LA ARGENTINA POSIBLE, el desafío. Por José María De Lorenzis*
| 29 agosto, 2014LA CULTURA
En el proyecto de lo posible para nuestro país, en el contexto de una sociedad inmersa en la dinámica de los valores cambiantes, se trata aquí de exponer ideas claras sobre los valores que no cambian, sobre los valores que hacen a la identidad de una sociedad.
Aunque, en nuestros días, estos temas parecería que están destinados recurrentemente a divagaciones voluntaristas, propias de idealismos inalcanzables, o, lo que es peor aún, a preocupaciones propias de habitantes de otro planeta.
Por eso, al hablar de cultura, no pienso caer en el uso común de referirme a un programa referente a la escuela pictórica renacentista, ni mucho menos a analizar un ciclo de conciertos de Vivaldi, ni a temas que se refieran a las artesanías o a las bellas artes como expresiones excluyentes de quienes intenten definir su ámbito.
Porque Cultura es todo lo que el hombre cree, todo lo que el hombre crea, todo lo que el hombre piensa, todo lo que el hombre aprende, y todo lo que el hombre realiza, por su calidad de ser inteligente, y por estar rodeado, condicionado y acuciado por una sociedad que cada vez le demanda más y más, no la declamación, sino la demostración de su inteligencia y de su coraje para ocupar campos de acción, antes de quejarse porque esos terrenos están ocupados por otros.
Juan Pablo II, en su famosa alocución en la Organización de la Naciones Unidas, dijo a los representantes del mundo entero: "Quiero gritarles, desde el fondo de mi alma, que el hombre de nuestros días solamente va a encontrar la solución de sus problemas a través de la Cultura".
La Cultura, es hija y madre de la libertad, y no tiene límites temáticos, porque su único límite es precisamente el de la inteligencia del hombre, la que, desafiada, no puede ni tiene por qué reconocer fronteras. Por eso, aquí nos vamos a referir a la importancia que tiene la actitud y el pensamiento de la sociedad, sus condicionamientos, sus reacciones y manifestaciones, y la urgente necesidad de sus iniciativas en el ámbito cultural.
Y a la necesaria reacción que debemos tener, como argentinos, y dejar de lado el monumento a la queja y el planteo de los objetivos queribles, para pensar un poco, con responsabilidad, sensatez, y sentido común en los cómo de los emprendimientos posibles.
Queremos un país más sano, más culto, más honrado, con una más justa distribución de la riqueza y de las fuentes de trabajo, todo ello con logros concretos, medibles y rentables.
Esto es claro, saludable y elogiable como objetivo de un sociedad seria.
¿Cómo? Este es el gran tema cultural objeto de nuestro desafío.
LAS ACADEMIAS
Los pilares de las sociedades que han trascendido en la historia de los pueblos, son los de la inteligencia de sus hombres y mujeres.
Esa inteligencia, manifestada en esos momentos en que salió a la luz, fue la que demostró concretamente valores, modos de pensamiento e instituciones que hoy recordamos como los modelos que nos inculcaron en aquella, nuestra escuela primaria y secundaria, donde nos mostraron a Grecia, a Roma, a Egipto, como ejemplos de civilizaciones que trascendieron lo circunstancial de sus crisis, para entrar en la historia de la humanidad.
Podemos enunciar los pilares de la Cultura de aquellos tiempos y tomarlos hoy como los de cualquier sociedad que pretenda ser respetada como seria, comenzando por la Academia.
La Academia es la reunión de los hombres y mujeres consagrados no por su fama, que la puede tener cualquiera, sino por su prestigio, que, por cierto, no es fácil de alcanzar.
Porque el prestigio hace a una trayectoria, a un reconocimiento de excelencia, a una búsqueda cada vez mayor de penetración en el conocimiento, que, a la luz de años de investigación, de práctica y de realización de ideas y de obras, consagra a esos valores indiscutibles de la sociedad, reconocidos como ejemplo y modelo a emular.
Debemos considerar entonces a las Academias Nacionales como ese senado de prestigio, natural asesor de la sociedad, la que, a su vez, en vez de considerar a la Academia como un depósito de museos vivos, debe constituirse en la natural dinamizadora de la misma, proponiéndole temas puntuales y solicitándole su opinión orientadora, respetándola y reconociendo a las Academias como el conjunto de excelencia de los hombres y mujeres de nuestra sociedad, cuya opinión debe ser valorada.
