LA ILUSIÓN MÍTICA DEL 2015 por Francisco M. Goyogana*
| 17 octubre, 2015Nada hemos olvidado, pero nada hemos aprendido en la escuela de la adversidad. Del mismo modo que Epiménides, en Cnosos, la ciudad más importante de la civilización minoica, dormimos largas décadas con los ojos abiertos, mientras el tiempo imperturbable, como un inmenso océano, ha ido arrastrando entre sus olas a los hombres y a los sucesos. En tanto, la Esfinge, el monstruo mitológico que destruía a todos aquellos que no pudieran adivinar sus acertijos, todavía en el siglo XXI, y a pesar que la mitología la cuenta como muerta, continúa proponiendo sus misterios, sin que podamos adivinarlos.
Sin embargo, el mito está incompleto porque falta Edipo para responder al reto de la terrible Esfinge, y hacer que pueda pronosticar el arcano que la obligue a estrellar su cabeza contra las rocas del Plata, como la Esfinge de la fábula lo hizo contra las rocas del Ismeno, pero que por algún recóndito misterio, a pesar de su muerte en el relato, sigue perturbando a un pueblo austral de América.
Tamaña empresa, como la de Edipo, sólo podía ser encomendada a los esfuerzos gigantes del patriotismo, vedada para los ánimos apocados o para los brazos endebles que no pueden herir con la espada. La tragedia mitológica proyectada a la actualidad, carece de una figura que como la del mítico rey de Tebas, que en su momento fue salvador de su reino, al librarlo de las garras de la Esfinge.
El Edipo esperado, hijo del porvenir, como el del mito, debería tener por nodriza a la Libertad, y por bautismo, la sangre de un nuevo y fecundo sacrificio.
Los grandes problemas políticos no han sido resueltos, porque no han sido planteados. Los enigmas de la Esfinge renacida figuradamente en junio de 1943 por una revolución totalitarista, han sido indescifrables, porque los argentinos nos hemos atenido al significado natural de las palabras, cuando en realidad, las palabras han sido el disfraz de las ideas, en una suerte de portada dorada propia de un libro abominable.
Por eso es que las viejas cuestiones siguen de pie, al borde del camino que aspiramos nos lleve hasta la regeneración.
Nosotros hemos visto una interrogación extraña e indefinible donde sólo había una cuestión política. En pos de ella vamos marchando todavía sin despedirnos para siempre de la esperanza, porque la esperanza es la conciencia del porvenir, y el porvenir es la conciencia del progreso. El mito quedó atrás, y ahora seguimos preguntando a la historia por la aparición de un nuevo Edipo que represente el poder de la razón, y la historia nos contesta con el lenguaje de la pasión. No hemos dejado de preguntar lo mismo a los hombres, que luego de pasar a nuestro lado se dispersan como un hato de sonámbulos.
Y la causa del mal, permanece en el camino de la organización social, como la Esfinge mitológica al costado de la senda que llevaba de Delfos a Tebas. Y sin un renovado Edipo que aparezca para salvarnos.
Ya en tiempos actuales, la Res Publica no cesa de recorrer el camino que la proteja de las zarpas de la Esfinge, que asola un país que llegó a ser modelo para el mundo y dejó de serlo. La angustia no alcanza a vislumbrar una combinación posible de la democracia con la tradición republicana del Estado constitucional de derecho, cuando ahoga a la sociedad la corriente de la inestabilidad, al profundizar la dislocación del régimen representativo. La alternativa parece impregnar los espíritus, sobre otras formas y estilos políticos alejados de la división democrática de los poderes señalados por Montesquieu, como si entre nosotros prevaleciera una inclinación por el carisma de liderazgos que cruzasen fronteras institucionales, para fundirse, con las tan usadas mayorías nacionales y populares.
El contrapunto entre las inclinaciones autoritarias y las anárquicas ya tiene una edad que se acerca al siglo en pocos años. Si bien su deflagración de origen fue repentina, la explosión fue capitalizada con el auxilio dirigente vacante de los antiguos partidos. Con diferentes lenguajes ecuménicos procuraron arrastrar al pueblo en un nuevo sistema que comenzó con un liderazgo y que, con el tiempo, se encarriló por los arreglos y reparto de puestos y candidaturas. Así se instaló un mecanismo que históricamente constaba de un liderazgo consagrado; luego la cooptación de los contrarios de la víspera, y por fin, de ser posible, el triunfo definitivo en las urnas y la voluntad nefasta de ir por todo.
Los espíritus reflexivos trataban, por su lado, descubrir ese nuevo universo, tratando de identificar lo real de lo ilusorio, para alcanzar el valor más aproximado a la verdad total. Pero en la práctica parece que esos espíritus expectantes, con dominio de la historia y de sus leyes, llegaban a colegir múltiples interpretaciones, y todos juntos con la totalidad de los ciudadanos, en un conjunto singular, caían en una postura que ha tratado lo cotidiano con admirable irreflexión. La lectura de la realidad a la luz de la lógica matemática es una cosa, pero la lectura en el terreno de las ciencias sociales y de las artes no permite visiones más concretas, salvo cuando se hacen al amparo de la moral y de la ética. La lectura de la realidad política parece cada vez más distante del acierto de su visión confundida de las doctrinas de aplicación probadas en bien del género humano. Aún con la mejor explicación, el asunto quedaría probablemente sin resolver. Como se dice que ocurrió con un cuadro de Picasso cuando un observador pretendía descifrar la obra: ¿Quiere que le explique este cuadro? Es una tarea difícil porque seguramente entenderá la explicación, pero no el cuadro. Con la distancia que existe entre la pintura y la política, los profesionales de la política parecen emular a Picasso. Y así estamos.
En muy pocos lugares del mundo el marxismo tiene una presencia corriente, más allá de las arqueologías académicas. Más aún, en estos ámbitos, con independencia de ser revisitados con alguna frecuencia, el pensamiento de Marx tiene una relevancia menor frente a otras formas de considerar lo social y lo político. Es precisamente ahí donde se ha puesto el pensamiento del filósofo de Tréveris en la consideración pública, con el dirigismo del Estado en camino de transformarse en absoluto, y la planificación de las actividades particulares, independientes del Estado, aún admitiendo su control por parte de éste. Después de todo, la historia natural muestra que el hombre, desde la organización tribal, mantenía una característica relacionada directamente con su condición individual, conectada con la agrupación de semejantes sin que existiera otra organización social, que recién llegaría mucho después.
Esa clase de estructura, como concepto político referido a una organización social, económica, política soberana y coercitiva, formada por un conjunto de instituciones no voluntarias, con poder para regular la vida de una nación en un territorio determinado, con el reconocimiento de la comunidad, se manifestaría en tiempos relativamente modernos, con variada fortuna. Con rotundos fracasos, pero también con resonantes triunfos, cuando el principal ingrediente de la política ha sido sencillamente el sentido común, el buen sentido.
En los Diálogos de Platón se expone la estructura del Estado ideal, pero recién sería Maquiavelo el introductor de la palabra Estado en su célebre obra El Príncipe, con la aplicación del vocablo italiano stato, evolución a su vez del término latino status. Es decir, que con el tiempo, el hombre crearía un instrumento para mejorar su vida en sociedad. La desviación arribaría luego con la concepción extrema de que el hombre era sirviente de su propia creación, y por consiguiente, con los medios para que la monstruosa Esfinge torturase a los hombres una vez más a pesar de su muerte mítica.
Empero, Edipo reaparece circunstancialmente o se encuentra ausente a pesar de las esperanzas de los hombres. Esperanzas que trascienden las circunstancias comunes, porque abrigan la ilusión de una vida mejor en función de la evolución y el progreso, o postergan sus sueños y deseos frente a la desolación de un árido yermo. Ya no se trata de un diálogo entre optimistas y pesimistas, tal como pude ocurrir con el caso de un recipiente con un contenido de su volumen total dividido por dos, donde para unos se presenta como medio lleno y para otros como medio vacío. La lógica formal, la de Edipo, dispone de otra perspectiva cuando exalta el poder de la razón que no sugiere cualquiera de esas posibilidades, sino la realidad cruda de que el contenido ocupa simplemente un volumen que es la mitad del continente, resaltando a la idea por encima del mero sentimiento.
Del mismo modo, los optimismos y pesimismos desprovistos del valor de la razón resultan meras sensaciones o especulaciones alejadas de la realidad objetiva, aún cuando razón deba permanecer atada a la esperanza. Cabe preguntarse todavía, si lo mismo que Dante Alighieri en el umbral del Infierno, encontraremos la leyenda que rezaba: lasciate ogni speranza, voi ch’entrate.
Particularmente, el examen de las contrapuestas teorías axiológicas habrá de conducir a una aproximación a los conceptos que aspiran a interpretar la vida concreta de la Res Publica de la Argentina, en el cambio anhelado y esperanzado para el año 2015. Pero sin olvidar la necesidad de emplear el sentido común, el buen sentido, que es la percepción necesaria para eludir la posibilidad de causar daño al hombre y a su hábitat, y de consuno, tampoco desligarse, de modo preventivo, de la amenaza de la maldad de la Esfinge, mientras ignoramos todavía la eventual aparición de Edipo.
Tengamos presente como principio que nada hemos olvidado, pero que nada hemos aprendido en la escuela de la adversidad. De todos modos, el año 2015 nos espera con la ilusión deseada del retorno a la Res Publica.
19 de junio de 2015
* Miembro de Número del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia