LOS ARGENTINOS Y LA DEMOCRACIA por Román Frondizi*
| 16 julio, 2014A la palabra democracia han sido dados diversos significados, muchos de ellos de circunstancia, como democracia popular o progresista o bolivariana o plebiscitaria, formas que pretendían o pretenden encubrir o disfrazar la dictadura.
Los llamados a la democracia suenan falsos si al mismo tiempo se asiste a su desnaturalización como sistema político de las libertades y de los controles recíprocos; si, cotidianamente, los políticos en el poder agreden a la justicia, atacan su autonomía, crean nuevas mafias más ávidas que las anteriores, tratan de poner fin, con método y tenacidad, al principio de que la ley debe ser pareja sustituyéndolo por los privilegios para los amigos, los corruptos y los serviles. Y, por todos los medios de que dispone el Estado, que es de todos y no solo de ellos, por los medios de información y de persuasión comprados, pagados o cooptados, imponen su dictadura enmascarada, su libertad para defraudar y robar. Las mayorías que tanto se ventilan, cuya insubsistencia no es dudosa en la actualidad, son también una rendición creciente a la ideología del becerro de oro, del dinero ganado con cualquier medio como único fin y medida de la vida.
Este tipo de pseudo democracia, de falsa democracia, de dictadura enmascarada o –para ser benignos- de dictadura de la mayoría, se caracteriza, entre otras cosas, entre nosotros, por su pretensión, realizada en gran parte, de controlar y condicionar a los medios tradicionales de información: diarios, radios y televisión.
Así, en buena medida, vivimos en medio del ruido de las mentiras del relato oficial. Desde las estadísticas falsas, a los grandes anuncios incumplidos; desde la estupidez de los programas de tv vulgares, aburridos, de una comicidad grosera, pero que son siempre mejores para el gobierno que otros programas que pueden hacer pensar, que pueden llevar a razonar, que para el régimen merecen la calificación de “embolantes” por el gusto vulgar de reducir todo al sexo y a la palabrota, como sucede en ciertos programas, v.g. los deportivos, en los cuales se habla de los atributos para nombrar a los testículos.
Una sociedad que tiende a reducir las virtudes de la humanidad a tener testículos, idolatra al toro de monta como ideal supremo e induce a vivir como brutos.
No como valientes, que es otra cosa.
Será el subconsciente del país de los ganados? Qué paradoja! Cómo explicar que, al mismo tiempo, hayan reducido a la postración a la ganadería, una de las principales riquezas argentinas?
Cabe preguntarse ¿Cuál es la relación de los argentinos con la democracia?
Respuesta: carente, escasa.
Causa: falta de práctica, de costumbre. La democracia es un hábito, moral, social, político. Se adquiere y se arraiga con el ejercicio. En los últimos ochenta y cuatro años éste fue interrumpido por golpes militares seis veces, hubieron veinticinco años de gobierno militar, y catorce años de gobiernos nacidos del fraude electoral.
A quien la responsabilidad: nadie está exento, pero, de lejos, a los golpistas, civiles y militares, a los mesiánicos, a los que instrumentaron la violencia para imponer sus creencias o sus intereses, con cinismo o sin él.
Consecuencia de estas y anteriores causas: los argentinos somos poco democráticos.
El pasado, desde 1810, muestra a muchos argentinos, a mi gusto demasiados –actores o justificadores más o menos vergonzantes- como degolladores y fusiladores, se trate de federales o unitarios, salvo honrosísimas excepciones.
Y que en otras latitudes haya ocurrido algo parecido no justifica lo nuestro.
Luego, como fraudulentos o golpistas.
Más tarde, como terroristas o represores ilegales, como delincuentes de lesa humanidad.
Casi siempre, como intolerantes y descalificadores.
Divididos en facciones aparentemente inconciliables que se autotitulan como los buenos y etiquetan a los otros como los malos.
Hace ya más de ocho décadas que los períodos en que prevalecieron las formas democráticas y las políticas de conciliación resultaron muy cortos. Durante ellos el país progresó, con sus más y con sus menos.
Las comparaciones son odiosas, pero lo cierto es que los uruguayos que son más humildes y más sensatos, parecieran ser más democráticos. Para no hablar, claro, refiriéndonos a nuestro tiempo, de los holandeses, los suizos, los ingleses, los franceses o los norteamericanos, que se podría decir nacieron democráticos.
Decir que el pueblo argentino es democrático es casi una temeridad.
Sería una falsedad sino fuese por la existencia de una gran corriente ciudadana que, cuando las circunstancias lo permiten, manifiesta su preferencia por la vida democrática y aún republicana.
Pero hay una fuerte gravitación de los tendencialmente autoritarios: por herencia, por costumbre, por educación inducidos a mandar y a obedecer.
Demasiado.
No se está con la libertad sinceramente, no se la quiere íntegra, siempre, para todos como para nosotros mismos, devota de la Constitución y de las leyes, generosa, educada, premio y no castigo de Dios. Predomina la inspiración a la libertad con origen en los libros o en la imitación extranjera, mucho menos en la íntima convicción. Pareciera escapar al argentino medio el principio democrático de que el poder y su conquista deberían ir parejos con las garantías individuales de los derechos humanos.
Hoy, el régimen vigente aplica la conventio ad excludendum propia de los totalitarios, sean nazifascistas, stalinistas, falangistas, populistas e inda mais: quien no es uno de ellos es un enemigo.
La soberanía popular se transforma en despotismo electoral.
El gobierno ve complots y sabotaje de parte de cualquiera que se atreva a oponérsele. Su índole antidemocrática se adivina en su propensión a la difamación, a la descalificación, al deseo incontenible de acallar al que no se alínea, al desprecio por la razón honesta y serena sustituída por la “razón” (sinrazón?) del que grita más fuerte.
Al régimen lo caracterizan la tergiversación o la mentira dichas con el mayor desparpajo, el desprecio por las reglas del juego, la gritería, la violencia verbal, prólogo de la física, y la absoluta indiferencia a la lógica, a la gramática, a la sintaxis, a la historia, a un mínimo de buena educación. Esto como marco del desbarajuste de un des-gobierno que está dejando al país en un estado lamentable.
Ninguno de los dictadores o de los aspirantes a dictadores, en sus diferentes variantes, habla de autoritarismo. Verbalmente, disimulan: los regímenes dictatoriales se reproducen con la reducción en todo lo que les es posible, sino con la anulación tout court, de las garantías y de los derechos.
Los partidarios del dictador consolidan su poder autoritario lamentando mendazmente el odio y llamando a la unidad nacional, mientras continúan los ataques a la oposición, a la magistratura y a la prensa independientes. Crean un clima de intolerancia lamentablemente contagioso.
Entonces ¿qué valen en Argentina la democracia y las elecciones?
Ante todo ha de decirse, premisa ineludible, que aunque sea poca y mala, la “democracia” que tenemos es mejor que nuevas dictaduras. Ella y las elecciones son infinitamente mejores que las dictaduras militares.
La dictadura militar ha demostrado reiteradas veces que es peor, mucho peor, que la “democracia” autoritaria que menosprecia las instituciones constitucionales y los derechos individuales. Esta, y la nueva sociedad de los ricos sin ética ni responsabilidad, sin tradición, es mejor, qué duda cabe, que las desapariciones, los fusilamientos, la tortura. Pero no representa una evolución virtuosa y civilizada.
Francamente, es demasiado poco, no es para alegrarse.
Si seguimos a este paso los argentinos vamos a votar el año que viene sin saber qué soluciones concretas proponen los diversos partidos a los problemas de fondo que tienen al país poco menos que postrado.
Los demócratas nos ocupamos, a veces apasionadamente, de las virtudes y defectos de la Presidente, de sus deseos y caprichos, y declamamos los grandes principios republicanos.
No basta.
Hace falta rescatar, difundir, consolidar las bases morales, económicas y sociales que den sustento y credibilidad a la democracia en la conciencia de los argentinos y en la práctica social.
Hacen falta soluciones puntuales, programas de gobierno realistas con metas prioritarias, alcanzables, y medios idóneos para sacar al país del pozo.
Hace falta una gran convocatoria, sin egoísmos personales ni partidarios, que genere confianza e infunda entusiasmo, en la convicción de que la recuperación económica y social requiere, hoy, fundarse sobre una base moral indispensable y perentoria.
Argentina necesita construir esta alternativa!
Buenos Aires, julio de 2014.
* Abogado – Camarista Federal (r)