Ese prestigio, esa apoyatura en la experiencia y sabiduría de los valores consagrados, podríamos definirla como la primera columna de sostén en nuestra búsqueda de los cómo en la Cultura.
Al mismo tiempo, este reconocimiento conllevará el desafío de la sociedad para que las Academias se den a conocer públicamente en sus actividades y en su presencia dinámica que, antes de aparecer como entes mendicantes de subsidios para actividades internas de investigación y publicaciones restringidas a quienes integran los cenáculos de la alta cátedra, proyecten a la sociedad la imagen confiable de sus talentos dedicados a encontrar soluciones concretas a las distintas preocupaciones que se les sometan.
Así, la puesta mutua en valor de la sociedad sobre las Academias y de las Academias sobre las inquietudes de la sociedad dará solidez a la posibilidad de integración seria al sensato objetivo del rescate del sentido común.
LA UNIVERSIDAD
EL SISTEMA EDUCATIVO IGUALDAD DE OPORTUNIDADES
Y MEDICION DE RESULTADOS
En toda sociedad seria, el proceso educativo, que comienza en la familia como natural y primera educadora, si bien es lógicamente accesible a todos en la igualdad de oportunidades, separa, en la paulatina medición de los resultados, al hombre y a la mujer de talento, de quienes no tienen ni la capacidad, ni la iniciativa, ni el espíritu de trabajo y sacrificio que implica el desafío de crecer en el saber y el acceso a niveles de excelencia que conllevan una exigencia de seriedad y respuesta lúcida para el logro de un conocimiento superior.
Ello no implica de ninguna manera la segregación de quienes no posean esos requerimientos de sacrificio y demostración en resultados de su inteligencia.
La exhortación para ellos del reconocimiento de sus limitaciones en el saber y, al mismo tiempo, la iniciativa y el emprendimiento para señalarles nuevos y quizá impensados campos de acción y desarrollo educativos que les posibiliten, en su justa medida, formas de realización cultural y económica, se constituyen en planes concretos que, lejos de constituir frustraciones en sus proyectos de vida, los integren a una sociedad sólida en sus objetivos e identidad.
Así, desde la base educativa, la sociedad de los países que conocemos como desarrollados va decantando al "vago" del que no lo es, en la conformación de una pirámide de calidad cuyo estrato superior, la Universidad, configura un objetivo al cual no llegan ni los más ricos ni los más pobres, sino los más capaces.Los estratos inferiores, la escuela primaria, la secundaria, y, en algunos casos la preuniversitaria, configuran sucesivos terrenos de medición de calidad, en los que los resultados y la experiencia determinan, cuando llega el tiempo para ellos, las condiciones y posibilidades de acceso a una Universidad.
Esta recibe a los mejores, de acuerdo al perfil de alumnos que cada Universidad pretende incorporar a sus claustros, para ofrecerles una plena garantía de seria capacitación teórica y práctica que les posibilite un determinado nivel de éxito en la vida.
Y para ello basa su selección en la medición de la calidad de los resultados de la historia educativa que presenta el postulante, los que son evaluados por un calificado claustro profesoral, al que solo acceden hombres y mujeres de consagrado y reconocido prestigio, el cual, a su vez, está en permanente reválida.En todo país desarrollado y serio en su sistema educativo, cuando el estudiante debe decidir su postulación para el acceso a una Universidad, éste resulta impensable sin la acreditación de una trayectoria de marcas académicas, experiencia de trabajo y hasta de participación en actividades de la comunidad que merezcan ser consideradas como válidas para su admisión al claustro superior.
Es que las universidades de mayor prestigio restringen la aceptación de los postulantes y la condicionan, no a lo económico, sino a aquellos antecedentes de trayectoria educativa que distingue a los mejores, generando una lógica competencia por el logro de esas plazas; que, precisamente por la garantía de éxito en la vida que ofrecen, son muy pocas y se reservan a quienes demuestran el esfuerzo por merecerlas.
