24 DE MARZO por María Sáenz Quesada*
| 30 marzo, 2015Publicada en Perfil el 22-03-2015
En Brasil, el pasado pesa poco, en la Argentina no permite ni respirar”, afirma Héctor Ricardo Leis en Memorias en fuga. En el 39 aniversario del golpe militar que derrocó a Isabel Perón, el texto citado remite a una realidad dolorosa: el uso político falaz de la memoria histórica en beneficio del gobierno de turno y su consecuencia, un pasado reciente cada vez más oscuro e incomprensible que en nada ayuda a clarificar los problemas que enfrenta nuestra sociedad de cara al futuro.
Para comprobarlo no hace falta ir lejos, basta con mirar la página oficial del Ministerio de Desarrollo Social dedicada al “Día de la Memoria, de la Verdad y de la Justicia”, denominación oficial de la conmemoración, para advertir recortes y parcialidades. El texto se refiere brevemente al neoliberalismo económico y a las persecuciones de la última dictadura, pasa por alto el periodo 1983-2003, para aterrizar en el gobierno de Néstor Kirchner; destaca su acción en materia de derechos humanos y cita la frase pronunciada en la ESMA (2004)por el entonces presidente: “Vengo a pedir perdón por la vergüenza de haber callado durante veinte años de democracia”.
Ese pedido de perdón se aplicaba bien a la probada indiferencia de Néstor y Cristina Kirchner en el tema de los derechos humanos, tanto en los años de la dictadura como cuando los indultos del presidente Menem. Pero el discurso relegó injustamente al olvido al primer presidente de la transición, Raúl Alfonsín, quien llevó a la justicia a las Juntas, soportó tres rebeliones militares, y si bien dio un paso atrás con las leyes de punto final y de obediencia debida, salvó el futuro de la democracia recién instalada, con un alto costo político.
Muchos esfuerzos en favor de la justicia y la verdad histórica acompañaron esta transición, que no puede considerarse fuera de su contexto histórico; sin embargo, instalada gracias a la imponente masa de recursos públicos a disposición del aparato estatal, prevalece la versión oficial. Con la arbitrariedad que lo caracteriza, el gobierno kirchnerista escribe la historia a su gusto y conveniencia, bendice a unos, condena a otros, ignora a otros más. Esa manipulación convierte a la historia en relato de ocasión, falto de contexto.
Quizás por esa razón, la propia presidente constitucional derrocada el 24 de marzo, Isabel Perón, ha sido borrada de la memoria oficial y todavía no cuenta con el busto que le corresponde por derecho en la galería de bustos de la Casa Rosada. Sin duda recordar en su totalidad al tercer gobierno peronista, la pugna entre la derecha y la izquierda peronista (Triple A y Formaciones especiales), el ajuste llamado Rodrigazo y la dura descalificación de Perón a la guerrilla, entre otros temas, son presencias incómodas que es mejor olvidar. Más simple es culpar sólo a los militares, a sus aliados civiles, y en algún caso a la ultraderecha sindical del Movimiento
Sin duda, la revisión del pasado contiene muchos nudos difíciles de desatar, porque como dice Leis en su ya citado libro, muchos empollaron el “huevo de la serpiente”. ¿Cómo explicar, en efecto, que el término “aniquilar”, utilizado por el gobierno de Isabel para implementar la lucha antisubversiva (Decreto N° 2771, octubre de 1975), también fuera conjugado por la conducción de Montoneros? “Esta guerra, como toda guerra, se rige por un principio básico y elemental: proteger las propias fuerzas y aniquilar las del enemigo”, se lee en la Publicación Evita Montonera (septiembre de 1975).
Si bien es cierto que es difícil alcanzar consensos alrededor de hechos que todavía sangran, es bueno adoptar una actitud modesta, revisar no solo lo actuado por el otro, sino también la propia actuación y no convertirse en fáciles jueces del pasado en busca de inocentes y culpables. En la búsqueda honesta de las razones que desencadenaron el drama de los años setenta, es útil reconocer que en la pugna de intereses encontrados, la violencia reemplazó el diálogo, y el otro fue visto por un enemigo despreciable. Admitirlo, puede contribuir a que la trágica experiencia de un ayer ya lejano no se repita bajo una envoltura distinta. También puede ser el firme punto de partida de una sociedad mejor, sin escisiones irrevocables, con capacidad de diálogo y respetuosa de la ley. Una República democrática, en la que convivan en paz todos los argentinos, mayoría y minorías.
*Historiadora.
Habría que aplicar la misma visión crítica a Rosas, Perón, los milicos. En fin, a todo.
Gracias María por el artículo del cual podemos ser receptores los "jóvenes idealistas" a pesar de ser ….genarios. Creo que definitivamente habrá que instalar el sentido de la noción de límite, absolutamente liberal y democrática. Los liberales democráticos siempre han tenido, afortunadamente, los límites de la Ley. La República sólo pudo edificarse con el imperio de la Constitución de la Nación Argentina. Quien mejor para expresar esto que Juan María Gutiérrez cuando expresó:" La Constitución no es una teoría. Es la Nación Argentina hecha Ley". Los que pretendemos ser realmente "jóvenes idealistas" seguimos los sistemas filosóficos que consideran la idea como principio del ser y del conocer para elevar lo cotidiano, al menos, sobre la realidad sensible y a través de la inteligencia.Por eso pensamos que como pueblo del que somos parte, sólo tenemos por encima la Constitución sancionada el 1º de mayo de 1853. Por eso la Ley nos "marca la cancha", principio al que se resisten quienes sostienen que la voluntad populista se encuentra por encima de todo, incluyendo a la Ley máxima. Así, por ejemplo, el extremo de que la Patria tenga hoy cientos de presos mayores de setenta años, y algunos casi con noventa, en cárceles comunes, que son parte de los mil ochocientos detenidos bajo la acusación de haber cometido delitos de lesa humanidad durante la guerra desatada por la subversión hace más de cuatro décadas y de los cuales muchísimos no tienen sentencia condenatoria a pesar del tiempo transcurrido. Como si fuera otro poco de la Revolución Francesa en la etapa jacobina empeñada en la consolidación del poder de Robespierre, con el benévolo Ché Guevara entronizado en la Casa Rosada y su voluntad de "justicia de clase". Y para colmo nos mandan hoy día los guerrilleros y la "maravillosa juventud" de la patria socialidsta, expulsados por un ex presidente de la Plaza de Mayo y a quienes el Poder Ejecutivo, que no era radical ni conservador, ni socialista democrático, ordenó "aniquilar" mediante cuatro decretos de 1975. La Argentina debe cerrar hoy capítulos de su historia e invertir la energía en la construcción del futuro, pero de una historia cabal, completa y tan exacta como sea posible. La decadencia ostensible debe ser limitada para recuperar lo que se pueda del pasado, que fue mejor, y ejercer una voluntad para agregar todo el sentido de progreso posible. Hago votos para que el presente no sea más que una transición a la esperanza renovada. Pero deberemos escribir para ello, esa parte de la historia que es negada por el "socialismo del siglo XXI" patrocinado desde Moscú, La Habana, Caracas y algunos participantes menores, so pena de que el porvenir no sea más que una ilusión mítica.