PENSAR EN LA HISTORIA A PARTIR DEL SEGUNDO CENTENARIO por Emilio Perina*
| 8 julio, 2016Conferencia en el Club del Progreso dentro del Ciclo “Bicentenario de la Independencia”
Guillermo Lascano Quintana, el Presidente del Club del Progreso, presentó al orador del ciclo: Emilio Perina. Lo hizo luego de leer, con cierta emoción, el final de la oda de Jorge Luis Borges: “Nadie es la Patria” escrita en 1966
Nadie es la patria, pero todos debemos
ser dignos del antiguo juramento
que prestaron aquellos caballeros
de ser lo que ignoraban, argentinos,
de ser lo que serían por el hecho
de haber jurado en esa vieja casa.
Somos el porvenir de esos varones,
la justificación de aquellos muertos;
nuestro deber es la gloriosa carga
que a nuestra sombra legan esas sombras
que debemos salvar.
Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso.
Jorge Luis Borges
Es para mí muy grato estar aquí con ustedes y les agradezco también a ustedes que en esta tarde fría y gris de mayo hayan dejado otros menesteres para acompañarme. Además, es un tremendo halago estar en un ciclo donde
hayan hablado Rosendo Fraga, Luis Alberto Romero, Federico Pinedo y Vicente Massot. Todos amigos e historiadores con los cuales suelo conversar y a los que he entrevistado muchas veces en mis programas de radio y compartir algunas de sus ideas. Por lo cual, es muy probable que parte de lo que yo exprese hoy, sea similar a lo que ya han dicho ellos. Los he escuchado, los he seguido.
También, se lo decía recién a Guillermo (Presidente del Club) hace unos minutos, que me genera una enorme alegría y un gran júbilo que el Club del Progreso de alguna manera tome por delante esta posta de conmemorar los 200 años de la patria, que no es un número menor. Borges se burlaba y se reía de nuestra costumbre de rendirle culto al sistema métrico decimal. Decía que le dábamos demasiada bolilla a los años terminados en cero. Pero lo único que quiero decir como funcionario, es explicar un poco la situación en la cual nos encontramos, porque la administración anterior, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, no previó en el presupuesto nacional ninguna partida para conmemorar los 200 años de la patria. Y la verdad que me parece una falta de respeto a nuestra historia, a nuestro pasado y me molesta mucho el tema cuando lo pienso, porque no era una cuestión eventual, no era un suceso que podría pensarse que no se iba a llegar. Era una fecha muy concreta.
La historia que tenemos y la historia que contamos es parte de nuestro patrimonio intangible y me parece a mí que debe ser cuidado y debe ser honrado. Y el gobierno anterior se caracterizó por un manejo muy estrafalario, un manejo muy discrecional de esta cuestión, por eso realmente me parece bárbaro que los partidos políticos, las ONGs, las empresas comerciales, porque en definitiva no se trata de los 200 años del estado argentino, sino se trata de los 200 años de la Argentina. Y como bien decía el poema que recitó recién Guillermo, la Argentina somos todos y no somos nadie, ¿no?
A propósito de esta conmemoración de festejos quiero empezar con algunas reflexiones de un tono filosófico, si se quiere, citando a filósofos y pensadores porque voy a tratar de exponer (con la mayor honradez posible) de dónde vienen mis ideas de la historia y cuál es mi punto de vista de las cuestiones a las cuales me voy a referir, que tienen que ver con el Bicentenario de la Declaración de la Independencia y cómo se produjo ese proceso, tan azaroso, tan difícil y tan arduo y, por otro lado, me parece a mí, tan malinterpretado o distorsionado por ciertas necesidades puntuales de las distintas etapas de la historia argentina.
Estos festejos de los 200 años de la Patria coinciden curiosamente con los 2500 años de Heródoto, el padre de la Historia y el creador de la escritura en prosa como argumento. Fue un escritor pionero que se apartó de la senda de sus grandes antecesores como eran Homero y Sófocles. Homero, poeta ciego, al igual que Borges y Sófocles creador de las comedias y las tragedias griegas, un gran autor. Pero ellos tenían una forma de lectura en rima y de versos cortos para que pudieran memorizar y leerse en público en voz alta.
Heródoto innovó al hacer obras mucho más extensas en prosa, llegó a multiplicar por 30 la extensión de los textos que son para leer en privado. De alguna manera, su obra plantea una nueva elite de lectores, crea al lector, como luego explica, miles de años después, Umberto Eco: “El lector es el que complementa la obra de un escritor”. En la cultura de Occidente (que es mi cultura para reflexionar sobre la vida y la historia) Heródoto es el padre de la historia y creador de la escritura en prosa como argumento. Y hace pocas semanas acá, ese punto lo tocó Vicente Massot cuando se refirió precisamente “a la Historia como un argumento sin final”, siempre debe estar abierta al debate, a la revisión, a la relectura. La historia como las batallas culturales no tiene fin, es un combate perpetuo.
La última referencia a nuestra tradición occidental es la huella de dos grandes, presocráticos: Parménides y Heráclito, que nos dejaron una visión binaria de la vida. Para Parménides: “Serás lo que debas ser o sino no serás nada” (frase que después va a retomar San Martín) y para Heráclito, el cambio es constante, lo que vale en la vida es el cambio: “No nos bañamos dos veces en el mismo río”, porque cambiamos nosotros y cambia el río. Es un doble cambio. Y estas dos posiciones que crearon el pensamiento occidental, de una u otra manera también crearon las antinomias que uno puede encontrar en la historia, en la política y en la literatura, son una suerte de Ying y Yang entre nosotros que nos dan una visión binaria, puede haber: revolucionarios y conservadores; volviendo a Eco: “Apocalípticos e integrados”.
Desde tan disimiles puntos de vista uno puede observar que hay muchas formas de interpretar un acontecimiento sin ni siquiera falsearlo. Existió una famosa publicidad: “Es posible contar un montón de mentiras, diciendo solo la verdad”. Era un aviso de Folha de San Pablo (el comercial se puede ver en YouTube) y se refería a que a uno le daban la información precisa para comprender el mundo de hoy. Y muchas veces nos encontramos que la forma de manipular la historia es contándola en pedacitos, acudiendo a anacronismos, interpretando cosas que no podían estar en la mente o en el conocimiento de los actores de ese momento. Y es una de las tergiversaciones más perversas, porque como en el aviso de Folha de San Pablo: “Es posible contar un montón de mentiras, diciendo solo la verdad”.
Hoy presentaré la visión de un periodista que lleva 40 años de leer historia, de trabajar con historiadores, primero en Todo es Historia, después en programas de radio. Y que no tiene ninguna pretensión de verdad indiscutible, solo pretende enriquecer los debates o plantear puntos de vista originales.
Si estuviera acá, mi hijo Santiago, diría que cada vez que yo le explicaba historia
me iba un siglo atrás para explicarle cualquier acontecimiento. Y nunca puede evitar eso. Porque es muy difícil seccionar: la tarea de elegir el campo de acción para empezar a explicar algo.
La historia puede, en el mejor de los casos, enseñar lo que ha sido (y veremos que de forma fragmentaria), pero no puede enseñar lo que debió o lo que debería ser, ni siquiera puede establecer lo que es posible o deseable. Una concepción de la historia donde se privilegia lo que sea por lo que debería ser, es una mirada que no separa la historia de la filosofía y en realidad, es filosofía.
La base de toda interpretación histórica es, de alguna manera, anticientífica. La historia es interpretada y para interpretar no hay límites: no hay historias definitivas. El historiador debe ser apasionado, lo cual no significa que sea arbitrario. Para analizar debe utilizar las técnicas que me enseñó mi abuelo para jugar al ajedrez y las que me enseñó mi padre para analizar la política, hay que analizar abdicando las emociones, no queriendo llegar a un resultado porque es lo que me a mí me gusta, sino analizar la posición tal cual está en las piezas del tablero o las piezas de la política.
Hay que exponer y exhibir los fundamentos de nuestros juicios históricos. Hacer historia es algo más que investigar, es interpretar los hechos, es interrogarse sobre su sentido. En lo único que yo encuentro que la historia se parece un poco a las ciencias duras es en el rigor que requiere la investigación. Ahí sí hay que poner rigor científico. Me remito a un viejo aforismo del buen periodismo que dice que “los hechos son sagrados, la interpretación es libre”.
