¿EL FIN DE LA «GALAXIA GUTENBERG»? por Ricardo Lafferriere*
| 8 diciembre, 2015Es un dato ineludible, del que nos anotician no sólo los publicistas sino la velocidad del lenguaje televisivo: la cultura de la letra, que comenzó su auge con la invención de la imprenta dando su impronta a la gigantesca expansión del mundo occidental –desde la industria, hasta la ciencia; desde las artes hasta la políticapareciera ir perdiendo terreno frente al crecimiento imparable de la cultura del video clip, la fragmentación de la posmodernidad, y el auge del
“multiculturalismo” con su reclamo de similar respeto a todas las culturas, sea cuales fueren sus valores.
De los mecanismos de la racionalidad, la construcción de la democracia formal es la que está sufriendo con más claridad –al menos, en los países no desarrollados este cambio de posición en la axiología de las mayorías.
Los parlamentos, lugar por excelencia de formación de la “voluntad general” para la ciencia política occidental, son hoy considerados por la mayoría de la población como despreciables espacios de contubernios, en los que un grupo de personas –por las que las mayorías no se sienten en lo más mínimo representadas o identificadas negocian espacios de poder de los que obtendrán beneficios personales no debidos.
La mayoría de las personas –que hace tiempo han dejado de pensarse a sí mismas como “ciudadanos”se sienten cada vez más alejadas del poder, al que consideran crecientemente como un actor social más –como las empresas, la iglesia, los militares, los periodistas, sin ninguna relación de representación, ni siquiera en los sistemas políticos que cumplen los cánones formales de responsabilidad democrática.
La cultura de la letra, sin embargo, permitió a la humanidad el gran salto tecnológico de los últimos cuatro siglos. Sin ella no hubieran existido los descubrimientos e inventos científico técnicos que permitieron la revolución industrial, el conocimiento de la materia, el diseño de artefactos hogareños que aliviaron el trabajo de las mujeres abriéndoles la posibilidad
de ser protagonistas sociales en lugar de estar amarradas a las tareas de la casa, el descubrimiento y la utilización de la electricidad –y a partir de ella, de la electrónica, y luego de la informática, y espués de la telemática, y por último de la comunicación en tiempo real a través de Internet y sus diversas aplicaciones;
del electromagnetismo, y a partir de él del telégrafo, la radio, la televisión, los teléfonos celulares, la Internet Wi Fi y lo que vendrá… y así hasta el infinito.
La invención de la imprenta que potenció la cultura de la letra fue el primer artefacto industrial, de producción masiva. Luego vinieron todos los demás. No existiría sin él la posibilidad de la producción de masas, llevando a miles de millones de seres humanos productos antes reservados a los reyes, señores feudales o grandes terratenientes.
Y fue la cultura de la letra la que abrió el camino a la razón, herramienta de la mente que, aunque presente en el ser humano desde los griegos y aún antes, encontraría en la letra impresa la base de su expansión no sólo para interpretar las escrituras sagradas –al alcance, desde ese momento, de todos los alfabetizados sino para transmitir y cotejar –y crear conocimientos teóricos y aplicados a través de la tecnología, una de sus hijas dilectas.
Todo eso ha sido la modernidad, en cuya construcción tiene un lugar básico la libertad individual y su expansión a cada vez mayor cantidad de seres humanos. Esa libertad individual fue el supuesto sobre la que se edificó un sistema político de pretendida validez universal, porque partía del axioma de la igualdad de todos los seres humanos: la democracia, entendida como una organización del poder en cuya base está la inalienable libertad de los seres humanos, que delegan en el poder –en una determinada medida, bajo ciertos límites y bajo ciertas condiciones sólo una parte ínfima de su libertad, a fin de posibilitar la convivencia.
La Galaxia Gutemberg es todo eso, y mucho más. Sin ella, sin la cultura de la letra, sin la razón y sin la lectura, sin la capacidad de articular argumentos para cotejarlos en un debate creador, la convivencia vuelve al mundo tribal previo a Gutemberg, o previo al alfabeto. Pierde la capacidad de seguir adelante con el portentoso avance producido en esta cuatro centurias, se asemeja a la convivencia aldeana del medioevo –o, más aún, de la humanidad prealfabetizada y en consecuencia, en lugar de avanzar en su libertad –real, consistente con las posibilidades del entorno se engaña con la ilusión de una libertad inmediata, tangible en el “hoy”, pero sin horizontes ni posibilidad de persistencia en el tiempo.
Pero… ¿es real que la galaxia Gutemberg ha sido reemplazada por la cultura del video clip? ¿se trata de un fenómeno general?
Una reflexión más cercana nos mostrará los matices, que a poco de profundizarse nos llevarán a conclusiones movilizantes.
Es cierto que la gran mayoría de las personas de las nuevas generaciones, aún en las sociedades democráticas, son formadas con un gran componente posmoderno, que leen menos, que han absorbido los mecanismos de los videojuegos con una lógica cerrada poco compatible con los principios de la causalidad, y que la influencia de la educación sistemática transmitida
por la Escuela ha sufrido el doble embate de la cultura massmediática
y los video clips. La “intuición” reemplaza al razonamiento, las “sensaciones” reemplazan a los sentimientos, las creaciones intelectuales realizadas por la humanidad en tres mil años de elaboración filosófica se tapan por el vocinglerío intrascendente, más parecido a los chillidos de una manada de monos que al vuelo elevado del ágora.
Esto ¿las hace mejores o peores? Un “multiculturalista” nos respondería quizás que la pregunta está mal planteada, porque no existen valores mejores o peores, sino que hay que respetar a todos por igual, porque todos son expresiones culturales diversas de los seres humanos. Sin embargo, la historia nos enseña que sin las herramientas forjadas por la modernidad no hubieran sido posible los inmensos cambios hacia la igualdad de las personas, y que sin ellas todavía las jerarquías religiosas seguirían siendo las únicas fuentes de saber, y los
señores feudales los únicos depositarios del poder, y el gigantesco avance científico técnico que permitió que los seres humanos seamos hoy seis mil quinientos millones en lugar de pocos
cientos no se hubiera producido. En otras palabras, sin la formación humanista racional abierta con la cultura de la letra impresa, los seres humanos serían muchísimo más desiguales que hoy, y quizás hubieran sido los mismos señores feudales y eclesiásticos quienes con más ahínco hubieran sostenido el multiculturalismo para defender sus posiciones.
La nueva realidad genera, sin embargo, un renacimiento del mundo parcial de medioevo.
Las personas, aunque a una escala global, vuelven a comunicarse en forma “audiotáctil”, alejándose de la letra impresa. Los libros no son más la forma predominante de transmisión de saber para la mayoría de los seres humanos, que reducen su comunicación a lo que les llega por los medios audiovisuales.
Pero no todos.
Y aquí está el matiz, tan importante en sus efectos que se convierte en fundamental.
Quienes son inducidos a reducir su visión del mundo a la cultura massmediática y a la civilización del video clip son la inmensa mayoría de los seres humanos que viven en el planeta, quienes de esta forma van también alejándose del poder –o de lo que queda de él, ya que también hay transformaciones en la esencia del poder que es necesario indagar en otro momento.
Esos seres humanos, que se alejan y hasta desprecian la política, que prefieren encerrarse en la fragmentación de su microcosmos y en todo caso limitar sus esfuerzos a los valores e intereses de la ONG a la que se sienten más afines, que se desinteresan por todo lo que pasa en el mundo que no les parezca que lo afectan en forma directa, son los nuevos alienados cuya actitud permite
a otros definir el mundo y sus reglas.
Porque como lo adelantamos, el fenómeno alcanza a casi todos, pero no a todos.
Si observamos dónde se forman y cómo se forman los que –casualmentetienen
en el mundo posiciones de mando –y con ésto definimos a los dirigentes políticos (fundamentalmente, de los países exitosos), a los gerentes y funcionarios de las grandes compañías multinacionales, a los nuevos ricos que tuvieron la capacidad de ser pioneros en el cambio de paradigma tecnológico y se montaron a tiempo en la onda de las comunicaciones, a quienes definen año tras año las tendencias de la moda, a los jefes militares de los ejércitos más poderososobservaremos
que ninguno o muy pocos de ellos se han formado fuera de los cauces de la modernidad. Al contrario: las herramientas construidas en estos cuatro siglos han sido la base de su formación intelectual, en los mejores Colegios y las más prestigiosas Universidades de sus países, en los centros de investigación más avanzadas o en las Academias de más prosapia.
¿Qué nos dice esta realidad? Pues que nos encontramos ante el viejo y conocido el mundo dual.
Es que a la posmodernidad puede arribarse por dos vías: como una etapa superior de la modernidad constituida en cimiento ineludible e irreemplazable de la construcción de un ser humano, o como un pretendido reemplazo de la modernidad que, con la ilusión de un atajo, forme “pedazos” de seres humanos, que más que fragmentados son sólo pequeñas parcelas de la unidad de pensamiento, sentimiento y acción que debe configurar una personalidad integral.
Por la primer vía, la posmodernidad simplemente nos abre renovados desafíos al poner frente a nosotros el maravilloso escenario de todo lo que falta. Por la segunda, nos reduce las opciones al limitar nuestra visión al pequeño barrio de nuestros instintos primarios.
La modernidad es una etapa de la historia –y de la formación de los individuos en su historia personal ineludible para la comprensión de la realidad, para la toma de conciencia de su esencial unidad, para la transmisión de valores y reflexiones que costaron siglos de cotejo, luchas, síntesis, articulaciones, juicios. La letra impresa, vehículo de su portentosa expansión, sigue siendo el mecanismo para definir conceptos, elaborar juicios, expresar análisis, relacionar datos, imaginar hipótesis, verificar tesis, poner a prueba supuestos, afirmar creencias y valores.
Sin letra impresa no existiría ciencia, ni técnica, ni filosofía, ni religión. Sólo, quizás, rudimentos de creencias apenas superiores a la superstición o la magia.
Pero –nuevamentesólo para algunos.
Porque los otros, los que mandan, los que saben, los que definen, aquéllos en cuyas manos está fijar el rumbo de los países y del planeta, ésos jamás tomarán el atajo y, aún comprendiendo la postmodernidad y su inherente fragmentación de universos, siempre tendrán en claro que el sólido cimiento desde el cual podrán seguir ocupando los sitios que ocupan sigue siendo su capacidad para comprender al mundo en su integridad, en sus interacciones, en su totalidad, en su cosmogonía.
Y en evitar que la mayoría de las personas se den cuenta de ese secreto.
Nunca la Galaxia Gutemberg, ahora potenciada por la maravilla de Internet, ha sido tan necesaria para seguir llevando la modernidad –y con ella la igualdad de oportunidades, y la dignidad de su condición humana, y la defensa de sus derechosa todos los seres humanos.
*Abogado, legislador, diplomático, escritor, docente, consultor