LA CARA OCULTA DE UCRANIA por Francisco M. Goyogana
Ernestina Gamas | 8 marzo, 2014Especial para con-texto
De modo similar a la enseñanza de la astronomía que advierte sobre la visión constante de una sola cara de la luna en su rotación alrededor de la Tierra, mientras la otra permanece oculta para la observación corriente desde el planeta terráqueo, también existen figuradamente otras situaciones que no revelan corrientemente otras realidades a las observaciones corrientes.
Los sucesos que se desarrollan en Ucrania se han atribuido a una serie de causas variadas, preferentemente locales, sin perjuicio de que la influencia de ellas sean de peso en los hechos relacionados con el conflicto.
La existencia de apreciaciones de aspectos de la realidad, aún a fuer de corresponder a aspectos de la verdad, tienen también otras exteriorizaciones cuando se someten las observaciones a análisis más profundos. Por eso, cuando más allá de las informaciones circunstanciales de los episodios de un conflicto se indaga sobre las causas subyacentes, se constata que a modo de estructura de los hechos históricos, existe una malla sobre la que descansan manifestaciones con raíces muy profundas.
La proliferación informativa relativa al actual conflicto de Ucrania no ha reparado en un aspecto fundamental y muy particular como la medida del Parlamento de Crimea que ha votado por su anexión a Rusia. Atrás ha quedado el capítulo del derrocamiento del gobierno pro ruso de Viktor Yanukovich y el encumbramiento del sector político que pretende su participación futura en el mundo a través de la Comunidad Europea.
La realidad ucrania de encontrarse dividida en dos sectores fundamentales conduce a un conflicto en el cual la parte adepta a Moscú participa en un juego geopolítico que es fundamental para Rusia. La condición de ésta de no disponer de puertos de aguas cálidas, sino por medio de las posibilidades que le presta el Mar Negro para articular los movimientos de su flota, tiene en Crimea su salida al Mediterráneo con las facilidades navales con que cuenta en los puertos de Siria, y consecuentemente a los océanos del mundo.
Desde la más remota antigüedad, el acceso al mar es una condición altamente favorable para la expansión de un país. Cabe también pensar que es necesaria para alcanzar cierto grado de poder mundial, inconcebible cuando el Estado debe valerse de intermediarios para sus relaciones exteriores. Si bien existen ejemplos de gran poder obtenido sin ella, Rusia se encontraría en este caso físicamente cercada y, en consecuencia, en una situación limitadora de su potencial. De ahí los esfuerzos rusos para acceder al poderío naval en cuanto a su conciencia para elevarse al rango de gran potencia europea y planetaria después. Ya desde Pedro el Grande Rusia los rusos parecen haber estado casi obnubilados por esta idea, incluyendo a los monarcas zaristas, el sistema posterior a 1917 y ahora la realidad post URSS.
El cambio de sistema operado con la destitución del presidente ucranio Yanucovich puso en riesgo las posibilidades de expansión del poder central, que deberá ser contrarrestado con la benevolencia del lado opuesto, representado por la República de Crimea.
Rusia y parcialmente Ucrania, en período de crisis, parecen decididas a aumentar su espacio vital. En esencia, el poder central experimenta la necesidad de expansión y su complejo de encierro, y en el caso presente resulta difícil decir cuán peligroso para la paz puede resultar el conflicto.
A partir del siglo IX, en el territorio conocido en la actualidad, una organización política ha sido compartida por las naciones ucrania y rusa. Desde entonces se sucedieron una cantidad de variables en su evolución histórica con los principados, aparición y desaparición de dinastías, la expansión polaca y los movimientos de ida y vuelta sucesivas de las fronteras. Luego, en el siglo XVI ocurrirían las excursiones de los tártaros, la intervención de los cosacos, producto de la organización militar de los reyes polacos y los grandes príncipes moscovitas, seguidos por antagonismos sociales y la aparición de un separatismo nacional al que no era ajena la intervención de los opuestos religiosos ortodoxos y romanos. La pretensión de ganar territorios se manifestó por los Romanov a mediados del siglo XVII y en esa misma época ocurrió el sometimiento de Ucrania al zar, con la reserva de mantener los derechos y privilegios de los cosacos ortodoxos. Después de 1667, por el tratado de Andrusovo tuvo lugar la partición de Ucrania entre Polonia y Rusia a lo largo del Dnieper y ambos gobiernos prohibidos por Petro Doroshenko, que aspiraba a contar con un estado vasallo. Ocurrió entonces la intervención de los turcos con el sultán Mohamed IV que tomó a Ucrania bajo su protección y su liberación al fin de ese siglo por Juan III Sobieski en la región de la Ucrania polaca.
Por el lado de la Ucrania rusa, Ivan Mazepa, que servía al zar Pedro I, planeaba la unión de las dos partes, y a principios del siglo XVIII acordó una alianza con Carlos XII de Suecia para que Ucrania fuese un estado independiente con el gobierno efectivo de Mazepa.
La victoria del zar Pedro I sobre los suecos a principios de los años 1700 terminó con esa orientación de una nueva Ucrania. Hubo luego tres caudillos cosacos, todos ellos nominados por Rusia. A mediados de la segunda mitad del siglo XVIII los cosacos fueron desarmados y la Ucrania rusa dividida en tres partes hasta casi fines de siglo en que se reunió a las partes dispersas, pero como parte de Rusia, y desapareció la autonomía política y aún su propio nombre. Para 1846 renacería el nacionalismo ucranio y Lviv, capital de Galicia anexada a Austria en 1772.
A los ojos del gobierno zarista, la población de Galicia oriental y la Rutenia subcarpática era rusa, afirmado en 1914 cuando el ejército ruso ocupó Lviv hasta la confusión revolucionaria de 1917, en que los ucranios advirtieron que se les presentaba una nueva oportunidad para alcanzar la unidad y la independencia.
La historia señala que el 30 de diciembre de 1922 en el Congreso de los Soviets fue votado el plan para una federación entre cuatro repúblicas socialistas soviéticas, Rusia, Bielorrusia, Ucrania y Transcaucasia y su constitución final el 6 de julio de 1923.
Desde esa última fecha, en adelante, se trata de episodios modernos que no afectan demasiado la historia anterior, sino destacar la transformación de Rusia en una potencia rectora con raíces profundas en la historia, a caballo de Europa y Asia, y apuntando al poderío terrestre.
Gran parte de la descripción previa de los acontecimientos históricos y su relación con una situación determinada en el tiempo, serviría de motor para que Sir Halford John Mackinder ( 1861 – 1947 ), uno de los padres fundadores de la geopolítica y de la geoestrategia moderna abordara el análisis de la historia con la idea de ver como la teoría de la evolución aparecería en el desarrollo humano.
Entendía Mackinder que el sistema cerrado característico de su tiempo era, con la movilidad casi ilimitada que le ha acompañado, tanto por tierra como por aire, la era en que el dominante poderío marítimo había terminado. Si eso fuera verdad, entonces habría llegado una era de poderío terrestre.
¿Dónde estaba el centro natural para la nueva época? En las mayores masas terrestres del mundo, por supuesto; es decir, el área inmensa de Eurasia, llamada por Mackinder “región eje de la política del mundo”. De los cinco mapas utilizados por Mackinder para ilustrar su célebre ensayo The Geographical Pivot of History presentado en la Royal Geographical Society de Londres, el 25 de enero de 1904, de sólo veinticuatro páginas, el último lleva por título “Sitios naturales del poderío” y delimita el “área eje”. Mackinder considera situado el eje geográfico al Norte y al interior de Eurasia, extendiéndose desde el Ártico hasta los desiertos centrales, continuando hacia el Oeste hasta los anchos itsmos entre el Báltico y el Mar Negro.
