EL SÍNDROME DE ESTOCOLMO K por Francisco M. Goyogana*
| 11 septiembre, 2015Si bien se ha interpretado al síndrome de Estocolmo como la reacción psicológica que experimentan las víctimas de una agresión, al desarrollar una relación de complicidad que puede alcanzar inclusive la aparición de un vínculo afectivo con el vector agresor, dentro del conjunto de fenómenos que caracterizan una situación determinada se destaca, por sobre todo, la interpretación de una ausencia de violencia por parte de las víctimas, al sentir el hecho como una calidad de acto de humanidad.
Las víctimas del síndrome de Estocolmo muestran esencialmente, dos tipos de reacción. Una de ellas, la expresión de sentimientos positivos hacia el agente agresivo y, paradójicamente, una aversión en contra del control de la agresión por parte de personas o instituciones.
De manera similar en cuanto a la naturaleza del mecanismo del síndrome, y también paradójicamente, pero a la inversa, son los propios agresores quienes expresan sentimientos positivos hacia los agredidos.
Dentro de ese horizonte, la víctima abandona su condición de sujeto protagonista de su propia vida, para convertirse en objeto de la bondad por la maldad ajena.
Por ese acto, la víctima entrega su dignidad, elemento imprescindible para rescatar de la esclavitud del síndrome a las víctimas condenadas, que de otra manera solamente dispondrán de la derrota.
La fatalidad presente en la realidad, muestra que para quienes aparecieran en la vida como sujetos víctimas por agresiones populistas, determinadas opciones han dejado de ser optativas para transformarse en aspectos que los actores llegan a entender como un orden natural de las cosas, clima del que en caso de quererlo, no pueden salir sino al costo de abandonar lo que son. En suma, que el agredido termina por aceptar y justificar la agresión, al tiempo que por la parte agresora aparece un sentimiento positivo hacia el agredido.
Afortunadamente, el éxito de provocar una generalización del síndrome de Estocolmo en el orden político, parece haber quedado limitado a un tercio de la población argentina víctima de la agresión populista. Las víctimas, generalmente enroladas en el rubro de los carenciados, han sido infectadas con presuntas asistencias a través de planes sociales adictivos, que, por otra parte, no han alcanzado a remediar las patologías sociales.
El sistema populista ha dado un pésimo ejemplo en la aplicación de la terapéutica para transformar a los sectores desposeídos más enfermos de la sociedad. Pero en su práctica equívoca, se ha encontrado con el triunfo, otra vez paradójico, de haber alcanzado la victimización, fenómeno que se traduce en las elecciones para designar cargos políticos donde parte del electorado vota por hábito o por complicidad, como manifestaciones del síndrome de Estocolmo en su forma alternativa K.
La realidad nacional del tercio poblacional que padece el síndrome citado, no parece tener soluciones a la vista para una reversión enérgica del cuadro populista y las complicaciones derivadas que deberá afrontar ante las nuevas terapéuticas que se apliquen para encontrar la solución.
Un síndrome representa al conjunto de síntomas característicos de una enfermedad, entidad que tiende a precisar el diagnóstico y eventual cura de la patología, pero en el caso de la actitud de una persona secuestrada psicológicamente que termina por comprender las razones de sus captores, resulta primordialmente enigmática la resolución de esa psicopatología, agravada por su naturaleza populista. Sólo la enfermedad populista puede explicar que los dirigentes y funcionarios aplaudan las políticas que han llevado a simplificar los problemas más graves, apelando a un falso nacionalismo con desastrosas consecuencias para el mediano y largo plazo, aplicando el truco del psicópata que cree que las reglas sólo valen para los otros, sin aclarar que el problema central en el que la inmensa mayoría de la población todavía sana tiene la peor opinión de la clase política populista y no sabe que hacer con el tercio restante que sigue el sistema electoral desde muy atrás en el tiempo. Mientras tanto, los índices de pobreza se han ido convirtiendo en delincuencia con la reducción en parte de la sociedad argentina a la servidumbre de sus captores a cambio de dádivas, con poco pan y mucho circo. La educación se ha reducido a un Sarmiento despreciado, que con proclamado 6% del PBI en educación, en las pruebas del Program for International Student Assessment ( PISA ) han servido, para conducir a los estudiantes argentinos que ocupaban el 37º puesto entre sesenta y cinco países en el año 2000, que retrogradasen al puesto 53º en el 2006, al 58º en el 2009 y al 59º en el 2012, como rememorando aquello de “Alpargatas sí; libros no”, a pesar de que en las zonas marginales las alpargatas se hayan reducido a pies desnudos con índice de pobreza inferior al 5% ( INDEC ), menores que los existentes en Alemania.
El síndrome de Estocolmo en su variante K no está exento de la destrucción de la capacidad intelectual, y que la autonomía de los argentinos pobres y los pobres argentinos, sean en definitiva un producto populista. Si no, lo demuestran los resultados electorales donde, sobre la base de la igualdad del voto, sin discriminar las capacidades del votante, cuanto mayor es el caudal populista, menor es la situación socio-económica de los sectores correspondientes. Que hacen juego con la afirmación de Fernando Savater cuando sostiene que el populismo es la democracia de los ignorantes. Por eso, quienes padecen del síndrome de Estocolmo en versión K, conciben al populismo como razón e vida y comienzan a sentir pasión por los relatos, según los cuales, y como lo señala el vínculo afectivo de los violados en su dignidad con los violadores, el populismo desendeudó al país, redujo la pobreza, consagró la ampliación de los derechos, logró una situación de pleno empleo con la aproximación a una planta de tres millones y medio de trabajadores estatales, democratizó la justicia, encabezó la lucha contra los medios de difusión hegemónicos y salvó al país, por fin, de las garras del imperialismo. Objetivos todos, sin embargo, del mismo tipo de populismo declamados a lo largo de más de siete décadas, en una demostración de independencia política, libre de todo tipo de corrupción, tiempo durante el cual convencieron a los violados que la Constitución es una especie intrínsecamente abstracta y meramente formal.
Las víctimas del síndrome de Estocolmo, variedad K, terminarían cayendo en la simple conclusión por la cual abandonaron su tradición republicana, por el vínculo afectivo e irracional del populismo, al mismo tiempo.
El síndrome de Estocolmo K denota la gravedad de esa psicopatología con consecuencias fatales, a menos que los violados tengan un destello de dignidad para recuperar su libre albedrío y recuperar la inteligencia que les permita abordar el conocimiento y la información, elementos sin los cuales es imposible comprender, adaptarse y progresar como individuos y sociedad, la sociedad del conocimiento y la información.
Por ahora, la responsabilidad para desvanecer la persistencia del síndrome de Estocolmo en su forma K, queda en la inteligencia y el coraje del 70% de la ciudadanía, con vocación para sobrevivir y aspirar al futuro, y contribuir a la superación de una crisis ya demasiado extensa, y lejana de los países aventajados por vocación propia.
Septiembre 2015
* Miembro de Número del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia