CAMINO DESDE EL BICENTENARIO por Francisco M. Goyogana
| 24 julio, 2016
Club del Progreso, ciclo Camino al Bicentenario
Ya en las proximidades del final del camino al Bicentenario, exactamente a un mes de alcanzar el final de un tramo de la ruta inacabable del destino de la Patria, se atisba la continuación del camino, ahora partiendo desde el bicentenario.
La nueva nación que viera la luz en Mayo de 1810, recibiría luego, en 1816, su acta de nacimiento. Su destino afrontaría la descomunal y fascinante tarea de transformar aquellos desiertos subpoblados en la admirable y grande Nación que llegamos a ser. No fue posible soslayar una infancia y adolescencia sin dolores. Un primer sobresaliente tutor, Rivadavia, fracasó por el pecado de adelantarse a su época. Las primicias inculcadas estaban inspiradas en las ideas filosóficas, políticas y económicas que dieron fundamento a las revoluciones norteamericana y francesa del siglo XVIII.
Dentro de un gran impulso con amplitud de miras, proyectado para la construcción de una nación moderna, el gobierno de Rivadavia dirigía una administración que debía apoyarse siempre en la opinión pública, dentro de la que figuraban los intelectuales de la época que leían a Benjamin Constant, Antoine Destutt de Tracy y Jeremy Bentham. Bentham fue el conductor de un fenómeno británico, el utilitarismo, fundado en la investigación empírica, la asociación de ideas y una aproximación liberal y humanista hacia los asuntos políticos y económicos, al que se asociaron los Mill, James y John Stuart, padre e hijo.
El filósofo Bentham tenía un corresponsal en Buenos Aires, que era el mismo Rivadavia, al que conocía personalmente y con quien se carteaba.
El momento rivadaviano fue un breve tiempo entre 1820 y 1824, seguido de luchas fratricidas que postergaron los beneficios del futuro Estado-nación de orden liberal, que arribaría más tarde con la instalación de las ideas filosóficas que se asentaron después de Caseros, con el ímpetu de la Generación de 1837 y los aportes de la Generación del 80.
Atrás quedaron los intentos de las Constituciones del Congreso de Tucumán trasladado a Buenos Aires en 1819 y su prolongación en líneas generales a la de 1826.
El período de 1829 a 1852, desde el convenio de Cañuelas entre Rosas y Lavalle hasta Caseros, estuvo ocupado por el monopolio del poder sin Constitución en manos de Rosas.
Ya con una Constitución Nacional, el país de los ahora bicentenarios de 1810 y 1816 iniciaba la reconstrucción de un Estado que seria modelo para el mundo al cumplir los primeros cien años de cada uno.
Los siguientes centenarios, particularmente después de 1930 y especialmente después de 1943, se vivirían con la incógnita del modo en que continuaría sobreviviendo el pueblo argentino.
La República recuerda ahora cómo ha sido su vida hasta el presente, pero le resulta imposible conocer el ignoto porvenir desde los recuerdos del futuro, ya que es imposible conocer algo que está por venir. Se especula con la imagen de un recipiente que contiene una mitad de su capacidad, figurando que apreciarlo como medio lleno es una visión optimista y verlo como medio vacío, pesimista. Por fuera de las especulaciones, la realidad no lo muestra como lleno sino vacío, a pesar de la última apreciación relativa. Proyectado el ejemplo a la República, el vacío, aún relativo, debe ser llenado para su cabal completamiento. Y eso estará limitado a la aplicación de un proceso que permita integrar la unidad del país, con el tiempo y la debida elección del procedimiento como variables.
Ha llegado el momento de reflexionar sobre la travesía realizada recordando con Ortega, en Una interpretación de la historia universal, que:
La historia, que es nuestra preocupación por el pasado,
surge de nuestra preocupación por el futuro.
Una mirada retrospectiva ofrece un paisaje en el cual, después de más de setenta años, el devenir circunstancial de la historia muestra a la República como un país desconcertante.
Cuando el observador se acerca a las zonas neurálgicas de la realidad y la historia, ese desconcierto envuelve las reflexiones orientadas hacia el porvenir e impide la visión despejada de las ideas y eventuales acciones que posibiliten el despegue desde la decadencia.
Para ilustrar este fenómeno del desconcierto vale la exposición del criterio de Simon Kuznets, Premio Nobel, que llegó a la conclusión de que existen cuatro tipos de países: los desarrollados, los subdesarrollados, el Japón y la Argentina.
Simon Kuznets relacionó, fundamentalmente, el crecimiento económico y la distribución del ingreso; según su hipótesis, el crecimiento basta para reducir la desigualdad. Su idea mereció que se le otorgara el Premio Nobel de Economía 1971.
Debe entenderse como una verdad de Perogrullo, que de puro evidente, es un despropósito decir que la distribución sigue a la creación de riqueza y no a la inversa, criterio no comprendido por los populismos de turno.
Recuerda Kuznets que en el primer quinto del siglo XX, la Argentina era uno de los países más importantes del mundo.
A esa situación la siguió una etapa de declinación constante en relación con países de Europa occidental y los Estados Unidos, hasta un punto en el espacio de los años 1970/1980 en que se produjo el naufragio argentino.
En las dos primeras décadas del siglo XXI se desencadenaría la catástrofe, culminación de la larga y dramática crisis, política, social y cultural de la República, de la cual en rigor todavía no se ha emergido.
El colapso actual es obra de los responsables de los desaciertos que siguieron a la crisis del 2001, pero tampoco fueron ajenos equivocaciones, efímeras ilusiones y delitos de quienes los precedieron, salvedad hecha de algunas buenas intenciones interrumpidas y por ende malogradas.
El pasado ayuda a la comprensión del presente, y hasta el intento de proyectar el porvenir, a pesar de los cambios y transformaciones producidas por las contingencias, la aparición de nuevos actores y de acontecimientos inesperados, las interferencias, el azar, el desgaste por erosión del tiempo.
La ventaja de la visión retrospectiva es la de conocer las consecuencias de comportamientos a lo largo demás de setenta años, cuyo ejemplo debe servir para evitar la repetición de errores, aún a riesgo de que de las enseñanzas se extraigan, ocasionalmente, conclusiones equivocadas.
Imposible negar que el presente y el pasado se relacionen en un acoplamiento de continuidad y discontinuidad, de permanencia y cambio, pues aún siendo opuestos, están unidos, a la vez, por su misma oposición. Para ver esto con claridad, es suficiente hojear la prensa escrita, escuchar la radio, ver la televisión de todos los días.
Esta lógica también se da entre el presente y el futuro, y los proyectos actuales forjan las precondiciones del futuro, futuro que es desconocido e imprevisible.
El cambio de paradigma operado a fines de 2015 en la República, constituye ciertamente un estímulo para la autocrítica, el análisis introspectivo, el examen de conciencia, reconocer el grado de las faltas propias, y requiere necesariamente un ejercicio de memoria histórica. El resultado conseguido deberá guardar, sí, el nivel de responsabilidad que le cabe a cada analista para adjudicar sus juicios a las proporciones del poder y capacidad de decisión de los actores y a las ideas que han sostenido en sus acciones.
La consideración de las ideas que han guiado los capítulos correspondientes de la historia de la República desde su creación, han sido ocupados por las ideas universales, el conservadurismo, el fascismo, el liberalismo y la democracia entre las generales, así como aquellas más particulares como el radicalismo, el llamado peronismo, el militarismo, o aquellas que como el nacionalismo y la izquierda genérica sólo han ejercido una influencia oblicua pero grave.
