LA «CARA OCULTA» DE LA SALADA: COMERCIO E INDUSTRIA ILEGALES por Jorge L. Ossona*
| 2 mayo, 2015EL COMPLEJO
El complejo La Salada es como un gigantesco iceberg cuya anatomía y fisiología articula fenómenos como la economía de la nueva pobreza, la trata de personas, la inmigración de países limítrofes, regímenes de explotación rayanos en la esclavitud, la ocupación ilegal de tierras, el delito profesional como la “piratería del asfalto” y el narcotráfico, las militancias futboleras de barrabravas, y el papel del Estado y de la política administrando este combo de emergentes socioculturales.
La cara mas visible de la Salada son sus tres grandes ferias : Urkupiña, Punta Mogotes y Ocean de carácter semilegal. En total, suman a unos cinco mil puestos. Sus verdaderos propietarios conforman un núcleo concentrado pero fantasmagórico y volátil, porque los locales se compran y revenden de una manera muy fluida con arreglo a una compleja trama de transacciones. La mayoría de los dueños los alquilan de acuerdo a relaciones contractuales sumamente complejas debido a que estas pueden llegar a registrar varios subarrendamientos cuyos montos se estipulan un poco de acuerdo a criterios de mercado, pero casi siempre conjugados con otros que responden a imprecisas normas consuetudinarias. Quienes se encargan del alquiler de los puestos son los “administradores” de cada feria. Estos, de todos modos, recomiendan a los inquilinos inscribirse ante la AFIP como monotributistas debido a que los grandes clientes mayoristas –particularmente aquellos que proceden del Interior- suelen pedir boletas como comprobantes para presentar ante eventuales inspecciones policiales en puestos camineros.
A las tres ferias “semilegales” se le contrapone aquella abiertamente ilegal extendida a lo largo de más de un kilómetro al aire libre entre el camino ribereño y el Riachuelo: la “Feria de la Ribera” que oscila entre unas cinco y diez mil unidades de entre cuatro y seis metros cuadrados. También, entre periodos de vigencia y expansión y otros de desaparición por espectaculares operativos de desalojo como aquel que tuvo lugar hace unas semanas, replicados por protestas que siempre terminan en una reformulación de pactos para su restablecimiento tras un periodo prudencial. Otra de sus características es la composición diversa de los sucesivos contingentes de puesteros. Hasta el desalojo de 2009, era un coto de bandas bolivianas y paraguayas; pero desde su recomposición hace unos años paso a ser un coto de barrabravas y piratas del asfalto. Este espacio se extiende dentro de las calles adyacentes en línea perpendicular a la arteria principal.
El eje principal de la mercadería falsificada que se comercia en La Salada, sin embargo, procede de su cara invisible; esto es su producción clandestina en el país; actividad que, durante los últimos quince años –aunque muy particularmente en la actual década- se ha perfeccionado en calidad y simulación. En el caso de la indumentaria, miles de talleres irregulares ocupan a inmigrantes indocumentados, a veces, junto con sus respectivas familias incluyendo hijos menores de edad. El complejo comercial de La Salada, en ese sentido, expresa una suerte de ecosistema, uno de cuyos aspectos centrales es la inmigración y el trabajo ilegal a destajo. La mayoría de estos obreros trabajan a lo largo de prolongadas jornadas que pueden llegar a sumar hasta veinte horas; algunos en condiciones de una verdadera neoesclavitud mediante el denominado sistema de “cama caliente” consistente en residir hacinadamente con otros trabajadores en el mismo taller. Pero estos son solo una de las vertientes del trabajo informal -obviamente que la más dramática- conviviendo con otras también domiciliarias como el trabajo femenino localizado, en el caso de La Salada, en su “Hinterland” de las barriadas periféricas de Ing. Budge. Estas mujeres, que pueden llegar a pasar hasta dieciséis horas diarias al frente de sus maquinas de coser en pésimas condiciones de salubridad aportando su propio capital de trabajo son, en su mayoría, argentinas; y describen fuertes vínculos menos con los “administradores” que con dirigentes barriales a ellos asociados. El entramado se completaría con un estamento de pequeños talleres que emplean una mano de obra “en negro”; no obstante, en mejores condiciones retributivas que los anteriores, y que no aportan su capital de trabajo.
LA PORCION SUMERGIDA DEL ICEBERG
Por debajo del polo comercial de La Salada, subyace todo un circuito de ilegalidad de complejos contornos, y de actores como los vinculados a la producción de mercadería falsificada a instancias de formas precapitalistas de explotación; el contrabando; y el robo liso y llano de transportes más reconocido como “piratería del asfalto”. Este espectro de ilegalidad se articula con la configuración estamental antes descripta de las ferias de acuerdo, incluso, a una cierta diferenciación de tareas. Así, mientras que las tres principales ferias priorizan la importación ilegal procedente, fundamentalmente, del Paraguay, y la “piratería del asfalto” en primer término; y luego, la producción en talleres informales familiares; la “Feria de la Ribera” y las intermedias se especializan en la venta de productos procedentes de pequeños talleres y fabricas clandestinas no registradas ubicadas en su inmediata periferia barrial , aunque también de otras zonas del Conurbano bonaerense y barrios de la zona sur de la Capital Federal de acuerdo a una intrincada y compleja madeja de intereses que involucra a los “administradores” con los propietarios de las plantas, punteros políticos, jueces, autoridades comunales, fuerzas policiales y empresarios especializados en la trata de contingentes migratorios procedentes de Bolivia y Perú, y en menor medida; de Paraguay.
En esta sección habremos de abordar, entonces, la “cara oculta” de La Salada dividiendo nuestro análisis en tres dimensiones: primero, el recorrido de los productos procedentes de la importación ilegal; luego, los vínculos de las ferias –particularmente de las centrales- con la “piratería del asfalto”; y por último, el “Hinterland” de los talleres y fabricas clandestinas que operan con inmigrantes bolivianos y peruanos. Este último punto, nos permitirá abordar la cuestión de la inmigración procedente de los países limítrofes; en especial de la corriente ilegal de la trata de personas posteriormente reducidas a servidumbre; al menos, mientras son ocupados en la producción textil.
El contrabando de mercaderías falsificadas
El ingreso de mercaderías falsificadas al país durante los últimos quince años reconoce caminos diversos procedentes de China, Europa del Este, e incluso del África; pero hay una suerte de “autopista” más amplia que describe un recorrido que las autoridades de la Dirección Nacional de Aduana han dado en definir como la “media luna del riesgo”. Esta encuentra su punto de partida en el puerto chileno de Iquique, las ciudades de Encarnación y Ciudad del Este, en Paraguay; y la zona franca del Puerto de Montevideo. Resulta muy difícil esclarecer los circuitos que contactan a los empresarios contrabandistas con los “administradores” y puesteros, pero estimamos que ello debe responder a una sucesión de eslabones interconectados en el que pueden participar múltiples agentes. Lo que es casi seguro es que el punto terminal de tales circuitos son directamente los “administradores”. Los puesteros que comercializan esos productos, por lo tanto, están relacionados directamente con ellos; cuando no lo son lisa y llanamente sus empleados. Asimismo, ello también sugiere la trama de relaciones entre los referentes feriales con los niveles de la burocracia estatal aduanera que habilitan el ingreso de mercadería contrabandeada, aunque también en funcionarios municipales, y hasta miembros del Poder Judicial y la Policía Bonaerense; todos cubiertos, asimismo, por las redes vecinales involucradas en el comercio ilegal. (1)
Estas últimas configuraran verdaderas falanges armadas, cuyo poder de fuego ha estado en condiciones de repeler exitosamente cuanta inspección de la AFIP ha intentado, durante los últimos años, ingresar para efectuar controles. Al menos en dos oportunidades, cuando entraron en las ferias subrepticiamente y jugando con el “efecto sorpresa”, sin custodia policial, estos funcionarios salieron en su totalidad heridos a raíz de la acción mancomunada de los grupos de choque a disposición de los “administradores”. Las propias fuerzas de seguridad que acompañaron a nuevas inspecciones fueron también repelidas arrojando un saldo de puesteros y efectivos heridos; y finalmente, debieron replegarse a una prudencial distancia. Estas fueras de choque, sin embargo no actúan sino con la aquiescencia de otras zonas de la burocracia estatal debidamente especificadas. Así, mientras que las tres grandes ferias describen inequívocos vínculos con distintos sectores de la burocracia municipal lomense, las ribereñas e intermedias lo están respecto de la Provincia de Buenos Aires; con lo que los recurrentes enfrentamientos entre estas estructuras habilitan a pensar que, al menos en algunas circunstancias, podrían comenzar no necesariamente en el complejo sino fuera de él, aunque no siempre; y en todos los casos, este termina convirtiéndose en el escenario de la disputa. En resumen, se trata de un oscuro y, por ahora, impenetrable entramado que procuraremos desentrañar a lo largo de esta investigación. Es posible, no obstante, estimar la especificidad de los productos contrabandeados que serían, principalmente, aparatos electrónicos, CDs, DVDs, relojes y perfumes.
El eje principal de la mercadería falsificada que se comercia en La Salada, sin embargo, procede de su producción clandestina en el país; actividad que, durante los últimos quince años –aunque muy particularmente en la actual década- se ha perfeccionado en calidad y simulación. En el caso de la indumentaria, miles de talleres irregulares ocupan a inmigrantes indocumentados, a veces, junto con sus respectivas familias incluyendo hijos menores de edad. El complejo comercial de La Salada, en ese sentido, expresa una suerte de ecosistema, uno de cuyos aspectos centrales es la inmigración y el trabajo ilegal a destajo. (2) La mayoría de estos obreros trabajan a lo largo de prolongadas jornadas que pueden llegar a sumar hasta veinte horas; algunos en condiciones de una verdadera neoesclavitud mediante el denominado sistema de “cama caliente” consistente en residir hacinadamente con otros trabajadores en el mismo taller. Pero estos son solo una de las vertientes del trabajo informal -obviamente que la más dramática- conviviendo con otras también domiciliarias como el trabajo femenino localizado, en el caso de La Salada, en su “Hinterland” de las barriadas periféricas de Ing. Budge. Estas mujeres, que pueden llegar a pasar hasta dieciséis horas diarias al frente de sus maquinas de coser en pésimas condiciones de salubridad aportando su propio capital de trabajo son, en su mayoría, argentinas; y describen fuertes vínculos menos con los “administradores” que con dirigentes barriales a ellos asociados. El entramado se completaría con un estamento de pequeños talleres que emplean una mano de obra “en negro”; no obstante, en mejores condiciones retributivas que los anteriores, y que no aportan su capital de trabajo.
Los circuitos de la producción textil informal y clandestina
No se puede escindir el trabajo informal respecto de las nuevas condiciones generadas por la revolución tecnológica en la etapa global abierta durante la última década del siglo XX. Por cierto que cada país ha vivido esos cambios de manera específica, pero en un marco de comunes denominadores a nivel planetario. Abordemos, entonces, la cuestión inscribiéndola en el contexto de profundos cambios económicos, sociales y culturales. En torno de estos últimos, un dato digno de tener en cuenta es la crisis de las identidades colectivas propias de la modernidad. Sin ahondar en esa problemática, lo cierto es que desde las últimas décadas del siglo pasado los grupos humanos en general tienden a reconocerse y a identificarse menos por signos de clase que por “marcas” comerciales publicitarias. Este fenómeno, ya reconocible desde la segunda posguerra se ha extendido, durante los últimos años, de manera masiva; incluyendo a todos los sectores sociales, aun a los excluidos. Ocurre que las “marcas”, asimismo, han tendido a deslocalizarse; difundiéndose un producto determinado ya no en una firma sino en muchas otras. Estas se convierten, así, en bienes intangibles cuyo valor es correlativo al volumen de venta estimado. La maquinaria publicitaria, por lo tanto, genera menos necesidades de bienes que de “marcas” que poseen un valor simbólico identitario para grandes grupos humanos cortando verticalmente la pirámide social. Esta última cuestión nos conduce al tema de las falsificaciones. (3)
Las nuevas tecnologías las permiten y facilitan. El consumo exclusivo ha cedido al masivo. Durante los primeros 90, China y los países del Sudeste Asiático se convirtieron en el paraíso de las adulteraciones, complicando enormemente el negocio de las grandes firmas que debieron responder al nuevo desafío global. A tales efectos, optaron por acordar con los falsificadores su porción del mercado asociándolos a su negocio, habida cuenta de que la ilusión de adquirir motivo que los consumidores de origen popular no tengan demasiados escrúpulos en comprar un producto consabidamente adulterado, pero a menor precio. El negocio se refino hasta el punto que una misma planta puede producir simultáneamente un producto de primera calidad y otro falsificado. Como casi nunca una “marca” domina monopólicamente el mercado aparece el fenómeno de las segundas y terceras marcas del mismo producto. La expansión planetaria y fragmentada del nuevo capitalismo triunfante tras el fin de la Guerra Fría, permitió, asimismo, un proceso de deslocalización tanto de la producción como de los servicios. En todo el planeta, se difundieron, entonces, circuitos clandestinos, generalmente inscriptos en el interior de los propios sectores excluidos en función de su demanda; aunque estos, en modo alguno, se circunscribieran a producir bienes para ellos. No obstante, en su interior se suele operar una explotación de los excluidos entre si, aun mas brutal que aquella procedente de los sectores propietarios, por decirlo en términos clásicos. La velocidad del nuevo capitalismo de movilizar factores de producción de un sitio a otra ha motivado la creciente inhibición de los Estados de ponerle límites a estas modalidades de explotación.
Algunos intelectuales quisieron ver en el nuevo fenómeno y en este último factor una oportunidad para intentar el impulso de nuevas modalidades de resistencia al capitalismo mediante la configuración de contrapoderes asentados en la homogeneidad social de sus actores. Para estos pensadores, la inhibición estatal, incluso, podía, llegar a significar una ventaja promoviendo experiencias de gestión de “encomias sociales autónomas”. (4) Sin embargo, estas supuestas “estrategias desmercantilizadas de subsistencia de base organizacional”, lejos reforzar la solidaridad y la reciprocidad, generando nuevas formas de “ser social” por afuera de la economía capitalista extensibles al plano político, no han podido sortear ni la marginalidad, ni la circunscripción localizada, ni la segmentación política. Muy por el contrario, a la citada explotación endógena de pobres sobre pobres se le suma la cooptación por los poderes políticos establecidos, y su enfrentamiento gregario en procura del acceso a programas focalizados, o a la defensa de determinados mercados por vías compulsivas fuertemente determinadas por las tradiciones culturales de los grupos en pugna, reforzados por su creciente aislamiento. La mentada “economía social”, entonces, lejos de ser un camino de retorno a la inclusión al trabajo asalariado y a las posibilidades de ascenso ha consagrado un “statu quo” de grupos que luchan defensivamente por la subsistencia; cuestión que, al cabo, tiende a legitimar, e incluso hasta institucionalizar, el derecho al trabajo precario que mantiene a sus agentes en la pobreza marginal. (5) Los poderes públicos, entonces, reconocen su derecho a existir y a negociar corporativamente sus reclamos reivindicativos que terminan reafirmando su cooptación, reclusión; y, finalmente, su confinamiento. Surgen así, por último, nuevas formas de ciudadanía en desmedro de los antiguos derechos universales más bien orientados a legitimar meramente su subsistencia. Las formulas de reproducción de las estrategias de la marginalidad habrían de adquirir, no obstante, configuraciones múltiples, superpuestas, y no incompatibles entre si ni respecto de las actividades formales. La Salada aporta sobradas pruebas al respecto. (6)
Los circuitos clandestinos de producción y comercialización generan movimientos demográficos cuya intensidad es correlativa a la velocidad inducida por las nuevas tecnologías. Así, aparecen trabajadores polacos en la Apulia italiana que compiten con los marroquíes en la recolección de hortalizas, las maquiladoras mexicanas, y el envasado de pimpollos en Colombia. En America latina, cientos de miles de emigrantes cruzan las fronteras e ingresan en países limítrofes. Los principales polos de atracción de esas corrientes son la Argentina, Brasil, Venezuela, y Costa Rica; países que ofrecen mayores posibilidades de supervivencia que los suyos de origen, y la posibilidad de mejorar su acceso a los servicios básicos; e incluso, intentar ahorrar para enviar dinero a sus familias. Mientras que mexicanos, caribeños y colombianos optan preferentemente por España, el resto de Europa y los Estados Unidos; bolivianos, peruanos, ecuatorianos y paraguayos prefieren a la Argentina, Brasil, o Venezuela. (7) Una buena parte del trabajo informal se inscribe, entonces, en un sistema de producción oculto basado en el tráfico de personas indocumentadas reducidas a servidumbre o a una nueva esclavitud. En la Argentina, uno de los países de America Latina que atrae mayores contingentes de mano de obra inmigratoria desde sus naciones limítrofes -y aun de otros mas lejanos- cientos de miles de personas trabajan en distintas actividades, como la horticultura en los partidos del norte de la Provincia de Buenos Aires o en la costa de Quilmes en el Conurbano; el fileteado de pescado en Mar del Plata, la construcción y el transporte en los grandes centros urbanos; y la confección de textiles y calzado. La Salada configura tal vez el epicentro principal de esta última actividad. (8)
Llegados a este punto es necesario conjugar las condiciones históricas generales con las mas estrictamente locales. Desde fines de los años 70, la modalidad argentina de ingreso al posindustrialismo determino la desaparición de múltiples sectores industriales que se venían desarrollando desde principios de siglo; sobre todo al calor de las condiciones ofrecidas por las políticas proteccionistas comenzadas, de hecho, como respuesta a los efectos de la Gran Depresión de 1930. Una de las ramas mas tempranamente afectadas fue la textil. Desde entonces, desaparecieron grandes fábricas como Grafa, Sudamtex, Campomar, entre muchas otras cuyas plantas se convirtieron en galpones abandonados; luego reciclados como supermercados o paseos de compra.(9) Durante los 90, la desocupación se quintuplico; y en los dos mil, luego de la devaluación monetaria que acabo de un solo golpe con la Convertibilidad, el trabajo “en negro” llego a alcanzar cifras cercanas al 50% de la masa laboral. Fue en esas condiciones que abrevaron los sistemas clandestinos de supervivencia de los sectores excluidos que vinieron a reemplazar las modalidades locales del capitalismo industrial. Algunos de estos múltiples circuitos laborales, sin embargo, resultan funcionales y hasta utilizables por la sociedad inclusiva, como lo hemos señalado en líneas anteriores. Es el caso de plantas o de conjuntos organizados que producen al mismo tiempo para grupos sociales incluidos o excluidos. Curiosamente, este ultimo sector seria el menos opresivo respecto de la explotación de la mano de obra. Pero también existen otros insertos en el interior de la propia marginalidad que definen sus propias reglas sobre la base de los citados valores culturales; y extreman la explotación se pobres sobre pobres. Sus expresiones son múltiples: desde las organizaciones religiosas hasta las grandes bailantas –en donde se incubaron fenómenos como la “cumbia villera”-; las bandas locales e internacionales dedicadas al trafico de drogas y la prostitución; el cartonerismo; y los talleres textiles. Una vez mas, La Salada expresa a buena parte de estos circuitos; particularmente a este ultimo. Confluyen allí las tres modalidades básicas de trabajo ilegal: la neoesclavitud o neoservidumbre; el trabajo domiciliario en villas o barrios humildes a cargo de mujeres; y los pequeños talleres “en negro”. Si bien estos últimos describen las formas mas benévolas de explotación cabalgando entre las actividades legales y las ilegales –y por ello mas próximas a las grandes marcas- estas no dejan de inscribirse en las demás, debido a que sus proveedores inmediatos si bien les ofrecen facturas en regla, prefieren desconocer el origen en los que estos tercializan la producción. Veamos, entonces, los distintos actores que participan en la nueva producción textil argentina que confluye en La Salada.
- El trabajo domiciliario
Este régimen probablemente constituya la actividad central del “Hinterland” del circuito saladeño en los barrios interiores de Ing. Budge; aunque tampoco se reduce exclusivamente a ellos, extendiéndose al resto del Gran Buenos Aires, sobre todo en su zona sur, y en los barrios meridionales de la Capital Federal. Se trata de un circuito cuyos protagonistas son mujeres que, en el curso de las ultimas décadas , y al compás de la reconversión o quiebre de diversas fábricas textiles adquirieron, luego de quedar desempleadas –a veces en esas mismas firmas- las maquinas que estas liquidaban a precios accesibles. (10) Estas operaciones, asimismo, están involucradas en otros circuitos de la economía informal de la pobreza como los mecanismos de financiamiento; casi siempre a cargo de jefes barriales, punteros, o referentes del trafico de estupefacientes; aunque también de cooperativas barrial eso de subsidios estatales tramitados en las diferentes esferas jurisdiccionales de gobierno por vecinos influyentes.
Estas mujeres instalaron en sus casa maquinas como las “overlocks”, “rectas” o “collaretas”.(11) Resulta bastante frecuente que, luego, aquellos que ofrecían el dinero para la compra de las maquinas operen como oferentes, o bien como intermediarios de oferentes de individuos que, en autos o camionetas, les llevaran las telas ya cortadas. Como se trata de una actividad regida por códigos secretos la mayoría de las veces estas mujeres no conocen el nombre de sus proveedores que, les exigen la entrega del trabajo a cortísimos plazos. Ello las lleva a trabajar a destajo hasta dieciocho horas diarias, recibiendo por cada prenda confeccionada una remuneración irrisoria. Estas costureras, al ser propietarias o cuasi propietarias de las maquinas deben hacerse cargo de su reparación, y de las compras de sus insumos. (12) Casi siempre trabajan en familia, distribuyéndose las labores entre madres, hijas, cuñadas suegras y vecinas configurándose redes barriales a veces. Las condiciones de este trabajo son sumamente insalubres debido a las largas horas inclinadas sobre las maquinas que les produce deformaciones en la columna vertebral, los problemas respiratorios generados por la aspiración del polvillo que desprenden las telas y la fatiga visual. Su falta de cobertura social se halla levemente compensada por el favor de los punteros o referentes políticos asociados al negocio que determinan su acceso privilegiado a subsidios en comida, medicamentos, lentes, o los propios insumos de las maquinas provistos por distintos planes focalizados. La obvia ilegalidad de este trabajo esta planteada por la Ley N° 12713 de Trabajo Domiciliario promulgada en 1941 para combatir el trabajo “a facon” de la producción textil que emergió al calor del cierre inducido por la crisis de 1930. (13) Esta legislación obliga a talleristas y contratistas a pagar salarios y beneficios sociales que los proveedores evaden amparados por sus contactos políticos.
- Los pequeños talleres informales con trabajo “en negro”
Estas plantas, que a veces ofrecen la venta de su producción directa al público, poseen un tamaño más extenso. En efecto, pueden contar con hasta con veinte maquinas operadas por trabajadores irregulares. Sus propietarios suelen ser antiguos empresarios de clase media venidos a menos, muchos de los cuales se asociaron entre si a los efectos de viabilizar sus producciones, sobre todo a partir de las nuevas condiciones socioeconómicas operas por el régimen cambiario devenido de la devaluación masiva en 2002. Dispersos en todo el Gran Buenos Aires, sobre todo en sus antiguas zonas industriales, ocupan una mano de obra “en negro”, mayormente, de origen local –aunque también pueden haber extranjeros, casi siempre bolivianos- constituía mayormente por individuos jóvenes capacitados para la costura que cobran por hora de trabajo; pero que, a diferencia del caso anterior, no aportan su capital y operan en condiciones de mayor salubridad. En muchos de estos talleres los propietarios imponen las clásicas condiciones paternalistas en sustitución de la legislación formal.(14)
Estos empresarios muchas veces se dispersan en varias plantas, a veces participando como proveedores de talleres domiciliarios; y en algunos casos, asociándose con costureros que explotan su fuerza de trabajo en condiciones neoserviles. Ello se debe, en parte, a que en las nuevas condiciones tecnológicas y de mercado, la producción se halla atomizada; con lo que algunos talleres se especializan en el estampado; otros en pegar botones; y otros en la confección de cuellos. El régimen se torna muy complejo porque los fabricantes pueden ofrecer sus prendas directamente a los comercios minoristas, o bien a proveedores que les entregan a estos últimos facturas reglamentarias pero que ocultan la subcontratación “en negro”. Esta producción responde, entonces, a las nuevas reglas globales que reorganizan la producción de manera descentralizada y flexibilizada mediante los regimenes de subcontrataciones.
El radio de estos proveedores del complejo de La Salada va mas allá de los barrios periféricos de Ing. Budge, extendiéndose al resto del Gran Buenos Aires. En muchos casos, junto con las demás variantes de explotación son tributarios de grandes firmas que tercializan de diversa manera la confección de marcas exclusivas. De acuerdo a los criterios de las asociaciones antes señaladas, las primeras firmas suelen asistir a algunos de estos talleristas o costureros mediante créditos para la compra de maquinas. Algunas de estas plantas, incluso, han sido compradas por las marcas líderes. Aun así, estas prefieren operar mediante firmas medianas o pequeñas. La competitividad de algunos talleres respecto de aquellos mas vinculados con las firmas líderes determina formas de presión consistentes en el auspicio de denuncias luego plasmadas en operativos, en los que participan abogados de estas. Las prácticas facciosas que involucran a empresas, contratistas, policías, fiscales, jueces y políticos se extendieron, entonces, a las diferentes variantes de la producción textil. Sin embargo, estas son as flagrantes en el caso de los talleres neoserviles cuya dinámica describiremos a continuación.
- Los talleres neoserviles
Una parte sustancial del trabajo informal tiene lugar en un sistema de producción oculto fundado en el tráfico de personas indocumentadas procedentes de los países limítrofes en relación de servidumbre que permanece durante meses prácticamente “atados” a las máquinas. Algunos cálculos estiman que este sector puede abarcar entre veinte mil y cincuenta mil personas solo en el Gran Buenos Aires distribuidos en unos diez mil talleres en todo el país.(14) Constituyen el cincuenta por ciento de todos los trabajadores ocupados en la nueva cadena textil. Este se sustancia el locales herméticamente cerrados a los efectos de ocultar el tipo de explotación que se desarrolla en su interior. Los más grandes pueden llegar a ocupar hasta cien personas, muchas de las cuales son familias enteras, incluyendo a sus hijos menores de edad; aunque también hay casos de hombres y mujeres solas o mujeres con sus hijos que permanecen encerrados en estrechas habitaciones todo el dia. Los locales se dividen entre un área estrictamente laboral en donde se ubican las maquinas, y habitaciones contiguas o en pisos superiores en los que pueden llegar a dormir hasta veinte trabajadores apilados en camas marineras de tres pisos. Generalmente solo existe un baño para compartir entre todos -hombres, mujeres y niños- que suele reducirse a una sucia letrina.
Estos trabajadores son alimentados por los propios talleristas con arreglo a regimenes diferentes; pero, en general, su dieta consiste en un frugal desayuno de café ligero o leche chocolatada y un pan; almuerzos y cenas de sopas de arroz con una papa, alguna ensalada, y, eventualmente, alguna porción de carne asada o al horno y algunas milanesas. Muchos talleres pueden estar controlados por cámaras televisivas las veinticuatro horas del día. No se les permite salir sino solo una vez por semana, e incluso, deben hacerlo acompañados por los talleristas o sus esposas quienes los vigilan estrictamente a los efectos de evitar fugas. El pago es por prenda y no por oficio, como lo establece el convenio; y se efectual tanto mediante salarios exiguos que no alcanzan casi nunca los quinientos pesos, o vales que solo pueden utilizar los fines de semana en negocios vinculados a los costureros. Las sumas suelen ser aun más reducidas debido a que durante los primeros meses, suelen descontárseles los costos de traslado –pasajes, trámites aduaneros, comisiones pagadas en los puestos fronterizos a efectivos de la Gendarmería; o en las provincias a las policías, respectivas concupiscentes, no obstante, con los tratantes-. La imprecisión de las remuneraciones determina frecuentes deudas de los talleristas con sus trabajadores que estos casi nunca pagan debido a ser despedidos, a lo sumo, en plazos medianos de manera de contar con una mano de obra vulnerable en permanente proceso de rotación y circulación. Esta es proporcional a la inmigración procedente de los países limítrofes; en especial de Bolivia y de Perú; aunque también se han registrado contingentes menores de paraguayos, poco convenientes por ser menos dóciles y calificados que los del Altiplano.
Los contratos informales con estos trabajadores no quedan, obviamente, registrados; con lo que solo es posible reconstruirlos merced a los testimonios de aquellos que pasaron por esa experiencia, o bien por la documentación aportada por organizaciones mutuales que procuran -casi siempre infructuosamente- ejercer sobre ellos algún tipo de representación gremial. (16) En algunos talleres, los costureros –sobre todo aquellos que quieren saldar sus deudas lo mas rápidamente posible para mejorar sus ingresos y enviarlos como remesas de sus parientes- pueden trabajar hasta dieciocho horas diarias, descansando de tres a cuatro horas a veces en colchones tendidos al lado de las maquinas. Algunos talleres reclutan familias enteras con el propósito de explotar a los niños. También se registran casos de contrataciones de adolescentes entre los doce y los diecisiete años entregados por sus propias madres a los talleristas para que trabajen en condicio0n de pupilos de lunes a viernes. Luego de no mas de seis meses, la mayoría de estos trabajadores suelen ser despedidos; y con la plusvalía adicional de beneficios de sus deudas impagas, algunos costureros compran nuevas maquinas; se diversifican hacia otras etapas de la producción; y eventualmente, instalan nuevos talleres. Pero, como se vera mas adelante, muchos de ellos no son propietarios puros sino socios menores; y, a veces, hasta meros empleados intermediarios también contratados por otros empresarios del complejo entramado de la nueva cadena textil. La insalubridad en estas barracas determina casos frecuentes de de anemia o de tuberculosis. Las muertes en el ejercicio del trabajo son frecuentes; pero los talleristas y sus socios empresarios y estatales suelen ocultar muy bien las razones profundas. A las pésimas condiciones laborales se les suma un clima de presión e intimidación abusando de la vulnerabilidad de personas casi siempre indocumentadas a los que se las amenaza con la deportación, su eventual entrega a las autoridades policiales por ilegales, e incluso a represalias a sus parientes en Bolivia, habida cuenta que los talleristas suelen ser también inmigrantes próximos a sus redes de pertenencia.
Si bien los talleres se hallan extendidos en buena parte de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y del Conurbano hay zonas en las que se hallan espacialmente mas concentradas. En la Capital, son los barrios del sur, tradicionalmente asociados con una pobreza cuya marginalidad no ha hecho más que crecer durante los últimos treinta años. Por ello, abundan en casas particulares distribuidas en Flores, Floresta, Bajo Flores, Pompeya, Mataderos, Barracas, Villa Soldati, Villa Lugano; aunque también en Once, Constitución, Villa Crespo, Caballito y La Paternal. Uno de los centros mas densos de los inmigrantes bolivianos debido a que allí son virtualmente depositados por un tipo de tratatantes paisanos que les alquilan precarias viviendas en la Villa 1-11-14 del Bajo Flores.(17) Se trata de un tipo específico de trata que abordaremos mas adelante. Los trabajadores, luego, se ofrecen en una de las plazas del asentamiento para ser contratados en diversos oficios como obreros de la construcción, eventualmente plomeros y electricistas, o cualquier otro oficio; aunque los mas demandados son los costureros, luego incorporados a una densa red de los mil seiscientos talleres clandestinos distribuidos en los barrios capitalinos y suburbanos. En el Gran Buenos Aires, abundan en Ing. Budge -aunque de manera menos intensa que los talleres domiciliarios de mujeres “a facon”-; en Florencio Varela, Janus y Avellaneda. En su gran mayoría son tributarios de La Salada.
En torno de la identidad social de los talleristas se trata, en su mayoría, de individuos o familias de nacionalidad boliviana; aunque también se registran algunos casos de coreanos, aun de peruanos. Muchos bolivianos no son sino exponentes de un paradojal proceso de movilidad social por el que habiendo comenzado como trabajadores serviles, luego ascienden mediante la inversión de sus ahorros en la compra de máquinas; aunque, de todos modos, esos casos, en su mayoría proceden de un rendimiento destacado debidamente informado por talleristas a sus verdaderos jefes que son aquellas empresas mas grandes que, a su vez, los contratan a ellos como nuevos intermediarios.(18) De todos modos, esta situación es solo una de las múltiples que configuran el mundo de los “costureros jefes”, por así llamarlos. En ese sentido, los hay mas o menos independientes , propietarios de sus maquinas; otros asociados de manera directa respecto de otras capas superiores de la cadena textil; y , por ultimo, meros intermediarios tan a sueldo como sus trabajadores que, habiendo comenzado como ellos -al menos algunos- se hallan mejor remunerados. Los mas autónomos pueden, incluso proceder a la venta directa al menos de una parte de su producción en puestos en La Salada; sobre todo, en la denominada “Feria de la Ribera” o “boliviana” que es la mas informal, y la que vende en mayor medida este tipo de producto. Los mas prósperos o eficientes, según su grado de dependencia, pueden poseer o regentear hasta varios talleres; cada uno de ellos, especializados en distintas etapas del proceso de manufacturado, llegando, no pocos a toda la confección; e incluso a su embolsado. Estos son los que suelen tener puestos de venta directa en La Salada o en las “Saladitas”; en donde atienden directamente a la clientela a través de parientes o miembros de su red social de pertenencia. (19)
Estos talleres suelen estar próximos entre si; pero deben ser lo suficientemente precarios como para su inmediato traslado ante requisas policiales o administrativas que, en el caso de la Capital Federal, son mas asiduas que en el Gran Buenos Aires; aunque casi siempre inducidas por competidores que procuran absolverlos en su red en detrimento de su autonomía o de su compromiso con otro complejo industrial-comercial. Durante los últimos años y debido menos a la mayor eficiencia de la acción estatal que a estas maniobras, varios cientos de talleres se han trasladado definitivamente al Gran Buenos Aires, generando en la periferia de La Salada, en Ing. Budge, una congestión que constituye uno de los impulsos –aunque no el único- de las ocupaciones territoriales masivas en zonas aledañas como las de 2008. En todos los casos, los talleristas no son si no directa, indirectamente meros intermediarios de empresas de mayor envergadura, algunas de las cuales ni siquiera tienen inserción directa en la producción, con lo que se reducen a “marcas” que distribuyen la producción en locales mayoristas ubicados en La Salada o en otros centros importantes de acopio como los de Avenida Avellaneda en el barrio de Flores o el tradicional del Once. Otras, en cambio, como ya se lo señalara, poseen una presencia mas incisiva en el proceso productivo, siendo los propietarios de las maquinas. Ello es dable de observar en los talleres más extensos dotados de varias; aunque, aun así, su tamaño no va más allá de cierto límite por las obvias razones logísticas citadas. De ahí que aquello de “ropa falsificada” si bien es un fenómeno tangible debe ser reformulado y debidamente reevaluado. Hay, en efecto, talleristas bolivianos –sobre todo los mas autónomos- mas especializados en el “truchaje” que se comercializa en La Salada y en sus ferias tributarias, pero muchas veces, estos no son sino versiones económicas de grandes marcas que producen artículos de mayor calidad en los mismos talleres, o bien que suman a la cadena un eslabón mas consistente en la inscripción de la marca. También vale aclarar una diferencia: a veces en un taller se puede imprimir a prendas de la misma calidad la misma marca, aunque las mas fidedignas son vendidas en los sectores medios y altos en los grandes shopping, mientras que otros sellos que lo son menos venden su producto de la misma calidad a precios ostensiblemente menores en La Salada a consumidores populares o de clase media baja. La diferencia, entonces, solo estriba en la presencia o no de la marca –colocada también en talleres especializados- o en la diferente calidad. Llegados a este punto, es menester incursionar en el aspecto más oscuro de este sector de la cadena textil: la trata de personas.
La trata de inmigrantes bolivianos
Existen, en ese sentido, modalidades tan diversas como en el propio proceso productivo con lo que solo procuraremos describir someramente las mas clásicas; aunque advirtiendo que no son las únicas; y que, asimismo, pueden estar asociadas a otras formas de ilegalidad como la prostitución y el tráfico de drogas. La mayor parte de los inmigrantes proceden del sur de Bolivia, en donde son captados mediante avisos publicitarios en medios de escala local que pueden ser programas de radio, o pedidos en periódicos o en tiendas y almacenes. Ocurre que muchas veces los tratantes reclutan la mano de obra en su propia red social cuyos miembros llegan a competir por ser trasladados a Buenos Aires o a otros puntos de este país debido al imaginario de prosperidad y de posibilidades de ascenso que este suscita. En estos últimos casos, el reclutamiento suele formularse a través de “radiopasillos” o de información “boca a boca” en aldeas y pueblos mediante diferentes contactos. La figura del “pariente emisario”, en ese sentido, resulta crucial; sobre todo en comunidades rurales o semirurales en las que ni siquiera se habla el idioma español sino el aymara y el quechua. (20)
Aquellos finalmente escogidos son cargados en precarios micros o camiones que los transportan hasta la frontera cuyo paso constituye la etapa más crucial de la trata debido a que los referentes deben tener buenos contactos con las gendarmerías de ambos países a través del pago de comisiones. A veces, cuando su capitalización y experiencia es menor, o a los efectos de disminuir costos, los trabajadores son cruzados clandestinamente por inhóspitos caminos de frontera, solo reconocidos por los vaqueanos; o bien escondidos en vehículos de carga. Luego, se los suele alojar en albergues destinados a ellos en Jujuy, Salta o Tucumán, previo embarque en micros pertenecientes, casi siempre a dos empresas de renombre. El siguiente desafío son lo sucesivos puestos policiales camineros en el camino a Buenos Aires para aquellos que aspiran a que se les asigne ese destino, que son la mayoría. Como se trata de contingentes indocumentados, los tratantes deben realizar allí nuevos aportes.
Estos suelen ser personas emparentadas a los talleristas que, de esa manera, contratan su fuerza de trabajo directamente en sus pueblos o en áreas cercanas. A los trabajadores se los provee de documentación falsificada o se les exige el pago del pasaje que luego se les descuenta de su trabajo en los talleres. A veces, incluso, le entregan el dinero para pagar el boleto o los traites en Migraciones. Por cierto que al momento de ser elegidos se les asegura que la empresa se habrá de hacer cargo de todos los costos; pero luego, este compromiso es abiertamente burlado siendo, casi siempre, tolerado por victimas sumisas acostumbradas a obedecer criterios de autoridad muy rigurosos en sus propias aldeas; y que, por lo tanto, reconocen de antemano esta regla de juego con una actitud ciertamente fatalista aspirando a compensarlo con creces merced al ascenso al que aspiran en la “ciudad luz”. Mientras que, a veces, el tráfico es encarado por los mismos talleristas; otras veces, estos contratan los servicios de tratantes más especializados que distribuyen contingentes más vastos en diferentes economías regionales argentinas y en otras actividades como la construcción, o la prostitución lisa y llana de mujeres jóvenes y bien parecidas. Estos, incluso, pueden brindar alojamiento provisorio a los inmigrantes en villas o asentamientos con grandes colonias de peruanos y bolivianos como la citada 1-11-14, o los asentamientos de la cuenca del Rio Matanza-Riachuelo en Lomas de Zamora detrás de La Salada –que, significativamente, se han extendido de manera kilométrica durante los últimos años- , y aun en otras villas del Gran Buenos Aires y la Capital. Una vez allí, este sector de inmigrantes “se la tienen que arreglar solos” ofreciéndose en grandes concentraciones matinales como la plaza principal de la 1-11-14, o la intersecciones de las avenidas Cobo y Curapaligüe, o de Olimpo y 9 de julio en los barrios de Floresta en Ing. Budge respectivamente. Acuden allí a diario cientos de trabajadores que aspiran a ser conchabados por ser recién llegados, o por haber sido despedidos por los talleristas luego de “contrataciones” que, como ya se lo señalara, no trascienden los seis meses de duración.
Estas reglas de juego semiserviles y esclavistas suelen ser aceptadas por considerarlas el precio natural de su “derecho de piso” al punto que solo una minoría denuncia las condiciones infrahumanas de los talleres en las citadas instituciones mutuales. Muchos, aspiran –y algunos lo logran- a convertirse en talleristas o tratantes como vía de ascenso; aunque esta suele estar también garantizada por otras actividades legales o ilegales como la horticultura, la construcción, o el trafico de drogas; asociándose, en principio, como subordinados de traficantes consolidados. En el caso de esta ultima actividad, el “cursus honorum” comienza con la labor de la “transa” domiciliaria en la que suele participar toda la familia; ascendiendo, luego, sucesivos escalones y llegando, en algunos casos -cuando logran sobrevivir- a ser jefes. De todos modos, en el conjunto de inmigrantes del Altiplano extranjero estos constituyen una ínfima minoría. Otra curiosidad es que su disposición al trabajo ímprobo determina que sus objetivos de ascenso se cumplan en muchísimos casos, desempeñándose en distintas actividades como la venta de comidas regionales típicas, o la citada horticultura en donde registran una presencia muy concentrada en quintas del norte bonaerense o del este de la zona sur del Conurbano como Quilmes, Berazategui o Florencio Varela. Pero de lograr sus aspiraciones se yergue sobre ellos un nuevo peligro: pasan a ser objeto de los ataques extorsivos de mafias locales que los convierten en sus victimas dilectas debido a una mansedumbre bien distinta respecto de otras comunidades mas aguerridas, pese a estar mas informalmente reorganizadas como la paraguaya. Otros, sin embargo, fracasan e sus metas; aunque, aun así, prefieren radicarse en villas y asentamientos locales que a retornar a sus países, desempeñándose en actividades marginales como el cartonerismo.
*El autor es historiador y docente, integrante del Club Politico Argentimo-UBA
(1) “La Salada ya es la mayor feria ilegal de America Latina” En La Nación, 21/1/07
(2) Ver Carpio, Jorge; Klein, Emilio, y Novakovsky, Irene; Informalidad y exclusión. Buenos Aires. FCE-SIEMPRO, 2000.
(3) Ver Castel, Robert; La metamorfosis de la cuestión social. Buenos Aires. Edit. Paidos, 1997.
(4) Ver Coraggio, José Luis; Economía popular y políticas sociales. El papel de las ONG. Quito. Instituto Fronesis, 1994; Danani, C. (comp.) Política social y economía social. Debates fundamentales. Buenos Aires. Altamira, 2004; entre otros.
(5) Tal marginalidad política y económica ha tendido a configurar una suerte de confinamiento cuyos rasgos son bien visibles en el fenómeno bajo análisis, tales como: 1) el alejamiento de la estructura social del trabajo formal y de las redes de libre asociación (partidos, sindicatos, etc.); 2) el creciente autoaislamiento frente a los demás grupos de la estructura social; 3) el refuerzo de lazos familiares y comunitarios en los que arraigan valores culturales, en algunos casos, ancestrales; y 4) una subordinación directa respecto de programas públicos , privados o filantrópicos a cargo de gobiernos, grupos políticos, o de las denominadas asociaciones sociales y religiosas “sin fines de lucro” (ONGs). Ver Salvia, Agustín y Chávez Molina, Eduardo; Introducción, y Salvia, Agustin; Consideraciones sobre la transición a la modernidad, la exclusión social y la marginalidad económica. Un campo abierto a la investigación social y al debate político. En Salvia, Agustín, y Chavez Molina, Eduardo (comp.), Sombras de una marginalidad fragmentada. Aproximaciones a la metamorfosis de los sectores populares de la Argentina. Buenos Aires. Miño y Dávila Editores, 2007.
(6) Ver Salvia, Agustín; Crisis del empleo y nueva marginalidad: el papel de las economías de la pobreza en tiempos de cambio social. En Malimacci y Salvia (2005); Op. Cit.
(7) En la Argentina se calcula que podrían estar residiendo tres millones de ciudadanos extranjeros procedentes de la región, cientos de miles de los cuales estarían indocumentados. Unos cinco mil bolivianos estarían trabajando en condiciones de explotación extrema, a los que deben sumárseles once mil en condiciones laborales irregulares como el trabajo en negro.
(8) Ver Grimson, Alejandro y Jelin, Elizabeth; Migraciones regionales hacia la Argentina. Diferencia, desigualdad y derechos. Buenos Aires. Edit. Prometeo, 2006.
(9) Ver Schvarzer, Jorge; Implantación de un modelo económico. La experiencia argentina entre 1975 y 2000. Buenos Aires.A-Z Editores, 1998.
(10) Ver “El sector textil y de indumentaria desde la perspectiva de género”. Buenos Aires. Documento de la Fundación “El Otro”, 2008.
(11) Mientras que las “overlock” cosen en zigzag, las “rectas” lo hacen en linea recta; y las “collaretas” sirven para hacer cuellos.
(12) Ver Ardanaz, Victoria; Precarización Laboral y marginación: el caso de los talleres domésticos de conducción femenina en el Gran Buenos Aires. En Malimacci y Salvia (2005); Op. Cit.
(13) Ver “Quien es quien en la cadena de valor de la industria textil”. Buenos Aires. Documento de la Fundación “El Otro”, 2008.
(14) Ver Chávez Molina; Eduardo; Trayectorias laborales y encadenamientos productivos: los talleres textiles de confección. En Malimacci y Salvia (2005): Op. Cit.
(15) Ver “Quien es quien…”, Fund. “El Otro”, Op. Cit.
(16) En procura de limitar y hasta cierto punto controlar estos tipos de explotacion laboral han aparecido diversas entidades como la “Fundación Alameda contra el trabajo esclavo. Asamblea popular y comedor comunitario” liderada por Gustavo Vera; la “Fundación “El Otro””, varios de cuyos trabajos han sido consultados para la realización de este informe; la Cámara Única de Trabajadores de Indumentaria, que nuclear a doscientos talleristas que poseen a sus trabajadores en regla y que presionan por que no se derogue la Ley N° 12713; y la Unión de Costureros de Buenos Aires.
(17) Ver Cravino, María Esther; Las villas de la ciudad. Mercado e informalidad urbana. Buenos Aires. UNGS, 2006.
(18) Un caso resonante que puso de manifiesto públicamente los contornos de este sector de la economía informal fue el accidente ocurrido el 30 de marzo de 2006 en un taller localizado en la calle Luis Viale 1269 del barrio porteño de Caballito. Su incendio motivó la muerte de seis de de sus sesenta y cuatro trabajadores indocumentados; cuatro de los cuales eran menores de edad, todos de nacionalidad boliviana. La fábrica era propiedad de Jaime Geiler y Daniel Fischberg quienes la subalquilaban a Juan Manuel Correa, de nacionalidad argentino, quien, a su vez, subcontrataron como costurero jefe al boliviano Sillerico.
(19) Ver “Donde están y como funcionan los talleres de costura clandestinos”. Buenos Aires. Cooperativa “La Alameda” y Unión de Trabajadores Costureros, abril de 2006. Este documento fue entregado por los representantes de estas instituciones al Departamento de Asistencia a la Víctima de la Procuración General de la Nación, y al Ministerio de Desarrollo Social y Derechos Humanos del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
(20) Ver Grimson y Jelín, (2006); Op. Cit.
Este artículo y los dos anteriores muestran no lo que sospechábamos sino lo que ya sabíamos,
parecido al mal olor, que nos afecta de tanto en tanto y que perdura más de lo que quisiéramos.
Despierta nuestra solidaridad, y poco más, solidaridad inútil, si las hay. Creo, sin embargo que
no es baladí poner estas cosas en evidencia. Como los ahogados del sureste asiático. HE
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