HOMENAJE A SILVIO FRONDIZI por Román Frondizi*
| 28 septiembre, 2014Discurso pronunciado por el Dr. Román Frondizi en el homenaje a Silvio Frondizi, el día 24 de septiembre en la Biblioteca Nacional
Buenas tardes, señoras y señores.
Por mi propio derecho, y por la representación de los Frondizi que residimos en nuestro país, y también de los Frondizi de la diáspora, provocada por la violencia política argentina, que nos acompañan desde Roma, París, New York y Río de Janeiro, agradezco vivamente al Director de la BN, Lic. Horacio González, la realización de este acto cuando están por cumplirse cuarenta años de aquel vil crimen político que acabó con la vida de Silvio.
Agradezco, en el mismo carácter, al Lic. Ezequiel Grimson, al Dr.Daniel Campione, y a la Sra. Vera de la Fuente quien ha cumplido un magnífico trabajo en la organización y digitalización del Archivo Silvio Frondizi de la BN, y, en fin, a todos aquellos que de un modo u otro han hecho posible este acto.
Es un acto de homenaje a un argentino ilustre, dirigido también a refrescar la memoria histórica – nunca a revivir enfrentamientos- para que los hechos de un período trágico del tiempo argentino no se repitan nunca más, como bien dijera nuestro terrible y querido Ernesto Sábato.
El tiempo es tirano y no me permitirá referirme sino a algunos temas de la vida y la obra intelectual y política de Silvio, que hacen al desarrollo de su personalidad y a sus ideas.
Debo empezar por recordar, es obligación moral ineludible, que el 27 de setiembre de 1974 Silvio Frondizi fue arrancado de su hogar, secuestrado, asesinado, y arrojado su cadáver en los bosques de Ezeiza.
Su yerno, ing. Luis Mendiburu, fue ultimado en la puerta del edificio donde vivía Silvio al reclamar por su secuestro.
En las primeras horas de la noche fuimos a reconocerlo a un lóbrego destacamento policial de Ezeiza, Arturo y Risieri Frondizi, mi hermano Marcelo y yo, acompañados por diputados del MID entre los que recuerdo en este momento a Osvaldo Posse, y otros amigos.
Acribillado a balazos, se habían ensañado con su cabeza.
Era la imagen de la barbarie criminal de un régimen contra las ideas, porque Silvio nunca esgrimió más armas que sus ideas.
El comando de asesinos que lo mató pertenecía a la banda terrorista de Estado Triple A, querida, organizada, armada y financiada durante el tercer gobierno del General Perón por la mano de su secretario privado y Ministro de Seguridad Social José López Rega, quien reclutó a sus integrantes –algunos de los cuales formaron parte de la custodia del entonces Presidente- entre la hez de la Policía Federal y del crimen.
Su impunidad estuvo y está garantizada -al extremo que sus principales integrantes, aún si finalmente detenidos algunos de ellos, ni siquiera fueron indagados esperando que fallecieran, como efectivamente terminó ocurriendo hace poco tiempo.
Esta banda asesina se originó cuando el General Perón, furioso por el asesinato de José Rucci, propuso la infausta idea de tener un Somatén, repicando la que le había trasmitido el coronel franquista Enrique Herrera Marín según la experiencia de la guerra civil española -suerte de cuerpo armado del siglo XI no perteneciente al Ejército que se reunía a toque de campana para perseguir al enemigo- utilizado por José Antonio Primo de Rivera en el golpe de estado de 1923 y aplicado luego, como he dicho, en la guerra civil española.
Fue el diseño de la Triple A.
La Triple A no solo asesinó a Silvio Frondizi sino a más de 900 personas durante los gobiernos del General Perón y de su esposa y sucesora Isabel Perón, entre ellas a sacerdotes, legisladores, abogados, dirigentes políticos y sindicales, y atacó con explosivos, asaltó e incendió estudios jurídicos, locales partidarios, sindicatos, diarios y revistas políticos.
Hoy, los hijos, nietos y sobrinos de SIlvio, yo, nosotros, recordamos al intelectual, al profesor universitario, al abogado y doctor en jurisprudencia valiente defensor de los presos políticos, al ciudadano que luchó limpiamente por sus ideales.
Y recordamos también al ser humano excepcional, generoso, afectuoso, solidario, al padre y al tío amadísimo que estaba siempre disponible para acompañarnos en las más diversas circunstancias de nuestras vidas:
-en las fiestas familiares, en los momentos de alegría y de esperanza, en los de tristeza, peligro, o duda,
-en la consulta acerca de la bibliografía más apropiada para profundizar nuestros estudios de materias de la carrera o de aspectos de la filosofía política o de la realidad nacional,
-en las interminables conversaciones y discusiones veraniegas acerca del tema recurrente del “proceso histórico” en su grande y bella casa-quinta en Unquillo, Córdoba que se prolongaban hasta que, como decía el poeta, oscuras se ponen las azules sierras.
Tantas veces partimos de allí en largas cabalgatas que él encabezaba con su habitual elegancia, vestido de todo punto con sus breeches blancos, sus botas de montar de caña alta con espolines, fusta y sombrero –las mujeres de la comitiva vestían jospurs- montado en un brioso colorado malacara, y de las que formábamos parte, entre otros, Virginia Frondizi mi tia, filósofa y docente, Susana mi hermana con Santiago Bullrich su marido, Elena Frondizi mi prima hija de Arturo, Paco Delich, Guillermina del Campo, Alberto Ciria, Horacio Sanguinetti, Marcos Kaplan, Loly mi mujer, otros amigos y yo.
Uno de los recuerdos de mis vacaciones de chico en la quinta de Silvio es el de la misa dominical en la Iglesia de Unquillo, de un estilo gótico rarísimo para las sierras cordobesas.
Los domingos, todos a misa de once.
Además de Papá y Silvio, los hombres amigos de casa, conocidos librepensadores, radicales, socialistas o de reputada orientación de izquierda -entre ellos Florentino Sanguinetti, Saúl Taborda, Tomás de Villafañe Lastra, Lino Eneas Spilimbergo, Aldo Tecco, José Vicente Dopacio- acompañaban hasta el atrio a sus esposas, madres, hijas o hermanas que entraban a la iglesia para asistir a misa y nos llevaban a los chicos sin chistar.
Los señores desaparecían, con gran intriga de mi parte.
Un domingo del verano de 1945/46 decidí escabullirme por una puerta lateral y averiguar qué hacían mi padre, Silvio y sus amigos mientras se oficiaba la misa, que duraba una hora.
Así lo hice y descubrí que paseaban caminando despacio, platicando, por la plaza Alem –que se desarrolla en ligera pendiente desde la Iglesia hasta la calle principal-, a veces tomados del brazo, deteniéndose y apoyando con gestos y movimientos de cabeza sus argumentos.
Corrí a su encuentro y pregunté: – “Qué hacen?”. Rápido, Florentino Sanguinetti me respondió mirándome fijo y dejándome sumido en la mayor perplejidad:-“Estamos haciendo un poco de peripatetismo!” La natural ignorancia de la cultura clásica propia de mis pocos años no me daba para saber de qué se trataba.
Y así seguían hasta que, ita missa est, volvían a buscar a sus mujeres.
Muchos años después, en 1976, tras el asesinato de Silvio e incansable insistencia mía, su esposa Pura Sánchez Campos y sus hijos, Isabel SIlvia y Julio Horacio, se radicaron en Roma, donde yo me había exiliado con mi familia en noviembre de 1974, y donde viví y trabajé en mi profesión hasta 1989.
Por suerte me hizo caso. Eso le ahorró, a ella y asus hijos, el enorme disgusto –y peligro- de presenciar el allanamiento y secuestro de su propia casa por efectivos del Primer Cuerpo de Ejército, que sellaron la vivienda con todo lo que había adentro.