Al llegar a este punto, obligadamente, se debe caer en un concepto que contiene, al menos, dos aspectos opuestos, además de variaciones intermedias. Así, idea política, sirve tanto para expresar la aceptación de una visión del mundo válida para la sociedad en su conjunto, como para referirse a una naturaleza propia de ideología o deformación de la realidad al servicio de intereses particulares. Este criterio para precisar el alcance de los significados de un término polisémico como política, es visible en los medios de comunicación cuando se lo aplica a propósitos diversos. Se salta de la concepción de validez para toda la sociedad, a otra meramente limitada para indicar un interés particular.
El empleo de la locución idea política, muestra variaciones en el uso corriente, de acuerdo a la naturaleza de quienes la utilizan. Los intelectuales por lo general, no sobrevaloran ni subvaloran la influencia de las ideas en la política, y raramente realizan sus ideas en la práctica, mientras que los políticos por su parte evitan subordinar la acción al pensamiento, aunque justifiquen su accionar con las ideas utilizadas meramente como instrumentos de combate.
Hasta aquí, las ideas son un término que abarca una percepción, una imagen, un concepto, una proposición, una clasificación, una doctrina, una teoría o cualquier otra cosa que pudiera pensarse, y por eso, debido a su generalidad, es difícil concebir como una única teoría precisa de ideas de todas las clases. Las ideas son valores aplicados por el hombre en el juego de los elementos que constituyen el quehacer filosófico, y circulan en un nivel en el cual se proponen y se discuten, se defienden o se cambian.
Pero el arte difícil de acosar las ideas, arte al que se reduce el método filosófico, también debe admitir que en un nivel profundo existen valores que no se discuten, simplemente se tienen, y constituyen las creencias.
Como síntesis, recordando a Ortega refiriéndose a los valores, sean las ideas o las creencias, el filósofo expresaba:
Así como el hombre conjuga corazón y cerebro en el existir
cotidiano, no puede evitar que en el quehacer intelectual deba
fundir íntimamente el sentir al pensamiento.
No es ocioso, por lo tanto, preguntarse por qué los políticos eligen determinadas concepciones filosóficas y no otras; por qué Yrigoyen eligió a Karl Christian Krause y Perón a Karl von Clausewitz, así como también indagar por qué, en determinadas circunstancias históricas, sectores de la sociedad han sido arrastrados por emociones colectivas inspiradas en ideologías cuyos creadores desconocían hasta el nombre. Ni los conductores ni las masas pueden aislarse de las ideas predominantes en el país y en el mundo.
Las corrientes políticas son consecuencia de las circunstancias, pero a la vez aunque deformadas, tergiversadas y corrompidas por los hombres de acción, ejercen influencia sobre la situación que las originó. Lejos de reducir las ideas a la política, o la política a las ideas, Max Weber se niega a sustituir una interpretación causal, unilateralmente materialista de la cultura y de la historia por otra espiritualista igualmente unilateral. Ambas son igualmente imposibles.
La compleja realidad humana sólo puede ser abordada en sus múltiples dimensiones, evitando de ese modo las unilateralidades y las interpretaciones parciales reducidas a una sola causa.
Asoma ahora un nuevo paradigma político a la luz de que la historia es un argumento sin final, quizá capaz en el mejor de los casos, de enriquecer y no de resolver el problema, refractario por principio a las verdades canónicas y a los dogmas de fe. Este paradigma novedoso se ha topado con una cuestión no menor, que es la de la decadencia de la República y cuya resolución no ha sido posible todavía pese al esfuerzo de historiadores, politólogos, economistas y ensayistas que se han limitado a dar explicaciones siempre provisorias.
Queda, por lo tanto, develar hasta donde sea posible, el misterio del fracaso de la República. Fracaso cuyo desarrollo se ha incrementado en un período considerado como democrático desde 1983, simplemente por qué se ha disipado el factor militar en el tablero de los juegos del poder.
La política, por otra parte, es la lucha por y la administración del poder, la acción individual o colectiva que aspira a influir en el cuerpo de gobierno de un grupo social de cualquier clase o tamaño. Mirar hacia el futuro significa contemplar la praxis política dentro de un criterio general de la acción en los términos más amplios, situación que plantea aspectos particulares que consideran problemas como la acción racional, la relación entre los planes y las políticas, la relación entre las acciones individuales y las colectivas. Este aspecto de la praxis política incluye estimar si una ciencia política puede ser al mismo tiempo científica y estar moralmente comprometida, constituyendo una teoría de la acción. Por otra parte, se encuentra la política epistemológicamente realista que contribuye a la comprensión de los asuntos sociales, que a su vez es necesaria para su rediseño y administración racional y realista.
Este análisis repara en el aspecto práctico de la política considerada como una tarea profesional, o bien como la participación de individuos que no han hecho de la política una profesión específica.
En la actualidad es posible advertir la presencia de personas que provienen de otro campo que el de la política tradicional en términos profesionales. Por ejemplo, funcionarios del Estado que provienen del terreno de los negocios, de las ciencias, de las artes, orígenes diferentes de aquellos que han hecho de la política una profesión. Muchos de estos probablemente no seguirán una carrera política, por carecer de ambiciones para ello. Están experimentando que pasar de lo privado a lo público es más complejo de lo que parece. Vienen de un mundo competitivo y eficiente y deben pasar a un mundo ordenado por los votos, los ratings, en los que no gobierna una empresa individual, sino dentro de un rol social, que es el espacio de las expectativas y de las empresas del Estado. En suma, que el pronóstico futuro no presenta sino luces y sombras en cuanto a la convivencia de la sociología como ciencia social teórica especulativa y el gobierno como ciencia del conjunto de conocimientos empíricos que lo aproxime a una realidad comprobable.
Existen signos con respecto a que el siglo XXI marcó la crisis del modelo que debe regir los vínculos del mundo globalizado. Esta concepción del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, formado en Alemania, establece un cisma entre el adentro y el afuera, entre lo propio y lo extraño, el amigo y el enemigo. Interpreta lo que no es propio como una amenaza equivalente a un virus del que hay que defenderse, en un concepto de carácter inmunológico con aplicación en los vínculos de un mundo moderno globalizado, con un vocabulario inmunológico de naturaleza militar y que tiene su expresión característica en la Guerra Fría. En ese contexto, la defensa deviene en negatividad: la otredad amenazante debe ser reducida o eliminada para asegurar la supervivencia. Expulsar, repeler, defender, eliminar son los infinitivos del paradigma inmunológico. La violencia, física o simbólica, son su sombra.
Por el contrario, afirma Han, el presente se rige por la positividad y el parecido. Su problema no es protegerse de lo extraño, sino establecer la diferencia entre lo idéntico. Las frases que expresan el espíritu u objetivo de un partido, grupo o causa son ahora: Sí, se puede o Nada es imposible, revelan el carácter de la positividad. Los proyectos, iniciativas y motivaciones consensuadas reemplazan los mandatos vinculantes de la negatividad. Esta actitud también supone la abolición de la extrañeza. Lo extraño se sustituye por lo exótico y el turista lo recorre. El turista o el consumidor ya no es un sujeto inmunológico.
Han como filósofo, ejerce la crítica social. Por lo tanto no todo es de color rosado, sino que la nueva cultura no descarta violencia y alienación, Por debajo del acuerdo para rendir y hacer, sostiene Han, corre el debilitamiento de los vínculos y la desesperación. Si la lucha contra lo extraño produce enemigos, locos y criminales, la exigencia del rendimiento genera depresivos y fracasados. Las enfermedades de la globalización, dirá Han no son infecciones provocadas por virus, sino verdaderos infartos neuronales, como sucede en la depresión, el trastorno fronterizo o el síndrome de desgaste ocupacional.
Con tino, hasta es posible establecer una analogía entre estos conceptos y la política argentina. El kirchnerismo duro es un buen ejemplo del paradigma inmunológico. Su razón es la de establecer fronteras y polarizar. Impulsa la lucha por la hegemonía, donde no cabe el acuerdo y es una lucha a muerte, donde no cabe otra cosa que la victoria, por que es el enemigo el que amenaza la supervivencia. Un ideólogo kirchnerista como Ernesto Laclau se ha ocupado de introducir las ideas nazis de Carl Schmitt en el pensamiento de la izquierda y esencialmente de oponerse a la democracia republicana, como lo afirma en La razón populista, en la cual incluyó entre sus admirados líderes populistas a Mussolini, Hitler, Mao, Perón, McCarthy, Ceaucescu, Tito, Milosevich, Berlusconi, Bossi, Haider, Le Pen Y Chávez.
Crecen los indicios de que el paradigma inmunológico se encuentra en trance de colapso. Son varios los episodios que así lo señalan, como la realpolitik del encuentro entre los Estados Unidos y Cuba, o la actividad de Francisco que tuvo su pupilaje con el kirchnerismo aunque le ponga mala cara luego al nuevo paradigma político.
No obstante a los cambios manifiestos, es posible que sea temprano para eludir la memoria de la teoría del conflicto que tiene en la oposición la permanencia en el antagonismo, la lucha de opuestos, a pesar de Maquiavelo que señaló el lado creador del conflicto con la lucha entre patricios y plebeyos que fue el impulso para la grandeza de Roma.
Hobbes parece haber revivido en el kirchnerismo cuando sostenía que la sociedad ponía a los hombres frente a los demás, de modo que cada ser humano se convirtiese en un lobo para cada semejante, que no era otra cosa que el viejo pensamiento de Plauto repetido por Francis Bacon y luego por Hobbes, homo hominis lupus, suscitándose de ese modo la guerra total, bellum ómnium contra omnes, la lucha de todos contra todos. Sin embargo Hobbes consideraba una única forma de poner orden en ese caos a través de un pacto social, a modo de precursor de Rousseau, según la fórmula: The mutual transferring of Right, is that which men call Contract, formula a la que el kirchnerismo no se aproximaba lo más mínimo cuando iba por todo.
Como siempre, los viejos tiempos deben ceder espacio a los que vienen. Y de la misma manera que lo hace la luz en los amaneceres, se vislumbra que nuevas ideas aparecerán progresivamente, por días, meses y años.
Se cuenta que Albert Einstein solía decir que era una locura seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes. A Einstein le correspondió revolucionar la física y a un presidente de la República encauzarla hacia el progreso que ofrece el futuro.
La Argentina tendrá elecciones legislativas en el año 2017, que serán de vital importancia para seguir un rumbo de orden y progreso comtiano, no puede distraerse de la advertencia de John Stuart Mill cuando indicaba con precisión un punto débil de la democracia representativa: no todos los individuos estaban igualmente preparados para elegir el mejor modelo de los gobiernos. Si bien la autoridad superior del Estado navegará la primera mitad de su recorrido, pero la tarea legislativa seguirá siendo crítica a menos que las Cámaras obtengan un estado de equilibrio. Sobre todo en tiempos en los que el Poder Judicial se encuentre presumiblemente en profundas conmociones.
Los primeros pasos a dar en el Camino desde el Bicentenario serán cruciales para la afirmación de las características que han sido tradicionales en la construcción institucional de la República.
En fecha bien temprana, año 2017, comenzará un nuevo capítulo de elecciones. Nada más ni nada menos. Y alrededor de esto ronda una pregunta sin respuesta aún y posiblemente después. Si se habla de la República de todos, como decía Henry Ford, reunirse es un comienzo, mantenerse juntos un progreso y trabajar juntos un éxito.
Un acto eleccionario es un comienzo sin el cual no es posible seguir adelante en una República democrática; mantenerse juntos luego de las elecciones en que habrá unos que ganen y otros postergados, en la realidad actual no será más que un milagro y por consiguiente el éxito de trabajar juntos menos que una ilusión.
