LA ARGENTINA ANTICIPATORIA Jorge Ossona*
| 7 diciembre, 2016La victoria de Donald Trump y los acechantes neo nacionalismos europeos globófobos actualizan en el mundo desarrollado debates socioeconómicos que, de una u otra manera, vienen planteándose en la Argentina desde hace, por lo menos, treinta años. Aquí, cobraron el carácter de políticas públicas concretas y radicalizadas durante el último “período largo” del peronismo en el “poder” entre 1989 y 2015. Salvo, claro está, el breve interregno de la Alianza que administro fallidamente la herencia de la gestión de la “Argentina del Primer Mundo” y nos colocó en el sendero hacia el “modelo de matriz diversificada con inclusión social” del “Proyecto Nacional y Popular”. Dos caras de la misma moneda: la de los dilemas de la inserción del país en el nuevo mundo global superando las dificultades de la economía industrial semicerrada y de la coalición urbana que prohijó bien representada desde los 40 por el peronismo histórico.
Carlos Saúl Menem, en principio un exponente más o menos ortodoxo de esta última versión termino encarnando -menos por convicción que por el doble condicionamiento de la espiral inflacionaria heredada y del fin de la Guerra Fría- un impulso modernizante pendiente desde hacía décadas. Como en el mundo desarrollado la nueva crisis del capitalismo y de su patrón tecnológico venía registrando desde hacía quince años fuertes retrocesos en los niveles de equidad social que le habían dado forma a los denominados “Estados de Bienestar”. Por caso, el curso trastornado de nuestra economía irreversiblemente abierta y dolarizada desde 1977, venia confiriéndole a la exclusión social caracteres más agudos que en el mundo desarrollado. De hecho, desde por lo menos mediados de los 70, ya se habían abierto los cauces hacia una pobreza estructural desconocida a lo largo de la historia del país.
El menemismo pareció, en principio, atenuar el problema. Pero el atraso cambiario que supuso la Convertibilidad, el déficit fiscal crónico –incompatible con la anterior-, y el consiguiente endeudamiento externo sustitutivo de la vieja cultura inflacionaria tornaron a la modernización local en más excluyente de lo que venía siéndolo desde el “rodrigazo”. Asimismo, el sesgo tardío de las políticas sociales subsidiarias del desempleo luego de la “crisis del Tequila” de 1994-1995 reforzó un criterio administrativo de la penuria social que contuvo a los marginados a costa de un estado de insatisfacción profunda tanto por el recuerdo aun latente del país inclusivo como por las promesas incumplidas por los sucesivos gobiernos. El nuevo orden asistencialista y neo filantrópico, sin embargo, convirtió a la pobreza en el insumo de una nueva oligarquía política democrática que tercerizó en municipios y organizaciones sociales las funciones asistenciales. Los albores del nuevo siglo, la matriz de la formula aperturista estallo en pedazos sin la posibilidad, como en México, el Sudeste Asiático, Rusia y Brasil, de su administración progresiva. Pero simultáneamente, se estaban sustanciando cambios de calado en el orden económico y político internacional cuyo punto de partida fue el ataque a las Torres Gemelas de setiembre de 2001. Por múltiples razones, la nueva coyuntura abrió una segunda etapa del nuevo capitalismo global mucho más amable que la anterior para los “emergentes” como la Argentina. Fue lo que capitalizo a su favor, entre otras cosas, Néstor Kirchner.
Como otros fenómenos análogos en el resto de la región reviso la apertura retornando parcialmente a las raíces proteccionistas y redistributivas del “movimiento”. La “nave insignia” de la Convertibilidad –respecto de la cual en el periodo anterior fue ortodoxo devoto- fue reemplazada por los “superávits gemelos” favorecidos por el default de una porción sustancial de la deuda externa. Su refinanciación hacia 2005 habilitó a una negociación tan exitosa como incompleta y de dudosas consecuencias en el largo plazo sobre las posibilidades de continuar la ola de inversiones abierta en los 90. Por caso, las grandes corrientes de inversión, tan favorables a “países emergentes” como el nuestro nos apartaron desde entonces como destino y marcaron los límites del “modelo”. No obstante, la coyuntura mundial de términos de intercambio sorprendentemente favorables para nuestras “comodities” refrendados por la vigencia del Mercosur recuperó la sensación de desahogo luego de la crisis del campo de 2008 y de la internacional de 2009. Brasil, Mercosur mediante, se convirtió en la terminal de nuestra tecnológicamente reestructurada producción automotriz contribuyendo también a compensar el relativo cierre proteccionista. Pero los citados niveles mediocres de reinversión hicieron encallar al “crecimiento a tasas chinas” hacia fines de la década. La reaparecida inflación acelero la fuga de divisas decenales reiteradas cíclicamente desde fines de los 70. El nuevo decenio , reelección de CFK mediante, estuvo signado por una penuria que aún no se ha podido revertir.
La indeleble pobreza, por su parte, exigió el refinamiento y sofisticación de las políticas que la venían administrando desde los 80. Su “estructuralidad” la estratificó en términos socioeconómicos y culturales. Pero sus consecuencias más gravosas fueron anestesiadas y eclipsadas por la ilusión monetaria y por un relato reparador que redosificaba viejos discursos ideológicos como en antiimperialismo de los 70, el nacionalismo de los 40 y el revisionismo histórico de los 60 añadiéndoles como originalidad el novedoso “pobrismo”. La exaltación de la pobreza como ideal social y virtud cívica encubrió una actitud a mitad de camino entre el cinismo, la resignación ante aquello que las políticas públicas fracasaban o renunciaban a remover y el oportunismo político. Sus enunciadores, por lo demás, procedieron de una oligarquía cuyo estilo de vida se ubicaba más cerca de ostentosas satrapías orientales que de la política republicana sobria y competente prometida por la instauración democrática de 1983. Crecimiento y desarrollo espasmódico e interrumpido desde hace más de un lustro, pobreza estructurada y una democracia sólida pero poco respetuosa de las indispensables formas republicanas fueron los saldos matrices del segundo peronismo.
Desde hace un año, la Argentina aspira reintegrarse al mundo sin dejar en el camino a los excluidos del nuevo capitalismo. Una ecuación difícil por razones cuantitativas: son más de un 30 % de la población; cualitativas – la resistencia por parte de toda la sociedad a resignar subsidios-, y por el curso de una dinámica mundial que, por momentos, parece marchar en sentido contrario. Danald Trump, una mezcla del carismático y pintoresco Carlos Menem con un programa nacionalista cerrado como el de los Kirchner, encarna, a su manera, ambas caras de nuestro “movimiento nacional” y de sus sucesivos y volátiles “proyectos” de última generación.
*Miembro del Club Político Argentino