Años después Arturo logró recuperar la casa y su contenido. Vendió la casa y con ese dinero compramos con mi mujer un departamento decoroso para la tía Pura en Roma. Los libros y el archivo de Silvio los llevó Arturo al CEN, y desde allí emigraron, casi todos, a la BN donde se encuentran, por donación que hizo el propio CEn tras el fallecimiento de Arturo.
En aquel tiempo, también tras gran prédica de mi parte y el sabio consejo de ese gran psicoanalista que fue Fernando Ulloa, casi in extremis, se nos sumó Marcelo mi hermano quien finalmente recaló en Madrid.
La viuda de Silvio, tía Pura, de antigua familia católica y demócrata de Córdoba, vivía en el barrio de Ponte Milvio, el puente más antiguo de Roma, y, religiosa como siempre, no faltaba a la misa de once precisamente en la Iglesia del mismo nombre.
En más de una ocasión la acompañé con tanto afecto.
En el mismo barrio vivía con su esposa aquel extraordinario dirigente político y gran secretario del Partido Comunista Italiano que se llamó Enrico Berlinguer; con frecuencia lo encontrábamos acompañando a su mujer hasta el atrio a la misma misa.
Cuando lo veía, la tía Pura me apretaba el brazo y me decía, mezclando intencionadamente el español y el italiano con su tonada cordobesa: -Ve mocito, ahí va il compagno Berlingüer, haciendo lo mismo que hacía Silvio conmigo…
Yo sonreía, pero admiraba –y admiro- la sabiduría que la experiencia de una historia milenaria y también la de la Resistencia antifascista y la de la Reconstrucción Democrática, incorporaron a la vida del pueblo italiano, que no confunde a la religión –que atañe a la conciencia de cada ser humano- con la política -que hace a la vida cívica de la comunidad.
Y también me reconfortaba la idea de que entre los míos, que nacimos y nos criamos del otro lado del Océano, primaran esos valores.
Esta amplitud espiritual, este respeto por el otro, esta generosidad del alma que tuvo siempre que ver con su sentido de la dignidad personal, del deber moral y con su visión del hombre como centro y fin de la vida y de la historia, que caracterizó a Silvio -y a todos sus hermanos- no nació como un hongo debajo de un pino después de una lluvia. El la cultivó a lo largo de su vida, pero tiene su raíz en el ejemplo de sus padres y en la existencia cotidiana de la familia que ellos, don Julio Frondizi y doña Isabel Ercoli, mis abuelos, fundaron en Italia en 1886 y desarrollaron en tierra argentina.
Autodidacta, lector infatigable, don Julio era republicano, liberal, ateo, formado en las ideas de Giuseppe Mazzini, aquel ilustre hombre público, patriota y pensador italiano de inspiración kantiana.
Fue un hombre del Risorgimento, que detestaba la monarquía y las dictaduras, así como las supersticiones y las debilidades.
No obstante sus fuertes convicciones -o quizá precisamente por ello- era muy respetuoso de las ideas y creencias de los demás, empezando por la sentida religiosidad de su devotísima mujer.
Ya en Argentina, don Julio constituyó la Societá Italiana Giulio Frondizi, destinada a las obras civiles, y firmó contrato con la sociedad del Ferrocarril del Nordeste Argentino, de capitales preponderantemente británicos, para la construcción de la vía férrea desde Concordia hasta Posadas.
Se instaló en Paso de los Libres, en aquel entonces una pequeña ciudad de geométrico aspecto, recostada sobre el río Uruguay, que quedaba sobre el trazado de la línea ferroviaria en una posición central, y desde allí llevó adelante diversas actividades.
Pero, sobre todo, construyó la línea férroviaria, realizando las obras de arte y las estaciones, levantando los terraplenes y tendiendo las vías, tarea enorme ejecutada en quince años con la colaboración de algunos connacionales de confianza y de gran cantidad de abnegado personal correntino, que supo conducir con comprensión y autoridad.