Un historiador dotado de su inteligencia y de su instinto, tiene elementos fundamentales para que elaborar una imagen del pasado, para desbrozarla de los hechos inútiles y vincularla con otros, actualizando su visión, dándole sentido a las acciones humanas. Chesterton recomendaba la fórmula para la verdadera historia
que es la de narrar un hecho, añadir un significado del mismo, sin destruir su aspecto anecdótico o pintoresco. Porque, si se desarma ese aspecto, me parece a mí que se le quita el atractivo que lo puede volver humano, es decir, atractivo para otros seres humanos.
Uno de los historiadores del siglo pasado, Juan Agustín García, con un libro que me tocó leer en 1974 en la Facultad de Derecho, autor de Las guerras civiles argentinas y después miembro de la Corte Suprema, señalaba que la historia es un fenómeno cerebral, de la mente humana. Mientras que la mente del historiador y del lector de historia no hayan dibujado esquemas, vías, hipótesis y sistemas, no habrá percepción del pasado y no podrán superar esa primera etapa casi infantil que ve la historia como un cuento.
Esto me lleva a meterme un poco en el tema de hoy y la pregunta de: ¿Cuándo debemos empezar la historia de nuestra Independencia? A mi juicio hay que empezar por 1776, un año para recordar: la revolución de los Estados Unidos. Tal vez el modelo canónico de revoluciones e independencias a partir de ese momento. Tal vez el más exitoso de la historia de la humanidad hasta acá. Un modelo donde se debatió y mucho entre derechos y hechos para llegar a una conclusión, pero donde también una concepción religiosa muy especial llevó a que las cartas entre Hamilton, Jefferson, Washington y los otros padres fundadores permanentemente hicieran referencia a Jeremías y a distintas citas de la Biblia. En esas citas lo que prevalecía era la idea de que el corazón del hombre no es bueno y, como no es bueno, había que limitar el poder. Esto trajo para el bien de la humanidad, a mi juicio, el más importante aporte de esa revolución: la idea de los pesos y contrapesos. Esa es una idea basada en un profundo sentido religioso y filosófico. Estados Unidos lanza un modelo que, de alguna u otra manera, el resto de las repúblicas y países americanos van a copiar, pero sin esta idea de Jeremías tan fuerte. No eran protestantes, tenían otra idea de lo que era la sujeción al rey y a la monarquía.
Para nosotros, el año 1776 es importante porque es el año de la creación del virreinato del Río de la Plata, el antecedente jurídico de lo que hoy son las repúblicas de Argentina, Paraguay, Bolivia, Uruguay y Chile. Carlos III creó este virreinato que nunca llegó a consolidarse como una unidad política verdadera, entre otras cosas porque su conformación era absolutamente artificial y forzada. De ahí que hoy sigamos viendo, más de doscientos años después, que un boliviano tiene ciertas características y un montevideano o un bonaerense tienen otras totalmente distintas. Desde la forma de caminar o de hablar hasta la forma de vivir y sentir la política. Pero el virreinato es el punto de partida de esta Independencia. Si el virreinato no se hubiera creado, otras cosas que iban a suceder en los días siguientes no hubieran sucedido, y la Independencia hubiera tenido otras características. Puede ser que hubiera sucedido muchos años después, pero las características serían muy diferentes.
Una de las críticas que yo le hago a nuestra tradicional forma de ver la historia o,
mejor dicho, a la historia que me enseñaron en la primaria y en parte de la secundaria es que enseñaban la historia argentina (que, por cierto, hoy se enseña mucho peor de lo que me la enseñaron a mí) sin tener en cuenta lo que
sucedía en el mundo, sin tener en cuenta la política internacional. Por eso, entre nosotros, la política nacional tiene poca vinculación con la política internacional. La relación de la Argentina con el mundo siempre ha sido un problema crucial y dramático. En mi versión de cómo llegamos a la Independencia es esencial ver qué está pasando en Europa, qué está sucediendo en la guerra de los Tres Imperios (Francés, Inglés y Español) y qué sucedió en la otra gran revolución de la época, la revolución francesa.
El año 1793, el año del terror, va a traer a Napoleón, que viene a ser como un rey, pero que no es un rey. Terminó siendo un emperador que produciría en Europa un cataclismo, una conmoción, una ola de cambios tan grandes que terminó afectándonos a nosotros, el virreinato del Río de la Plata.