El logro de la incorporación no implica sino el comienzo de un control permanente de resultados, que no permite a quien no cumple con las exigencias académicas deambular como "estudiante crónico".
En nuestro país, la respetable e indiscutible política de la igualdad de oportunidades, ejercida sin el lógico complemento de la consiguiente exigencia de la medición de resultados, generó la masividad de una Universidad que privilegió la cantidad por sobre la calidad del estudiantado, así como la cantidad matemática de profesores necesaria para atender a tal masa de estudiantes por sobre la estrictez en la evaluación de los antecedentes necesarios para el otorgamiento de una cátedra.
Quien aprueba una materia en la Universidad, teóricamente no vuelve más a ser examinado en la misma.Se "doctora" en ésa materia, de forma tal que, también teóricamente, quedaría habilitado para dar vuelta a la mesa examinadora y comenzar a tomar examen.
La tremenda responsabilidad que implica el decidir quien aprueba y quien no una materia en el claustro superior debe estar confiada a quienes son conscientes de la importancia de esa decisión, tanto para el examinando en su futuro profesional como para la sociedad, que confía al profesor universitario una suerte de título de "Gerente de Producto", pues espera que la Universidad le devuelva en cada estudiante un profesional confiable y seguro de dar respuestas lúcidas a sus exigencias.
Desgraciadamente, la matemática masividad que abruma en nuestros días a la instancia educativa superior, confía muchas veces aquella responsabilidad al trabajo, voluntarismo, sacrificio y presencia, pero también a la dudosa idoneidad de un ayudante de cátedra.
Así se frustra el lógico control de calidad de resultados que haga de la Universidad una auténtica y segura fuente de multiplicación idónea de las ideas y soluciones a que la desafía una sociedad en crisis. Porque crisis no implica sino el desconcierto, quizá instrumentado, para que no encontremos la lucidez que nos muestre las vías para salir de la misma.
Es a la inteligencia del hombre a la que le corresponde, antes del conformismo de la admisión de estar inmerso en una sociedad en crisis, la iniciativa, el entusiasmo y la sensatez para convertirse en protagonista y copartícipe de ideas claras, concretas, medibles y rentables que enfrenten situaciones adversas y las superen con éxito.
Una sociedad seria pone para ello sus ojos en sus universidades como seguras usinas donde se generen emprendimientos concretos de lo posible, a partir de una calidad académica acorde con las exigencias de nuestros días.
En el Japón existe el axioma que dice: "A la Universidad es muy difícil entrar y muy fácil salir".Y esto es porque entrar en la Universidad implica aquella selección de calidad intelectual lógica y necesaria, y su logro no significa garantía para ellos de que van a egresar, sino que es muy fácil salir de ella ante un fracaso.
Pensemos un poco en cual es la situación de esos países que tienen Universidades "de primera". Porque no solamente las tienen de primera sino que, además, tienen las de escalones inferiores, pero todas ellas con una clara concepción de la responsabilidad que les corresponde ante la comunidad.
Esas casas de estudios superiores reciben las demandas de la sociedad que a su vez, busca de acuerdo a sus niveles y necesidades de calidad a sus profesionales, y los contrata en el mismo seno de la Universidad, en una puja de oferta previa a la graduación, en el conocimiento de la garantía que implican esos claustros exigentes para las necesidades de iniciativas y soluciones a los problemas de la vida competitiva de nuestros días.
Observemos esa búsqueda de resultados, en ese desafío permanente que implica conceptualmente la Universidad; y, comparativamente, pensemos en nuestro "proletariado profesional" que sí, egresa de la Universidad con un título, pero sin entender muy bien para qué le va a servir ese mismo título a la hora de buscar trabajo.
La habilidad para ejercer una profesión
Tema que merece consideración especial es la diferenciación entre el título académico y el título habilitante para ejercer una profesión liberal.
Creo con la opinión generalizada y la práctica llevada a ejecución en todo país que se precia de los controles de calidad y resultados de su sistema educativo, que debe estar a cargo de la Universidad la responsabilidad del otorgamiento del título académico, en cuanto éste se constituye en el testimonio de la acreditación del conocimiento, por parte de quién lo obtiene, de las materias teóricas que hacen al cumplimiento del programa de estudios superiores.
Distinto es el caso de La habilitación para ejercer una profesión, a partir precisamente de la acreditación del título académico, instancia que, al medir La adecuación de la calidad académica con las necesidades prácticas de la sociedad en medio de la cual se va a desempeñar el postulante, debe quedar en manos del Consejo Profesional de cada disciplina, el cual, constituido en tribunal de calificación, es el que otorga el título habilitante.
Cito como ejemplo el caso de los Estados Unidos, en el que la habilitación profesional para ejercer en un determinado Estado debe revalidarse ante el Consejo Profesional correspondiente, en caso de pretender ejercer en otra jurisdicción.
Motivo de debate en nuestros días, paradójicamente, ha sido una propuesta, publicada en estos días, de legisladores argentinos que solicitaban una reformulación del programa de la Facultad de Medicina por considerarlo demasiado riguroso.
O la participación del personal no docente en el gobierno de la Universidad.
Porque, aunque las circunstancias puntuales de la necesidad de sumar plafón de votos a una realidad de descreimiento parezcan obligar a la reedición de una política de facilismos y de "sobadas de lomos" que pretenden adhesiones cuantitativas, reconozcamos sensatamente que quienes con eso predican la defensa de la Universidad pública, con estas ideas la terminan de destruir.
El Rector de una conocida Universidad Argentina dijo hace poco tiempo: "Cuando dentro de unos años, al entrar al quirófano, un paciente quede sometido al criterio y decisión de un cirujano que jamás tuvo un bisturí en la mano, será tarde para discutir sobre la igualdad de oportunidades".
Después… no nos quejemos.
LA ESCUELA PRIMARIA Y EL COLEGIO SECUNDARIO
Mientras tanto, las etapas inferiores del sistema educativo de nuestro país están regidas por pautas kafkianas, administradas por un Ministerio inoperable, preso de un Estatuto del Docente que convirtió la legitimidad del talento, la vocación y la iniciativa, en el imperio facilista, tanto del escalafón de la antigüedad y la buena conducta como de un reglamento de licencias muy manejable aritméticamente por quienes, en su mayoría, prefirieron quedarse encerrados en la seguridad de un cargo de titularidad inamovible.
Este puesto público, obtenido por la equivalencia de un titulo secundario que entonces los habilitaba para estar "presupuestados para el resto de sus vidas", fue su gran "conquista social", y desde allí resistieron y resisten gremialmente toda posibilidad de elevar la calidad de los contenidos temáticos del sistema educativo.
El Ministerio de Educación, en nuestro país, es prisionero de un aparato burocrático y gatopardista que dedica su tiempo y esfuerzos a sueldos y no a los temas educativos.Y cuando desde el mismo se convoca a aportar ideas concretas sobre los temas de fondo, o sea sobre los contenidos educativos, recurrentemente la sociedad contempla discusiones interminables sobre la duración de los períodos escolares o, ridículamente, sobre la nomenclatura de las clasificaciones en cada estrato escolar.
El Ministro de Educación debe ser, conceptualmente, nada más y nada menos que eso, y no el "Ministro de Trabajo" del gremio docente, ni mucho menos el permanente árbitro de una interminable paritaria laboral.
Y sus temas de competencia y decisión deber ser los de la educación en sus contenidos, objetivos y resultados. Porque los temas laborales de los empleados del Estado los trata la cartera laboral, y allí es donde deben ser derivados y resueltos.
Es por ello que creo fundamental para el oxigenamiento de la cartera educativa, tanto la central como las respectivas de las provincias y municipalidades, que los temas salariales docentes sean excluidos de los presupuestos educativos y sean derivados a las áreas específicas contables y laborales del Estado que son las que los deben entender, tratar y resolver.
El Primer Congreso Pedagógico, conformado por quienes eran los máximos interlocutores y especialistas en el tema, trató, hace ya más de cien años, la temática educativa en su fondo, dentro de una Argentina no facilista, que exportaba libros e ideas, y que era rica y culta, y no, como ahora, "pobre y culturosa", y lo que es peor, estancada en su queja tanguera por el dolor de haber sido y la realidad de ya no ser.
Ese Congreso de talentos produjo la Ley 1420 de Educación, la que, con sus aciertos y errores, orientó todo el sistema que enorgulleció a una Argentina que trascendió por la calidad de sus maestros y su presencia indiscutible en la formación de una generación de hombres y mujeres que fueron ejemplo de talento e iniciativa.
Hace unos años el sector docente se retiró públicamente de un Congreso Pedagógico multitudinario, porque en la organización del mismo no figuraba ningún tema salarial docente.
Y así una iniciativa loable fracasó por el desconocimiento del famoso axioma: "Zapatero a tus zapatos", lo cual, instrumentado políticamente sólo desalentó aún más a una población harta de ser utilizada folklóricamente para actos circunstanciales, y mellada en su fe en la dirigencia, que le predicó objetivos y no supo cumplirlos.
Porque lo que debió ser convocado en la posibilidad de un análisis de contenido de calidad de todo el sistema educativo del país por parte de los hombres y mujeres de prestigio consagrados en los temas y la problemática de la educación, finalizó en la realidad de la reactualización de un debate masivo de las estériles discusiones sobre el prefabricado enfrentamiento político, disfrazado de ideológico, entre los sostenedores de la escuela pública y los de la escuela privada.
Y otra vez asistimos a la inoperante dicotomía libre laica, que tanto pasto sirvió a las manifestaciones grandilocuentes de los personajes que tanto daño hicieron a una juventud rica en idealismo y objetivos de lograr un futuro mejor.
Tendamos también al respecto un "piadoso manto de olvido" para las acostumbradas apelaciones declamativas, generalistas y voluntaristas de absolutamente todos los partidos políticos, para los que pareciera que si enfrentan estos temas con seriedad quedarían desnudos ante sus votantes, por la inocuidad de sus propuestas.
En 1994 se realizó por primera vez una evaluación de resultados de la educación, y tal vez como era de esperar, los resultados fueron como una trompada a nuestras conciencias de padres y de ciudadanos, puesto que, la calidad y el nivel de la educación en la República Argentina no por presentidos se sabía tan desastrosos en su realidad.Esto, como argentinos, nos debe convocar, de una buena vez por todas, a una tarea seria y responsable, y, por sobre todo, sin presiones circunstanciales ni exigencias de tiempos.Porque en educación no se puede trabajar con tiempos ni para los votos de una coyuntura electoral.
Todo lo que se haga en lo educativo dará sus resultados recién a los quince años de su aplicación, o sea, cuando los primeros egresados, productos de lo que se proponga y realice, demuestren la eficacia del emprendimiento.
Por eso es necesario que no perdamos más tiempo en discusiones sobre lo formal, si lo que está fallando es el fondo conceptual, o, como decía Gancedo: "No perdamos tiempo en discutir sobre cuantos pisos tiene la torta, decidamos si la torta es de naranja o de dulce de leche".
Si sostenemos que la familia es la primera educadora, debemos hacer que la misma toma conciencia no solo de sus derechos sino de sus deberes en este tema.
Porque el derecho de la libertad de enseñanza no se enfrenta con la educación pública, sino que también la defiende, precisamente dentro del derecho de esa libertad.
Pero el padre que realmente puede, si asume el rol que le corresponde como tal, debe también pagar proporcionalmente a sus verdaderas posibilidades la educación pública que desea para sus hijos, y, consecuentemente, asumir el control temático de lo que, en las horas académicas, se le imparte como sistema educacional.
Esto a través de su lógica participación en las organizaciones de padres que, por derecho indiscutible, conforman cada comunidad educativa.
Nosotros, al regresar de la escuela, dialogábamos con nuestros padres, en un mismo idioma, sobre las distintas materias tratadas en la jornada, en un loable y recordado aporte de experiencia que nos ayudó a entender y a sortear escollos.
Esto siempre fue interpretado como una efectiva colaboración entre la escuela y la familia, que robustecía, a la vez, lo educativo de ambas instituciones.
La acostumbrada fabricación disparatada de términos cada vez más difíciles e incomprensibles, para, a la postre, decir lo mismo, en el tradicional gatopardismo de cambiar todo para que todo siga igual, significa para los padres de nuestros días que el diálogo con sus hijos sobre las materias educativas parezca desarrollarse entre quienes hablan distintos idiomas.