Casi un año antes de las elecciones de 2017, un singular ex Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, Ricardo Forster, manifestó a fines de abril 2016 que no quiere que le vaya bien al presidente Macri porque es volver al neoliberalismo y es difícil buscar otro período con diversidad como el gobierno de Cristina Fernández de Krischner en que no se jugaba a la descalificación y al insulto, en que no hubo censura ni persecución a periodistas. Este personaje partidario del monopolio del pensamiento oficial del Estado krischnerista parece encaminarse a la vieja práctica de planear el derrocamiento de aquellos gobiernos que no sean peronistas, partiendo de la premisa dogmática de que solamente los peronistas pueden gobernar.
Con el antecedente más lejano de Frondizi, que en el peor de los casos debe ser sometido a un último análisis, bien claros quedan los gobiernos de los presidentes Alfonsín y De la Rua, que pudieran estar incursos en la violación del artículo 36 de la Constitución Nacional.
La lucha contra el despotismo nunca fue fácil. El sistema electoral es la llave del gobierno representativo.
Alberdi entendía que elegir es discernir y deliberar. La ignorancia no discierne, busca un tribuno y toma un tirano. La miseria no delibera, se vende. Alejar el sufragio de manos de la ignorancia y la indigencia es asegurar la pureza y el acierto de su ejercicio.
Uno de los grandes problemas del camino a recorrer desde el bicentenario, consiste en enfrentar como primera dificultad, el enigma que le plante, precisamente, la elección de un gobierno representativo. Por ejemplo, quienes votaron en la provincia de Santa Cruz en el 2015, sabrán que el candidato más elegido fue uno determinado, pero que el gobierno que asumiría la conducción de esa provincia no fue la elegido por mayoría sino por un manejo que llevó al cargo a la cuñada de la expresidenta.
Si hubiera votado en Formosa, habría encontrado al candidato, que era el propio gobernador, en 54 de las 78 boletas disponibles para la elección.
Fuera de Santa Cruz y Formosa, en Jujuy, se habría preguntado sobre la razón de que el candidato que asumiría el gobierno provincial, compartía la boleta con Sergio Massa, Margarita Stolbizer y Mauricio Macri.
Por supuesto, nada de esto es ilegal. Las leyes electorales, sean las de la Nación o de las provincias, habilitan una variedad de estrategias en la que se entreveran lemas y listas colectoras, acoples y alianzas efímeras, en que se exponen los ciudadanos corrientes frente a una oferta electoral, incomprensible y contradictoria, con lo cual muchas veces se termina en un voto al menos desinformado o, como dicen algunos expertos, directamente limitado.
En el programa de examen para recorrer el camino desde el bicentenario sería razonable contemplar la gobernabilidad del gobierno. Mientras el Gobierno impulsa la regulación de la oferta electoral y de los partidos políticos, el criterio de gobernabilidad oscila entre la duda y el misterio. En abril del 2016, el resultado del tratamiento afirmativo para saldar la deuda externa coincide con la propuesta oficialista y quince días más tarde obtiene, prácticamente, una inversión de los votos al optar por el tema del proyecto para prohibir los despidos, en una disputa entre las influencias del ala sindical y el ala empresarial.
Las múltiples aristas de la interna peronista y los cortocircuitos evidentes en la alianza oficialista Cambiemos han convertido al Senado en un escenario imprevisible, en el que el Gobierno corre serio riesgo de perder el control de la Cámara que mostró con la sanción por una mayoría aplastante de la ley de pago a los holdouts.
El dato no es menor si se toma en cuenta que en la Cámara alta PRO y la UCR no superan quince voluntades en un cuerpo de setenta y dos miembros, mientras que el FPV cuenta con cuarenta y dos senadores, número suficiente para sesionar en soledad.
