social. En dicha canasta, los cangrejos que se acercan a la boca de salida son siempre retenidos y arrastrados hacia abajo por los demás. El éxito del grupo es impedir la salida, una hueste de vigilantes se ocupa de que ninguno puedalibrarse de su penosa situación. Si hubiera deserciones, los obstruccionistas se quedarían sin masa crítica donde hacer pie para seguir manteniéndose fuertes a costa del resto. La metodología es doblemente perversa pues en la cesta nacen y se crían nuevas generaciones que no tendrán oportunidad de sospechar otra realidad posible, libre de la adversidad y de los recelos de su sociedad. No conocerán una comunidad en la que prime el clima cooperativo, llamémosla sociedad-orquesta donde solo en conjunto se logra un objetivo, a pesar de las tensiones propias del conjunto. Así, la primera se articula sobre las formas de la obstrucción y del desencuentro, y la segunda en una inclinación a deponer los miedos o a confiar en el otro para alcanzar un desarrollo personal.
Si el derecho a huelga es una herramienta para regular las tensiones naturales entre los distintos actores productivos y el mercado, está claro que esta herramienta será distinta según qué tipo de sociedad la implementa. Entiéndase bien, según se trate del clima de cultivo donde chapotean los obstruccionistas, o los cooperativistas dispuestos a la negociación. ¿Qué pasa en la Argentina? Seamos francos. Trece paros a un presidente electo, o ciento diez días de paro de docentes de la educación pública en solo una provincia raya en el obstruccionismo crónico si bien está sustentado legalmente por el derecho a huelga y por demandas salariales genuinas. Ese nivel de paros sostiene el clima de conflicto en el que la negociación es postergada hasta la extenuación, he aquí el trofeo mayor, casi más importante como metodología que la mejora salarial resultante.
¿Y qué de los estudiantes? Mientras están en sus casas, y en el fondo de la cesta de cangrejos, aprenden también del ejemplo de los gremios docentes fuera del aula. En el imaginario de los estudiantes, cada experiencia de encuentro con su docente, cada despertar de conciencia y de conocimiento, cada escalón de confianza y de vocación, cada triunfo escolar gracias a la abnegación y sacrificio de docentes y de educandos es endurecido por la implacabilidad de los sindicalistas intransigentes. Los gestos individuales de la mayoría de los docentes que ganan la empatía de la comunidad por su reclamo salarial son tensados y acerados bajo la forja del gremio. La huelga salvaje enseña a los estudiantes que la metodología es hacer tambalear la negociación. Enseñaque está bien que sus capacidades se desarrollen de modo salteado, según el calendario de paros; enseña que los reclamos económicos están teñidos por intereses políticos; enseña que a clase se entra con los tapones de punta, que un sindicalista tiene que ser malevo (macizo, bosquejado de un sólo trazo y a mano alzada) porque si fuera humanamente comprensivo del conjunto de factores hacedor de una realidad definible entre todos, sería forzosamente un imbécil, y no dura. Y peor aún: que el treinta cinco por ciento que no termina el secundario y se fue hace rato tenía razón porque la educación que dice darles la llave del progreso a costa de sacrificios los defaultea. El estudiante es un comodín de las fuerzas que lo desertan. Que no nos extrañe si la violencia en las escuelas es resultado del traslado del deterioro de los vínculos entre unos y otros, al aula y al patio de recreo.
¡Cuánto más conducente sería una escuela donde cada alumn@ puede descubrir oportunidades de realización en una cultura conciliatoria, donde la identidad de los actores con sus demandas y realidades no se debate en duelo sino que armoniosamente trata de articular sus contradicciones, sus diferencias, por el bien de la educación. La educación, hija común de una pareja tantas veces despareja pero por quien aprende a hacerse responsable a pesar de sus desavenencias en pos del futuro. Y así, la educación de las generaciones jóvenes podrá llegar a mejor puerto. Se llega a la salida de la cesta de cangrejos en camadas sucesivas, tendiendo una mano a los que quedan abajo esperando con confianza que su turno de salida será atendido. Eso es Progreso, pero los argentinos seguimos cómodamente aferrados a los miedos, a la falta de confianza entre nosotros. Es negocio, rinde mucho para algunos, para los menos que hacen más ruido. Sin embargo, hay una gran mayoría que quiere y necesita salir de la trampa y que demanda un acuerdo para hacerlo. Un pacto de convivencia.
marzo 2017
* Escritora. Profesora de Historia (UBA) con Maestría en Estudios Literarios, Universidad de Delhi.