EL LARGO CAMINO DE LA POBREZA ESTRUCTURAL (III) por Jorge Ossona*
| 12 marzo, 2016Balance de la “inclusión” kirchnerista: economía y estratificación
¿Ha significado el kirchnerismo, conforme el relato oficial, la reducción de la pobreza prácticamente en los términos de su punto de partida, o en su defecto se trata de una de las tantas variantes de una visión de la realidad deformada por el fanatismo militante? ¿Cómo evaluar todos estos cambios de cara a la actualidad? A fines del año pasado, terminamos un balance preliminar en la zona más marginal de Villa Fiorito que nos permite formular el siguiente diagnóstico.
Aproximadamente un 10 % de los vecinos logro reinscribirse en trabajos formales. Su nivel adquisitivo se incrementó notablemente merced a los aumentos anuales de salarios, y a los subsidios al consumo de servicios públicos. Muchas de las antiguas bolsas familiares de subsistencia de agregados extensos se redujeron. Núcleos familiares enteros pudieron, así, recuperar una relativa autonomía. Confluyeron en ese segmento los intermediarios de diversa índole entre la pobreza estructural y los sectores incluidos merced a los puentes y franquicias tendidos desde el sector político: referentes sociales y políticos que, en alza o en baja, lograron sostener ingresos permanentes a partir de las carreras iniciadas en los 90; trabajadores formales, menos a través del sector privado que por el Estado (maestras, profesores, policías, empleados municipales, y agentes de las fuerzas armadas y de seguridad como gendarmería y prefectura, además del ejército); y los grandes acopladores de basura y dueños de talleres mecánicos o supermercaditos; y los exitosos gerenciadores de actividades ilegales como la piratería del asfalto, el robo de autos, el narcotráfico y la especulación inmobiliaria. La pobreza exhibe allí una zona gris en la que suelen confluir las actividades legales e ilegales. Más allá de sus vetas internas, este vértice ha procurado consolidar su situación mediante una educación diferenciada para sus hijos a quienes envían a colegios públicos o privados de las zonas centrales llenando allí el vacío dejado por clases medias en fuga. Algunos, incluso, han logrado romper la barrera simbólica de la pobreza por la que se auto inhibían de proseguir estudios universitarios. Pero la mayoría opto más bien por terciarios entre las que se destacan las citadas carreras militares y docentes. Entre estas últimas se destacan, en los varones, el profesorado de Educación Física y entre las mujeres, el preescolar.
Por debajo de esa cúspide, otro 40% mejoró su situación; pero el panorama allí tiende a tornarse confuso debido a la convivencia entre aquellos total o parcialmente reintegrados y los que han permanecido estancados o excluidos. Su expresión urbanística y habitacional fue la superpoblación y el hacinamiento de predios primigeniamente destinados a un núcleo familiar que terminaron albergando a tres o cuatro. Fue allí en donde se registraron las mayores dificultades para aceptar las obras de urbanización a costa de desmontar instalaciones. Es en esta franja que se tendieron a reconstruir sistemas jerárquicos de reciprocidades que pueden abarcar a varios clanes dispersos en barrios vecinos e intercomunicados, a veces, por complejos pasillos internos. Ello acentuó las tensiones intra e inter familiares que suelen zanjarse por la fuerza desbordando la tradicional capacidad de mediación de los antiguos referentes comunitarios y políticos desde sus organizaciones; comprometiendo niveles de convivencia más o menos previsibles.