Para esto hay que acordarse de otra fecha muy importante a tener en cuenta sin la
cual tampoco se puede entender la crisis del imperio español que es octubre de 1805, la Batalla de Trasfalgar, donde va a desaparecer prácticamente la armada real española, y ahí uno entiende que es muy difícil que un imperio que tiene su sede en la península ibérica, en Madrid, se queda sin vías de comunicación seguras y confiables, sin barcos para controlar y para, de alguna manera, intercambiar con sus colonias en América, lo cual lo deja muy a la merced de los otros imperios, pero sobre todo empieza a cortar un vínculo que si no es fluido
se vuelve muy complicado y la relación empieza como a diluirse, a desaparecer.
Cierto es que la armada española tenía muchos problemas de corrupción, cierto
es que, ya desde mucho antes de la creación del virreinato, estas tierras vivían fundamentalmente del contrabando, cierto es que hay muchas razones económicas, pero no puedo dejar de pensar que sin vías de comunicación,
que hoy serían carreteras o medios de comunicación, pero en ese momento eran
barcos que traían noticias, traían mercadería, transportaban gente, es muy difícil que la relación entre la metrópoli y las colonias se mantenga estable.
El acontecimiento que muchos historiadores consideran detonante del proceso de
la revoluciones en Latinoamérica o por lo menos entre nosotros en el Río de la Plata, va a ocurrir el 27 de junio de 1806 y va a durar hasta 1807, que es la invasión británica al Río de la Plata. Y marco invasión “británica” porque
en el colegio interesadamente y fruto del nacionalismo de los años 40 se las llama invasiones inglesas, pero no vinieron ingleses, vinieron escoceses, irlandeses; ingleses eran la minoría, así que es una invasión del pueblo británico al Río
de la Plata. Y es una sola invasión y no dos, porque nunca se retiraron del Río de la Plata. Se retiraron de Buenos Aires, pero van a volver y se quedaron todo el tiempo en Maldonado, Punta del Este, esperando los refuerzos para intentar una segunda ola de esa invasión.
La invasión trajo tres consecuencias verdaderamente revolucionarias. Mucho más
revolucionario de lo que después trajo la Revolución de Mayo. Trajo, primero, una consecuencia política tremenda, porque acá se echó un virrey y eso no se hizo en ningún lugar de Hispanoamérica. Y se complementó nombrando otro virrey provisorio. Se echó a Sobremonte y se nombró a Liniers. Y Liniers se va a convertir en el primer caudillo popular de la Ciudad de Buenos Aires. Y esto nos muestra una constante de la historia argentina: que uno pasa de rey a mendigo muy rápidamente, porque en apenas cuatro años y medio Liniers
va a ser fusilado en el proceso que él mismo de alguna manera comenzó. Para mí es el primer gran crimen de la historia argentina, pero esto es una interpretación muy discutible. Yo considero que no era necesario, los jacobinos de la Revolución de Mayo le tenían miedo a la popularidad de Liniers, y como le tenían miedo, optaron por la solución no política que fue fusilarlo.
La segunda consecuencia revolucionaria de las invasiones es el libre comercio.
Se termina con el monopolio español por dos motivos, uno ya mencionado: barcos españoles casi no quedaban, y segundo, porque como
consecuencia de la primera invasión, Londres enterada de que Buenos Aires se había caído sin lucha y fácilmente armó muchas flotas y se cuenta que había cerca de 400 barcos mercantes en Montevideo y en la entrada del Río de la Plata, esperando desembarcar sus mercaderías y sus productos. Y en el medio se encontraron que la ciudad había sido retomada y que no lo podían hacer. El Cabildo de Buenos Aires y las autoridades de la ciudad, con el virrey Liniers a la cabeza, resolvió que era mucho más sensato abrir el monopolio comercial
que dejar que todo se canalizara por el contrabando porque para el contrabando
era demasiada mercadería y era una forma de cobrar impuestos.
La tercera consecuencia es la revolución vital y esta tampoco tiene antecedentes
en todo Hispanoamérica porque fue el único lugar donde se autorizaron milicias populares, los ejércitos populares y van a traer como consecuencia una militalización de la Ciudad de Buenos Aires como pocas veces en la historia
se vio. Una sociedad que pasó a ser tan militalizada y que curiosamente esta característica, a mi juicio, es una de las que después va a permitir, esta y el azar, que de todas las ciudades de 1808 y 1810 declaren la Independencia
o declaren alguna forma de separación de la metrópoli. Buenos Aires fue la única que no es retomada. Cayó Chile, cayó México, cayó Venezuela, todos fueron retomados de una uA mi juicio, por dos razones: porque tenía fuerzas armadas, milicias populares, y porque estaba tan alejada que en algún momento
cuando las expediciones tenían que venir para acá se desviaron para Nueva Granada y no para Buenos Aires.
La cuarta razón es que ahí se empieza a generar, con la invasión británica del Río de la Plata una primera brecha entre el español continental y el español americano. No solo por estas grandes revoluciones, política y militar, sino porque yo creo coincidir en lo que pensarían algunos comerciantes y mercaderes de
la Ciudad de Buenos Aires, que de muy mala manera y evadiendo lo más posible, tributaban algo al Rey. Pensaban: “¿Para qué tributamos si el rey no nos puede defender?”.
Siguiendo esta rápida cronología de hechos que nos van a llevar a la independencia, me parece que otro año fundamental es 1808 por la invasión de Napoleón a la península ibérica, por la Farsa de Bayona, por los fusilamientos de Mayo y esto es muy interesante porque Napoleón invade la península ibérica y para muchas juntas, incluidos las del continente americano lo que empieza entonces es una guerra de la Independencia pero no una guerra de la independencia contra la corona española, sino contra los franceses. Y esto de alguna manera se transforma en una guerra civil porque algunos españoles permitieron el ingreso de los franceses. La actitud de la corona es vergonzante.
Carlos IV abdica a su hijo Fernando VII que aparentemente había intentado asesinar a su padre; había intentado quedarse con el trono de mala manera. A su vez, Carlos abdica a favor de Napoleón. Napoleón, a su vez, corona a su hermano Pepe Botella. Y eso produce una crisis que aparece en la pintura, en la literatura española y en todo Iberoamérica, porque como lo expresó Vicente Massot hace unas semanas acá, se produce algo inusual: la vacante del trono. Y esa vacante viene a dejar a los súbditos en una situación de desamparo que rompe ese vínculo entre los súbditos y el trono. Cualquiera fuera la relación entre el caos de impuestos y los servicios que recibían los súbditos por esos impuestos.
Me parece que ahí se inicia una guerra de la Independencia que se va a convertir en guerra civil que paradójicamente después nosotros vamos a iniciar una guerra civil que se va a convertir en una guerra de la Independencia.
Otra vacante de trono que también se va a producir, pero con características diferentes, es en Portugal. Porque a diferencia de lo que hicieron los borbones, en Portugal los reyes deciden trasladar la corte a América. Esto deja una situación jurídica y de desánimo, muy endeble, en lo que eran españoles africanos y
españoles peninsulares que no tenían grandes diferencias en el trato y en las posibilidades, pero acá comienza a producirse una brecha que la invasión británica había generado. Siempre en el marco de los que es la puja de los tres imperios y en el marco de una situación europea que es muy inestable. Así llegamos a mayo de 1810 y yo me hago la misma pregunta que se hizo Vicente Massot aquí: ¿Qué pasó la semana de mayo de 1810?
De repente personajes que habían tenido en 1806-1807 una demostración contundente de lealtad a la corona española rechazando la invasión británica, de golpe tienen un ánimo nacionalista. A mí me parece que esa es una historia que tiene mucho que ver con la necesidad del mito de origen de la historia, que
crearon en su momento en el siglo XIX Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López. Historias que sirvieron para una etapa de la Argentina. Pero en la actualidad son, a mi juicio, casi ri-dículas porque las preguntas que nos hacemos hoy son totalmente diferentes, como son también distintas las necesidades de hoy a las de aquel momento. De ninguna manera con esto pretendo desmerecer el trabajo enorme que hicieron Mitre y López, lo que digo es que parte de ese mito de origen se basó en una simplificación de la historia que frente a lo que hoy conocemos y sabemos resulta “sabor a poco”.
Ese supuesto ánimo nacionalista no explica la Revolución de Mayo, en definitiva
lo único que buscaba era despegar a Cisneros. Fundamentalmente porque la junta que había nombrado a Cisneros había desaparecido. También, por otro lado, están los que creen que la historia de mayo de 1810 contada desde Buenos Aires como ombligo de la Argentina está muy vinculada a la forma en que creció y se desarrolló este país. Los que creen que la Primera Junta buscaba crear una nueva y gloriosa nación como dice el Himno. No deben olvidarse que los que bancaron económicamente a esa junta eran los catalanes que nunca pensaron en dejar de ser catalanes para ser españoles. Es difícil para mí creer que salvo tal vez Castelli o Belgrano, alguno podría pensar que estaban desatando un proceso político. Quiero rescatar la función política de nuestros próceres que iba a derivar en la declaración de la Independencia. Pero lo que estaban discutiendo tenía más que ver con el cobro de impuestos.
El poder militar, ese que se creó como consecuencia de las invasiones británicas fue el que dio la pauta. Y dijo: “esta es la justa” y esta es la respaldan los patricios. A partir de ese momento y tal vez por ese origen tan extraño que tiene que ver con algo que nace como guerra civil y se transforma en guerra de la Independencia
y hace el proceso de ida y vuelta. Nuestra historia está cruzada por divisiones.
Está cruzada por visiones, que uno podría decir, hinchas de Parménides o de Heráclito. Señores que creían en el jacobismo y señores que buscaban reformas más moderadas. Liniers que se enfrenta con Álzaga y Moreno que se enfrenta con Saavedra. Y San Martín que se enfrenta con Alvear. Artigas con Azcuénaga.
Y ninguno de ellos era menos patriota o menos argentino. Y acá es interesante referirnos al poema de Borges que recitó Guillermo hace unos minutos. Creo que allí está la respuesta, ¿no? Son todos argentinos y ninguno es argentino en sí mismo. La Argentina somos todos y es ninguno. Y estas luchas que se van de alguna manera sucediendo y estas tensiones que después van a ser unitarios y federales. Rosistas y antirosistas. Nacionalistas y antinacionalistas.Conservadores y radicales. Peronistas y antiperonistas.
Ha sido una historia que desde el comienzo ha estado marcada por líneas políticas que parecen totalmente irreconciliables. Una que destaca lo popular, “democrático” y algo nacionalista; y la otra que destaca la eficiencia económica, las libertades, lo republicano, la división de los poderes. De una u otra manera, la
historia argentina en sus 200 años está cruzada por estas dos líneas que permanentemente chocan. En los últimos años podemos hablar de populismo y antipopulismo, pero permanentemente no existe esto.
A mi juicio y esto por suerte es muy discutible y sé que va a traer mucha polémica.
Hubo un solo intento a lo largo de 400 años, nacional, mediático, pensado y estructurado para tratar de fusionar las dos historias en una sola, de manera hegeliana, fusionar tesis y antítesis en una sola línea y fue Arturo Frondizi
y el Desarrollismo. Muy conscientemente intentó el pacto con Perón. Fracasó por diferentes factores. Luego, en alguna manera, en los
80, lo va a intentar Alfonsín y de otras formas también lo intenta Menem cuando lo va a ver al almirante Rojas y busca apaciguar el país.
Pero es una tarea pendiente todavía para el tercer centenario. Conciliar estas líneas políticas tan apasionadas, que tanta sangre han derramado. Pero me parece exagerada la versión de la Revolución de Mayo de Moreno.
Un prócer con 11 meses en la gestión pública, de dedicación a la patria. Teniendo en cuenta que Belgrano le dedicó 24 años, casi 25. Me parece que poner uno al lado del otro es una injusticia. Pero vuelvo a repetir esta es la interpretación
de un periodista.
Va a venir la Asamblea del año XIII que representa el fin del jacobismo, pero también representa al mismo tiempo uno de los momentos más importantes y de los cuales más orgullosos podemos sentirnos los argentinos.
Un avance que gran parte de la humanidad recién va a tomar casi 40 o 50 años después, que es la abolición de la esclavitud, la idea de que todos los seres nacemos iguales. Cuestiones que para Inglaterra, para Estados Unidos y
para gran parte del mundo se resolvieron muchos años después. En Rusia, la supresión de la servidumbre coincide prácticamente con la guerra civil americana, para que tengamos una idea de qué tipo de planteo hizo el jacobismo.
Y lo que significó en el Río de la Plata. Habían conseguido colocar algunos temas al tope de la modernidad en esta ciudad tan alejada del mundo y que había sido una de las ciudades más pobres de la tierra.
Llegamos al 9 de julio de 1816, un acto simple, desesperado y de amplia transcendencia. Las preguntas que yo me hago son: si tenían convicción y si actuaron por temor huyendo hacia adelante. Vemos que, en general, en la recordación del 9 de julio hay menos fervor que al recordar el mayo de 1810.
Suelo decir en mi programa de radio que la Independencia y el nacimiento de la patria es el 9 de Julio. El 25 de Mayo no nació ninguna patria porque no conozco ninguna persona que festeje su cumpleaños el día que sus padres lo concibieron. Todo el mundo lo festeja el día que figura en su documento de identidad, el de su partida de nacimiento.
El 9 de julio tiene también sus bemoles. Hice mención al mito de origen, la necesidad que tienen las naciones de crear un mito de origen y acá deberíamos mencionar a Nietzsche y el mito del eterno retorno que dice que siempre volvemos al punto de origen de una u otra manera. Y la Argentina es un país donde parece que nunca hay tiempo para hacer las cosas bien, pero siempre hay tiempo para hacerlas dos veces. Y la Independencia se declaró dos veces porque como todos sabemos el 9 de Julio es la fecha formal, pero siete días después hubo una sesión secreta donde se agregó una fórmula que se habían olvidado. Creemos que fue por omisión o por apuro. Y fue recordar que rompían lazos con la corona española. Y este detalle tiene que ver con las discusiones de la época porque a partir de 1810 cuando se formó el primer gobierno patrio, la primera junta local empieza un contrapunto entre monarquía y república sobre cómo debía ser el estado, ¿qué tipo de estado queríamos tener?
Desde ya que no había nación en ese momento lo que había eran argentinos que,
como recordaba hace pocas semanas Luis Alberto Romero, el vocablo “argentino” hasta avanzado el siglo XIX equivalía a porteño. No había diferencia entre argentinos y porteños. Y esa guerra civil, a la cual yo hacía mención como hacen muchos historiadores como Marcela Ternavasio, que se desata entre los que quieren ser fieles a Fernando VII porque la máscara de Fernando VII no fue máscara para todo el mundo, para algunos fue realidad.
Algunos lo habrán utilizado como excusa política, pero otros realmente creían en esa máscara y luchaban por devolverle a Fernando VII su poder sobre estas tierras. Va a plantear una lucha entre sudamericanos, godos, patriotas y realistas. Arribeños, salteños y esto también merece una reflexión ¿cómo se formó todo ese proceso político tan complejo que derivó en nuestras largas guerras civiles?
Porque son siempre las partes luchando sin un todo. Siempre son fracciones. Para llegar al todo va a haber que esperar mucho más allá de la Constitución. Mucho más allá de 1853, de la caída de Rosas. Mucho más allá de la división entre Buenos Aires y la Federación, entre 1853 y 1860 el estado nacional y la Argentina como tal, como la conocemos hoy, entendiendo por vocablo argentino a todos los habitantes de la nación. Surge en 1880 cuando Julio Argentino Roca va a tratar de construir el estado nacional en todas sus instituciones y lo va a hacer, y esto
no es menor, imponiendo la fuerza del estado nacional a la última sublevación de una provincia argentina: Buenos Aires. La que inició el proceso con la invasión británica es la que va a terminar, de alguna manera, siendo vencida por ese estado nacional que se va a configurar.
El hombre es la medida de todas las cosas. Yo voy a llegar hasta acá con mi historia argentina. Voy a reflexionar sobre la historia en donde la materia de los sueños también entra en la historia.
El pasado nunca muere por completo para el hombre. Es una constante resignificación del pasado porque no podemos conocer toda la verdad. Debo citar a Funes, el memorioso. Borges en muchos de sus ensayos y de sus poemas nos enseña a reflexionar sobre la historia. Y no lo hace como historiador, lo hace como pensador, y a veces aporta más verdad que la que pueden aportar los historiadores al control de los cronistas. Fíjense que Funes, el memorioso, es un personaje muy interesante porque Funes conoce todos los acontecimientos que fueron y que serán, prácticamente, tiene percepción de lo que va ocurriendo, en tiempo real, pero Borges anota una cualidad de Funes que nunca hay que dejar de olvidar porque es la más terrible: lo que Funes no podía era pensar.
Solo tendremos a disposición nuestra, fragmentos de la realidad pasada (como solo tenemos a disposición visiones parciales y fragmentadas de nuestra realidad presente). Siempre habrá diferentes historias: la que sucedió realmente y la que nunca podremos conocer de manera íntegra, y la que se nos aparece a través de distintas versiones. La variedad de temas que puede abarcar la historia es infinita y nunca podrá saberse dónde empieza y dónde termina una historia.
El historiador cree que puede ir rescatando poco a poco el pasado, lo va armando
como un rompecabezas, que en teoría no tiene final. Porque el pasado es inagotable: siempre aparecen hechos históricos dignos de ser revelados.
Por si fuera poco, hay cosas que se escapan al control de los cronistas. Algunos colegas míos creen que el periodismo es la primera página de la historia y eso es una barbaridad que no comparto. Porque en la crónica, aún en la crónica en pasado, a veces se pierden ciertas referencias escritas u orales de hechos que
han sucedido, cosas que han pasado, pero que no dejaron rastro. Y por ahí 50 o 100 años después alguien las descubre al vincularlas con otros sucesos. Aparece una carta, un documento.
Hay otra complicación más para entender la historia: ¿La verdad está en los documentos? ¿Cuántas verdades, cuántos rastros de otras cosas hay en el mismo documento y cuánta falsificación puede haber en un documento? El maestro Benedetto Croce reflexionaba: “En la historia cada uno de los hechos es síntesis de otros hechos y de otras historias”.
Voy llegando al final. Lo que a mí me interesa destacar es que cada generación tiene sus inquietudes y mira al pasado y lo interroga con diferentes preguntas y, por lo tanto, diferentes puntos de vista.
La historia es siempre interpretación, los datos son una materia frágil que se disuelve y a veces,vuelve a renacer. El historiador solo percibe ciertos hechos de entre los innumerables que han ocurrido en el pasado. De esos pocos hechos, elegirá, seleccionará, relacionará y valorará algunos. “Sólo la posteridad
transforma el desarrollo de los episodios en historia”, dijo hace pocas semanas acá Vicente Massot y yo comparto esa historia. Solo el tiempo determina si algo que parecía importante a través de la interpretación de un historiador tiene realmente la magnitud que uno suponía. Y es así que los acontecimientos
históricos tienen un sentido solo cuando son ordenados por un historiador. No se concibe la historia sin una dirección, sin un fin. Como no se concibe que nadie se ponga a escribir historia sino está pensando en la sociedad, de alguna manera tenemos que aceptar que toda historia es historia política, que la hacemos
para algo y para alguien.
En la física, en las matemáticas, en las llamadas ciencia duras, cada generación recibe las investigaciones y los avances de sus predecesores, se apoyan en esos trabajos realizados por ellos, los ratifican o no, y a partir de allí (como al pararse en los hombros de un gigante) construyen su propia ciencia
En filosofía, en historia, en cambio cada generación empieza de nuevo, de cero. La historia es pensada por cada individuo y por cada generación
Para cerrar, quiero recordar al gran Raymond Aron, un pensador francés que me influenció mucho toda mi vida, que decía muy sabiamente: “Los hombres hacen la historia, pero no conocen la historia que hacen”. Y es lógico porque si la conocieran ya no sería hombres sino dioses. Si Funes además de conocer todos los hechos, los pudiera pensar, no sería un hombre y eso que cada personaje tiene mucho de semidios. Por lo tanto, estamos condenamos a hacer una historia que no conocemos y con eso tenemos que seguir lidiando. Nosotros somos la generación del Bicentenario, debemos interpretar y construir la historia para las próximas generaciones, porque de alguna manera tenemos historia y creo que podemos contarla.
*Periodista e historiador. Actualmente Director del Archivo General de la Nación