DIOS NO HA MUERTO; ESTÁ DORMIDO por Carlos Gabetta
| 12 octubre, 2015Publicado en Perfil el 3-3-2013
"Publicado luego de la renuncia de Benedicto XVI y 20 días antes de la elección del Papa Francisco".
Esperar que Benedicto XVI enfrentara con éxito los problemas del catolicismo ante la crisis del capitalismo y la secularización planetaria, resultó una ilusión. Entendida como un proceso de fin de época, la secularización pone a la Iglesia ante la alternativa de cambiar de naturaleza o disgregarse, enfrentar un nuevo cisma y hasta perecer. Lo mismo le ocurre al sistema capitalista, que la Iglesia integra de hecho y derecho.
Desde que sobrevivió al Imperio romano, la Iglesia católica pasó por todas e hizo de todo. Los Papas sedujeron o sometieron a millones, comandaron ejércitos, provocaron masacres, quemaron herejes, se envenenaron entre ellos, se amancebaron, tuvieron hijos y amantes. Acumularon fortunas en todas las épocas y sistemas: con la esclavitud, la servidumbre, el capitalismo monárquico y el republicano; el colonial y el imperialista. La Iglesia católica se enfangó en las miserias y violencias de cada época, y de cada una ha salido, hasta hoy, fortalecida. Es el mejor surfer de la historia de Occidente.
Su última gran victoria “espiritual” fue ante el materialismo soviético. En el bando del capitalismo, quedó del lado del triunfador. Pero así como había visto por anticipado el desplome de la URSS (por algo había elegido poco antes a un Papa polaco), la Iglesia también atisbó la crisis capitalista. Tanto, que con Juan XXIII hubo un intento de profunda renovación, rápidamente asfixiado por sus ortodoxos sucesores.
El antecesor de Benedicto, Juan Pablo II, creía que una vez acabado el “socialismo real”, había que preparar a la Iglesia para la oscuridad que viene: un mundo capitalista de desigualdades extremas y democracias restringidas, o sin democracia; de tecnología y ciencia del siglo XXI y relaciones políticas y sociales del XIX. En ese caos, razonaba Juan Pablo II, los individuos volverán a refugiarse en el misticismo, necesitarán otra vez que lo abstracto, lo metafísico, lo anticientífico, justifique o perdone lo que hacen para sobrevivir en la jungla. Los débiles merecerán piedad, pero ni hablar de solidaridad, de igualdad. Tornarán las escuelas pías, la caridad, la mazmorra y el cadalso para los herejes de la religión y del sistema. Por algo el polaco aplastó a la Teología de la Liberación y nunca dijo pío sobre la pena de muerte.
El Papa elegido para fundamentar la tarea, teologizarla, fue Ratzinger, un intelectual refinado “convencido de que si la Iglesia católica se abría a las reformas de la modernidad su desintegración sería irreversible”, según Vargas Llosa (El País, 24-2-13). Pero el alemán no resultó un buen surfista. O quizá la tabla de navegar sobre la ola ya no sirve para estos tiempos. En casa, le estallaron escándalos financieros billonarios y sexuales masivos; la traición de su hombre de mayor confianza; chantajes y hasta un lobby gay. Usos y costumbres eclesiásticos de toda la vida, pero que ahora circulan por internet. La secularización no solo alcanza a los fieles, sino también a obispos como los de Alemania, que aprueban la píldora del día después. O al cardenal británico O’Brien, que afirmó que los curas deben casarse y tener hijos. A los dos días le saltó un escándalo de pedofilia que lo obligó a renunciar a ser uno de los electores del nuevo Papa.
El capitalismo, por su parte, hace partícipe a la Iglesia de su larga crisis terminal, de los escándalos financieros que asolan al planeta y de sus comportamientos mafiosos. Impotente y abrumado, Ratzinger declaró que durante su papado “las aguas estaban agitadas, el viento en contra y el Señor parecía dormir”. O sea que Dios no ha muerto; solo duerme, dejando a la Iglesia al garete en las cosas terrenas.
Quizá nunca se sepa por qué renunció este Papa. Lo más probable es que haya sufrido un apriete mafioso similar al del cardenal británico, y no habría que asombrarse si su sucesor resulta un populista al uso, en lugar de un intelectual contradictorio y enigmático. La posmodernidad y sus desvaríos, que no son otra cosa que los de todo fin de época, le ha entrado a la Iglesia por los flancos.
El oficio de la Iglesia es sobrevivir a cualquier período de la historia, manteniendo su influencia espiritual y material. Acumulando poder, en suma. Fue un gran señorío feudal en el medioevo, una monarquía en disputas, guerras y alianzas con las demás luego, y ahora es un Estado de opereta y una gran multinacional económica y financiera.
Partícipe integral y destacado del declive de un mundo que no acaba de morir, a la Iglesia católica le alcanzan todas las generales de la ley.
* Periodista y escritor.