Atesoro celosamente algunas maravillosas fotografías del desarrollo de las obras, y de reuniones y almuerzos en el campamento de punta de riel con los directivos ingleses de la compañía, en las que aparecen Silvio y algunos de sus hermanos.
Precisamente en Paso de los Libres, nació Silvio el 1° de enero de 1907 y allí se crió hasta que fue a cursar el bachillerato al histórico Colegio Nacional de Concepción del Uruguay fundado por Urquiza.
La vida en el hábitat correntino, de grandes espacios y ríos inmensos que cantan incesantes su eterna acuática sonata, lleno de verde, de aves, cuyos yaguaretés, aguaráes y gatos onza de ojos amarillos que brillaban como chispas en la noche atemorizando al vecindario, según me contaba Ricardo mi padre, y el trato con los trabajadores correntinos, ásperos y sensibles, fueron sin duda el ambiente ideal para el desarrollo del sentido natural de la libertad que tan fuerte arraigó en Silvio, quien luego supo educarlo a través de la lectura, del estudio y de la reflexión, espaciando de Dante a Macchiavelli, de Locke a Rousseau, a Marx.
He tenido la fortuna de tratar intensamente no solo, es obvio, a mi padre, sino a mis abuelos y a todos mis tíos y tías, a lo largo de las distintas etapas de mi vida.
Así, cuando chico, presenciar e ir participando de a poco en las frecuentes reuniones familiares, muchas de ellas en casa de mis padres, fue para mí y mis hermanos, una
vigor temprana escuela de pluralismo y de valoración del prójimo, y de veneración por las ideas y la cultura, valores privilegiados por aquella generación de los Frondizi, cada uno de los cuales pensaba con su propia cabeza y adscribía a diversas orientaciones filosóficas.
Y que nadie se equivoque: las diferencias en las ideas filosóficas y políticas, aún bien marcadas, y los enfrentamientos políticos aún públicos, no afectaron una relación fraternal muy fuerte, que se manifestó con valor renovado y práctico en las adversidades que a cada uno le tocó atravesar en la vida.
Esta, es otra lección que la generación siguiente, la mia, ha incorporado a su propio bagaje moral.
Yo escuchaba en respetuoso silencio, los diálogos y las discusiones, a veces apasionadas, entre mi padre y sus hermanos acerca de temas de filosofía, literatura, historia, política y ciencia.
Al crecer, el trato afectuoso y ameno con cada uno me permitió no solamente beneficiar mi propia cultura e ir terciando en las conversaciones con cierto atrevimiento, sino, sobre todo, desarrollar el pensamiento crítico, instrumento fundamental para adquirir con autonomía intelectual el verdadero conocimiento.
De esto les estaré eternamente agradecido a todos, pero especialmente a Silvio y a mi padre, un hombre de vastísima cultura, de aquella que se usaba llamar cultura humanista, profesor, políglota y, al mismo tiempo, espíritu rebelde e inconformista.
Aquel fue el ambiente en el que se desarrolló la personalidad de Silvio, quien completó su bachillerato, iniciado como ya dije en el histórico Colegio de Uruguay, en el Colegio Nacional Mariano Moreno, en Buenos Aires.
Se recibió de Profesor en Historia en el entonces prestigiosísimo Instituto Superior del Profesorado, en el que se graduaron también mis padres, y de Abogado y de Doctor en Jurisprudencia en la Facultad de Derecho de la UNBA.
Conservo en mi biblioteca particular uno de los originales de su premiada tesis doctoral sobre “Introducción al Pensamiento Político de John Locke”.
Muy joven fue designado Profesor Titular en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Tucumán, en la cual enseñó junto con su hermano Risieri.
Ellos llevaron a Tucumán a ilustres hombres de la cultura europea exiliados en Argentina como Manuel García Morente, Rodolfo Mondolfo y Renato Treves.
En 1943 todas las Universidades fueron intervenidas por la dictadura surgida del golpe de estado del 4 de junio, de cuyo gobierno era miembro conspicuo el entonces coronel Perón, cabecilla de la logia militar que lo organizó, el famoso G.O.U.
Silvio -y Risieri- fueron separados de sus cátedras. Todos los rectores y decanos de las Universidades Nacionales fueron encarcelados en la Penitenciaría Nacional y en Villa Devoto.
También fue intervenida la provincia de Tucumán. El interventor Alberto Baldrich era un destacado exponente del sector nacionalista más abiertamente pronazi, igual que los miembros de su equipo, los que descollaba Adolfo Silenzi di Stagni.
Disolvieron los partidos políticos, persiguieron al sindicalismo, clausuraron diarios, encarcelaron periodistas y censuraron el contenido de los artículos de la prensa.
En 1944, durante la Presidencia del Gral. Farrell y con el Cnel. Perón Secretario de Trabajo, después Ministro de Guerra y Vicepresidente, Baldrich y Silenzi pasaron a ser Ministro y Subsecretario de Instrucción Pública de la Nación, respectivamente.
Cuando Argentina declaró la guerra a Alemania y Japón el 27 de marzo de 1945, la brillante troupe nazistoide que habían llevado a Tucumán Baldrich y Silenzi izó la bandera nacional a media asta.
Cuando las Universidades volvieron a su quicio por orden de la Justicia Federal, Silvio fue repuesto en sus cátedras.
Pero poco después, en 1946, el primer gobierno de Perón volvió a intervenir todas las Universidades y Silvio y todos los profesores reincorporados, reconocidos antinazis que habían firmado durante el régimen militar una declaración reclamando la vigencia de las libertades democráticas, fueron nuevamente cesanteados.
Las cátedras, igual que la Justicia Federal, fueron llenadas con gente de los sectores clericales y nazionalistas.
Desde entonces y hasta 1947 enseñó en BA en el benemérito Colegio Libre de Estudios Superiores. De estas lecciones surgieron la Asociación Democrática Independiente primero y luego el Grupo Praxis que tuvo notable influencia en la corriente de nueva izquierda en el país.
Derrocado Perón, y restablecido el orden constitucional, Silvio volvió, por concurso, a la cátedra universitaria.
Fue profesor titular de Derecho Político en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la UNLP; fueron sus adjuntos Carlos Fayt y a Héctor Orlandi que luego honrarían a la magistratura federal. Profesor titular de Instituciones de Derecho Público en la Facultad de Ciencias Económicas, y de Sociología Argentina en la cátedra libre de la Facultad de Filosofía, ambas de la UNBA.
Fue un defensor muy valiente de presos políticos.
Su primer defensa fue la de su hermano Arturo, detenido el 8 de mayo de 1931 al resistirse a una carga de la policía montada que trataba de disolver una manifestación contra la dictadura del Gral. Uriburu en Diagonal y Florida.
Cuando Silvio se presentó como abogado defensor de su hermano, la autoridad policial interviniente le respondió que se encontraba a disposición del gobierno provisional. Silvio replicó: “- Vea, yo soy abogado, he estudiado derecho constitucional y sé que hay un gobierno nacional, un gobierno provincial y un gobierno municipal. Pero nunca supe que hubiera un gobierno provisional”.
En ese momento no lo detuvieron, pero cuando presentó, enseguida, un hábeas corpus a favor de Arturo, fue preso él también.
Defendido y defensor terminaron presos juntos en la Penitenciaría de la calle Las Heras, siniestro reducto de torturadores enclavado en pleno corazón de BA, que Arturo hizo demoler cuando fue Presidente.
En ese predio tenemos un gran parque y el Lengüitas. Qué lindo cambio!
Después, y por décadas, fueron innumerables sus defensas de los perseguidos políticos, sin mirar la pertenencia partidaria de sus defendidos.