Según el análisis histórico, al cual se refiere gran parte del ensayo, Europa y el resto del mundo han estado, desde siglos, bajo presión constante del “área eje”.
Fue bajo la presión exterior de los bárbaros como Europa creó su civilización. Por tanto les pido que consideren por un momento a Europa y a la historia asiática, pues la civilización europea es, en su verdadero sentido, el resultado de la lucha secular contra la invasión asiática. El contraste más notable en el mapa de la Europa moderna es el presentado por la vista aérea de Rusia ocupando la mitad del continente y un grupo de territorios más pequeños en posesión de las potencias occidentales.
Trazando el flujo y reflujo de la primitiva historia de Europa, Mackinder continuaba:
Durante un millar de años, una serie de pueblos montados a caballo, surgieron de Asia a través del ancho territorio intermedio entre los Urales y el mar Caspio, cruzaron los espacios abiertos del Sur de Rusia y se instalaron en Hungría, en pleno corazón de la península europea, moldeando, por la necesidad de oponérseles, la historia de cada una de los grandes pueblos que los rodeaban: los rusos, los alemanes, los franceses, los italianos y los griegos bizantinos.
Desde el punto de vista de la influencia permanente, las invasiones mongolas de los siglos XIV y XV dejaron la más profunda huella devastando gran parte de Europa, Rusia, Persia, India y China. Estas invasiones procedían de lo que Mackinder llamó el “área eje”. y “todas las márgenes del Mundo Antiguo sintieron, más pronto o más tarde, la fuerza expansiva originada en la estepa”.
Proyectando la Historia hacia los tiempos presentes, Mackinder veía que el “área eje”, al aumentar su peso en los asuntos mundiales, desarrollaba paralelamente su poderío económico y militar. Mirándolo históricamente, consideraba evidente “cierta persistencia de las relaciones geográficas, pues…
¿No es la región eje de la política del mundo esa vasta área de Eurasia inaccesible a los barcos, pero abierta en la antigüedad a los nómades a caballo y que hoy día va a quedar cubierta por una red de ferrocarriles?
Hubo aquí, y hay, las condiciones para una movilidad de poderío militar y económico de carácter amplio pero limitado. Rusia reemplaza al imperio mongol.
Su presión sobre Finlandia, Escandinavia, Polonia, Turquía, Persia, India y China
reemplaza las invasiones centrífugas de los hombres de la estepa. En el conjunto del mundo, ella ocupa la posición central estratégica ocupada por Alemania en Europa. Puede atacar y ser atacada por todas partes, menos por el Norte.
Fuera del “área eje”, Mackinder delimita dos “espacios”. En un gran “espacio interior” están situadas Alemania, Austria, India y China, mientras en un “espacio exterior” se encuentran Gran Bretaña, Sudáfrica, Australia, Estados Unidos, Canadá y Japón. En realidad, el poderío del “área eje” no era equivalente al de los estados periféricos, pero, y ahí proclamaba Mackinder su gran temor, “eso podría ocurrir si Alemania se aliara con Rusia”. Si eso ocurriera, el estado eje podría expandirse sobre las tierras marginales de Eurasia, utilizando “vastos recursos continentales para la construcción de barcos y entonces tendríamos a la vista el imperio del mundo”.
Al finalizar la primera guerra mundial, Mackinder escribía : “que la guerra había afirmado, en vez de resquebrajar, mis primitivos puntos de vista”. Desarrollaba su teoría con mucho más detalle en Democratic Ideals and Reality, aunque sin modificación esencial de su tesis original. Prosiguió con su concepto del “área eje” a que ahora llamaba heartland o sea “corazón de la tierra”, situado en el centro de la Isla Mundial.
