VERDADES Y FALACIAS EN TORNO DEL «FRAUDE» ELECTORAL Y DEL «CLIENTELISMO POLÍTICO» por Jorge Ossona*
| 1 septiembre, 2015Dos ideas falsas sobrevuelan el discurso oficial en virtud de los escandalosos comicios tucumanos anticipados por otros menos publicitados ocurridos en el GBA durante las últimas PASO: primero, que el clientelismo ya no es factible debido a la restauración de políticas sociales universales que no tramitan los punteros sino los propios beneficiarios directamente en dependencias públicas; y, segundo, que, al ser secreto, el voto es individual y, por lo tanto, imposible de controlar. Ambas son de por si bastantes convincentes pese a las también fundadas sospechas de que se siguen practicando artimañas fraudulentas, y que las políticas sociales no son tan universales prestándose a la manipulación de aquellos a las que se las dirige. Sin embargo, se inscriben en lado oscuro de una cultura política de formas antiguas pero de contenidos nuevos acordes a las transformaciones socioeconómicas de los últimos treinta años. Empecemos por la primera línea argumental; aquella que apunta a la administración de las políticas subsidiarias de la pobreza.
El kirchnerismo cuenta a su favor, como el duhaldismo en su momento merced al Plan Jefas y Jefes de Hogar, que la AUH se tramita directamente en la ANSES. Pero el resto de las políticas sociales, sobre todo aquellas incluidas en el neo cooperativismo oficial dependiente del Ministerio de Acción Social, requieren de intermediarios oficiosos a cargo de los diferentes estamentos administrativos de las asociaciones. Ahí se produce la coacción: hay “planes” que referentes de la más diversa índole tramitan para grupos enteros constituidos por más beneficiarios que los declarados porque, a veces, se los divide en dos mitades para afectar a un mayor número. La maniobra, casi siempre, resulta del producto de negociaciones entre los funcionarios y los referentes para preservar la lealtad de sus subordinados. Estos, a su vez, exigen el pago de diversos “porcentajes” bajo la amenaza de obturar el pago denunciando el incumplimiento de las tareas. También se registran casos en los que los beneficiarios apenas reciben una porción mínima del subsidio quedando su mayor parte para el referente a cambio de no trabajar, o de obtener de los burócratas recomendaciones para realizar “otras tareas” –en su mayoría al margen de la ley- con “tranquilidad”.
El del secreto y la individualidad del sufragio también oculta falacias. Al menos en los grandes centros industriales la explicación fue bastante verosímil hasta entrada la década del 80. Sin embargo, durante su curso, las dirigencias políticas -sobre todo las municipales- advirtieron los contornos sociales de la nueva pobreza estructural motivada por la reestructuración económica abierta quince años antes. Hubo que administrar programas de emergencia negociando con referentes comunitarios de sociedades de fomento, centros vecinales, cooperativas, parroquias, templos evangélicos, clubes de futbol, etc. Todos ellos, a su vez, lo hacían con diferentes capas de vecinos muchas veces emparentados en grandes clanes extensos, o congregados por razones que iban desde el origen nacional hasta las afiliaciones delictivas.
Las negociaciones fueron enormemente tensas en los casos de referentes jóvenes y nuevos procedentes del desamparo generado por una reestructuración sustanciada vertiginosamente entre el “rodrigazo” y la crisis de 1981. La labor de los referentes –genéricamente denominados “punteros”- fue de lo más agotadora, y muchos no pudieron resistir las presiones de abajo y de arriba. Otros sobrevivieron; pero a instancias de enormes sufrimientos personales y familiares. Tampoco les resulto fácil a los “capos” subordinados que debieron enfrentar los cambios culturales relativos a las nuevas rutinas familiares del desempleo y el empleo volátil e informal que modificaron los roles históricos de jefes patriarcales, mujeres y jóvenes. Mucho menos a los dirigentes políticos municipales que debieron recurrir a los oficios de onerosos operadores de base procedentes de pretéritas trayectorias sindicales o políticas territoriales para dilucidar la nueva realidad y procurar gobernarla.
La solidez de los consensos y acuerdos tan dura e inestablemente pactados se comprobaban en las urnas, cosa que obligaba a desplegar una enorme logística destinada a movilizar y controlar la lealtad de los subordinados en el comicio mediante una superestructura de fiscales, presidentes de mesas -nombrados merced a acuerdos secretos ente intendentes y el Juzgado Electoral-, comisarios y jefes de calle policiales, remiseros y empresas de colectivos “truchos” habilitados ilegalmente, barras bravas, etc. Más allá de antiguas artimañas como las “cadenas de votantes”, los fiscales controlaban la fidelidad al compromiso a través de maniobras como pequeñas señales en los sobres entre muchas otras. La disputa entre agrupaciones convertía a esos votos en un preciado botín que habilitaba a negociaciones y contra negociaciones secretas. Si las cuentas “no cerraban”, evocando traiciones inducidas por operadores rivales aun dentro del propio municipio, solían producirse disturbios destinados a forzar el resultado de acuerdo a lo previsto. Los “militantes de choque” como las barras bravas o la bandas de “pibes” marginales resultaban, en esos casos, un insumo de primera magnitud.
Todas estas prácticas, en su mayoría de antigua data, devinieron en una nueva cultura política incomprensible prescindiendo de las nuevas condiciones socioeconómicas devenidas de la descomposición de la sociedad industrial en los suburbios de las grandes ciudades litoraleñas. Se votaba individualmente, pero en el marco de agregados que contabilizaban a esos sufragios en los denominados “paquetes”. Esa cultura se perfecciono durante los últimos trece años al compás de los subsidios a la pobreza financiados con las retenciones a exportaciones cuyo volumen y valor, al comienzo del ciclo, no se le hubieran ocurrido ni al más optimista de los observadores. Los resultados recién empiezan a salir a luz luego de tres décadas de vigencia refutando las citadas denegaciones oficiales de rigor. Enhorabuena: estamos empezando a reconocernos en nuestra verdadera realidad y no en aquellas imaginadas por teorías procedentes de otras latitudes, o percepciones de una Argentina que ha mutado su histórica textura social y cultural.
Agosto 2015
*El autor es historiador, docente y miembro del Club Político Argentino