UNA PULSEADA QUE TIENE MÁS DE POLÍTICA QUE DE FE por Luis Alberto Romero*
| 2 junio, 2016Fuente Clarín 2-6-16
Semanas atrás, Cristina Kirchner lanzó la propuesta de un frente social que integrara a todos los grupos dispuestos a oponerse al gobierno de Macri. Me pregunté entonces si tendría la capacidad y la paciencia para dialogar, escuchar y negociar, tan diferentes de las que acreditó desde el poder. Aparentemente el papa Francisco se ha hecho cargo de esa tarea, que conoce y probablemente le divierte.
Uno tras otro, todos han pasado por Santa Marta, llevándose mensajes y comentarios, ambiguos y contradictorios, pero convergentes en su objetivo: cercar a Macri. En estos días ha conseguido una figurita difícil: Hebe de Bonafini. La otra parte de su tarea consiste en poner a Macri en su lugar, retomar lo de Cristina, con su desplante del 10 de diciembre y reproducirlo en su propio estilo. Como sugirió Gabriela Michetti, Macri es esperado en Santa Marta, para una charla y un mate.
Los historiadores llamarían a esto “la humillación de Canossa”. Fue algo que ocurrió en 1077, cuando el Papa y el emperador se disputaban la supremacía ecuménica. Luego de excomulgar al emperador, Gregorio VII se encerró prudentemente en el castillo de Canossa. Enrique IV, que vio peligrar su autoridad, allá marchó a implorar el perdón. En pleno invierno cruzó los Alpes y caminó descalzo, apenas cubierto con el hábito del peregrino, para arrodillarse ante la puerta del castillo. Gregorio lo hizo esperar tres días bajo la nieve, antes de abrirle la puerta y perdonarlo.
La anécdota ilustra la manera como la Iglesia imaginó durante mucho tiempo su relación con los poderes terrenales: el César en lo suyo, pero sometido a Dios y a la Iglesia. Las cosas siguieron por otro camino. Las monarquías católicas afirmaron su primacía y más tarde, en el siglo XIX, los estados liberales adoptaron el laicismo: un Estado neutral y las creencias religiosas -todas- en el ámbito de lo privado.
A fines de ese siglo el papado lanzó un contraataque, de gran eficacia. La Doctrina Social de la Iglesia dio a la “cuestión social” una respuesta diferente a la del capitalismo y el socialismo. Contra los principios liberales de individuo y contrato político, sostuvieron que la sociedad era un organismo vivo, conformado por partes o cuerpos, cada uno con una función dentro de un orden que emanaba de Dios. Contra Rousseau, se volvía a Santo Tomás, pero con una nueva belicosidad, pues se convocaba a los católicos, conducidos por sus clérigos, a reconstruir el reino de Dios en la tierra.
En la Argentina esta propuesta, que arrinconó al liberalismo, encarnó en el peronismo, y se expresó en el ideal de la Comunidad Organizada. Si bien el César no quedó tan subordinado como lo pretendía, la Iglesia se aseguró un lugar no solo en las cuestiones morales sino en la práctica social y política cotidiana, regulando los conflictos y administrando los consensos.
El papa Francisco se ha formado en este ambiente, en el que la doctrina vaticana se mezcla con la política peronista. Como Papa, ha predicado en todo el mundo en favor de los pobres y de la caridad, y ha criticado el capitalismo, el consumismo, el liberalismo y la vida moderna. Loris Zanatta señaló que la palabra “república” está ausente de sus discursos.
Tras Francisco está el padre Jorge Bergoglio, quien durante años desarrolló en Buenos Aires un trabajo tanto o más de político que de pastor de ovejas. A la imagen de cura de los pobres, cuidadosamente cultivada, sumó un trabajo paciente de constructor de redes y alcanzó un poder que le permitió enfrentarse a presidentes belicosos. Por entonces no sonreía mucho.
Un poco como Pío Nono, intransigente ante el Estado liberal, y otro poco como político que ha marcado su territorio, ve en Macri un competidor que puede hacer resurgir algo del Estado laico. El Presidente no es un militante del laicismo, pero cree en los individuos, en el valor de su esfuerzo y en su derecho a ganarse la felicidad en este mundo. Sin duda, confía en los empresarios y el capitalismo, pero también en el Estado, su función reguladora y su necesaria independencia de los poderes corporativos, entre ellos el de la Iglesia.
En esta pulseada no está en juego la fe sino, simplemente, la política. El padre Jorge quiere ser el “patrón de la vereda” y está moviendo sus piezas para forzarlo al acatamiento, como Gregorio VII al emperador. Un viaje a Santa Marta, una conversación respetuosa y la aceptación de algunas de sus recomendaciones le permitirían a Macri aliviar el cerco tendido, tras el cual se reacomoda hoy el cristinismo. Con ella el padre Jorge desarrolla otro juego; ya se verá quién utiliza a quién. Muchos de los amigos de Macri se suman a los voceros papales para recomendarle que se amigue con Francisco. No hay duda de que las ventajas inmediatas son muchas, pues lograría atemperar los conflictos y, sobre todo, evitar que los clérigos, duchos en esto, los sumen y los potencien. Hasta es posible que Macri pueda transitar este camino con dignidad, e imprimirle su propio sentido a la reconciliación. Será una payada digna de Santos Vega y Juan sin Ropa.
¿Cómo terminará? Es difícil que Macri pueda ganarla, pues el padre Jorge, presente en un Francisco lanzado a tareas más generosas y ecuménicas, no cesará de acosarlo mientras tenga aliento. En cambio, Macri habrá perdido autoridad, y sobre todo, la oportunidad de comenzar a reconstruir el Estado laico que la Argentina supo tener, hace mucho.
*Historiador, Miembro del Club Política Argentino
Lo entiendo a Bergoglio por haber compartido con él generación e influencias durante la formación juvenil (alguna vez fui presidente de un centro de la acción católica en un colegio religioso). Mantengo, con orgullo yalegría, los valores entonces recibidos y trato de aplicarlos a las circunstancias de hoy. Pero me parece que Bergoglio se quedó en las postulaciones de esos años . Me recuerda el catolicismo argentino de Copello y la enseñanza religiosa de Perón. Pero atención que ya para entonces la Iglesia hacía su mea-culpa global con la democracia cristiana y Jacques Maritain, Emmanuel Mounier, el abbé Pierre y tantos otros. Bergoglio, sesenta años después, todavía hoy sigue, sin nombrarlos, pensando en Mussolini, Franco y nuestro lider. La corporación.
Su visión de la Argentina actual no parece derivar de un tema religioso, sino de poder y de marketing. Sabemos, además, que entre nosotros la supuesta defensa de los pobres no suele ser más que un disfraz buscando el aprovechamiento de los pobres.
¡Qué lástima! Como cristiano y como argentino, uno esperaba otra cosa.