Sobresalen en esta fracción negocios por cuenta propia como el comercio minorista de alimentos, quioscos, almacenes, mercaditos, gomerías, remiserias y talleres mecánicos de chapa y pintura. La recomposición del consumo que lleno a los barrios de vehículos usados y motocicletas explica la importancia de estos últimos. El cartonerismo se amplió, se diversifico y gano en complejidad; convirtiéndose el Bajo Fiorito en una de sus zonas cardinales de todo el Gran Buenos Aires. Organizado en cooperativas, se generó toda una estratificación de negocios en cuya base se ubicaron las familias recolectoras; seguidas por sus jefes -a veces, devenidos formal o informalmente en líderes comunitarios- y por distintas capas de intermediarios eslabonados. La actividad tendió a especializarse en varios rubros como, además del cartón y el papel, los metales –el cobre y el hierro- , los materiales plásticos, y el vidrio
Por debajo del total del 50% que mejoró en mayor o menor medida su situación, un 30% se mantuvo en la pobreza estructural ocupado en changas, servicios domésticos, ventas en la vía pública, y empleos inestables. Fueron precisamente los más remisos a la hora de aceptar los programas de urbanización y vivienda. En este segmento se destacaron los jóvenes afectados por conflictos intrafamiliares que el hacinamiento atizó. Ello tendió a reforzar el influjo de bandas reunidas en determinados puntos de los barrios durante el tiempo libre y que pueden llegar a congregar a decenas de chicos y chicas. Las bandas fueron el caldo de cultivo del narcotráfico; el delito definitivamente más retributivo y que menores esfuerzos requiere. Este complejizo su organización: grandes distribuidores -localizados también en los barrios y que forman parte del 10 % vertical- subordinaron a comerciantes minoristas procedentes de ese 30% pobre, o del 20% hundido en lo que podríamos denominar, sin eufemismos, la miseria. Los mayoristas delimitaron los territorios de común acuerdo con comisarios y jefes de calle policiales procurando hacer coincidir su perímetro de influencia con los limites barriales; pero a veces, estos definen espacios más extensos o más abreviados según su lugar estratégico respecto de grandes arterias de circulación, o los requerimientos del equilibrio entre distintos dealers.
Si el sector distribuidor exhibió cierta plasticidad -pudiendo reconvertirse hacia otras actividades como los talleres textiles ilegales, el comercio minorista, o el acopio de residuos según se preserven o no los avales policiales, políticos y judiciales-, los minoristas, en cambio, definieron ciclos más breves –no más de cinco años- en cuyo transcurso la mayoría de sus exponentes, luego de una etapa de expansión y prosperidad, o implotaron por conflictos internos, o debieron toparse con competidores más poderosos; casi siempre auspiciados por sus propios patrocinadores estatales. A las guerras sobrevenían las desintegraciones de agregados enteros rápidamente sustituidos por otros. En el medio pereció la “mano de obra excedente” de cientos de jóvenes “soldados” reclutados en las bandas. Su compromiso con la organización a las órdenes del jefe del bunker o quiosco significa la trasposición del delgado límite entre la posibilidad de consumos ocasionales y la dependencia absoluta hasta llegar al estado terminal. Consumado ese tránsito, se ingresa en un frenesí de dinero, motos, celulares y ropa e imperio de un corto plazo entre festivo y heroico cuyo previsible final determina la desvalorización tanto de la vida propia como de la ajena. Muy pocos en ese estado logran “rescatarse” de un desenlace trágico, seguido por la idolatración del muerto como una suerte de héroe que suscita la devoción de cientos de compañeros en peregrinaciones a los cementerios y que operan como modelos para niños y jóvenes con dificultades de integración en familias y barrios. Con su infraestructura de motos, celulares y netbooks, las bandas de distintos barrios de esa zona liminar entre Lomas de Zamora y Lanús tendieron a interrelacionarse entre sí concertando los fines de semana caravanas que se reúnen en distintos puntos para intercambiarse información sobre patrocinios y espacios de venta.