En 1948, en ´pleno gobierno del General Perón, sacó de la Sección Especial de la Policia Federal, ese antro de tortura de la calle Urquiza, a un joven aviador militar peruano desterrado, Ricardo Napurí, quien devino su discípulo dilecto y que hablará acá esta noche.
Y en 1949 y años subsiguientes defendió, entre otros, a los trabajadores miembros de la Unión Eslava Argentina, y a numerosos trabajadores extranjeros a quienes se quiso expulsar del país por aplicación de la odiosa ley de Residencia 4144, que recién habría de ser derogada en 1958 a raíz de uno de los primeros proyectos de ley del Poder Ejecutivo firmados por el Presidente Frondizi.
Entre tantas cosas, en 1971 fue letrado patrocinante, junto con Sergio Karacachoff, Horacio Isaurralde y yo mismo, en la querella contra los policías que asesinaron en el Rincón de Milberg a mi hermano Diego, y a Manuel Belloni hijo de esa bella y querible mujer que fue Lily Mazzaferro.
Y cuántas, cuántas defensas más, hasta llegar a la de los presos por la tentativa, totalmente fracasada, del asalto al Regimiento 17 de Infantería Aerotrasportada de Catamarca el 9 de agosto de 1974.
Qué abogado, sino Silvio, para quien el ministerio de la defensa era sagrado porque no toleraba la indefensión del ser humano ante el poder, se habría atrevido a defender a esos presos que no tenían defensa!
Silvio denunció en conferencia de prensa que 14 hombres involucrados en el fracasado operativo habían sido masacrados tras haberse rendido manos en alto.
Recientemente, el TOPF de Catamarca tuvo por acreditados los hechos denunciados en aquel entonces por Silvio, y condenó a prisión perpetua a los oficiales responsables de ellos, acusados de homicidio calificado agravado por alevosía y por concurso de dos o más personas, en 14 hechos.
En 1999, el Dr. Victor Samuel de la Vega Madueño, fiscal federal que intervino en aquella causa por la tentativa de asalto, quien presenció el hecho, me relató conmovido por el recuerdo, que cuando Silvio requirió ver a sus defendidos se le ordenó desnudarse para ser revisado. Respuesta: -“Soy el Dr. Silvio Frondizi y no me desnudo. Permítame pasar”. Tras titubear un instante, el oficial del Ejército a cargo dijo: -“Pase doctor”.
Un mes y medio después fue asesinado por la Triple A.
En cuanto a las ideas de Silvio, lo mejor es que quien se interese por ellas lea sus obras.
He podido armonizar propósitos y personas con el feliz resultado de que, por fin, acaban de reeditarse varias de ellas por el sello de una prestigiosa editorial porteña. Otras se reeditarán próximamente por la editorial de la BN.
Por mi parte haré tan solo tres breves comentarios.
En primer lugar, destaco su caracterización del peronismo.
En 1946 publica “La crisis política argentina, ensayo de interpretación ideológica”, obra en la que observa que es erróneo definir al peronismo como fascismo.
Señala que éste representó al gran capital italiano y tuvo a la pequeña burguesía como fuerza de choque.
En cambio, el peronismo expresó políticamente una alianza entre los trabajadores, la burguesía industrial, la Iglesia y el Ejército, promovida, contenida y arbitrada por el Gobierno que encabezaba el propio Perón.
Reunía, entonces, los rasgos propios de un bonapartismo.
Tanto es así que cuando en 1955 falló el Ejército, el gobierno peronista se desplomó instantáneamente y su líder terminó refugiado en una cañonera paraguaya surta en el puerto de Buenos Aires para ser objeto de reparaciones.
SF señaló cómo Perón, con notable sagacidad y gran intuición, advirtió el fenómeno de la irrupción en la vida social argentina de una clase trabajadora que había modificado su composición como consecuencia del desarrollo industrial producido por la guerra y por las migraciones internas, y supo capitalizarlo a favor de su estrategia de poder.
Mientras, los políticos de los partidos tradicionales, incluyendo al Partido Socialista y al Partido Comunista, estaban pendientes del desenlace de la Segunda Guerra Mundial que definía el futuro de la humanidad, y desatentos a los cambios sociales en Argentina producidos en gran parte por esa misma guerra.
Esta caracterización del peronismo la fundó en el examen objetivo de los hechos sociales, corroborado por los conceptos del propio Perón.
Nada más ilustrativo en este último sentido, que la conferencia dada por Perón en la Bolsa de Comercio de Bs.As. el 25 de agosto de 1944, en la que, entre otras cosas, dijo:
“Señores capitalistas: no se asusten de mi sindicalismo; nunca mejor que ahora estará seguro el capitalismo…Las masas obreras que no han sido organizadas presentan un panorama peligroso, porque la masa más peligrosa es, sin duda, la inorgánica. La experiencia moderna demuestra que las masas obreras mejor organizadas son, sin duda, las que pueden ser dirigidas y mejor conducidas en todos los órdenes…Se ha dicho que soy enemigo de los capitales y si ustedes observan los que les acabo de decir, no encontrarán un defensor más decidido que yo, porque se que la defensa de los hombres de negocios, de los industriales, de los comerciantes, es la defensa misma del Estado…Quiero organizar estatalmente a los trabajadores para que el estado los dirija y les marque rumbos…A los obreros hay que darles algunas mejoras y serán una fuerza fácilmente manejable”.
Por eso Silvio consideraba que los que en la década del 70, proclamándose revolucionarios, querían volver al “primer peronismo”, estaban, cuanto menos, mal informados acerca de la naturaleza de éste.
S.F. desarrolla ampliamente su interpretación del gobierno peronista en su Libro “La Realidad Argentina”, de 1954, en cuyo tomo primero realiza un documentadísimo examen de la experiencia peronista hasta 1953.
Revisa la gestión económico financiera, cuyos logros iniciales favorecidos por las altas reservas de oro y divisas acumuladas durante la guerra y la primerísima postguerra, se fueron desdibujando como resultado de la inflación, los gastos improductivos –entre los que descollaron los gastos militares-, el crecimiento hipertrófico de la burocracia, que introdujeron inseguridad en los negocios a largo plazo, hasta culminar en la gran crisis de 1952, calificada por el propio Presidente Perón como “…la más peligrosa crisis económica que haya azotado a la República Argentina”, al punto que en setiembre de 1952 dijo que “…tocábamos fondo”.
Silvio Frondizi analizó también las modificaciónes del derecho público introducidas durante el peronismo y señaló cómo la incorporación en la Constitución de 1949 del estado de prevención y alarma junto al estado de sitio, el dictado de la ley 13.234 sobre Organización General de la Nación en Tiempos de Guerra, que crea el Plan Conintes, del decreto 13.276/51, ratificado por la ley 14.062, que establece el Estado de Guerra Interno, el Decreto sobre Seguridad del Estado, que remozó la vieja ley 7029 de “Defensa Social”, la ley sobre “Represión del Sabotaje y el Espionaje”, constituyen la cuidadosa preparación de un formidable aparato represivo que será puntualmente aplicado por el Gobierno todas las veces que debió enfrentar la protesta social y política.
Recuerda Silvio, al respecto, la aplicación de la ley 13.234, con Plan Conintes y movilización militar a cargo del Ejército, dispuesto por decreto del PEN del 25 de enero de 1951, a la huelga ferroviaria de noviembre de 1950 y enero de 1951, con la secuela de más de 2000 trabajadores despedidos y 2000 detenidos de los cuales 300 quedaron presos.
La víspera del dictado del Decreto el Gral. Perón dio un discurso, en el que dijo, entre otras cosas: “El que vaya a trabajar estará movilizado, y el que no vaya será procesado e irá a los cuarteles para ser juzgado por la justicia militar de acuerdo al Código de Justicia Militar”.
Silvio destacó, asimismo, el carácter demagógico del peronismo que dislocó el sistema económico, y cuyas consecuencias inflacionistas crearon un auge artificial que preparó el advenimiento de una fuerte recesión, todo lo cual recayó negativamente, ante todo, sobre la clase trabajadora.
Denunció, por fin, el aventurerismo del régimen peronista, la corrupción política, administrativa y personal que lo caracterizó, y la formación, a la sombra del sistema, de una verdadera casta económica semejante a la de Goering en la Alemania nazi.
En suma, S.F. sostuvo que el gobierno peronista si bien otorgó a los obreros mejoras sociales significativas, les dio el sentido de la dignidad del trabajo y potenció su conciencia de clase, fracasó en la realización de una política de independencia nacional y fue útil a los intereses de la burguesía y, sucesivamente, de Gran Bretaña y los EE.UU.
En segundo lugar merece subrayarse su visión premonitoria respecto de la evolución del capitalismo, plasmada en su trabajos “La evolución capitalista y el principio de soberanía” y “La integración mundial, última etapa del capitalismo”, de 1946/1947, cuando predice, con tres décadas de anticipación, el fenómeno de la globalización bajo la hegemonía de los EE.UU. basado en el portentoso desarrollo de sus fuerzas productivas y en la potencia fenomenal de su capital financiero.
Desde entonces, y en sus obras posteriores, insistió en que la solución a la crisis argentina, que los gobiernos del peronismo y del radicalismo, incluyendo el de su hermano Arturo, no habrían logrado alcanzar, debía ser una solución socialista, que permitiría liberar todas las potencialidades naturales, sociales y personales de la Argentina y de su pueblo.
Una solución socialista que no podía consistir en la transposición de modelos extranjeros, sino basarse en la libre autodeterminación popular, en el respeto a los municipios y a las provincias que son las instituciones originarias fundamentales del país, en la instrumentación práctica de formas de democracia directa, en la posibilidad de revocar los mandatos, y en la educación del pueblo.
Para él, que escribía hace más de medio siglo atrás, el proceso mundial hacia el socialismo era una necesidad histórica, era irreversible.
Señalaba los casos de Rusia, Yugoeslavia, las Democracias Populares, China y aún Cuba, que, decía, configuraban una marea histórica mundial que terminaría por barrer con todo y, querámoslo o no, alcanzaría también a la Argentina.
Si bien no pocos de sus análisis fueron acertados, hemos de convenir en que este mesianismo y esta ineluctabilidad de la solución socialista, que no eran privativos de Silvio sino que eran propios de gran parte de la izquierda, fueron puntual y rigurosamente desmentidos por los hechos del mundo y del país durante el lapso trascurrido desde entonces hasta ahora.
Diré, por fin, que desde un punto de vista general no aceptaba que las ideas, en cuya fuerza tenía profunda fe, debieran dejar la palabra a las armas.
Sin olvidar jamás, recalcaba, que la organización estatal en cualquier de sus aspectos debe tener una sola finalidad: la de asegurar la libertad del hombre.
Para este humanismo socialista, que Silvio rescata de las obras filosóficas de Marx –v.g. del Manuscrito económico-filosófico de 1844- la instancia suprema no es la sociedad sino el hombre: el hombre libre en una comunidad libre.
En el aspecto político, Silvio coincidía, en este tema de la libertad, con Rosa Luxemburgo:
“La libertad sólo para los miembros del gobierno, sólo para los miembros del partido, sólo para aquellos que coinciden con el gobierno y el partido, NO es verdadera libertad.”
“La libertad es siempre la libertad de los disidentes.”
La confrontación con las experiencias del socialismo real, mueve a pensar en la utopía.
La visión del mundo actual estremece al espíritu.
A pesar de ello, el hombre, las mujeres y los hombres, con nuestras virtudes y nuestros defectos, no renunciamos a nuestros ideales de justicia y libertad y continuamos, esforzadamente, escalando la montaña.
Nada más. Muchas gracias.
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* Abogado – Camarista Federal (r)