SARMIENTO FÁUSTICO por Francisco M. Goyogana
| 27 julio, 2014Lugones escribe la biografía de Sarmiento por encargo del presidente del Consejo Nacional de Educación, José María Ramos Mexía, a fines de diciembre de 1910, para celebrar los cien años del nacimiento del prócer a cumplirse el 15 de febrero de 1911. En el libro, ya hacia el final del capítulo 1º, La Vida, Lugones escribe: Nadie ha dicho peores cosas de los argentinos: entre otras, la que para él era la suprema injuria: “argentino es el anagrama de ignorante”. Pero también nadie ha hecho tanto por ellos. Vivió acarreando menesteres de civilizar, en el olvido más absoluto de su conveniencia propia, que es decir desnudo y valeroso como la hormiga. Así, metiéndose por la ciencia como un hacheador, arrancando al arte, sin detenerse, una pluma de volar; pidiendo a la misma criptografía burlesca sus epigramas y dilogías para excitar con aquel benéfico sarpullido la superficialidad necia o inerte; trabajando para el éxito del comercio y de la industria, con el provecho doble de la alcotana, que es hacha por un lado y azuela por el otro; removiendo la política con su palo temible; sembrando a boleo como un sublime y a veces desatentado labrador, sus escuelas, sus bibliotecas, sus observatorios, sus facultades universitarias, sus artículos que son flor y fruto a la vez como los higos de la higuera inolvidable, llega a tener la irradiación circular de la lámpara que limita por todos lados con la sombra. De ahí su familiaridad con el inmenso desconocido que es la inagotable mina del saber humano. Está en todo, pues lo que no sabe, lo adivina. Su actividad excita al pueblo, indúcelo a andar más de prisa, aunque se burla burlando, como los niños a la par del coche que pasa. Y cuando ha reasumido lo infinito, cuando ya no es más que azul de inmensidad su grande alma, sobre la tierra florecida y fructificada por su vasta fatiga, siguen cruzando aún –nubes ubérrimas preñadas de lluvia y de aurora- sus ideas, sus doctrinas, sus páginas que exaltan nuestros espíritus, como al proyectarse sobre el área campal, la sombra del cóndor hace levantar las frentes.
Lo registrado por Lugones con respecto al acróstico, ya lo había recogido el propio nieto de Sarmiento, Augusto Belin Sarmiento, en su libro Sarmiento anecdótico de 1905, circunstancia que le otorga autenticidad por un lado a lo expresado por Lugones, así como suma por otro lado la veracidad del testimonio de un familiar respecto de su propio abuelo.
Sarmiento había asumido la responsabilidad del país, considerándose representante suyo, con la fogosidad de los grandes amores. Por eso se encolerizaba con las deficiencias y los retardos de la República, aplicándole el azote de la vara desnuda de su verdad. Sarmiento transitaba la existencia sin dar ni aceptar ventajas, y toda la expansión de su espíritu condensaba y contenía los rasgos distintivos del positivismo y de la mentalidad arcaica, lo racional y lo fáustico, a la manera de Goethe, convirtiendo al Doctor Fausto, en el Doctor Faustino como el mismo se llamó. Ese Doctor Faustino que había traspasado el umbral plausible de relativizarse, justamente en el punto en que se amalgaman la realidad objetiva y la imaginación.
José Enrique Rodó (1872-1917) retrató magistralmente el alma goetheana en Los motivos de Proteo (1909), obra moral e idealista, cuando escribía: Ninguna alma más cambiante, vasta como el mar y como él libérrimo e incoercible; ninguna más rica en formas múltiples; perpetua inquietud y diversidad, incapaz de contenerse en los límites de un sistema o escuela; reacio a toda disciplina que trabe el arranque espontáneo y sincero de su reflexión.
Sobre toda esta efervescencia de un mundo interior, se cierne, siempre emancipada y potente, la fuerza indomable de su voluntad. Se dilata y se renueva y reproduce en la acción, no menos que en las ideas y en los afectos. Voluntad heroica, actividad sobrehumana, y la necesidad de expansión que acicateó su vitalidad inmensa (J. E. Rodó, Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1967, 2ª. Ed., pp. 406, 107).
Goethe y Sarmiento, Sarmiento y Goethe, ambos se introducen en la sagrada y misteriosa Región de las Madres (del Fausto): el reino de las Ideas y Arquetipos, nuestros Modelos Primigenios.
Es el mismo Sarmiento quien afirma que: Nosotros no consideramos ni a Dickens, Goethe, Max Müeller o Thiers, extraños a nuestro ser, pues ellos indiferentemente forman nuestra razón, nuestro espíritu y nuestros gustos.
Todo el fervor creativo de Sarmiento parece estar originado en la contemplación goetheana de ese ámbito etéreo. El revelador Facundo de 1845 descubre y dedica los tipos auténticos que representan los genuinos paradigmas argentinos, como el mismo Facundo, el rastreador, el cantor, y todos los demás personajes de otros roles.
Artemio Moreno (1892-1953) en su La genialidad de Sarmiento, se refiere asimismo al prócer argentino y a Goethe, y considera apropiadas para el espectáculo de una tan rara solidaridad de pensamiento, las significativas meditaciones del germano: es muy fácil pensar. En cambio obrar es muy difícil y obrar, según el pensamiento, lo más difícil del mundo (Artemio Moreno, El sentimiento en la vida y en el arte, Instituto Cultural Joaquín V. González, Buenos Aires, 1934).
En la colosal dimensión fáustica de Sarmiento tuvieron cabida las diferentes hormas ya consagradas de las escuelas filosóficas. Esa peculiar característica del prócer es la que le permite escapar de encasillamientos que lo atraparían en el cepo de las dimensiones que restringirían las proyecciones de un pensamiento expansivo.
Se lo adscribe a veces a Sarmiento como iluminista, a veces como romántico, a veces como socialista o positivista, y sin pretensión alguna para fundar una posición nueva.
No cabe duda de que Sarmiento se encontraba inscripto en el ámbito del Iluminismo o Ilustración, por cuanto ese nuevo período se caracteriza por su firme confianza en el hombre, en la razón humana y en el porvenir. La razón es vista como la facultad capaz de desentrañar los misterios de la naturaleza y, también, de organizar la sociedad sobre principios sólidos y perdurables. En general, se vive la época del siglo XVIII y su irradiación en el siglo siguiente, con el convencimiento de que la humanidad ha encontrado el camino del progreso definitivo.
Los intelectuales alemanes, que habían recibido con gran júbilo los acontecimientos de Francia, Kant, Fichte, Hegel, Goethe, Schiller, etc., expresaron sus esperanzas por la gran Revolución. Sin embargo, poco después, algunos se desilusionaron y otros rectificaron sus juicios, y dieron lugar a la manifestación del idealismo alemán, que tuvo lugar luego de la Aufklarung, la Ilustración germana. Este idealismo, desde otra perspectiva es también romanticismo. Así como entre 1800 y 1830, liberales y conservadores libraron una lucha en el campo de la política, así también se produjo una colisión semejante en el campo de las ideas. Frente a los horrores que también tuvo la Revolución Francesa, hubo filósofos que atribuyeron los excesos violentos de ese movimiento al racionalismo, el materialismo y el individualismo del tiempo de la Ilustración, y saltaron al extremo opuesto de glorificar la fe, la autoridad y la tradición, en un regreso a posturas monárquicas.
El idealismo romántico alemán constituyó la expresión más perfecta de la época reaccionaria. Esta filosofía se llama así porque era una combinación de la teoría romántica de la verdad con la concepción idealista del universo. Es decir, que no era racionalista ni materialista en el sentido estricto de estas palabras. En cambio, reconocía la validez del conocimiento intuitivo o instintivo, además del que procede de la razón y trataba de explicar el universo en un sentido por lo menos en parte espiritual. Los idealistas románticos se apartaban también del individualismo y del humanismo de la filosofía del siglo XVIII. Creían que el hombre carece por completo de importancia si no forma parte de algún grupo social. La sociedad y el Estado son organismos sociales, productos de la evolución natural y no creaciones artificiales del hombre mismo para su propia conveniencia.
Es el mismo Sarmiento que se autoexcluye de su condición de romántico, como se lo expresa a Carlos Tejedor en una carta desde Ruan, fechada el 9 de mayo de 1846, donde le escribe que nunca hemos adolecido de romadizos, así como en artículos periodísticos relativos al tema.
Con respecto al socialismo del prócer, la relación de Sarmiento con esta denominación surge de la Asociación de Mayo, que había adoptado para su programa la denominación de Dogma Socialista, un cuerpo doctrinario diverso del socialismo contemporáneo. Confundir el socialismo de Echeverría que databa de 1837 con las formas del socialismo actual, con raíces posteriores a 1848, sea en forma filosófica como en las formas científicas y políticas que siguieron al estallido europeo de 1848, debe ser considerado como un equívoco de doctrina.
Por los años de 1830 se acunó independientemente en Francia y en Inglaterra la palabra socialismo, al que los estudiosos han denominado socialismo utópico. Los seguidores de esa corriente eran críticos de un orden social establecido y de un sistema industrial, hostil a la idea de capitalismo, término éste acuñado por ellos, y también a menudo con referencia a la competición y a la propiedad privada. Entre los seguidores de estas ideas se distinguió Claude Henri Rouvroy conde de Saint-Simon, reformador social y uno de los fundadores del socialismo. Saint-Simon sería el nexo entre el pensamiento socialista temprano y la filosofía de Auguste Comte, conocida como positivismo, quien sostenía que el pensamiento ha pasado inevitablemente a través de un estado teológico dentro de un medio metafísico, para llegar a un plano positivo o científico.
Si bien esas ideas se desarrollaban en la Francia que visitaba Sarmiento casi al promediar el siglo XIX, su influencia no se ha demostrado fehaciente en la obra sarmientina.
La filosofía particular de Sarmiento apuntaba más a la vida que a los parámetros de una escuela o doctrina confinada. Precisamente la originalidad de Sarmiento está en que su filosofía vino a fundirse entrañablemente con su intuición de la propia vida como vida histórica. Sentía que su Yo y la Patria eran una misma criatura comprometida en una misión histórica dentro del discurso de la civilización.
Sarmiento, apartado voluntariamente de los prejuicios, de las mentiras y de las manipulaciones, parecía entender a Johann Wolfgang Goethe, al que cita en los tomos V, XLII y XLIX de sus Obras Completas, y con el germano coincidiría en que la vida es vivir el porvenir.
Con respecto al tema, Ortega y Gasset decía por su parte, que Vivir como presencia del porvenir es estar en lo absolutamente problemático.
Presenciar el porvenir es, entonces, también vivir lo problemático que es el vivir.
El conflicto de Sarmiento, como conflicto de vida, será el conflicto de la obra y del sistema de hacer filosofía.
Crisis, lucha, oposición, desesperación, angustia de vivir, elegir, drama, dinámica, agonía, sufrimiento y verdad, son entonces las voces que integran el diccionario sarmientino, palabras para entender el mundo y para fundarlo en su imagen vital, en las contradicciones que hacen a la vida y que Sarmiento veía simbolizadas en Goethe.
Cuando parece hacer de Goethe un modelo para la razón vital, selecciona y escoge y, esta elección resulta cargada de significación como intención. Quiere que se sepa que palpita, no sólo el conflicto de un hombre, sino el conflicto de toda una cultura.
La figura fáustica, al igual que el hombre universal de Occidente, será el rostro de su desesperanza y de su triunfo.
* Francisco M. Goyogana cursó estudios de Farmacia y Bioquímica; oficial de la Armada Argentina, retirado como Teniente de Navío Bioquímico; tuvo una prolongada trayectoria en la industria farmacéutica, miembro de la Farmacopea Argentina y redactor asociado del nuevo Capítulo "Biotecnología"en su última edición. Simultáneamente, ha publicado una cantidad de artículos científicos y en el tema histórico, diversos trabajos aparecidos en publicaciones como el Boletín del Centro Naval, Todo es Historia, etc. Ocupó el cargo de vicepresidente del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia y Rector de la Cátedra Argentina Sarmiento. Autor de "Sarmiento y la Patagonia" Lumière (2006), "El Paradigma de la crisis" Lumière (2007), "Sarmiento y el Laicismo. Religión y política" Claridad (2011) que recibión la faja de honor 2012 de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Premios "Domingo F. Sarmiento" y "José B. Collo" otorgados por el Centro Naval.