Muchos de estos jóvenes –no todos- se localizan en vértice inferior de la pobreza reconocido en la jerga barrial como la “vagancia”. Allí también se contabilizan individuos y familias que viven de los subsidios del Estado explotados por ávidos operadores cuyos referentes les extraen una comisión sustancial a cambio de anular las contraprestaciones reduciéndolas a la participación en manifestaciones políticas, saqueos, ocupaciones “golondrina” y campañas electorales con sus correspondientes comicios. Algunas cooperativas funcionaron describiendo esta lógica estrictamente electoral, motivando frecuentes expulsiones y reasignaciones consiguientes de planes “a quienes más los necesitaban…” según la excusa de rigor. Hemos ahí la fuente profunda de muchos de los disturbios de última generación que, recurrentemente, explotan en las grandes ciudades durante los últimos años. La explotación política convive con aquella efectuada en talleres clandestinos u obras de construcción que recluta mano de obra procedente de los países limítrofes y cuya terminal más emblemática son las ferias del complejo de La Salada en la vecina localidad de Ing. Budge; un fenómeno que se expandió indeteniblemente a lo largo de todo el periodo analizado. También sobre ellos se montan sucesivas capas intermediarias de explotación en las que confluyen el Estado, la política, el futbol, y algunos empresarios; con la ventaja de una inscripción territorial homogénea como en el caso de las secciones paraguayas. Un común denominador cultural involucra a los segmentos por debajo del 50% favorecido: su adhesión a valores, normas, y lenguajes específicos que ponderan a la exclusión como un emblema distintivo, y en determinadas circunstancias, como la esencia misma de la nacionalidad.
Más allá de estas diferenciaciones, las nuevas fórmulas subsidiarias junto a la Asignación Universal por Hijo contribuyeron, no obstante, a la monetización de la economía de la pobreza Muchas familias pudieron, de ese modo, acceder a los grandes centros comerciales urbanos y diversificar sus dietas. Sus impactos culturales han sido múltiples y ostensibles pero exceden los objetivos de este trabajo. Desde 2012, sin embargo, las cosas empezaron a cambiar. La proliferación de negocios empezó a retroceder por disminución del consumo. Muchos pequeños emprendimientos quebraron y sus propietarios se vieron obligados a vender sus coches y camionetas. Por caso, de las diez carnicerías que se instalaron desde mediados de la década del 2000 solo sobrevivieron dos. La inflación y la prosecución de la epidemia de embarazos fueron ampliando nuevamente las bolsas de subsistencia, obligando a los parientes mejor posicionados a cargo del sostén de más parientes necesitados a realizar compras comunitarias en mayoristas o en el Mercado Central. Algunos vecinos, asimismo, debieron retirar a sus chicos de los colegios privados para devolverlos a la escuela pública. El clima de consumo de productos electrónicos vigente hasta fines de ese año se empezó a deteriorar. Solo han logrado preservar su nivel de vida los referentes políticos blanqueados y promovidos a cargos municipales que aun ostentan, por caso, un nivel de vida diferente, plasmado en costosas camionetas y vehículos. Confluyen en ese tren con los distribuidores mayoristas narco y los propietarios paraguayos de grandes casas de inquilinatos. La población del barrio de esa nacionalidad ha explotado en mayor medida que el resto porque el hacinamiento ha obligado a muchos a pagar costosos alquileres que no requieren de garantías, pero que de no pagarse, suscitan la expulsión inmediata.
En suma, los barrios y territorios pobres exhiben una sutil e imperceptible estratificación. Proyectada hacia fuera de sus fronteras y, a medida que se aproximan a zonas más formalmente urbanizadas, tienden a expresar durante los últimos años una nueva clase media baja aun escasamente estudiada. La estratificación se registra tanto en el interior de los barrios como entre estos en relación proporcional a los saberes y destrezas de sus referentes. Los hay más urbanizados que otros, y más o menos comprometidos entre si respecto de actividades delictivas, porque otra de las características de la nueva política de bases, es una moral diferente que condiciona el valor de la ley; y que determina que el bien y el mal convivan separados por fronteras muy difusas. En alguna medida, ello evoca una suerte de archipielalaguizacion del mundo de la pobreza compuesto por una infinidad de fragmentos a la manera de un mosaico.
* Historiador UBA, miembro del Club Político Argentino