Así, la pretendida desactualización de aquellos, fundada en la aceleración de los tiempos y la presencia de la informática en la educación, crea un verdadero divorcio entre la escuela y la familia que debe urgentemente tratar de ser solucionado, sobre la base del incentivo de la presencia de ésta en los temas y objetivos del sistema educativo.
Todo lo demás son slogans oportunistas de quienes teorizan folklóricamente sobre lo querible sin asumir que el facilismo de sus argumentos se estrella contra una sociedad que comprende que la tilinguería de hoy es producto de ese camino de despreocupación y de línea del menor esfuerzo, que nuestra generación ha creado, recibido y alegremente consumido.
Nuestros hijos saben, y a los que no, nos corresponde a nosotros como padres hacérselo saber, que el mundo que los rodeará no es por cierto éste, sino uno real y seriamente competitivo, en el cual, quien no esté capacitado, no podrá pretender acceder a ningún nivel laboral.
Y que los títulos universitarios sin contenido les servirán solamente de decoración para alguna pared donde se los exhiba, pero de ninguna manera para merecer consideraciones especiales a la hora de la búsqueda de trabajo.
Porque es claro que lo que para las generaciones anteriores que acuñaron el famoso "Mi hijo el Doctor", o sea la apetencia del título universitario que, por sí, abría todas las puertas para el éxito en la vida la realidad de hoy es que éste ya no existe más como valor autosuficiente.
Porque el grado superior del futuro exigirá estar acompañado por acreditación de uno o varios posgrados.
Y, en escalones inferiores, si observamos que una conocida cadena de supermercados ya en nuestros días exige idiomas y computación para pretender el simple cargo de cajero, el deseable éxito en la búsqueda de ubicación laboral para las generaciones futuras evidentemente no estará regido por el alegre desenfado y la tradicional picardía que nos distingue para obtener lo querible por el camino del logro sin esfuerzo.
No es ésta la prédica de quienes saben que la salida de una nueva calidad de educandos marcará el fin de una era de mediocridad, festejo de la chismografía y chatura abúlica.
Por eso es la exaltación pública de los caminos del desenfado y la alegre despreocupación que predica el desprecio por todo enfoque sensato, tildándolo de pacato y perimido.
Por eso la triste imagen, francamente grosera, de quienes muestran grupos juveniles manipulados hacia el desinterés, la burla y, en definitiva, la mala educación.
Porque la juventud, la verdadera juventud que no deja de ser alegre y gozar de su lozanía, sabe que su talento hará que la tilinguería de hoy será la que, concretamente, se quede sin libreto y, aunque suene como insensible y falto de "solidaridad social", literalmente se muera de hambre.No cabe aquí ninguna posibilidad se seguir pregonando lastimeramente la falsa interpretación de la frase evangélica: "Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz", pues ésta parece seguir siendo la excusa para seguir en nuestra queja mendicante y en el estancamiento en nuestras vidas e inquietudes.
No nos extrañemos más hoy si tienen éxitos y logros económicos, filosóficos y políticos quienes, simplemente, son más inteligentes que nosotros, porque esa capacidad fue producida, sin lugar a dudas, por sistemas educativos que no regalaron nada, no mezclaron conceptos como en botica, y siempre respetaron la igualdad de oportunidades, pero también, consecuentemente con la misma, exigieron resultados.
Esos sistemas amparan a quienes no tienen los recursos económicos suficientes para costear sus estudios, a través de eficientes sistemas de becas, que posibilitan sus accesos en igualdad de oportunidades a todas las áreas de la educación, haciéndoles saber también que la beca obtenida implica al derecho del otorgante a un seguimiento de su desempeño, y que los resultados del mismo serán medidos con la lógica exigencia de la rendición de cuentas por la inversión realizada.
Si queremos democracia y derechos, asumamos responsabilidades y obligaciones.
El respeto por el futuro de nuestros hijos nos exige que los temas de la educación sean tratados seria y conceptualmente.
La prisa por los votos pasa por otros temas.
*El Dr. De Lorenzis es Escribano y fue Sub Secretario de Cultura durante la gestión del Dr. Julio César Gancedo (1980-1983)