EL ECOLOGISMO DE LOS POBRES por Joan Martínez Alier*
| 31 enero, 2017Revista El Ecologista nº 45
La brutal y creciente explotación de los recursos naturales que provoca nuestro modelo económico no sólo da origen a una larga lista de problemas ambientales. También genera, cada vez más, numerosos y gravísimos conflictos sociales. Éste es el contenido principal del reciente libro publicado por el autor de este artículo, ‘El ecologismo de los pobres’, del que aquí se resumen los contenidos más relevantes.
El libro El ecologismo de los pobres. Conflictos ambientales y lenguajes de valoración tiene un punto de partida en la economía ecológica, por tanto en la perspectiva del metabolismo social. Es decir, debemos ver la economía como un sistema abierto a la entrada cada vez mayor de energía y materiales y a la salida de los residuos como son el dióxido de carbono y otras formas de contaminación.
Aumenta la dimensión física de la economía. No nos estamos desmaterializando. Al contrario, la economía humana aumenta en relación a los espacios y recursos físicos. Por tanto aumentan los conflictos ecológico-distributivos. Es decir, no sólo estamos perjudicando a las generaciones futuras de humanos y eliminando otras especies que a veces ni tan siquiera conocemos, sino que hay también crecientes conflictos ambientales ya, ahora mismo.
Comprobamos que hay un desplazamiento de los costos ambientales del Norte al Sur. Estados Unidos importa más de la mitad del petróleo que gasta. Japón y Europa dependen físicamente aun más de las importaciones. Al hacer los cálculos de flujos de materiales, se observa que la América latina está exportando seis veces más toneladas que importa (minerales, petróleo, carbón, soja…), mientras la Unión Europea funciona al contrario, importamos cuatro veces más toneladas que exportamos. Eso me lleva a apoyar la idea de que existe un comercio ecológicamente desigual.
La misma desigualdad observamos en las emisiones de dióxido de carbono, causa principal del cambio climático. Un ciudadano de Estados Unidos emite 15 veces más en promedio que uno de la India. En el libro pregunto, ¿quién tiene títulos sobre los sumideros de carbono que son los océanos, la nueva vegetación y los suelos? ¿quién es dueño de la atmósfera para depositar el dióxido de carbono que sobra? Sabemos que el protocolo de Kioto es mejor que la política de Bush pero no soluciona ese enorme conflicto ecológico-distributivo. De ahí la reclamación de la Deuda Ecológica que el Norte tiene con el Sur, por el comercio ecológicamente desigual, por el cambio climático, también por la biopiratería y por la exportación de residuos tóxicos. La Deuda Ecológica se puede expresar en dinero pero tiene también aspectos morales que no quedan recogidos en una valoración monetaria.
Ecologismo popular
Aunque el peso de la economía crezca y aunque haya crecientes conflictos, no hay que ser pesimista. Hay muchas experiencias de resistencia popular e indígena contra el avance de las actividades extractivas de las empresas multinacionales. Estas resistencias parecen ir contra todo el curso de la historia contemporánea, que es el constante triunfo del capitalismo y la expulsión de la gente pobre. Las comunidades se defienden. Muchas veces las mujeres están delante en esas luchas. En el libro explico muchos casos de defensa de los manglares, como en la costa ecuatoriana, donde los manglares han desaparecido para poner camaroneras y la gente que vivía allí, recolectando conchas, poco a poco ha sido desplazada. Los consumidores de camarones no saben ni quieren saber de dónde viene lo que comen. Las protestas locales contra la industria camaronera han causado cientos de muertos en los últimos veinte años alrededor del mundo.
Lo mismo ocurre en la minería. Las comunidades se defienden apelando a los derechos territoriales indígenas bajo el convenio 169 de la OIT, como hoy en día en Guatemala, o tal vez organicen consultas populares o referéndum exitosos, como en Tambogrande, Perú, o en Esquel, Argentina, contra la minería de oro. En otros países, como India o Indonesia, las comunidades indígenas recurren a otras acciones y planteamientos legales. Vemos en muchos lugares del mundo surgir reclamaciones contra empresas bajo la ATCA de Estados Unidos (Alien Tort Claims Act, una ley de 1789 que permite reclamar por los procedimientos fraudulentos y agravios contra extranjeros por parte de empresas estadounidenses), en general sin éxito. En la Amazonía hay comunidades que resisten contra las empresas petroleras como Texaco, Repsol o tantas otras.
El Norte consume tanto, los ricos del mundo consumimos tanto, que las fronteras de extracción de mercancías o materias primas están llegando a los últimos confines. Por ejemplo la frontera del petróleo ha llegado hasta Alaska y la Amazonía. Pero en todos los lugares del mundo hay resistencias. Podemos llamarlas Ecologismo Popular o Ecologismo de los Pobres o Movimiento de Justicia Ambiental.
Hay también casos históricos de resistencia antes de que se usara la palabra ecologismo. Por ejemplo, en la minería de cobre en Ashio en Japón hace cien años, o en Huelva contra la contaminación causada por la empresa Rio Tinto que culminó en una terrible matanza a cargo del Regimiento de Pavia el 4 de febrero de 1888. Ese día, el 4 de febrero, podría ser declarado Día del Ecologismo Popular.
Los pasivos ambientales
La economía ecológica es una crítica de la economía convencional porque ésta cree que el crecimiento económico se puede dar indefinidamente, se olvida de la naturaleza en las cuentas económicas, sean de las empresas o del gobierno. Ni la contabilidad empresarial ni la contabilidad macroeconómica restan los pasivos ambientales.
La economía ecológica critica, pues, cómo se construye la ciencia económica y su
contabilidad. Y lo que propone es que hay que considerar los aspectos biológicos, físicos, de química, y también sociales. Es decir, si la economía creció un 3%, de acuerdo, pero que se explique cómo ha aumentado la contaminación, qué ha pasado con los ríos, con los bosques, con la salud de los niños, considerando también todos los aspectos sociales y ecológicos. Esto no es sólo una idea de profesor de universidad. Hay protestas sociales debido a que la economía estropea la naturaleza. A veces los afectados son generaciones futuras que no pueden protestar porque aún no han nacido, o puede ser una ballena, que tampoco va a protestar. Pero otras veces los desastres ecológicos afectan también a personas actuales, que protestan. Son luchas por la justicia ambiental.
Hay lugares donde se plantan miles de hectáreas de pino para capturar dióxido de carbono europeo, como en el proyecto FACE en los páramos del Ecuador, donde algunas comunidades empiezan a protestar, porque no se pueden comer los pinos, no pueden sembrar ni criar ganado, el pino estropea todo el agua que hay en los páramos, y si hay un incendio el contrato les obliga a replantar. Hay conflictos de pesca, porque la pesca industrial acaba con la que se realiza de modo artesanal. Hay conflictos, también, sobre transportes, por ejemplo, por el gasoducto de Unocal de Birmania a Tailandia, o las hidrovías, o casos como el del Prestige. Por poner ejemplos más cercanos, los casos actuales en Cataluña de protestas por el Cuarto Cinturón o por el Túnel de Bracons, nace del creciente volumen del transporte.
Hay quien no entiende el carácter estructural de estas protestas, que en el Sur nacen en las commodity frontiers, los nuevos lugares de extracción y contaminación. Creen que son protestas NIMBY (“no en mi patio”) cuando son manifestaciones del gran movimiento internacional por la justicia ambiental. Hay gente que incluso piensa que el ecologismo es un lujo de los ricos, que hay que preocuparse por la naturaleza solamente cuando ya tienes de todo en casa. La idea del ecologismo popular resalta que hay gente pobre que protesta porque le va la propia supervivencia en ello.
Del mismo modo, surgen redes de estas protestas. Por ejemplo, la red Oilwatch, que nació en 1995 de experiencias en Nigeria y sobre todo en Ecuador. Nacen redes que piden ayuda a los grupos del Norte, porque las compañías son del Norte. Estuve en enero del 2004 en el Foro Social de Mumbai, en la India, y allí noté la fuerza de otra red similar, Sur-Sur, llamada Mines, Minerals & People. Pienso que de las protestas, de las resistencias es de donde van a nacer las alternativas. Éstas no van a nacer de ningún intelectual que escriba un libro ni de ningún partido político que diga cuál es la línea correcta.
Valores inconmensurables
En el ecologismo o ambientalismo hay diversas corrientes. Hay gente que se llama ecologista radical, por ejemplo en Estados Unidos, y en lo social no es nada radical. Es una tendencia que se preocupa sólo de la naturaleza, no tanto por las personas. Por ejemplo, luchaban (lo que me parece bien) contra represas en cañones hermosos que iban a ser eliminados por los embalses. Incluso alguno dijo que se dejaría morir allí. Luchaban solamente por la naturaleza, no por las personas.
En contraste, en lugares como Brasil hay el movimiento popular que se llama atingidos por barragens. En la India, hay una lucha contra una famosa represa en el río Narmada, y allí la gente protesta en defensa del río, pero también en defensa de la gente. Porque si completan esta represa, 40 o 50.000 personas se tienen que ir de allí. La líder se llama Medha Patkar, ella no piensa sólo en la naturaleza, piensa también en la gente pobre. Son grupos indígenas que necesitan su territorio para vivir, porque si se van de allí, se van a morir de hambre. Hay verdes que no se preocupan de los seres humanos, se preocupan sólo de la naturaleza. Pero también hay verdes que entienden que no se puede separar la naturaleza de la sociedad.
En esos conflictos ambientales que el libro analiza, ya sean por extracción o transporte de materias primas, ya sea por contaminación local o regional, vemos que se despliegan diversos lenguajes. Puede ser que los poderes públicos y las empresas quieran imponer un lenguaje económico, diciendo que se hará un análisis costo-beneficio ampliado, con todas las externalidades traducidas a dinero, y además se hará una evaluación de impacto ambiental, y que así se va a decidir si se construye una represa conflictiva o se abre una mina. Pero puede ocurrir que los afectados, aunque entiendan ese lenguaje económico y aunque piensen que es mejor recibir alguna compensación económica que ninguna, sin embargo acudan a otros lenguajes que están disponibles en sus culturas. Pueden declarar, como hicieron los U’Wa en Colombia frente a Occidental Petroleum y después frente a Repsol, que la tierra y el subsuelo eran sagrados, que “la cultura propia no tiene precio”.
En un conflicto ambiental se ven involucrados valores muy distintos, ecológicos, culturales, de subsistencia de las poblaciones, y también valores económicos. Son valores que se expresan en distintas escalas, no son conmensurables. Como dijo Machado, “Todo necio / confunde valor y precio”.
¿Quién tiene el poder de imponer el método de resolución de los conflictos ambientales? ¿Valen las consultas populares, que apelan a la democracia local? ¿Cuánto vale el lenguaje de la sacralidad? ¿Valen los valores ecológicos solamente si se traducen a dinero, o valen por sí mismos, en sus propias unidades de biomasa y biodiversidad? Son preguntas que salen de la participación reflexiva en conflictos ambientales en diversos lugares del mundo. De ahí la pregunta con la que concluye el libro, ¿quién tiene el poder de simplificar la complejidad imponiendo un determinado lenguaje de valoración?
Es, pues, un libro de Economía Ecológica y de Ecología Política. La Economía Ecológica explica el conflicto entre economía y medio ambiente, y pone en duda que ese conflicto pueda solucionarse con jaculatorias como el desarrollo sostenible o la modernización ecológica. La Ecología Política estudia los conflictos ambientales, y muestra que en esos conflictos, distintos actores usan o pueden usar distintos lenguajes de valoración. Vemos en la práctica cómo existen valores inconmensurables, y cómo el reduccionismo económico es meramente una forma de ejercicio del poder.
*Catedrático del Dpto. de Economía e Historia Económica de la Universitat Autónoma de Barcelona, además de presidente de la International Society of Ecological Economics.