Puesto que el pensamiento del hombre estuvo dominado por el mar, esta área masiva no fue considerada como isla, porque era imposible circunnavegarla. Sin embargo, excepto por el hecho de su vasta dimensión, no difiere de otras islas. Tanto en área como en población, la Isla Mundial sobrepasa al resto de la tierra. La Isla Mundial ocupa dos tercios de la tierra firme, mientras que América del Norte y del Sur, Australia y otras regiones menores ocupan el resto. Además, alrededor de siete octavos de la población del mundo están contenidos en la Isla Mundial, mientras otras tierras tienen solamente un octavo. Consideraba entonces Mackinder, que el continente antiguo es “incomparablemente, la unidad geográfica mayor de nuestro globo”.
Sus argumentos fueron reducidos por Mackinder en una fórmula citada infinidad de veces:
Quien rige el este de Europa domina el corazón de la tierra.
Quien rige el corazón de la tierra domina la Isla Mundial.
Quien rige la Isla Mundial domina el mundo.
Esta parece ser una definición vuelta a aplicar después de los años del almirante ruso Sergei Gorshkov (1) que en la segunda post guerra mundial impulsaba una marina fuerte, a compás de los estudios del Instituto de Economía y Política Mundiales de Moscú, comprometido en los tiempos de la guerra fría en el conflicto entre los Estados Unidos y la Isla Mundial, a la que la Unión Soviética aspiraba a dominar, como ahora se vislumbra en la política de Vladimir Putin. A este respecto, es interesante recordar la opinión de Mackinder sobre Rusia, en 1919, cuando el gobierno comunista era reciente. Mackinder estaba seguro de que el leopardo jamás cambia sus manchas. La característica de los gobiernos inglés y norteamericano y los ideales de la Sociedad de las Naciones “se oponen a las políticas acuñadas en los moldes tiránicos de la Europa oriental y del corazón de la tierra, ya sean dinásticas o bolcheviques. Puede que la tiranía bolchevique sea la reacción extrema contra la tiranía dinástica, pero no es menos cierto que Rusia, Prusia y las llanuras de Hungría, con su extendida uniformidad de condiciones sociales, son igualmente favorables para la marcha del militarismo y la propaganda sindicalista”.
En los tiempos que corren, Putin formado en la disciplina de la Inteligencia Estratégica, ha decidido invadir Crimea, con la consecuencia de cercenar a Ucrania en dos segmentos, y ha dejado de lado la debilidad de las grandes democracias, que consideran a la geopolítica como una óptica humanista que rige la convivencia internacional y el respeto de los derechos humanos.
Vladimir Putin conoce por oficio la importancia de Ucrania, que fue explicada por Zbigniew Brzezinski, asesor de la Seguridad Nacional de los Estados Unidos durante la presidencia del presidente Carter, al sostener en su libro de 1997, El gran tablero. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, que “Sin Ucrania, Rusia deja de ser un imperio. Pero con Ucrania, automáticamente se convierte en un imperio”
(1) Francisco M. Goyogana, La Geopolítica Global. Mahan y Mackinder, Boletín del
Centro Naval ( Primera parte Nº 715 – 716, Abril – Septiembre 1978; Segunda Parte
Nº 717 – 718, Octubre 1978 – Marzo 1979; Tercera Parte Nº 719, Abril – Junio 1979 )
* Francisco M. Goyogana cursó estudios de Farmacia y Bioquímica; oficial de la Armada Argentina, retirado como Teniente de Navío Bioquímico; tuvo una prolongada trayectoria en la industria farmacéutica, miembro de la Farmacopea Argentina y redactor asociado del nuevo Capítulo "Biotecnología"en su última edición. Simultáneamente, ha publicado una cantidad de artículos científicos y en el tema histórico, diversos trabajos aparecidos en publicaciones como el Boletín del Centro Naval, Todo es Historia, etc. Ocupó el cargo de vicepresidente del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia y Rector de la Cátedra Argentina Sarmiento. Autor de "Sarmiento y la Patagonia" Lumière (2006), "El Paradigma de la crisis" Lumière (2007), "Sarmiento y el Laicismo. Religión y política" Claridad (2011) y otros. Premios "Domingo F. Sarmiento" y "José B. Collo" otorgados por el Centro Naval.