En el trance actual, lanzando la visión a la perspectiva venidera en lo inmediato, el Gobierno trata de atraer inversiones imprescindibles para recuperar el crecimiento y subirse al tren del desarrollo. El Gobierno conoce por boca de los interesados, que el mundo del dinero está esperando el fin de 2016 para ver si es posible o no gobernar con garantías y ofrecer seguridad jurídica.
La realidad presente ya muestra obstáculos de variado tipo que ofrecen la oposición política y los sindicatos. En el caso de los sindicatos, estos ya han advertido en sus propias filas la infiltración de lo peor de la política. El Gobierno sabe que el tiempo es oro pero tampoco puede esperar milagros después de una docena de años de brújula perdida. Tampoco puede olvidar los trece paros generales a Alfonsín, los ocho de Menem o los nueve de De la Rua, incluyendo los tres de la última presidencia, con gremialistas que tienen más que reprocharse a sí mismos que a los que ahora se encuentran en la Casa Rosada.
La realidad muestra que las reglas vigentes en la República no aseguran el ejercicio pleno de los derechos a elegir y ser elegido a todos los ciudadanos, pues el condicionamiento de las leyes sobre el juego electoral es muy limitado. En los últimos años las alianzas, que nunca habían sido un tema de regulación, son las protagonistas de la competencia electoral.
Mientras tanto, el proyecto oficial de la reforma política se termina de revisar en el Poder Ejecutivo, después de rondas de diálogo con ministros del Gobierno, partidos políticos, jueces, ONG y académicos. La gran reforma política en la República queda pendiente con la separación de los partidos políticos del Estado y evitar la erección de estructuras sobre la base del dispendio de recursos públicos.
El enigma inmediato a resolver, se presenta inequívocamente con el carácter de asegurar la gobernabilidad, empezando por el ajuste de las reglas electorales para hacer comprensible las ofertas electorales.
La concertación deberá atender la instalación de una legislación práctica que evite desdibujar las diferencias entre los partidos, de manera de evitar la confusión de las ofertas y hacer crecer la oferta electoral artificialmente. El ciudadano no puede enfrentarse con múltiples combinaciones arbitrarias y a veces contradictorias, que confunden al votante, le generan dificultades a las autoridades responsables del recuento de votos e ineficiente como forma para construir poder.
Estas reflexiones parecen conducir a la necesidad de aportar claridad a la visión del futuro, de manera tal que se facilite el tránsito desde esta marcha en pos de una suerte de la gloria del tricentenario.
Suerte, por otra parte, que Voltaire consideraba que es el lugar donde la preparación y la oportunidad se encuentran.
Independientemente de lo deseable con respecto a la probable evolución del nuevo paradigma, quizá no sea nuestra realidad el final de una etapa anterior, ni siquiera el principio del final. Puede ser, más bien, el final del principio.
Hubo una profecía de José Manuel Estrada en un discurso del 13 de abril de 1890, en el que expresaba:
Veo bandas rapaces, movidas de codicia, la más vil de las pasiones, enseñorearse del país, dilapidar sus finanzas, pervertir su administración, chupar su substancia, pavonearse insolentemente en cínicas ostentaciones, comprarlo y venderlo todo, hasta comprarse y venderse unos a otros a la luz del día.
Veo más. Veo un pueblo indolente y dormido que abdica sus derechos, olvida sus tradiciones, sus deberes y su porvenir, lo que debe a la honra de sus progenitores y al bien de la prosperidad, a su estirpe, a su familia, a sí mismos y a Dios, y se atropella en las Bolsas, pulula en los teatros, bulle en los paseos, en los regocijos y en los juegos, pero ha olvidado la senda del bien, y va a todas partes menos a donde van los pueblos animosos, con instituciones que amenazan desmoronarse carcomidas por la corrupción y los vicios.
La concupiscencia arriba y la concupiscencia abajo. ¡Eso es la decadencia! ¡Eso es la muerte de un país!
09 de junio de 2016
* Francisco M. Goyogana es Miembro de Número del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia