UNO, DOS O TRES DEMONIOS por José Armando Caro Figueroa*
| 14 febrero, 2015Los últimos 50 años de nuestra historia están marcados a fuego por la presencia de tres demonios poderosos que coinciden en un punto: la militarización de la política.
Hay otras coincidencias mayúsculas: a) La apuesta por una “patria” excluyente; b) El mesianismo, y c) La elección del odio como motor de la historia. Bien es verdad que cada uno de estos tres demonios apeló a estos factores con intensidad distinta y fines invariablemente antagónicos.
Uno de estos demonios militarizó el terrorismo; trasformó la violencia casi anarquista de la llamada “resistencia peronista” (años de 1950), en operaciones de gran envergadura que se proponían derrotar a las Fuerzas Armadas y, por extensión, remplazar al Estado demo-liberal burgués por una “patria socialista”.
El renovado terrorismo setentista de los irregulares incluyó inusitadas movilizaciones masivas y una excéntrica voluntad de recrear la simbología de los ejércitos estatales. Su decisión de protagonizar los conflictos del trabajo -remplazando a los obreros- alumbró lo que Balbín llamó “guerrilla industrial”, que fue respondida por el terrorismo de estado en connivencias con algunas empresas.
El otro demonio, alentado por la derecha más recalcitrante y siniestra, convirtió a las Fuerzas Armadas de la Nación primero en el “partido militar”, y luego en una máquina de cometer hechos aberrantes.
Las acciones feroces de unos potenciaron el terrorismo de los otros. En una espiral que bien pudo haber comenzado con el secuestro y asesinato del General Pedro Eugenio Aramburu (1970), con el fusilamiento del General Juan José Valle (1956), o con la matanza en los basurales de José León Suárez (1956). Una dinámica perversa que incluyó latrocinios y voladura de viviendas, torturas y secuestros, asesinatos y vejación de cadáveres.
En este sentido es cierta la afirmación de Ernesto SÁBATO: “Durante la década del 70, la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda".
Sin que esta constatación sirva para poner en un pie de igualdad moral, política o jurídica a ambas conductas criminales, ya que la doble decisión de las Fuerzas Armadas de combatir al terrorismo de los irregulares con sus mismas armas y derrocar al Gobierno, fue y es desde todos los puntos de mira la más repudiable e injustificable de las conductas.
En cualquier caso, ambos terrorismos destruyeron las instituciones; más allá del precario estado en el que se encontraban a causa de la violencia y de la errática conducción de los Gobiernos que se sucedieron a lo largo del período 1973/1976.
El tercer demonio
El peronismo histórico, bajo la inspiración de su líder, creo el tercer demonio. Lo hizo al trasladar los criterios de la conducción militar a la dinámica de la política que dejó de ser cosa de ciudadanos para transformarse en un campo propiedad de los “militantes”.
Si bien Perón pudo argumentar que la disciplina extrema era necesaria para enfrentar a las dictaduras, la lógica militar fluyó en el espacio peronista a través del “Manual de Conducción Política”, y del remplazo o subalternización del Partido en favor de la forma Movimiento que permitía ambigüedades y el centralismo no democrático.
El mismo verticalismo militarizó también la política. Aunque los verticalistas de entonces (entre los que me cuento) no hayamos incurrido en la vesania del fratricidio ni en el culto a la muerte.
Cuando en 1973, guiados por el Perón que proclamaba la concordia, quisimos regresar a la senda de la paz y de la unión de los argentinos, fracasamos pese a la tardía expulsión de los montoneros. Tampoco intentamos siquiera construir un Partido democrático.
En realidad nos abroquelamos frente al desafío de los terrorismos, y acatamos sin reservas los mandamientos primero de Perón y de su esposa después.
A medida que la degradación de las instituciones se acentuaba (sobre todo tras la declaración del Estado de Sitio en noviembre de 1974), los verticalistas fuimos incapaces de imponer el respeto a la Constitución, de denunciar o impedir la autonomización de las Fuerzas Armadas, de controlar los desbordes sindicales.
Nuestro verticalismo fue un Demonio desarmado, pero compartió la militarización de la política, el desprecio por los valores republicanos y por las reglas democráticas, y el dogma de que el Mesías habría de llevarnos a una “patria”, en este caso peronista.
De aquellos vientos, estas tempestades
Más allá de los graves episodios que todavía ocurrieron en los años de Alfonsín (La Tablada, “caras pintadas”) y de Menem (Seineldin), los principales actores políticos han optado, afortunadamente, por prescindir del terrorismo en sus luchas por conducir a la Argentina contemporánea.
Sin embargo, el tercer peronismo liderado por el matrimonio KIRCHNER, proclama su pretensión de construir una “patria”, en este caso kirchnerista. Cultiva el verticalismo, como lo muestra la vergonzosa reunión de la cúpula del PJ (21/01/15) que aplaudió los dictados del vértice supremo a propósito de la muerte del Fiscal Alberto Nissman. Y militariza la política, esforzándose por dividir a la Nación en réprobos y elegidos.
Todos estos delirios reconocen inequívocas inspiraciones setentistas.
Salvos casos aislados (Leys, Del Barco), los actores y sus herederos rehúyen autocríticas sustantivas. Mientras que algunos montoneros se reprochan la deriva militarista, ninguno llega en ningún momento a repudiar asesinatos, métodos, ni su concepción totalitaria y excluyente de la política.
A su vez, los jefes militares de entonces se han limitado a ensayar tímidos cuestionamientos a algunos de los excesos, pero continúan reivindicando la violencia ilegal e ilegítima y el golpe de estado.
Del lado del verticalismo peronista histórico ocurre otro tanto. Las críticas (cuando existen) se detienen precisamente en el ciego acatamiento a Perón y a Isabel Perón.
Los no kirchneristas saludamos la renuncia al terror setentista. Pero repudiamos las maniobras para someter a jueces y fiscales, y los desbordes de los servicios de inteligencia.
Y nos preguntamos si la militarización del espionaje y la manipulación de la justicia y de la opinión pública nos expresan el retorno de la violencia orientada por el Estado. O, si acaso, la instalación de un Cuarto Demonio que reabre un ciclo de violencia en donde la lucha armada es reemplazada por las operaciones de inteligencia.
Necesitamos promover el diálogo y la cultura del consenso, recuperar la cordialidad cívica y la independencia de los jueces, yabandonar los mesianismos. Necesitamos partidos políticos democráticos, políticas pacificadoras que reparen injusticias, y un nuevo modo de insertarnos en el mundo. Urge un Gobierno constitucional, democrático y federal, comprometido con las libertades, la seguridad y los derechos fundamentales. Solo así espantaremos a nuestros tres perversos demonios.